BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVII Nº 200  
Julio–diciembre 2018  
Quito–Ecuador  
BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVI  
Nº 200  
Julio–diciembre 2018  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
DIRECTOR:  
SUBDIRECTOR:  
Dr. Jorge Núñez Sánchez  
Dr. Franklin Barriga López  
SECRETARIO:  
TESORERO:  
BIBLIOTECARIA-ARCHIVERA:  
JEF A DE PUBLICACIONES:  
RELACIONADOR INSTITUCIONAL:  
Ac. Diego Moscoso Peñaherrera  
Hno. Eduardo Muñoz Borrero  
Mtra. Jenny Londoño López  
Dra. Rocío Rosero Jácome  
Dr. Vladimir Serrano Pérez  
BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCVI  
Nº 200  
Julio–diciembre 2018  
©
Academia Nacional de Historia del Ecuador  
p-ISSN: Nº 1390-079X  
e-ISSN: Nº 2773-7381  
Portada  
Rafael Troya, autoretrato  
1913  
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Quito  
landazurifredi@gmail.com  
octubre 2019  
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol XCVI – Nº 200  
Julio–Diciembre 2018  
LAS LUCHAS POR LA INDEPENDENCIA  
EN LA SIERRA NORTE DEL ACTUAL ECUADOR  
1
Javier Gomezjurado Zevallos2  
Resumen  
El proceso de independencia del actual Ecuador no puede  
ser visto ni entendido a la luz de una serie de acontecimientos polí-  
ticos en los que existió únicamente un afán de liberación respecto de  
la Península; ni tampoco como un grupo de combates o refriegas mi-  
litares ocurridos de manera cronológica, donde se definió el triunfo  
de uno u otro bando. Tal asunto debe ser percibido bajo la compren-  
sión de los intereses socio-económicos que tuvieron los ‘grupos de  
poder’ que intervinieron en tales luchas. En ese marco, uno de aque-  
llos intereses fue el control de la tierra y de los sistemas económicos  
vinculados a la producción y al comercio que, de manera ulterior,  
fueron determinantes para que tales grupos terminen por decidir, a  
su momento, el involucrarse en una empresa que tomaría algunos  
años y cuyo objeto fue la emancipación de la corona española, con  
la consecuente autonomía política, económica y administrativa. El  
presente estudio, en su primera parte, indaga cuáles fueron esas lu-  
chas por la independencia en la Sierra norte de la antigua región qui-  
teña; para en una segunda parte, que aparecerá en el siguiente  
número de este boletín, conectarlas con las consecuencias económi-  
cas alcanzadas luego de la gesta independentista, en la misma zona.  
1
2
Recibido: 05/05/2019 // Aceptado:12/05/2019  
Javier Gomezjurado Zevallos: Doctor en Sociología y Ciencias Políticas, por la Universidad  
Central del Ecuador; Magíster en Historia Andina, Magíster en Desarrollo, y Especialista Su-  
perior en Gestión Ambiental por la Universidad Andina Simón Bolívar. Docente de la Univer-  
sidad Central del Ecuador, conferencista, y articulista en varias revistas., Miembro de Número  
de la Academia Nacional de Historia; Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana  
de Historia, de la Academia Nariñense de Historia y de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.  
B O L E T Í N A N H N º 2 0 0 • 1 2 5 – 1 8 2  
125  
Javier Gomezjurado Zevallos  
Palabras claves: Independencia, España, Audiencia de Quito, solda-  
dos, patriotas.  
Abstract  
The process of independence of the current Ecuador  
cannot be seen or understood in the light of a series of political  
events in which there was only a desire for liberation from the  
Peninsula; nor as a group of military combats or skirmishes occurred  
chronologically, where the triumph of one or the other side was  
defined. Such issue must be perceived under the understanding of  
the socio-economic interests of the ‘power groups’ that intervened  
in such struggles. In this framework, one of those interests was the  
control of the land and of the economic systems linked to production  
and trade that, in a subsequent manner, were decisive for such  
groups to eventually decide, at the time, to become involved in a  
company that would take some years and whose object was the  
emancipation of the Spanish crown, with the consequent political,  
economic and administrative autonomy. The present study, in its first  
part, investigates which were those struggles for independence in  
the northern Sierra of the old Quito region; for a second part, which  
will appear in the next issue of this bulletin, connect them with the  
economic consequences reached after the independence struggle, in  
the same area.  
Keywords: Independence, Spain, Audience of Quito, soldiers,  
patriots.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Introducción  
La crisis del régimen feudal español de principios del siglo  
XVIII provocó la implementación de una serie de reformas ‘moder-  
nizantes’ ideadas por la dinastía borbónica en sus dominios ameri-  
canos. Tales transformaciones modificaron las relaciones entre las  
colonias y la metrópoli –en particular en el campo económico a raíz  
del impulso al libre comercio- que, en el caso de la Sierra norte y cen-  
tral de la región de Quito, incidieron sustancialmente en la actividad  
obrajera textil, provocando una grave crisis en su producción.  
Aquella decadencia de los obrajes permitió a su vez, a fines  
del siglo XVIII, “el fortalecimiento de la actividad agropecuaria bajo  
el régimen de “hacienda”, convirtiéndose en la “principal actividad  
productiva y lucrativa en torno a la cual giró toda la dinámica económica,  
3
social y política de la Real Audiencia de Quito”. Esto estimuló la confi-  
guración de muchos complejos hacendatarios en manos de unas  
pocas familias, que vieron fortalecer su poder económico, sobre todo  
luego de la adquisición vía remate de las propiedades de los jesuitas,  
expulsados en 1767.  
Luego de la administración jesuita y posteriormente del  
ramo de Temporalidades –que se hizo cargo de las propiedades de  
esta Orden religiosa a raíz de su expulsión- el sistema de producción  
de la gran mayoría de haciendas serranas se consolidó a finales de  
la época colonial, permitiendo que poderosos clanes familiares no  
4
sólo concentren en sus manos la propiedad de la tierra, sino además  
una inmensa fuerza laboral, lo que permitió una hegemonía terrate-  
niente que duró hasta el segundo tercio del siglo XX. Esta estructura  
de dominio y control económico de la tierra y su producción se for-  
taleció a través de alianzas familiares, herencias mayorazgas, remates  
de nuevas tierras, y otros mecanismos que garantizaron el monopo-  
lio latifundista. Empero, los réditos económicos que la tierra brin-  
3
4
Jorge Trujillo, La Hacienda Serrana 1900-1930, Instituto de Estudios Ecuatorianos, Abya Yala,  
Quito, 1986, p. 42.  
Conviene recordar que al igual que varias familias propietarias de grandes extensiones de tie-  
rra, otras órdenes religiosas distintas a la Compañía de Jesús también detentaron un gran  
poder económico fruto de la renta que aquella brindaba, entre los que se contaban los merce-  
darios, agustinos, dominicos, carmelitas y otras comunidades de la Iglesia.  
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daba no sólo beneficiaron a sus dueños, sino que también se exten-  
dieron a otros grupos sociales medios, quienes a través de la figura  
5
del arrendamiento habrían de asegurarse una nueva renta.  
No obstante, para que todo ello afiance, aquel sector terrate-  
niente jugó un papel importante en los largos procesos independen-  
tistas de los hasta entonces dominios de la metrópoli peninsular. Un  
primer síntoma de involucramiento de un grupo de aquel sector  
puede ser entendido a la luz de la Rebelión de los Estancos de 1765,  
así como de la serie de sublevaciones indígenas ocurridas en la se-  
gunda mitad del siglo XVIII que pretendieron rechazar la situación  
6
de explotación de la que era víctima la población indígena; alza-  
mientos que alertaron al grupo hacendatario sobre la capacidad de  
movilización y protesta de los mestizos y naturales –según sea el  
caso-, lo que puso eventualmente en riesgo los intereses económicos  
del grupo potentado. Frente a ello, y más allá de las diferencias ideo-  
lógicas existentes entre las dos tendencias de la aristocracia criolla  
propietaria –realista y autonomista-, se debe considerar la posibili-  
dad de una estrategia de la segunda facción terrateniente, a efectos  
de ser ellos quienes impulsen el movimiento separatista.  
Ello se entiende a raíz de una alianza entre el grupo terrate-  
7
niente y las denominadas clases coloniales auxiliares, que desple-  
garon su acción en el movimiento del 10 de agosto de 1809, cuando  
un grupo de marqueses y varios aristócratas criollos –buena parte  
de ellos propietarios de haciendas- se unieron a grupos mestizos de  
los diferentes barrios quiteños para destituir al presidente de la Au-  
diencia y asumir el mando político y militar y el control administra-  
tivo, de manera temporal. El apoyo del sector mestizo a los proyectos  
de los terratenientes y de la aristocracia criolla, se la puede encontrar  
en la necesidad de aquellos, por intentar lograr niveles y ventajas si-  
5
6
Trujillo, op. cit., pp. 42 y ss.  
Al respecto Cfr. Segundo Moreno Yánez, Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito, 4ª edi-  
ción, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito, 1995.  
7
Constituidas por los grupos artesanos, comerciantes, funcionarios inferiores del clero y la mi-  
licia, mayordomos y administradores de haciendas, supervisores de obrajes, prestamistas, y  
muchos más; que, entendidos desde el punto de vista étnico-social, configuraban y se debían  
al grupo mestizo, en Rafael Quintero y Érika Silva, Ecuador: Una Nación en Ciernes, 1ª edición,  
Flacso / Abya Yala, Quito, 1991, pp. 30-31, 47.  
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milares que alcanzarían los segundos, en los campos social y econó-  
mico, luego de la independencia. No obstante, más allá de sus dife-  
rencias y roces, durante la época colonial los mestizos habían ya  
mostrado, casi siempre, fidelidad al grupo español, intentando no  
ser identificados como parte del sector indígena para evitar su ‘nu-  
meración’ y ‘tributación’, así como procurando ocupar puestos se-  
cundarios en la administración colonial o en la clerecía, o ejerciendo  
cierto dominio en la vida económica local.8  
Los primeros movimientos libertarios en Quito y su región del  
norte  
El grupo terrateniente de fines de la Audiencia de Quito que  
impulsó los procesos independentistas estuvo integrado, entre otros,  
por: la familia Montúfar, con Juan Pío Montúfar, II marqués de Selva  
Alegre, a la cabeza; el marqués de Villa Orellana, Jacinto Sánchez de  
Orellana y Chiriboga; el II marqués de Miraflores, Mariano Flores de  
Vergara y Jiménez; el futuro I marqués de San José, Manuel de Larrea  
y Jijón; el hijo de los marqueses de Maenza, Manuel Matheu y He-  
rrera; así como por otros ciudadanos de estamentos socio-económi-  
cos altos y medio-altos, quienes conjuntamente con distinguidos  
ilustrados y clérigos conformarán la Primera y Segunda Junta Autó-  
noma de Gobierno de Quito en 1809 y 1810, respectivamente.  
El movimiento emancipador conllevó, por un lado, la orga-  
nización de un golpe antimonárquico organizado el domingo 25 de  
diciembre de 1808, en la hacienda Chillo Compañía de propiedad de  
Juan Pío Montúfar, donde se reunieron varios ciudadanos amigos  
del dueño de casa, para conspirar la independencia de Quito. En  
aquella ocasión se planificaron los detalles del golpe subversivo pre-  
viéndose tentativamente ejecutarlo para las festividades de carnaval  
de 1809, es decir a mediados de febrero de aquel año. Pero la indis-  
creción de uno de los intervinientes, el coronel Juan de Salinas, quien  
comentó el plan a un cura mercedario y que de voz en voz llegó a  
oídos del presidente de la Audiencia –el conde Ruiz de Castilla- dio  
al traste el plan original. Los comprometidos fueron tomados presos  
8
Trujillo, op. cit., pp. 42 y ss.  
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y se les instruyó el sumario de rigor; sin embargo, gracias a una hábil  
defensa jurídica y al haberse “extraviado” el proceso, los conjurados  
fueron puestos en libertad al no habérseles probado delito alguno.  
Una vez libres, la conspiración volvió a tomar forma, que finalmente  
estalló entre la noche del 9 y la madrugada del 10 de agosto de 1809.  
Así, en casa de Manuela Cañizares, el grupo de notables decidieron  
deponer a las autoridades coloniales y constituir una Junta  
Suprema.9  
El acta de instalación de la Primera Junta Revolucionaria de  
Quito o también conocida como “Constitución y Acta Popular” o  
Acta del Pueblo”, fue dictada por el Dr. Juan de Dios Morales la  
tarde del miércoles 8 de agosto, discutida la noche del jueves 9 y ex-  
pedida por los diputados barriales de la ciudad el día viernes 10 de  
agosto; siendo aprobada y confirmada en asamblea ampliada cele-  
brada en la Sala Capitular del Convento de San Agustín el 16 de  
agosto de 1809. Esta acta rezaba:  
Nos, los infrascritos diputados del pueblo, atendidas las presentes crí-  
ticas circunstancias de la nación, declaramos solemnemente haber ce-  
sado en sus funciones los magistrados actuales de esta capital y sus  
provincias. En su virtud, los del barrio del Centro o Catedral, elegimos  
y nombramos por representantes de él a los marqueses de Selva Alegre  
y Solanda, y lo firmamos. Manuel de Angulo. Antonio Pineda. Manuel  
Cevallos. Joaquín de la Barrera. Vicente Paredes. Juan Ante y Valencia.  
Los del barrio de San Sebastián elegimos y nombramos por represen-  
tante de él a don Manuel Zambrano, y lo firmamos. Nicolás Vélez.  
Francisco Romero. Juan Pino. Lorenzo Romero. Manuel Romero. Mi-  
guel Donoso. Los del barrio de San Roque elegimos y nombramos por  
representante de él al marqués de Villa Orellana, y lo firmamos. José  
Rivadeneira. Ramón Puente. Antonio Bustamante. José Álvarez. Diego  
Mideros. Los del barrio de San Blas elegimos y nombramos por repre-  
sentante de él a don Manuel de Larrea y lo firmamos. Juan Coello. Gre-  
gorio Flor de la Bastida. José Ponce. Mariano Villalobos. José  
Bosmediano. Juan Unigarro y Bonilla. Los del barrio de Santa Bárbara  
elegimos y nombramos representante de él al marqués de Miraflores y  
lo firmamos. Ramón Maldonado. Luis Vargas. Cristóbal Garcés. Toribio  
Ortega. Tadeo Antonio Arellano. Antonio de Sierra. Los del barrio de  
9
Javier Gomezjurado Zevallos, Desempolvando la Historia, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito,  
014, pp. 53-54.  
2
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San Marcos elegimos y nombramos por representante de él a don Ma-  
nuel Matheu y lo firmamos. Francisco Javier Ascázubi. José Padilla. Ni-  
colás Vélez. Nicolás Jiménez. Francisco Villalobos. Juan Barreto.  
Declaramos que los antedichos individuos, unidos con los represen-  
tantes de los cabildos de las provincias sujetas actualmente a esta go-  
bernación y las que se unan voluntariamente a ella en lo sucesivo, como  
son Guayaquil, Popayán, Pasto, Barbacoas y Panamá, que ahora de-  
penden de los Virreinatos de Lima y Santa Fe, las cuales se procura  
atraer, compondrán una Junta Suprema que gobernará interinamente  
a nombre y como representante de nuestro legítimo soberano, el señor  
don Fernando Séptimo.  
Y mientras Su Majestad recupere la Península o viniere a imperar en  
América, elegimos y nombramos por ministros o secretarios de estado  
a don Juan de Dios Morales, don Manuel Quiroga y don Juan de La-  
rrea. Al primero para el despacho de los negocios extranjeros y de la  
guerra, el segundo para el de gracia y justicia, y el tercero para el de  
hacienda; los cuales como tales serán individuos natos de la Junta Su-  
prema. Ésta tendrá un secretario particular con voto y nombramos de  
tal a don Vicente Álvarez. Elegimos y nombramos por presidente de  
ella al marqués de Selva Alegre. La Junta, como representante del mo-  
narca, tendrá el tratamiento de majestad; su presidente el de alteza se-  
renísima; y sus vocales el de excelencia, menos el secretario particular,  
a quien se le dará el de señoría. El presidente tendrá por ahora y mien-  
tras se organizan las rentas del estado seis mil pesos de sueldo anual,  
dos mil cada vocal y mil el secretario particular.  
Prestará juramento solemne de obediencia y fidelidad al rey en la Ca-  
tedral inmediatamente y lo hará prestar a todos los cuerpos constitui-  
dos así eclesiásticos como seculares. Sostendrá la pureza de la religión,  
los derechos de rey y los de la patria, y hará guerra mortal a todos sus  
enemigos, principalmente franceses, valiéndose de cuantos medios y  
arbitrios honestos le sugiriesen el valor y la prudencia para lograr el  
triunfo.  
Al efecto y siendo absolutamente necesaria una fuerza militar compe-  
tente para mantener el Reino en respeto, se levantará prontamente una  
falange compuesta de tres batallones de infantería sobre el pie de or-  
denanza y montada la primera compañía de granaderos; quedando por  
consiguiente reformadas las dos de infantería y el piquete de dragones  
actuales. El jefe de la falange será coronel y nombramos por tal a don  
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Juan Salinas, a quien la Junta hará reconocer inmediatamente. Nom-  
bramos de auditor general de guerra, con honores de teniente coronel,  
tratamiento de señoría y mil quinientos pesos de sueldo a don Juan  
Pablo Arenas, y la Junta le hará reconocer. El coronel hará las propues-  
tas de los oficiales, los nombrará la Junta, expedirá sus patentes y las  
dará gratis el secretario de la guerra. Para que la falange sirva gustosa  
y no falte lo necesario, se aumentará la tercera parte sobre el sueldo ac-  
tual desde soldado arriba.  
Para la más pronta y recta administración de justicia, creamos un Se-  
nado de ella compuesto de dos Salas, Civil y Criminal, con tratamiento  
de alteza. Tendrá a su cabeza un gobernador con dos mil pesos de  
sueldo y tratamiento de usía ilustrísima. La Sala de lo Criminal, un re-  
gente subordinado al gobernador, con dos mil pesos de sueldo y trata-  
miento de señoría; los demás ministros con el mismo tratamiento y mil  
quinientos pesos de sueldo; agregándose un protector general de in-  
dios con honores y sueldos de senador. El alguacil mayor con trata-  
mientos y sus antiguos emolumentos.  
Elegimos y nombramos tales en la forma siguiente: Sala de lo Civil: go-  
bernador don José Javier Ascázubi. Decano, don Pedro Jacinto Escobar;  
don José Salvador, Don Ignacio Tenorio, don Bernardo de León. Fiscal,  
don Mariano Merizalde. Sala de lo Criminal: regente don Felipe Fuertes  
Amar. Decano, don Luis Quijano. Senadores, don José del Corral, don  
Víctor de San Miguel, Don Salvador Murgueitio. Fiscal, don Francisco  
Javier de Salazar. Protector General, don Tomás Arechaga. Alguacil  
mayor, don Antonio Solano de la Sala.  
Si alguno de los sujetos nombrados por esta soberana diputación re-  
nunciare el encargo sin justa y legítima causa, la Junta le admitirá la  
renuncia, si lo tuviere por conveniente; pero se le advertirá antes que  
será reputado como tal mal patriota y vasallo, y excluido para siempre  
de todo empleo público. El que disputare la legitimidad de la Junta su-  
prema constituida por esta acta tendrá toda libertad, bajo la salvaguar-  
dia de las leyes, de presentar por escrito sus fundamentos y una vez  
que se declaren fútiles, ratificada que sea la autoridad que le es confe-  
rida, se le intimará a prestar obediencia, lo que no haciendo se lo tendrá  
y tratará como reo de estado.  
Dado y firmado en el Palacio Real de Quito, a diez de agosto de mil  
ochocientos nueve. Manuel de Angulo. Antonio Pineda. Manuel Ce-  
vallos. Joaquín de la Barrera. Vicente Paredes. Juan Ante y Valencia.  
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Nicolás Vélez. Francisco Romero. Juan Pino. Lorenzo Romero. Manuel  
Romero. Miguel Donoso. José Rivadeneira. Ramón Puente. Antonio  
Bustamante. José Álvarez. Juan Coello. Gregorio Flor de la Bastida. José  
Ponce. Mariano Villalobos. Diego Mideros. Vicente Melo. José Ponce.  
José Bosmediano. Juan Unigarro y Bonilla. Ramón Maldonado. Luis  
Vargas. Cristóbal Garcés. Toribio Ortega. Tadeo Antonio Arellano. An-  
tonio de Sierra. Francisco Javier de Ascázubi. José Padilla. Nicolás Ji-  
10  
ménez. Francisco Villalobos. Juan Barreto.  
Organizada la Junta, comenzó a funcionar débilmente, en  
particular por la falta de unidad política de sus integrantes. Lo pri-  
mero que hizo fue buscar apoyo de otras ciudades, enviando invita-  
ciones a sus diversos cabildos. Una de ellas llegó a las autoridades y  
vecinos de Popayán, solicitando apoyar el movimiento mediante el  
nombramiento de un diputado que los representara. Sin embargo,  
tal invitación fue rechazada y las autoridades de aquella Goberna-  
ción acordaron declarar de “sediciosa, criminal y ofensiva a la sobe-  
ranía” la conducta de Juan Pío Montúfar y responder que la  
provincia de Popayán seguiría “fiel a sus soberanos y con especiali-  
dad al señor don Fernando VII (el muy amado), para que acceda a  
una rebelión contra su autoridad real y la de sus ministros”, prohi-  
biendo cualquier comunicación “con Quito insurgente y rebelde”.  
Respaldaron este rechazo con la orden de reunir tropas, armas y mu-  
niciones para hacer la guerra a los rebeldes, lo que sería financiado  
con el embargo inmediato de los bienes de todos los vecinos de Quito  
residentes en Popayán.11  
En efecto, los payaneses, luego de decidir el control de la co-  
rrespondencia con los quiteños y decomisar los bienes comprendidos  
12  
en el situado fiscal que se hallaban en ese momento en Popayán, se  
prepararon militarmente para defender el viejo sistema colonial, de-  
1
1
0 Carlos de la Torre Reyes, La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, Banco Central del  
Ecuador, Quito, 2ª edición, 1990, pp. 214-217.  
1 Alonso Valencia Llano, “Impacto del 10 de Agosto en la Gobernación de Popayán”, en Bicen-  
tenario, Revista Afese 51, Quito, Afese, 2009, p. 166. Sobre la posición adoptada por la Gober-  
nación de Popayán en aquella época, se puede revisar: Archivo Central del Cauca, Libro  
Capitular de 1809, Popayán, 20, 21, 22 y 28 de agosto de 1809.  
1
2 El situado fue un aporte económico que la corona española realizó durante la época colonial  
para cubrir los sueldos y gastos de las guarniciones militares y de la burocracia en América,  
durante épocas de crisis.  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
cidiendo enviar tropas a Pasto al mando del capitán Gregorio de An-  
13  
gulo. El 21 de agosto de 1809 comenzó el desplazamiento del go-  
bernador payanés, Miguel Tacón y Rosique, junto a 100 milicianos y  
14  
2
5 veteranos del Fijo de Popayán , los cuales se incrementaron con  
los vecinos de Almaguer, Patía y Taminango, tropas que, unidas a la  
15  
de Pasto, se acuartelaron en Túquerres, Sapuyés y Guaitarilla . Por  
su lado, la Junta organizó una expedición militar, cuyo objetivo ul-  
terior consistió en invadir el centro y norte de la provincia de los Pas-  
tos. Para ello compuso un ejército integrado por cerca de mil  
hombres conformados por las compañías de Ibarra, Caranqui, Pun-  
tal, Tusa y Otavalo, que se acuartelaron en Tulcán; contando además  
con el apoyo de la población civil de aquellas zonas y de diversos  
clérigos, tales como el Dr. Fernando Terán cura de San Antonio, el  
Dr. López Pardo cura de Tulcán, el Dr. Martín Chiriboga cura de Ur-  
cuquí, el Dr. José Mier y Albuja cura de Mira, el Dr. Jijón cura de Ta-  
16  
bacundo, y el Presbítero Juan Narváez cura de El Puntal.  
La incursión de los rebeldes quiteños en tierras de la Gober-  
nación de Popayán se inició el 28 de septiembre, cuando fueron ocu-  
pados Cumbal, Guachucal y Túquerres; el 30 entraron a Ipiales y  
bloquearon el camino a Barbacoas, lo que produjo el rechazo escrito  
del comandante Gregorio de Angulo dirigido a Manuel Zambrano,  
jefe de las tropas invasoras, se expresó en estos términos:  
¿
De dónde pues ha tenido Ud. el consejo de introducirse a territorio  
ajeno, como si fuese un conquistador autorizado? Considere V.M. la  
criminalidad horrenda en que ha incurrido y obrando con la debida  
reflexión, desocupe el territorio de la provincia de los Pastos sin pre-  
tender subyugarlo con la suposición de ser poderosa una fuerza débil,  
rodeada de los gobiernos y virreinatos; que podrán reducirla a polvo.1  
7
1
1
1
1
3 Javier Gomezjurado Zevallos, op. cit., pp. 53-54.  
4 Ibidem.  
5 Ibidem  
6 Juan Francisco Morales Suárez, Las Guerras Libertarias de Quito, los próceres olvidados de la In-  
dependencia, Talleres Gráficos de Carchi Cable Televisión, Tulcán, 2009, p. 2. La lista de cléri-  
gos se halla en documento cifrado como ‘Curas caudillos de la rebelión (Archivo-Biblioteca  
de la Función Legislativa del Ecuador, Sec. Real Audiencia de Quito, Caja 8, fs. 481-510).  
7 Gerardo León Guerrero Vinueza, Pasto en la Guerra de la Independencia. 1809-1824, Colección  
Historia Crítica de Nariño, Vol. II, Tecnimpresores Ltda., Bogotá, 1994, p. 27.  
1
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134  
Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Una protesta similar fue enviada a Juan Pío Montúfar con el  
fin de evitar “una guerra que se hará necesaria y el derramamiento  
de sangre entre hermanos”. La respuesta quiteña, escrita por Fran-  
cisco Javier Ascázubi, consistió en afirmar que no querían hacer la  
guerra sino “conservar la paz” entre “vasallos de un mismo sobe-  
rano”; y que, por el contrario, sobre Angulo caería la responsabilidad  
18  
por las consecuencias de no haberse unido a la Junta de Quito.  
Como no se llegó a ningún acuerdo, aquellos ejércitos libra-  
ron cerca de Ipiales –en la actual Colombia- la poco conocida Batalla  
de Funes, considerado éste como el primer enfrentamiento en His-  
panoamérica entre fuerzas que propugnaban la independencia y las  
19  
dos adictas a la monarquía española. Así, el 16 de octubre de 1809  
decenas de milicianos quiteños, comandados por Francisco Javier  
Ascázubi y por Manuel Zambrano, se enfrentaron a las tropas realis-  
tas dirigidas por el capitán Miguel Nieto Polo. Luego de aquella ba-  
talla, y de los combates del Guáitara el día 17 y de Sapuyés el día 19  
20  
de octubre, los patriotas fueron vencidos. Según el historiador Ro-  
berto Andrade, una de las causas de la derrota se debió a que “el ejér-  
cito de la Junta era un cuerpo de artesanos y labriegos que por primera vez  
ensayaban cargar y descargar un fusil o cañón, y manejar una lanza; más  
bien dicho, un gran motín de campaña, bajo las órdenes de capitanes tan  
21  
bisoños como los soldados de que se componían”.  
De la batalla de Funes se cuenta con el relato hecho por el  
capitán realista Nieto Polo que informó el mismo día 16 de octubre  
los detalles de la refriega a su superior, el capitán Francisco Gregorio  
de Angulo, Jefe del Destacamento de las tropas de la región de Pasto,  
dijo lo siguiente:  
Sabiendo que el enemigo, situado desde el 13 de los corrientes al lado  
de la tarabita del Guáitara, enfrente de nuestro cuartel tenía 183 hom-  
bres, y esperaba reforzarlos con los auxilios que teníamos noticia ve-  
nían a Ipiales por Chapal; temiendo que lo verificase, porque empezaba  
1
1
2
2
8 Valencia, op. cit., p. 175.  
9 Guerrero, op. cit., p. 30.  
0 Morales, op. cit., p. 9.  
1 Roberto Andrade, Historia del Ecuador, Tomo I, Corporación Editora Nacional, Quito, 1982,  
pp. 208-209.  
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ya a levantar su campo, y se retirare de un punto en que su ignorancia  
lo había colocado, y que reunido en otro ventajoso, sería difícil acome-  
terle, dispuse de común acuerdo con los señores oficiales de este des-  
tacamento que pasasen al mando de la tarabita, nadando o como  
pudiesen, 97 hombres con lanzas y espadas al mando del teniente de  
la 5ª Compañía don José de Soberón y el subteniente de la 6ª don José  
María Delgado y Polo. Al mismo tiempo pasaron por el lado de debajo  
de la tarabita 80 hombres, armados también con lanzas y espadas, al  
mando del teniente de la 4ª Compañía don Francisco Xavier de Santa-  
cruz, y el de la 6ª don Juan María de la Villota y del subteniente de la  
5ª don Lucas Soberón. Por el centro y al frente del enemigo, que es el  
punto donde se pone la tarabita, pasé yo con el capitán de la 4ª don  
Miguel de Santacruz y Villota; el de la 5ª don Ramón Benavides y el te-  
niente de Yacuanquer don Lucas de Benavides, con 35 fusileros de la  
Compañía de Popayán y otros de la de Pasto, al mando del veterano  
Luis Lungo, que hacía de sargento, en que iba también de voluntario  
el cabo de Dragones don Juan José Polo y Santacruz, y los distinguidos  
don Carlos y don José Ibarra y Burbano.  
Inmediatamente que pasaron las tropas al otro [lado] del río, marcha-  
ron todas contra el enemigo, que se había situado en una meseta a una  
distancia de tiro de fusil, con tres piezas de cañón de bronce, de vara y  
cuarto de largo y cinco dedos de diámetro interior, doce fusiles, varios  
pares de pistolas, y el resto de la gente armados de lanza y otras armas  
blancas. Al aproximarse nuestras tropas pusieron bandera blanca los  
enemigos, con cuyo motivo se adelantó el teniente de la 6ª Compañía  
don Juan María de la Villota, previniéndoles rindiesen las armas; pero  
la contestación fue pegar fue a los tres cañones, que no causaron avería  
alguna, porque al fogonazo se postraron de bruces los nuestros, e in-  
mediatamente avanzamos, y aunque con bastante resistencia, se rin-  
dieron, después de tres cuartos de hora de combate.  
De nuestra parte solo murió el soldado de la 2ª Compañía Pedro Díaz  
Lucero, quien creyendo que se había rendido, abrazó a uno de los ene-  
migos que le prendió los brazos, y al hacerlo con otro que se les alargó  
también, este pérfido le tiró un pistoletazo, y después de nuevo le die-  
ron varias lanzadas y palos; y salió herido Felipe Hurtado de la Com-  
pañía de Patía, con una estocada cerca de la pontezuela del lado  
izquierdo. De los enemigos han muerto algunos, cuyo número se ig-  
nora, por haber muchas concavidades y peñascos en el campo de ba-  
talla, el que se reconocerá mañana. Hemos hecho 108 prisioneros  
hombres y ocho mujeres con dos hijos. Entre ellos al capitán de artillería  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
don José Ipinza y al de fusileros don Antonio Donoso. Al teniente don  
Marcelino Narváez Guerrero y Mariano Jaramillo y los sargentos Nar-  
ciso Esquivanete, Antonio Ortiz, José Espinoza y José Cebadas, como  
consta en la lista que acompaño […].22  
Dicho parte de batalla evidencia la presencia de un grueso  
número de hombres, pero también de varias mujeres que participa-  
ron en el combate, en el cual perdieron los patriotas norteños que  
apoyaban la causa libertaria de Quito. Sin embargo, tal derrota re-  
fleja, por un lado, la falta de preparación militar de las tropas insur-  
gentes y un escaso armamento, así como la inexperiencia de sus jefes  
Ascázubi y Zambrano; pero por otro lado patentiza el espíritu revo-  
lucionario de aquella gente, dispuesta a conseguir de cualquier  
modo su independencia.  
Finalmente, el gobierno de la Junta Suprema de Quito tam-  
bién fracasó. La falta de apoyo popular, la inercia y defecciones de  
algunos líderes, y; la falta de respaldo por parte de las demás pro-  
vincias de la Presidencia de Quito ocasionó que el movimiento libe-  
rador dure menos de tres meses, produciéndose a poco la contra-  
rrevolución española, así como la caída del gobierno soberano, cuyos  
integrantes fueron reprimidos por parte de las antiguas autoridades,  
quienes terminaron por recobrar el mando de la Audiencia. Varios  
de los cabecillas del golpe fueron apresados y finalmente asesinados  
el 2 de agosto de 1810 por parte de las tropas limeñas enviadas por  
el virrey del Perú, José de Abascal.  
El Comisionado Regio Carlos Montúfar  
Las noticias de la rebelión quiteña llegaron a conocerse en la  
Península y en otras ciudades americanas, razón por la cual el Con-  
sejo de Regencia de España –que representaba el órgano de gobierno  
con igual autoridad que la del rey Fernando VII- nombró al coronel  
del ejército español Carlos Montúfar y Larrea, hijo del marqués de  
Selva Alegre, como Comisionado Regio para Quito; con el encargo  
de pacificar y volver al orden, así como para legitimar la autoridad  
22 Citado en Morales, op. cit., pp. 18-19.  
BOLETÍN ANH Nº 200 • 125–182  
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23  
de la Regencia en estas tierras. El 1 de marzo de 1810 partió desde  
el puerto de Cádiz, y luego de permanecer unos pocos días en Car-  
tagena y posteriormente en Santa Fe, apresuró su viaje hacia tierras  
quiteñas en procura de salvar a sus familiares y a otros compatriotas  
de la venganza que podría adoptar el conde Ruiz de Castilla luego  
de los acontecimientos independentistas. Empero, estando en Popa-  
yán, recibió la noticia de que la mayoría de los patriotas recluidos en  
los calabozos del Cuartel del Real de Lima habían sido masacrados,  
junto a más de 200 ciudadanos (el uno por ciento de la población de  
la ciudad) que también fueron asesinados en las calles. Avanzó hacia  
a Quito, pero el 29 de agosto, antes de llegar a su destino envió una  
proclama al Cabildo de esta ciudad, donde señalaba:  
Pueblo Ilustre de Quito: Vuestro Diputado os habla en nombre de la  
Patria: Un compatriota Vuestro es destinado por el Gobierno Supremo  
de la Nación para aliviar los males que de tropel se han acumulado  
sobre vuestras cabezas. Oíd la voz de la amistad, del patriotismo, y de  
la lealtad. Con todos los generosos Sentimientos que inspiran estos sa-  
grados vínculos veía yo acercarse ese afortunado momento tan anhe-  
lado para mi corazón. Pero, cuánta ha debido ser mi sorpresa con el  
inesperado aviso de vuestros últimos sucesos del día dos del corriente,  
la más sensibles y tiernas emociones agitan en ese instante mi conster-  
nado espíritu. Que el hijo de Quito ha podido desconfiar de los antici-  
pados anuncios de prosperidad que le ha hecho un conciudadano  
elegido en esta calidad para calmar las agitaciones y el furor cuando  
pudo ser un remedio de los pasados males el desventurado arbitrio de  
reagravarlos. Ni quien pensó jamás curar sus dolencias entorpeciendo  
los saludables esfuerzos del hombre benéfico, enviando para sanarlas  
si algún mal intencionado ha sido bastantemente cruel para precipitar  
vuestro sufrimiento. Cerrad los oídos a sus engañosas sugestiones.  
Sabe, que un gobierno sabio, y liberal siempre ha sido indulgente, y  
dejó formas de extender su mano poderosa para elevar al hombre, y  
restituirlo a la dignidad, que le ha señalado la naturaleza. Las altas fun-  
ciones que me ha confiado el soberano Consejo de Regencia debieron  
convenceros por todos los principios de un verdadero cálculo que si  
ellas son suficientes para mi recomendación personal, debe ofrecer al  
mismo tiempo, el más seguro presagio de vuestra futura dicha.  
23 Guadalupe Soasti Toscano, El Comisionado Regio Carlos Montúfar y Larrea. Sedicioso, insurgente  
y rebelde, Fonsal, Quito, 2009, p. 117.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Yo sé muy bien la arte de los sabios temperamentos no desconozco y  
estoy dentro el orden de mi comisión, que el desempeño de mis deberes  
es compatible, con vuestra seguridad. Tranquilizaos, no inutilicéis por  
el siego despecho, las benéficas ideas del Gobierno; ahorrad vuestra  
sangre si queréis que pueda yo enjugar vuestras lágrimas. Vais muy  
prestos a desengañaros por vuestros propios ojos. La quietud, y el re-  
poso de pocos días, han de consolidar el que yo, os llevo vuestra exis-  
tencia interesa a la Patria. Reposad en los brazos del augusto consejo  
que tan dignamente representa a Fernando el deseado. Descansad sobre  
las intenciones de vuestro ciudadano. Sus viajes, la experiencia, y el  
práctico conocimiento del actual gobierno han desarrollado ese precioso  
germen de filantropía con que nació en vuestro afortunado suelo. Mil  
ideas de orden y de felicidad combinadas con mi representación pú-  
blica, y otras futuras privadas, han sido el no interrumpido objeto de  
mis meditaciones. Las autoridades intermedias lo han visto complacer.  
Popayán y su digno Gobernador lo han experimentado, yo veo en este  
momento la tranquilidad, y porque disfruta este Pueblo generoso:  
hasta en sus últimas clases, reina el sosiego; a las sabias medidas de su  
jefe, a nuestra buena armonía, y a los nobles sentimientos de estos ve-  
cinos, se deben los ejemplos de virtudes patrióticas, que esperan ver  
repetidas entre vosotros. No lo dudéis Pueblo nacido para ser feliz: de  
vosotros depende absolutamente que lo seáis: vuestra dócil sumisión,  
va a salvaros. No querrás privar de este dulce consuelo, a vuestro com-  
patriota, que muy presto enlazará sus brazos en los vuestros. Carlos  
24  
Montúfar = Comisionado Regio del Reino de Quito.  
Con mediana alegría, según los historiadores José Gabriel  
25  
Navarro y Pedro Fermín Cevallos, el pueblo de Quito recibió el 9  
de septiembre de 1810 al Comisionado Carlos Montúfar; aunque el  
gobierno realista no lo vio con buenos ojos por ser hijo de Juan Pío  
26  
Montúfar –marqués de Selva Alegre-, uno de los participantes del  
movimiento libertario de 1809.  
2
2
2
4 Archivo Histórico del Ministerio de Cultura / Quito (AHMC/Q), Fondo Jacinto Jijón y Caa-  
maño, Tomo 27, Doc. 220, Copia de 30 de agosto de 1810, f. 266 (N.a.: Se ha modificado la  
ortografía para una mejor comprensión).  
5 Cfr. José Gabriel Navarro, La Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809, Quito, Instituto Pa-  
namericano de Geografía e Historia, 1962, pp. 219-221; y Pedro Fermín Cevallos, Resumen de  
la Historia del Ecuador, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Cajica, México, 1960, p. 290.  
6 Así se evidencia en el oficio remitido por el Oidor Tomás de Arechaga al Consejo de Regencia  
el 4 de junio de 1811 (cit. en Soasti, pp. 133-134).  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
Desde su arribo, el Comisionado Montúfar desplegó una  
serie de acciones orientadas a apaciguar los ánimos políticos altera-  
dos y establecer la paz en la ciudad y la Audiencia en general. Re-  
alizó una junta preparatoria al día siguiente, cuyos miembros  
resolvieron reconocer la autoridad suprema del Consejo de Regencia,  
como representante del rey Fernando VII, y crear una Junta Superior  
de Gobierno –dependiente del Consejo de Regencia- que finalmente  
estuvo compuesta por Manuel Zambrano por el cabildo secular,  
Francisco Rodríguez Soto por el eclesiástico, los doctores José Ma-  
nuel Caicedo y Prudencio Báscones por el clero, el marqués de Villa  
Orellana y Guillermo Valdivieso por la nobleza; y por los barrios Ma-  
nuel Larrea, Manuel Matheu y Herrera, Manuel Merizalde y el Alfé-  
rez Real Juan Donoso. Esta Junta de Gobierno tuvo como presidente  
al decrépito Ruiz de Castilla; mientras que por unanimidad de votos  
de los representantes de barrios e instituciones, se eligió como vice-  
presidente al marqués de Selva Alegre, y como secretarios a Salvador  
Murgueitio y Luis Quijano. Como tarea complementaria a la insta-  
lación de la Junta, Montúfar organizó un batallón de siete compañías  
con el título de Fernando VII, agregando una de artillería y dos de  
caballería en pie de guerra. Además instauró el regimiento Fijo de  
Milicias, con cuyas fuerzas se esperaba mantener la tranquilidad pú-  
27  
blica, asegurar los puntos limítrofes y el territorio de Quito.  
Sin embargo, poco después, el Consejo de Regencia terminó  
por ignorar la autoridad del Comisionado y de la Junta quiteña, y el  
virrey de Lima José de Abascal nombró a Joaquín Molina y Zuleta  
como presidente de la Audiencia, en reemplazo de Ruiz de Castilla.  
La consigna de los patriotas quiteños fue desconocer al nuevo presi-  
dente. En ese marco se desarrolló el “Convite de San Roque a los  
demás barrios” que, a través de hojas volantes repartidas clandesti-  
namente y de pasquines colgados en la oscuridad, en noviembre de  
1810 se instó al pueblo quiteño a realizar una revuelta y a resistir la  
administración de Molina, iniciándose una verdadera guerra civil  
poco conocida, caracterizada por la participación popular. En ella  
participaron comerciantes, religiosos, jóvenes, ancianos, mujeres e  
27 Soasti, op. cit., pp. 141-143.  
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en la Sierra norte del actual Ecuador  
28  
indígenas, quienes se organizaron para la lucha. Según una de las  
cartas escritas por el realista Pedro Pérez Muñoz refiere que:  
Juntaron como quince mil hombres [quiteños] de todas clases y colores,  
hicieron zanjas y cortaduras muy profundas en los caminos, formaron  
trincheras en las calles, agujeros en las casas para disparar desde ellas,  
coronaron de cañones el cerro del Panecillo que dominaba la ciudad,  
que si lo hubieran sabido defender, era inconquistable. Fundieron ca-  
ñones con las campanas de las iglesias, hicieron pólvora y balas hasta  
con las pesas del reloj de la torre, que eran de plomo, idearon y dispa-  
raron cohetes llenos de púas y alfileres envenenados y, en fin, no per-  
29  
donaron medios ni arbitrios para hacerse temibles y respetables.  
Molina arremetió en contra de la Junta, que en su estructura  
interna comenzará a evidenciar dos posturas ideológicas propugna-  
3
0
das por grupos antagónicos: los ‘montufaristas’ que impulsaban  
vincularse a España en una situación de igualdad de derechos y de  
representación, a semejanza de lo que se estaba construyendo en las  
31  
Cortes de Cádiz, con la gran nación española; y los ‘sanchistas’, que  
exigían la total independencia de España y de sus reyes para confor-  
mar gobiernos republicanos autónomos, desconociendo en conse-  
cuencia al Consejo de Regencia.  
En el marco de tales contradicciones intestinas que se susci-  
taban en Quito, Carlos Montúfar, como Jefe de Milicias, configuró  
un ejército para defender el proyecto de la Junta de Gobierno, y com-  
batir en contra de las tropas realistas. El presidente de la Audiencia,  
Joaquín Molina, desde Guayaquil remitió tropas y armamento hacia  
Cuenca insistiendo al gobernador de esta última ciudad, Melchor de  
Aymerich, para “que se tomasen las debidas providencias a fin de enviar  
para Alausí un buen número de soldados, al mando de los mejores oficiales,  
3
2
para desde allí tomar Riobamba y Ambato”. Carlos Montúfar, quien  
2
2
8 María Antonieta Vásquez Hahn, Hojas Volantes y pasquines sediciosos, Doc. suelto, Fonsal,  
Quito, 2009, p. 1.  
9 Fernando Hidalgo Nistri, compilador, Compendio de la rebelión de América. Cartas de Pedro Pérez  
Muñoz, Abya Yala, Quito, 1998, p. 78.  
30 Encabezado por Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre.  
31 Liderado por Jacinto Sánchez de Orellana, marqués de Villa Orellana.  
32 Archivo Histórico del Ministerio de Cultura / Quito (AHMC/Q), Fondo Jacinto Jijón y Caa-  
maño, Tomo 27, Doc. 220, Copia de 30 de agosto de 1810, f. 266 (N.a.: Se ha modificado la  
ortografía para una mejor comprensión).  
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había instalado su cuartel general en Riobamba, decidió partir con  
cerca de 2.600 hombres hacia Guaranda, “para atacar por esa pobla-  
ción estratégica por tres puntos predeterminados: La Ensillada, Gua-  
nujo y San Miguel. El ataque sorpresa de los patriotas se llevó a cabo  
el 31 de diciembre de 1810 contra 900 hombres que conformaban las  
tropas de Molina, y al mando del coronel Manuel Arredondo, ven-  
ciéndolos. Posteriormente Montúfar, aumentado su ejército a cerca  
de cuatro mil hombres, decidió avanzar hacia Cuenca, pero esta ciu-  
dad ya había sido tomada por Molina a principios de febrero de  
811.3  
3
1
Los patriotas llegaron al sitio de Paredones, un lugar ubicado  
cerca de las inmediaciones de la laguna de Culebrillas, en la actual  
provincia del Cañar, logrando una segunda victoria el 17 de febrero.  
Montúfar deseaba atacar Cuenca, pero prefirió una solución pacífica;  
y, envió al Cabildo de esa ciudad un acta de la Junta de Quito diri-  
gida a Molina, “anulando los títulos de su presidencia, e impután-  
dole las calamidades que sufría y podrá sufrir Cuenca”. Cuando  
todo hacía prever que Montúfar, acuartelado en Cañar, tomaría la  
ciudad de Cuenca, decidió finalmente la retirada de sus tropas hacia  
el norte, con certeza por el debilitamiento de aquellas, por la deser-  
ción de muchos de sus milicianos, y por la escasez de víveres y per-  
34  
trechos. El triunfo en la campaña del Sur había sido incompleto, y  
las tropas ingresaron a Quito en abril de 1811. Durante los meses si-  
guientes se desarrollaría la campaña del Norte.  
Tras la victoria de los patriotas neogranadinos en la famosa  
Batalla de Palacé el 28 de marzo de 1811 sobre las tropas realistas co-  
mandadas por el gobernador de Popayán, Miguel Tacón, el coronel  
Carlos Montúfar –quien todavía cumplía las funciones de Comisio-  
nado regio- fue requerido por Tacón para lograr la mediación entre  
la región de Nueva Granada y de Quito. Negado tal encuentro por  
la Junta de Quito, 300 hombres, al mando del coronel Pedro Montú-  
far –hermano del marqués de Selva Alegre–, fueron trasladados a la  
zona norte. Sus objetivos consistían en desalojar a las fuerzas de  
3
3 Jorge Núñez y Kléver Bravo, La configuración militar en la gesta quiteña de la Independencia, 1809-  
812, Instituto Metropolitano de Patrimonio, Quito, 2012, pp. 305-313.  
4 Ibídem, pp. 314-319.  
1
3
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Tacón que habían invadido Tumaco, ocupar las poblaciones más im-  
portantes de la provincia de Pasto, proteger a los habitantes de dicha  
ciudad que sufrían incluso las hostilidades de su propio Cabildo, y  
solicitar que los pastusos se sumen a la causa quiteña. Para cuando  
cruzaron el río Carchi, el 29 de junio de 1811, los patriotas tenían 200  
hombres más que habían venido de Quito, desarrollándose una serie  
de combates dispersos con parciales triunfos a favor de los patriotas;  
aunque la gran victoria se obtuvo luego de cuatro días de lucha en  
las afueras de Pasto, el 22 de septiembre. Ingresaron a la ciudad, casi  
desierta a causa de la huida de gran parte de sus habitantes que te-  
mían represalias, y capturaron cerca de 413 libras de oro previstas  
35  
para la compra de armas y municiones para las fuerzas de Tacón.  
Luego de una reunión entre Pedro Montúfar y Joaquín Caicedo –re-  
presentante de la Junta revolucionaria del Cauca–, el gobierno de  
Quito ordenó que las tropas retornasen de manera inmediata, puesto  
que se habían presentado nuevos brotes de violencia en Guayaquil  
y Cuenca.  
Luego de tales campañas, las rivalidades y discrepancias  
ideológicas radicalizaron sus posturas entre los grupos ‘sanchistas’  
y ‘montufaristas’, e incluso provocaron ciertos tumultos de apoyo a  
favor de cada uno de los bandos, siendo el más nombrado el motín  
de Quito del 11 de octubre de 1811, cuando los sanchistas hicieron  
renunciar a Ruiz de Castilla como presidente de la Junta de Go-  
bierno, nombrando una nueva Junta presidida por el obispo José de  
Cuero y Caicedo. Una asamblea que se había organizado para el  
efecto eligió, además, a Juan Pío Montúfar como vicepresidente,  
quien junto a Cuero y Caicedo convocaron a finales de 1811 a un  
Congreso donde se decidiría el rumbo de dicho gobierno y el futuro  
de Quito.  
En tales circunstancias, los miembros de la nueva Junta y del  
Congreso, cuyas actividades principiaron el 1 de enero de 1812, y a  
propuesta de los sanchistas, optaron por desconocer a la Regencia y  
a las Cortes extraordinarias de la Isla de León, en España. Un mes  
más tarde, el 15 de febrero de 1812, la mayoría montufarista aprobó  
35 Ibídem, pp. 322-323.  
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143  
Javier Gomezjurado Zevallos  
la Constitución del Estado de Quito, que definió al gobierno –en teo-  
ría- como poder público; planteando una república con división de  
los tres poderes.  
En el marco de las desavenencias políticas, el grupo sanchista  
envió el 1 de abril de 1812 a un grupo de 1.500 hombres al mando  
36  
del coronel de origen cubano Francisco García Calderón, a batirse  
contra los realistas en una nueva campaña del sur. Calderón juntó  
nuevos milicianos en el camino y así completó un ejército de cerca  
de 3.000 combatientes. Se dirigió hasta Biblián, cerca de Azogues,  
donde se desarrolló el combate de Verdeloma el 24 de junio de 1812,  
con un aparente triunfo de las huestes patriotas; aunque en realidad  
las tropas realistas alcanzaron la victoria al día siguiente en el sitio  
de Atar. Terminada la refriega, Calderón de forma humillante recon-  
vino a sus subalternos ‘montufaristas’, quienes resentidos abando-  
naron con sus columnas el campo, mientras el resto del ejército  
patriota se retiraba hasta Riobamba. Poco después los miembros de  
la Suprema Diputación de Guerra destituyeron a Calderón como jefe  
de operaciones de las fuerzas patriotas, nombrándose en su reem-  
plazo al teniente coronel Feliciano Checa. El fin de las guerras inde-  
pendentistas continuó siendo postergado.3  
7
Un mes más tarde, el 25 de julio de 1812, el ejército patriota  
se enfrentó y venció en San Miguel de Chimbo a los soldados envia-  
das por el general Toribio Montes, un viejo y experimentado militar  
español llegado a Guayaquil un mes antes para comandar las tropas  
realistas y sofocar a los rebeldes. Empero, las fuerzas de Montes  
avanzaron hasta Mocha donde las tropas de la Junta fueron derrota-  
das el 3 de septiembre. Luego de ello el ejército español avanzó hacia  
el norte, y tras una débil pero valiente resistencia dirigida por Carlos  
Montúfar desde El Panecillo, Montes finalmente entró a Quito y  
38  
tomó posesión de la presidencia de la Audiencia el 8 de noviembre.  
3
6 Fue Contador de las Cajas Reales de la Audiencia de Quito y partícipe de la gesta revolucio-  
naria quiteña de 1809. Estuvo casado con la guayaquileña Manuela Garaycoa y León y fueron  
padres del héroe Abdón Calderón, quien murió joven en la Batalla de Pichincha en 1822.  
Cfr.Jenny Londoño López, Entre la sumisión y la resistencia, Edit. Abya Yala, Quito, 1997, p.  
2
30.  
3
7 Ibídem, pp. 328-332.  
38 Sobre la Batalla del Panecillo. Javier Gomezjurado Zevallos, El Panecillo en la Historia, Quito,  
PPL Impresores, 2016, pp. 84-90; mientras que otros acontecimientos de la época se puede  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Por su parte, los insurgentes debieron huir hacia el norte. Entre ellos  
estaban el Comisionado Regio, el marqués de Villa Orellana, el co-  
ronel Calderón, los tenientes coroneles Ante, Matheu y Nicolás de la  
Peña, y otros tantos civiles, militares y religiosos adeptos a la causa  
libertaria, que estaban convencidos que retomarían la lucha muy  
pronto.  
En el trayecto a Otavalo la fuerza patriota se reorganizó, reu-  
niéndose en Ibarra cerca de 1.200 hombres al mando del coronel Cal-  
derón. Allí renacieron las discrepancias entre los jefes sanchistas y  
montufaristas, las cuales afortunadamente no prosperaron cuando  
se enteraron que las tropas españolas, al mando del coronel Juan de  
39  
Sámano, estaban en Atuntaqui. De manera astuta Sámano propuso  
un acuerdo a los patriotas, pero éstos advirtieron luego su engaño y  
se organizaron para dar combate en la población cercana de San An-  
tonio el 27 de noviembre de 1812. A pesar de haberse hallado próxi-  
mos a la victoria, ciertos errores tácticos provocaron que los patriotas  
se retiren nuevamente a Ibarra, debiendo combatir de manera defi-  
nitiva contra los realistas el 1 de diciembre, a orillas de la laguna de  
Yahuarcocha.  
Aquel día fue derrotado el último reducto insurgente; y los  
patriotas capturados, luego de un juicio sumarísimo, fueron pasados  
por las armas, aunque algunos pudieron escapar hacia Esmeraldas  
con la idea de sumarse a los patriotas del Cauca. Jacinto Sánchez de  
Orellana, presidente del Estado de Quito y marqués de Villa Orellana  
fue encarcelado y enjuiciado. Se ordenó su destierro a España pero  
revisar en: Alfredo Ponce Rivadeneira, Quito: 1809-1812. Según los documentos del Archivo Na-  
cional de Madrid, Imprenta Juan Bravo, Madrid, 1960, 299 pp.  
3
9 Juan de Sámano fue un cruel y violento personaje cuyas acciones se remontan a 1809, cuando  
llegó a Santa Fe con varios soldados pardos de caballería, para ponerse a las órdenes del vi-  
rrey Antonio José Amar y Borbón y reprimir a los rebeldes. Según el historiador José Manuel  
Restrepo, Sámano era un hombre “más que sexagenario, que carecía de decencia en su per-  
sona, cruel, fanático, y que usaba el singular castigo de escupir y de pisar a las personas que  
le incomodaban; fue sin duda una adquisición preciosa para que aumentara el espíritu pú-  
blico y el amor a la Independencia. Sin talentos políticos ni militares, sin atractivo para ga-  
narse los corazones de los pueblos, y por el contrario muy adicto al sistema de terrorismo  
adoptado por Morillo, bien presto acabó de atraerse el odio de la mayor parte de los habi-  
tantes de la Nueva Granada […] Careciendo de energía, dominado por el coronel don Carlos  
Tolrá y por otros, [fue] muy pronto despreciado” Cfr. José Manuel Restrepo, Historia de la  
Revolución de la República de Colombia, Tomo 7, Librería Americana, París, 1827, pp. 156-157.  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
falleció poco después en Quito. El obispo Cuero y Caicedo inicial-  
mente fue desterrado a España pero murió sumido en la pobreza en  
Lima, luego de ser confiscados sus bienes. El marqués de Selva Ale-  
gre perdió gran cantidad de sus propiedades y fue desterrado a Es-  
paña, falleciendo en un lazareto en 1819. Francisco Calderón junto a  
otros oficiales fueron fusilados el 3 de diciembre de 1812, dos días  
después del combate de Yahuarcocha. Feliciano Checa fue confinado  
en Latacunga; Antonio Ante estuvo preso en Ambato y Guayaquil,  
y más tarde desterrado a Ceuta; y Nicolás de la Peña, junto su esposa  
Rosa Zárate, huyó a Tumaco, donde luego fueron aprehendidos y  
40  
fusilados. La Revolución Quiteña de 1809-1812 había terminado.  
Por su parte, Carlos Montúfar logró refugiarse herido en una  
propiedad en Cayambe, aunque luego pasó a su hacienda de Chillo.  
Sin embargo, fue capturado y conducido engrillado a Quito. Fue re-  
mitido a España, pero logró huir mientras se hallaba preso en Pa-  
namá. Luego continuó hacia Popayán y Bogotá, logrando unirse a  
las fuerzas libertadoras que maniobraban a las órdenes del Liberta-  
dor Bolívar, quien le hizo su ayudante general. Enseguida pasó a ór-  
denes del general Serviez y siguió con mil doscientos fusileros a la  
campaña de Pasto, que terminó con la completa derrota de las armas  
patriotas. Allí perdió su caballo y tuvo que seguir a pie, haciendo  
prodigios con la bayoneta. Posteriormente peleó en la Cuchilla del  
Tambo y en la huida de los patriotas le tomó prisionero el oficial  
Francisco Santa Cruz. Llevado a Buga fue fusilado por la espalda,  
41  
como a traidor, el 31 de julio de 1816, por orden de Sámano.  
Las luchas patriotas en la región sur-neogranadina y nor-quiteña  
Luego de ordenar el fusilamiento de varios oficiales patriotas  
en Ibarra, Sámano pasó a Tulcán y, a fines de 1812, entró a Pasto,  
donde presenció el fusilamiento del norteamericano Alejandro Ma-  
caulay y del caleño Joaquín Cayzedo Cuero, en enero de 1813, luego  
de que estos patriotas pusieran en apuros a las tropas realistas neo-  
40 Sánchez y Bravo, op. cit., pp. 346-356.  
41 Rodolfo Pérez Pimentel, Diccionario Biográfico del Ecuador, Tomo 3, Universidad de Guayaquil,  
Guayaquil, 1987, pp. 294-295.  
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146  
Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
granadinas, en particular con las escaramuzas militares dirigidas por  
Macaulay en la región.42  
En Pasto, luego de reorganizar sus tropas traídas desde  
Quito y de aprovisionarse, Sámano, decidió emprender una ambi-  
ciosa campaña con el objeto de reconquistar la Nueva Granada, a  
43  
través de una ofensiva militar que iría desde el Sur, a la cual se su-  
maron varios voluntarios que permitieron que la plaza del ejército  
ascienda a mil doscientos hombres, número que aumentó luego  
cuando muchos vecinos de la región del Patía también se adhirie-  
44  
ron. Sámano avanzó hacia Popayán, mientras que los patriotas pa-  
yaneses, al ver que no llegaban los refuerzos que Antonio Nariño  
enviaba desde Cundinamarca, decidieron abandonar esa ciudad  
4
5
poco antes de que fuera ocupada por los realistas, lo que al final  
ocurrió el 1 de julio de 1813. Días después, el día 18, Sámano tomó  
Cali y nombró nuevas autoridades de la ciudad; y una semana más  
tarde, el 26 de julio, el cruel coronel intimó a Cundinamarca para que  
de nuevo reconociera a Fernando VII.  
El 5 de agosto ocupó Cartago, fusilando a más de 150 patrio-  
tas y exigiendo nuevamente juramento de fidelidad al Rey; y al día  
siguiente se libró el Combate de las Cañas, donde el viejo brigadier  
venció al coronel francés Manuel Roergas Serviez. Los patriotas fue-  
46  
ron derrotados y debieron retirarse a Ibagué. Un mes más tarde, en  
septiembre de 1813 y desde Cali, Sámano propuso a Antonio Nariño  
un plan de paz –que incluía un juramento de obediencia al Rey-; pero  
Nariño decidió continuar con la “Campaña del Sur”, la cual se con-  
virtió en el primer eje de batalla contra los realistas. En efecto, Nariño  
salió desde Santa Fe el 24 de septiembre, tomando la vía de Neiva y  
avanzando hacia La Plata, lugar a donde llegó a fines de octubre al  
4
4
4
4
4
2 José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Vol. 8, Fundación Editorial  
Epígrafe, Bogotá, 2006, p. 972.  
3 Cfr. Arnovy Fajardo Barragán, “Don Juan de Sámano: Las vicisitudes de un militar monár-  
quico”, en Revista Credencial Historia, N° 249, Bogotá, 2010.  
4 Pedro Fermín Cevallos, Resumen de la Historia del Ecuador, desde su origen hasta 1845, Tomo III,  
Imprenta del Estado, Lima, 1870, p. 173.  
5 Soledad Acosta de Samper, Biografía del general Antonio Nariño, Imp. del Departamento de  
Nariño, Pasto, 1910, p. 122.  
6 Francisco Zuluaga Ramírez, Cartago: la ciudad de los confines del Valle, Universidad del Valle,  
Cali, 2007, p. 95.  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
mando de mil doscientos hombres de infantería y algo más de dos-  
cientos de caballería, estos últimos dirigidos por el hijo de Nariño,  
que también se llamaba Antonio.47  
El 25 de noviembre un enviado de Nariño llega a las afueras  
de Popayán. Allí es retenido por un destacamento realista, quien le  
entrega una comunicación escrita por Sámano –recientemente ascen-  
dido a Brigadier General-, carta que decía:  
Señor Presidente de Cundinamarca don Antonio Nariño:  
Se le ha propuesto á Vuestra Señoría la paz ó la guerra. Ha practicado  
Vuestra Señoría lo mismo bajo contrarias condiciones. Escojo, pues dar  
á Vuestra Señoría la guerra.  
Dios guarde á Vuestra Señoría muchos años.  
Juan Sámano.48  
Planteada así la situación, el 30 de diciembre de 1813 el ejér-  
cito de Nariño, al mando del coronel José María Cabal, libró la batalla  
de Alto Palacé, cerca de Popayán, en la cual Sámano fue derrotado,  
debiendo retirarse precipitadamente a Popayán, donde le puso fuego  
al parque que estaba en un cuartel de la plaza –cuya detonación des-  
4
9
truyó varios edificios y mató a quince personas-en Calibío; para  
luego huir al pueblo de El Tambo, a esperar los recursos que había  
pedido a Pasto y Patía. Al día siguiente el ejército republicano entró  
a Popayán.5  
0
Los refuerzos realistas llegaron al mando del coronel Ignacio  
Asín, a quien Nariño, por medio del joven capitán de granaderos  
Francisco de Urdaneta, le exigió que se rindiese. Sin embargo, Asín  
le espetó: “Vaya usted dígale a Nariño que llevo ganadas catorce acciones  
de guerra, y que con esta serán quince, y que pronto estará en mi poder. Y  
51  
si a usted lo dejo volver, es para tener el gusto de cogerlo luego”. Las car-  
tas de la batalla nuevamente estaban echadas. El 15 de enero de 1814  
47 Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, Historia de Colombia, Tomo II, Librería Colombiana,  
Bogotá, 1920, p. 314.  
8 Acosta de Samper, op. cit. p. 123.  
4
4
9 José María Espinosa, Memorias de un abanderado. Recuerdos de la Patria Boba (1810-1819), Bi-  
blioteca Popular de Cultura Colombiana, Imp. Nacional, Bogotá, 1942, p. 33.  
0 Henao y Arrubla, op. cit., p. 314.  
5
5
1 Espinosa, op. cit., p. 35.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
y desde las seis de la mañana, las tropas nariñenses se enfrentaron  
en Calibío a los realistas, a quienes derrotaron luego de un cruento  
ataque de tres horas. El resultado del combate fue de cuatrocientos  
hombres entre muertos y heridos, y trescientos prisioneros. El coro-  
nel Asín murió en la batalla, a quien a poco le fue cortada la cabeza  
por el coronel José Ignacio Rodríguez, alias ‘el Mosca’, quien recibió  
5
2
una severa reprimenda por parte de Nariño. Este Ignacio Rodrí-  
guez habría de jugar un triste y desleal papel, cuando meses más  
tarde, y fruto del resentimiento, habría de traicionar y abandonar a  
Nariño en el combate de Tacines, con lo cual contribuyó a la ruina  
de la campaña del Precursor.  
Mientras tanto, Cabal persiguió a lo poco que quedó del ejér-  
cito de Sámano, debiendo éste refugiarse en Pasto en enero de 1814,  
luego del terrible susto por el pavoroso desastre, llegando luego, […  
]
igualmente, desechos y en confusa desbandada, sus pobres soldados y ofi-  
ciales, los cuales furiosos con su indolente jefe lo acusaron ante las autori-  
dades, contando a voz en cuello las circunstancias del desastre y la  
responsabilidad que cabía a Sámano en la pérdida de las vidas y de las armas  
del rey.5  
3
La indignación fue tan grande entre los habitantes de Pasto,  
que sólo su condición de autoridad militar le salvó de ser linchado;  
sin embargo, el Cabildo le puso una enérgica nota, en la cual de ma-  
nera justa y airada le exigió cuentas de lo actuado, y que en su parte  
medular menciona:  
Por conducto particular ha recibido este cabildo, noticia del desastre  
ocurrido con las armas del rey en el campo de Calibío. No es la indo-  
lencia, ni la cobardía la que llevó al desastre a los hijos de este lugar a  
medir sus armas para defender la justicia de la causa y la santidad de  
nuestro juramento; la obligación que adquirimos de acompañarlo ha  
sido defraudada por la cobardía de los jefes que guiaban nuestras tro-  
pas; […] Ilustre señor: esta corporación que os encargó el mando de  
sus tropas por orden superior, hoy os toma cuenta de vuestra presencia  
en este lugar donde habéis llegado solo y dejando abandonados a los  
que os confiaron para defender los derechos de nuestras familias y del  
52 Ibídem, p. 36.  
53 Sergio Elías Ortiz, Agustín Agualongo y su Tiempo, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1974, p.  
307.  
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149  
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desgraciado país en que vivimos, de modo que para nosotros nos será  
grato escuchar de vuestros labios la verdad de los hechos ocurridos en  
la desgraciada acción de Calibío […].54  
Hasta Pasto marcharía Nariño, luego de permanecer cerca de  
dos meses en Popayán proveyéndose de recursos y de caballerías  
55  
para poder movilizar sus fuerzas. Así, el 22 de marzo de 1814 Nariño  
partió para Pasto, con algo menos de dos mil hombres de infantería  
y caballería, debiendo soportar en el trayecto diversos embates de la  
naturaleza como terribles lluvias y crecientes de los ríos. Luego de  
varios días de penosísimas marchas, las tropas de Nariño llegaron a  
56  
las orillas del río Juanambú, donde el 28 de abril de 1814 vencieron  
a las fuerzas realistas, comandadas por Melchor de Aymerich –en  
remplazo de Sámano– quien terminará huyendo a Yacuanquer. Poco  
después vendrán los combates del Cerro de Cebollas, Tacines y la  
batalla de los ejidos de Pasto; sin embargo, a la final, los patriotas  
fueron derrotados y toda la ‘campaña del Sur’ fue desarticulada y  
arruinada. Nariño fue tomado preso, y el resto de la historia es muy  
conocida.  
Por su parte, Sámano sufrirá en la zona sur de la provincia de  
los Pastos una serie de embates por parte de algunos insurrectos y  
guerrilleros populares, que más tarde habrán de ser perseguidos,  
juzgados y condenados.  
Guerrilleros patriotas en la provincia quiteña de los Pastos  
Luego de las derrotas de Alto Palacé y Calibío, Sámano perdió  
los favores del Cabildo de Pasto, a tal punto que el 27 de enero de  
1
814 sus ediles decidieron escribir una carta al presidente Toribio  
57  
Montes, acusando al brigadier de cobarde y ladrón, misiva que ade-  
más manifestaba que:  
5
4 Ricardo de la Espriella, “Una página histórica sobre Sámano”, en Boletín de Estudios Históricos,  
Vol. III, Pasto, 1929, p. 154, citado por Sergio Elías Ortiz, op. cit., p. 307.  
5 Henao y Arrubla, op. cit., p. 315.  
5
5
5
6 Acosta de Samper, op. cit., p. 127.  
7 Rodrigo Llano Isaza, “Hechos y gentes de la primera república colombiana (1810-1816)”, en  
Boletín de Historia y Antigüedades, N° 789, Bogotá, 1995, pp. 501-523.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
…se le tome cuenta de los grandes tesoros que recogió tanto en la ciudad  
de Popayán como en ésta [ciudad], …[que] su excelencia [Toribio Mon-  
tes] llame cuanto antes a don Juan Sámano para que responda acerca de  
las vidas y del honor del ejército que abandonó en dicho Calibío […] de-  
jando a la tropa a merced del enemigo; […] todo esto ha provenido de  
que al brigadier no se le estimaba en las provincias de Popayán por los  
abusos y atropellamientos que ha ejercido en esos lugares […] dejando  
una espantosa memoria por el exceso de los desenfrenos de sus soldados  
y por su propia inhumanidad…58  
En los primeros días de abril, Sámano fue destituido de su  
cargo de jefe de las tropas realistas, siendo reemplazado por Melchor  
de Aymerich. Luego de ello, y a su partida hacia Quito, Sámano fue  
atacado por una guerrilla republicana. De ello nos lo cuenta José Ma-  
nuel Restrepo:  
El brigadier Sámano, después que perdió aquella acción se retiró a Pasto  
en donde el presidente de Quito, Montes, trató de que se reorganizara el  
ejército para defender su territorio de las fuerzas de Nariño. Sámano que  
siempre tenía un carácter áspero, comenzó con etiquetas en la ciudad,  
pues en todos los que le rodeaban no veía sino insurgentes, a lo que aña-  
día que adelantaba muy poco en el orden y disciplina de las tropas. Mon-  
tes le separó del mando y envió a sucederle el mariscal de campo Don  
Melchor Aymerich, antiguo militar español. Este llegó a Pasto en los pri-  
meros días de abril, partiendo Sámano para Quito. En el camino fue  
hecho prisionero por una partida de guerrilla que a favor de los patriotas  
se habían levantado en la provincia de los Pastos al mando de don Juan  
Recalde; quien le tuvo consigo en los bosques más de tres meses hasta  
59  
que le dio la libertad un destacamento de las tropas reales.  
Pedro Fermín Cevallos, en su Historia del Ecuador nos relata,  
sin embargo, que el presidente Montes ordenó a Sámano partir por  
Barbacoas con destino a Panamá, y que en ese camino fue intercep-  
tado por la guerrilla dirigida por Juan Recalde, y apresado. Recalde  
lo llevó “de páramo en páramo y de bosque en bosque” por los ca-  
60  
minos que el insurgente tomaba, aunque se asegura que el sexage-  
58 De la Espriella, op. cit., p. 155.  
5
9 José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, Tomo IV, Librería  
Americana, Imprenta de David, París, 1827, pp. 168-170.  
0 Cevallos, op. cit. (1870), p. 138.  
6
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nario brigadier estuvo preso en un paraje oculto del páramo de Chi-  
les, en medio del frío aterrador y donde la niebla cubre aquellas so-  
litarias regiones, recibiendo cual pobre labriego como ración diaria,  
61  
una porción de hojas de achupalla. Recalde en efecto lo retuvo por  
treses, hasta que una partida realista liberó a Sámano, quien enva-  
lentonado por la minúscula victoria, en vez de seguir a Panamá de-  
cidió partir a Quito a entenderse con el presidente Toribio Montes,  
quien a la final lo perdonó.  
La guerrilla que secuestró a Sámano estuvo compuesta por  
varios rebeldes, que de manera indirecta representaban a los diver-  
sos pueblos de la zona. Así por ejemplo, encontramos a Silvestre So-  
berón, del pueblo de Tusa; Miguel Mier de El Ángel; Juan Recalde  
62  
(
el jefe), de Mira; Elías Bolaños de El Puntal –y quien había plegado  
a la causa libertaria desde varios años atrás–; Francisco Burbano, Ra-  
fael Arzola y Juan de Arteaga, de Túquerres; Manuel Yela, vecino del  
63  
mismo lugar; José Pérez, de Guachucal; y otros, que se vieron en-  
vueltos en una serie de acciones populares en contra de los realistas  
e interrumpieron las comunicaciones entre Pasto y Quito, con el ob-  
jeto de favorecer las acciones de Nariño.64  
Uno de los hechos más sonados ocurrió cuando el capitán  
65  
español Pedro Galup –uno de los sanguinarios soldados que inter-  
66  
vino en la masacre de Quito del 2 de agosto de 1810– debía pasar  
por el sitio conocido como El Pucará, para entregar vituallas a los  
67  
soldados realistas con el objeto de sostener la defensa de Pasto. Pero  
en un punto cercano conocido como Chalguar (hoy llamado García  
61 De la Espriella, op. cit., p. 157.  
62 Luis Antonio Ibarra Revelo, Cantón Espejo, Carchi. Pueblo, Historia y Cultura, Dimedios, Quito,  
2005, p. 87.  
6
3 Archivo Nacional del Ecuador / Quito (ANE/Q), Serie Criminales, Cajas 224, 226 y 235 (El  
detalle de los expedientes se citará en cada caso específico, más adelante).  
4 Morales, op. cit., p. 34.  
6
6
5 Nacido en Lima por 1789 e hijo del capitán genovés Nicolás Galup y Padoy, y de Narcisa Se-  
rrano Bustamante (Cfr. Fernando Jurado, ¿De dónde venimos los quiteños? La migración inter-  
nacional a Quito entre 1534 y 1934, Tomo II, Quito, Colec. SAG Vol. 52, s/e, 1990, pp. 537-538).  
6 El historiador y diplomático aragonés Mariano Torrente, en su obra, pretende justificar las  
crueles acciones de Galup, en razón de haber sido asesinado su padre en la conmoción de  
ese mismo 2 de agosto de 1810 (Mariano Torrente, Historia de la revolución Hispano-americana,  
Tomo II, Madrid, Imprenta de Moreno, 1830, p. 58).  
6
67 Torrente, op. cit., pp. 58-59.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Moreno), Sámano y otros soldados fueron tomados prisioneros.68  
Este hecho provocaría que más tarde se instauren varios juicios cri-  
minales en contra de algunos patriotas; mientras otros, por orden de  
Galup, serían fusilados en la plaza de El Puntal el 14 de abril de  
814.6  
9
1
Una descripción más detallada de los hechos nos la refiere  
el historiador Alejandro R. Mera, en estos términos:  
Corría el año de 1814, el General Nariño Presidente de Cundinamarca  
se acercaba con sus huestes a las inmediaciones de Juanambú, para so-  
juzgar a Pasto; y entonces don José Ochoa, Elías Bolaños, los Mieres y  
Ramón Paredes, levantaron los pueblos de Guaca, Tusa, El Ángel y Mira  
y formaron una partida disponiendo de algunos fusiles, escopetas y lan-  
zas; y la condujeron a la provincia de los Pastos, a fin de constituir una  
fuerza de 200 hombres; que al mando de Juan Recalde debía auxiliar al  
general granadino interrumpiendo la comunicación entre Quito y Pasto,  
y si les era posible pasarse al campamento de la División santafereña.  
Recalde, Silvestre Soberón y Gaspar Palacios tuvieron noticias de que  
el capitán Pedro Galup llevaba desde Quito dinero y elementos de gue-  
rra para la defensa [de Pasto]. Mas, cuando los revolucionarios iban a  
ello, se encontraron en el punto de Chinguad [ó Chalguar] con el Bri-  
gadier Don Juan de Sámano quien después del fracaso de Calibío, venía  
destituido de autoridad para encaminarse por Barbacoas a Panamá, y  
de allí a España a dar cuenta del desastre al Consejo de Regencia. Los  
jóvenes de la partida le intimaron que se dé preso, y como resistiera a  
su mandato, le pusieron las armas al pecho y lo llevaron a un paraje  
oculto en el páramo de Chiles; luego le condujeron a otro sitio cerca de  
Tusa, donde bien custodiado estuvo con su esclavo Juan de Dios.  
Al saber el Cabildo de Pasto la captura del Brigadier, dio parte con ce-  
leridad a Galup de lo acontecido, para que suspenda su marcha y  
pueda recibir refuerzos de Ibarra y de Quito. Estos jóvenes atrevidos,  
decía el oficio a Galup, después de haber hecho la prisión del señor Sá-  
mano han conmovido a las gentes refractarias sin considerar la resolu-  
ción con que aquí nos hallamos de acabar con los delincuentes. Galup  
recibió el oficio a las siete de la noche el 12 de abril y esperó aumentar  
su fuerza en la empalizada de Huaca.  
68 Ibarra, op. cit., p. 87.  
6
9 Efrén Avilés Pino, Diccionario del Ecuador, Histórico, Geográfico y Biográfico, Tomo IV, Filan-  
banco, Guayaquil, 1994, p. 853.  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
El General Montes con la prontitud del caso envió cincuenta dragones  
y otro igual número de soldados a cargo de los capitanes Juan Benítez  
y Juan Rosi, con órdenes terminantes para pasar por las armas a los ca-  
becillas y a todos los que se encontrasen con ellos, registrando las casas  
y haciendas, y persiguiendo a Soberón y a Recalde.  
El 14 de abril, a las tres de la tarde, dice Galup en su parte oficial, en  
las inmediaciones del pueblo de El Puntal, fue atacado por más de dos-  
cientos hombres de infantería y caballería al mando de los rebeldes de  
Tusa, Tulcán, Puntal y demás pueblos de tránsito por los caudillos de  
la insurrección; y “hemos triunfado haciendo prisioneros a los que en la lista  
incluyo van nominados. Quedaron en el campo seis cadáveres…”.  
He aquí la lista de patriotas carchenses que fueron fusilados: Alejandro  
Ruano, Antonio Baca, Cecilio Arciniega, Esteban Baca, Leandro Cam-  
70  
piño, José María Pava, Antonio Rueda y Ramón Montenegro.  
Otro patriota rebelde que intervino en aquellos tumultos de  
la época fue Francisco Burbano, alias el Lobo, quien fue apresado en  
Túquerres en junio de 1815 por el cabo de Dragones Clemente Mon-  
tero. Burbano, un tuquerreño de 27 años, había fugado de la cárcel  
de Ipiales dos meses antes, lugar en donde se hallaba a cargo de Juan  
Benítez, comandante de las tropas reales acantonadas en ese lugar.  
Fue trasladado nuevamente a Ipiales, donde el 7 de junio de ese año  
se le instauró un juicio criminal por haber tomado parte en la rebe-  
lión contra los realistas, así como por seducir a la gente de la zona y  
71  
por pifiar a los soldados del rey.  
Benítez dirigió una carta al administrador de correos de Tú-  
querres, don José Mariano Garzón, informándole que a Burbano lo  
mantenía preso con grilletes. Por su parte, Garzón, aseveró que el  
detenido había sido uno de los principales motores de la rebelión de  
1
814 en contra de los soldados realistas y de Sámano, y que intentó  
incluso apresar al mismo Garzón. Asimismo, Burbano habría rete-  
nido la valija de correo en Tulcán a principios de año, intentando  
hacer lo mismo en Túquerres; además de haber participado en el ata-  
70 Alejandro R. Mera Yépez, Leyendas Históricas del Carchi, Tulcán, Casa de la Cultura Ecuato-  
riana Núcleo del Carchi, 1979, cit. por Morales, op. cit., pp. 34-35.  
71 ANE/Q, Serie Criminales, Caja 224, Exp. 22, Ipiales, 7 de junio de 1815.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
que al sitio del Pucará y secuestrar los pertrechos que Galup condu-  
cía a Pasto, en abril de 1814. En este sentido, Burbano fue visto como  
un bandido “que no cedía en su obstinación de perturbar la quietud  
y tranquilidad pública de Ipiales”.  
Respecto al correo, este había llegado a Túquerres desde Tul-  
cán el 29 de enero de 1814. Una parte debía ser conducida por José  
Delgado hacia Quito, y otra parte a Barbacoas por José de la Cruz.  
Esa noche, nuestro revolucionario se presentó en la plaza pública  
junto a otros conjurados; sin embargo, cerca de las once, Garzón  
atinó a cruzar por la plaza –luego de visitar a su madre, según su  
propia declaración– descubriendo las intenciones de Burbano, quien  
no perdió tiempo en insultar a Garzón. Avisados los transportadores  
del correo de los posibles propósitos de secuestrar la valija, tomaron  
las precauciones del caso; no pudiendo Burbano y sus amigos hacer  
algo, a pesar de quedarse en la plaza hasta cerca de las cuatro de la  
madrugada del siguiente día. Sin embargo, y como medida de pre-  
vención, el administrador de correos regresó con siete soldados, los  
cuales fueron pifiados por Burbano.  
Del proceso en contra de Francisco Burbano se observa la in-  
tención de remitirlo a Quito, más aún cuando se intenta evidenciar  
su peligrosidad, puesto que había sido uno de los hombres de Sil-  
vestre Soberón. Acostumbraba a andar armado y era hermano de  
Mariano Burbano, otro de los implicados en el ataque a Sámano,  
pero que con suerte había escapado de sus captores. En el proceso  
se observa un fuerte interrogatorio, cuyas declaraciones fueron re-  
cogidas por un nuevo escribano, don José Joaquín de Atiaga, nom-  
brado en remplazo del anterior que resultó ser primo del reo.  
En su declaración, Burbano afirmó que en efecto estuvo en  
la detención de Sámano, pero que ello ocurrió porque fue ‘seducido’  
por Silvestre Soberón quien llegó a Túquerres con la comisión de An-  
tonio Nariño de ejecutar la sorpresa del Pucará. Preguntado sobre  
cuáles habían sido sus compañeros en el golpe, Burbano señaló a Juan  
Recalde y a Soberón, así como a Gaspar Palacio, Miguel de la Villota,  
Juan Alonso Vallejos, Nicolás Narváez el menor, Nicolás Narváez el  
mayor, un caleño cuyo nombre no conocía, un individuo de apellido  
Luna, Manuel Yela, Leonardo Arciniega, Manuel Caicedo, Santiago  
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155  
Javier Gomezjurado Zevallos  
Mora y Antonio Torres, desconociendo el paradero de todos ellos.  
Por otra parte manifestó que no estuvo en la toma de la valija de Tul-  
cán, y que era cierto que tomó un fusil de la Administración de esa  
ciudad, pero que se lo entregó a Gaspar Palacio. Asimismo, por su-  
gerencia de Soberón, siguió hacia el asalto del Pucará, pero que no  
llegó allá por haberse quedado almorzando en El Puntal, en casa de  
su hermana María.  
Luego de los acontecimientos del Pucará, Burbano se mantuvo  
un tiempo en los montes e inmediaciones de Túquerres, pero cuando  
su hermano Mariano fue apresado, se trasladó a los pueblos de Sa-  
linas y Tumbabiro, manteniéndose oculto cerca de cinco meses.  
Luego fue a Tulcán, donde permaneció dos meses y medio en casa  
de una hija de Raymundo Argoti, así como en casa de un sujeto ape-  
llidado Revelo. De allí fue a Túquerres nuevamente, donde fue apre-  
sado por el cabo Montero en la casa de Bartola Guevara, y luego  
trasladado a Ipiales.  
Asimismo Burbano negó que haya tenido alguna intención de  
asaltar el correo en Túquerres, que nunca pifió a los soldados y que  
jamás tuvo un arma. Por otro lado, manifestó que las conversaciones  
con su hermano Mariano habían sido sólo para comunicar sus pade-  
72  
cimientos. Es decir, que en conclusión no ha cometido ningún delito.  
Burbano, a pesar de todo, siguió preso en Ipiales; mientras que  
los expedientes de su juicio fueron remitidos a la Presidencia de  
Quito. Sin embargo, días después, nuestro rebelde fue trasladado a  
la cárcel de Ibarra, a donde fue conducido con grillos y enfermo de  
gonorrea, según él mismo lo expresara. Allí fue auxiliado por el te-  
niente coronel de pardos, Francisco Vega, quien lo trasladó a Quito,  
junto al expediente y una carta para el presidente Toribio Montes,  
llegando a la capital el 2 de agosto de 1815. A pesar de las súplicas  
en nombre de la Virgen de las Mercedes para que lo dejen libre, la  
Audiencia lo denegó.  
Para octubre de 1819, Burbano todavía se hallaba preso en la  
cárcel Real de Quito, preparando con cautela y astucia su fuga, la  
que se concretó el día 24 de ese mes. Al parecer, logró escaparse  
cuando los soldados destinados a Pasto, entraban y salían de la cárcel  
72 Ibídem, Serie Criminales, Caja 224, Exp. 22, Ipiales, 7 de junio de 1815.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
comprando alpargatas que los presos vendían en su interior, y en  
momentos en que se hallaban tres mujeres visitando al Dr. José Co-  
73  
rrea, cura de San Roque; es decir por la puerta de la cárcel, pues no  
se halló ningún ‘horámen’ en las paredes.  
Según las declaraciones de don José Pazmiño, Alcalde de la  
cárcel pública, Francisco Burbano era un “reo de la mayor grave-  
dad”. Físicamente era de “estatura regular, picado de viruelas,  
blanco, ojos pardos, ceja cerrada, nariz puntirroma, frentón, de pelo  
castaño, ancho de espaldas y velludo de las manos”. Era muy cono-  
cido desde Ibarra hasta Pasto, y tenía ‘buena letra’, es decir, sabía  
leer y escribir.  
Declararon don Andrés de Salvador, segundo alcalde de  
Quito, así como una decena de soldados, pero nadie lo vio salir; aun-  
que se habrían percatado de que un sujeto vestido de ruana y con  
sombrero de paja se escabulló disimuladamente. Con certeza ese era  
nuestro personaje.  
El proceso fue a Otavalo e Ibarra, y se paseó por los pueblos  
de Pimampiro, Puntal, Tusa, Tulcán, El Ángel, Mira, Salinas, Cahuas-  
quí, Íntag, Caranqui y San Antonio durante los meses de noviembre  
y diciembre de 1819, hasta que poco antes de la Navidad de ese año  
7
4
regresó a Quito, sin conocerse el paradero de don Francisco Bur-  
bano. Lo más seguro, y con la experiencia ya vivida en su anterior  
recaptura, fue que se mantuvo muy oculto en la zona de Túquerres;  
hasta que acontecieron las batallas de la definitiva independencia,  
en las que muy probablemente intervino este valiente patriota.  
Poco tiempo después de que Burbano fuera apresado, en oc-  
tubre de 1815, se inició una causa criminal en contra de los rebeldes  
Rafael Arzola –alias Arciniega-, José Pérez y José Basantes por haber  
participado junto a Soberón y Recalde en el ataque al brigadier Sá-  
mano en el sitio de Alchil. Sámano, una vez libre, se encargó en per-  
sona de oficiarlos ante Juan Francisco Tufiño, subteniente de la 3ª  
75  
compañía de milicias de Pasto y comandante del destacamento.  
73 Ibídem, Serie Criminales, Caja 235, Exp. 1, Quito, 25 de octubre de 1819.  
74 Ibídem, Serie Criminales, Caja 235, Exp. 1, Quito, 25 de octubre de 1819.  
75 Ibídem, Serie Criminales, Caja 226, Exp. 2, Túquerres, 3 de octubre de 1815.  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
En este proceso aparece nuevamente el administrador de Co-  
rreos José Mariano Garzón, quien declaró que en una primera redada  
militar, Arzola fue apresado a fines de 1814, y puesto a órdenes del  
teniente coronel Miguel María de Atero en la población de Ipiales,  
desde donde lo enviaron a Quito. Al poco tiempo salió libre bajo  
fianza, lo que evidencia que debió contar con apoyo de gente influ-  
yente y con posibilidades económicas para pagar tal fianza.  
Por su parte, el teniente de Túquerres Francisco de Mera, de  
unos 56 años, declara que Rafael Arzola ó Arciniega, fue uno de los  
soldados de la guarnición ‘subversiva’ que atentaron contra Sámano  
en el sitio de Pucará, así como en la toma de la valija del correo de  
Tulcán. Asimismo, Mera afirmó que esta cuadrilla de ‘hombres per-  
didos’ que estuvieron en Túquerres durante la Semana Mayor de  
1
814 estaba integrada por don Silvestre Soberón, don Gaspar Pala-  
cios Manuel Yela, Nicolás Narváez –alias el Chocó–, Marcos Nar-  
váez, Cecilio Arzola, Rafael Arzola ó Arciniega, Justo Urresta, León  
Arciniega, Fernando Arciniega, Antonio Zapata, don Francisco Bur-  
bano, Nazario López, Tomás Arroyo, Nicolás Narváez y Arévalo, y  
don Miguel Villota (es decir individuos de todos los estratos sociales  
de la zona). Más adelante el teniente realista Mera, aportó con otros  
nombres de aquellos rebeldes que apoyaron la causa de independen-  
cia. Así aparecieron Manuel Caycedo y Figueroa, Juan y Mariano Ar-  
76  
teaga, Pedro Arciniega y Tomás Mora Benítez.  
El proceso fue enviado a Tulcán el 8 de octubre de 1815, y al  
día siguiente declaró el imputado Rafael Arzola, quien se hallaba  
preso en el cuartel de esa ciudad. Allí contó que cuando estuvo dete-  
nido en Quito en 1814 fue puesto en libertad por el presidente de la  
Audiencia, gracias a la fianza que ofreció doña María Cabezas, quien  
pagó por la libertad 13 pesos y cuatro reales. Luego refirió que pasó a  
la hacienda La Cocha, de propiedad de la fiadora, donde trabajó du-  
rante cinco meses descontando el dinero prestado. Finalmente decidió  
volver a su ‘patria’ –Túquerres– donde permaneció cerca de un mes  
hasta ser apresado. En todo ese tiempo, Arzola nos cuenta que no se  
relacionó con ninguno de los otros complotados (Pérez y Basantes),  
76 Ibídem, Serie Criminales, Caja 226, Exp. 2, Túquerres, 3 de octubre de 1815.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
viviendo desde que llegó en la tienda del maestro de sastrería Do-  
mingo Delgado. Sin embargo, su mala suerte se hizo evidente cuando  
los soldados lo tomaron preso el momento que se lavaba la cara en la  
quebrada del pueblo. Finalmente, Arzola se declaró inocente de cual-  
quier participación en contra de los realistas, pues la noche del ataque  
contra Sámano había dormido en casa su primo Pedro Mora, en Cha-  
nandro, y que jamás estuvo en ningún alboroto. Era obvio que nuestro  
patriota tenía que mentir para salvar su pellejo.  
El mismo día que declaró Arzola también lo hizo otro de los  
imputados: José Pérez, natural de Guachucal. Él refiere que, estando  
en Túquerres, fue tomado preso por los soldados cuando pasaba por  
la quebrada de Chanandro. Asimismo manifestó no haber partici-  
pado en ninguno de los alborotos y que estuvo trabajando todo ese  
tiempo como labrador en la propiedad de Miguel Realpe.  
Finalmente, el sumario contra estos rebeldes llegó a Quito el  
de noviembre de 1815. Luego de la revisión por parte de la Au-  
1
diencia se decidió dejar libre a José Basantes; mientras que se dispuso  
que José Pérez quedase preso en el cuartel de Tulcán, hasta que fuera  
entregado a sus padres que vivían en Guachucal. Rafael Arzola, por  
disposición del presidente Montes fue enviado a la población de  
Macas, junto a otros prisioneros, donde debió permanecer algunos  
años. El rastro de este insurrecto se nos pierde; quizá murió en su  
destierro o a lo mejor alcanzó su anhelada libertad cuando se obtuvo  
la independencia plena.  
Por ese mismo tiempo, el 20 de octubre de 1815, se inició un  
proceso en contra de Juan Arteaga –alias Fachenda-, un joven tuque-  
rreño de 28 años que ejercía el oficio de sombrerero, y a quien se le  
acusó de haber participado en los hechos contra Sámano. A pesar de  
que el teniente de Túquerres, Francisco de Mera, declaró que Arteaga  
no intervino contra el cruel brigadier español, si lo acusó de haber  
cooperado en las posteriores acciones subversivas dirigidas por So-  
77  
berón y Palacios en la detención del correo de Tulcán.  
Uno de los hechos que complicó el asunto para este rebelde  
fue el haberse robado dos vacas y un novillo de propiedad de doña  
77 Ibídem, Serie Criminales, Caja 226, Exp. 6, Túquerres, 20 de octubre de 1815.  
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Manuela Recalde, habiendo despostado una de ellas en casa de Es-  
tacio Jaramillo al día siguiente. Sin embargo, no faltó un enemigo  
personal de Arteaga, como su paisano Luis Arciniega, quien lo in-  
culpó como partícipe en el ataque a Sámano en el sitio de Alchil y en  
el asalto a las armas del rey en el Pucará. Otro hecho que agravó la  
78  
situación de Arteaga tuvo que ver cuando el Juez pedáneo de Tú-  
querres intentó apresarlo en la plaza pública, a lo que Arteaga opuso  
resistencia amenazando a la autoridad con un cuchillo.  
El proceso criminal contra Arteaga fue a Tulcán días más  
tarde, en cuya cárcel debió permanecer nuestro imputado. Poco des-  
pués, en su declaración, señaló no haber concurrido al asalto contra  
Sámano –tal como había afirmado el teniente Mera–, pues por esa  
época se hallaba en la hacienda de Car. Asimismo afirmó no haber sa-  
cado ningún cuchillo al juez pedáneo, ni haberse robado ninguna vaca;  
al contrario, se había llevado las reses para guardarlas y cuidarlas.  
Parece que nadie creyó a Arteaga, pues fue remitido preso a  
Quito, donde permaneció en el Cuartel Real hasta febrero de 1816,  
cuando se decidió que sea juzgado por la jurisdicción militar, no sin  
79  
antes solicitar que se lo destierre de la región por diez años. Lasti-  
mosamente el proceso judicial concluye aquí, y se desconoce la  
suerte que debió correr en adelante Juan de Arteaga.  
Por otro lado, el 24 de noviembre de 1815 se instauró en  
Quito un proceso criminal contra Manuel Yela, otro de los guerrille-  
ros al mando de Recalde y Soberón.80  
Yela, vecino de Túquerres, fue tomado preso después de su  
intervención en el golpe contra Sámano; y, a mediados de noviembre  
de ese año, se decidió trasladarlo desde Túquerres a la cárcel de  
Quito, donde debía cumplir la pena que le impondrían las autorida-  
des. Hasta la salida del pueblo le acompañaron las tuquerreñas  
María Madroñero, Melchora Arciniega, María Ortega, y la ipialeña  
María Cortés; mientras que doña Bartola Narváez compró una bo-  
tella de aguardiente para que la mujer de Yela, Joaquina Arciniega,  
mitigase la tristeza de ver a su marido partir.  
78 Fue un juez que conocía, sin tribunal, causas menores y leves, las cuales eran resueltas de pie  
(
de allí su nombre) y sin mayor trámite.  
7
8
9 Ibídem, Serie Criminales, Caja 226, Exp. 2, Túquerres, 3 de octubre de 1815  
0 Ibídem, Serie Criminales, Caja 226, Exp. 11, Quito, 24 de noviembre de 1815.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Fuertemente custodiado por cuatro soldados al mando del  
subteniente graduado don Toribio Rodríguez, el reo se alejó de Tú-  
querres, debiendo días más tarde pernoctar en la semi-abandonada  
casa de hacienda de Tinajillas, jurisdicción de El Puntal, de propie-  
dad de don Mariano Mier que vivía en El Ángel. La noche del 20 de  
noviembre, arremetieron contra los soldados algunos de los compa-  
ñeros de insurgencia de Yela –que sigilosamente lo habían seguido–.  
En medio de la confusión y el tumulto armado, Yela mató al teniente  
Rodríguez de varias cuchilladas –según la posterior declaración de  
los soldados-, aunque el rebelde, haciéndose el inocente, llegó a pre-  
guntar: ¿Quién habrá matado a Rodríguez?  
En dicho rescate participaron Nicolás Narváez –alias el Chocó  
y hermana de Bartola, la que había comprado el aguardiente para la  
mujer de Yela-, Marcos Narváez, Juan y Fernando Arzola, Justo Or-  
tega –alias el Cabezón-, Pedro Arzola –alias Escobar-, Tomás Arroyo  
y Tomás Benítez Mora, todos miembros del grupo de Juan Recalde y  
81  
Silvestre Soberón, que a la final permitieron la libertad de Yela.  
Durante el proceso criminal se llamó a declarar a muchos tes-  
tigos, entre ellos a María Dominga Vinueza, una humilde hilandera  
nacida en El Puntal por 1765, vecina de Tinajillas y viuda de Eugenio  
Arciniega. Su nombre aparece en la lista de presos luego de la batalla  
de Funes en octubre de 1809, pues formó parte –cuando ya tenía  
unos 44 años– de las compañías de Tusa y El Puntal que fueron de-  
82  
rrotadas por los ejércitos reales. Sospechándose que era cómplice  
en el asalto a los soldados que conducían a Yela, doña Dominga fue  
detenida a principios de 1816, y el 22 de enero de ese año se encon-  
traba presa en Tulcán.  
Otro de los complotados en la fuga de Yela, el tuquerreño de  
7 años Nicolás Narváez, fue capturado semanas más tarde y remi-  
3
tido desde Pasto a Ibarra por orden de Sámano. El capitán Ramón  
Vélez lo llevó engrillado a Tulcán el 12 de febrero de 1816 y el 5 de  
marzo entró en la cárcel de Ibarra. Curiosamente y a pesar de que  
Narváez se declarase de oficio labrador, sabía leer y escribir, pues así  
lo demuestra su pulcra rúbrica en el proceso.  
8
8
1 Ibídem, Serie Criminales, Caja 226, Quito, 24 de noviembre de 1815.  
2 Morales, op. cit., p. 45.  
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Narváez había sido soldado de las tropas reales al mando del  
gobernador Tacón, aunque luego de ser apresado por las tropas qui-  
teñas en Funes decidió pasarse al bando patriota como sargento de  
las huestes caleñas. Formó parte de las tropas de Macaulay para ata-  
car Pasto, sin embargo cayó preso, aunque luego logró fugar. Cuando  
Narvaéz declaró en la causa contra Yela, aclaró que en el acuchilla-  
miento de Rodríguez también estuvieron Juan Recalde, Silvestre So-  
berón, Gaspar Palacios, Manuel Caycedo, Juan Vallejos, un caleño de  
apellido Santos, el cotacacheño Juan Luna, y él mismo; no obstante,  
también citó equivocadamente a Francisco Burbano que, como vimos,  
para esa fecha se hallaba preso en Quito. Asimismo Narváez nos  
cuenta que Silvestre Soberón habría venido de Pasto a Túquerres, con  
claras órdenes de Nariño para apresar a Sámano y entregarlo al pre-  
cursor. El apresamiento, en efecto, ocurrió en abril de 1814 y Juan Re-  
calde lo mantuvo retenido por tres meses, como ya se ha manifestado.  
En la detención del brigadier español le retuvieron tres mil pesos en  
oro, que Soberón repartió a tres onzas por concurrente en la embos-  
cada, guardando el resto seguramente para la compra de víveres y  
otros suministros.  
Como el rebelde Narváez se hallaba con una fuerte disente-  
ría de sangre, y con muchos fríos en la cárcel del cuartel de Ibarra,  
solicitó al corregidor de Ibarra a mediados de marzo de 1816, que se  
le otorgue fianza carcelaria a cargo de don Manuel Moncayo, la que  
83  
no fue atendida.  
Otro de los conjurados en el escape de Yela fue su cuñado  
Manuel Arciniega, quien fue apresado en Pasto en abril de 1816,  
fecha en que su madre, doña Manuela Vásquez, suplicó que lo deja-  
sen libre, pues al parecer no habría intervenido en el complot según  
lo declaró alguna gente prestante, como don José Fernando Santa  
Cruz –alcalde de la Santa Hermandad- y don José Mariano Garzón  
–administrador de Correos–. Ninguno de los ruegos y declaraciones  
se atendieron, pues Manuel Arciniega, Nicolás Narváez y Dominga  
Vinueza fueron conducidos por diez soldados a Quito el 6 de marzo  
de 1816 y encerrados en el cuartel del Real Hospicio. Semanas más  
83 ANE/Q, Serie Criminales, Caja 226, Exp. 11, Quito, 24 de noviembre de 1815.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
tarde acompañaron a los procesados los también implicados Ramón  
López, Fernando Arzola ó Arciniega, Manuel Arciniega, Nieves  
Romo y Joaquina Arciniega, esta última mujer de Manuel Yela, quien  
continuaba prófugo.  
En diciembre de 1816 se excusaron de defender a los reos, el  
subteniente Vicente Antonio Borja y el teniente Juan García Velarde,  
ambos miembros del Batallón de milicias de Cuenca, alegando que  
se hallan enfermos, aunque lo más probable fue que no quisieron pa-  
trocinar a los cómplices del asesinato de su compañero de armas, de-  
biendo nombrarse otros defensores.  
En febrero de 1817 –y de acuerdo a lo dispuesto en las Reales  
84  
Ordenanzas-, a Nicolás Narváez, Manuel Arciniega, Fernando Ar-  
zola y Dominga Vinueza se les sentenció a la pena de muerte; y a  
Ramón López a ser ahorcado, que a la final es lo mismo. Por su lado  
se dejó libres a Nieves Romo y Joaquina Arciniega, quedando abierto  
el juicio en razón de existir todavía algunos prófugos. Los vocales  
del Consejo Ordinario –entre los cuales se hallaba Melchor de Ay-  
merich– ordenaron que los condenados a muerte sean ahorcados y  
descuartizados en los pueblos donde cometieron el delito.  
Sin embargo, para septiembre de 1817 todos los implicados  
seguían presos. Sus defensores solicitaron ‘por piedad’ cambiar la  
sentencia, lo que fue aceptado días después. El nuevo fallo dispuso  
que Ramón López, Manuel Arciniega, Nicolás Narváez y Fernando  
Arzola sean castigados con doscientos azotes y diez años de presidio;  
mientras que Dominga Vinueza tendría que permanecer igual tiempo  
85  
en la cárcel de Santa Marta en Quito. Los otros imputados, que se  
hallaban prófugos, tendrían que responder cuando se les capture.  
Para mediados de agosto de 1819, doña Dominga Vinueza  
–la heroica guerrillera– seguía presa. Estaba enferma, casi ciega, y li-  
8
4 Ordenanzas de S.M. para el Régimen, Disciplina, Subordinación, y Servicio de su Exércitos, Tomo  
Primero, Madrid, Imprenta de la Secretaría del Despacho Universal de la Guerra, 1768 (edi-  
ción facsimilar 1992). Ver el Título X: “Crímenes militares, y comunes, y penas que a ellos  
corresponden” artículos 55, 64 y 66.  
8
5 La cárcel de Santa Marta estuvo ubicada, hasta finales del siglo XVIII, en la actual calle Ve-  
nezuela y Olmedo, frente al Carmen Bajo; pasándose luego a la parte baja del edificio de las  
Casas Reales, que comprendía la mitad de la manzana del actual Palacio de Gobierno (Ri-  
cardo Descalzi, “El Camarote de Santa Marta”, en Edgar Freire Rubio, comp., Quito, tradi-  
ciones, testimonio y nostalgia, Tomo 2, Municipio de Quito, Quito, 1991, p. 93).  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
siada de las manos por el exceso de hilado que realizaba para poder  
mantenerse. Era casi una mendiga envuelta en trapos y llena de pio-  
jos, que horrorizaban a la naturaleza misma. En esa condición im-  
ploró piedad y clemencia, y suplicó su libertad. Aymerich le dijo  
86  
No”, y así con certeza debió permanecer hasta la definitiva inde-  
pendencia de Quito en 1822.  
Finalmente, Francisco Burbano, Rafael Arzola, José Pérez,  
José Basantes y Juan Arteaga debieron soportar la cárcel –y en oca-  
siones el destierro- por defender sus ideas libertarias; y junto a los  
otros insurgentes que en páginas anteriores hemos mencionado, for-  
maron parte del grupo revolucionario que condujeran los carchenses  
Juan Recalde y Silvestre Soberón. Contra estos dos cabecillas también  
se instauraron causas criminales, como la forjada en junio de 1818,  
no sólo a causa de las acciones ocurridas en 1814 contra Sámano, sino  
poco después, cuando sorprendieron al capitán Pedro Galup, quien  
87  
llevaba artículos de guerra para el ejército realista.  
Este proceso voluminoso, y a cargo de tres amanuenses,  
debió sufrir el robo de dos de sus legajos al momento de ser encua-  
dernados, nunca hallados para fortuna de nuestros patriotas. Este  
grupo de insurrectos, según Pedro Fermín Cevallos:  
[…] montaron una serie de partidas volantes, que sin parar en ningún  
punto, cruzaban los caminos, interceptaban las comunicaciones y man-  
tenían a Pasto como separado de Quito. Por desgracia unas dos colum-  
nas de infantería y caballería, destinadas por Montes en socorro de  
Aymerich, fueron a dar casualmente a Pucará con casi todas esas par-  
tidas [patriotas] reunidas en número de doscientos hombres, y el 1 de  
abril [de 1814] fueron vencidos y desechos por el capitán [Pedro]  
Galup, que hacía de jefes de estas dos columnas. Los insurrectos, a cuya  
cabeza estaba don Silvestre Soberón, compañero de Recalde, perdieron  
seis hombres muertos, once heridos y ocho prisioneros, y con este des-  
graciado encuentro quedaron frustrados los proyectos de los patriotas  
que habrían dado buenos resultados, sin más que impedir la remisión  
y paso de los auxilios de todo género que salían diariamente de Quito  
para Pasto.88  
86 ANE/Q, Serie Criminales, Caja 226, Exp. 11, Quito, 24 de noviembre de 1815.  
87 Ibídem, Serie Popayán, Caja 349, Exp. 9, Pasto, 22 de junio de 1818.  
88 Cevallos, op. cit. (1870), pp. 181-182.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
La guerrilla de Recalde y Soberón contó con el apoyo de los  
dueños de algunas haciendas de la zona, como los Del Hierro, due-  
ños de la hacienda Car; los Grijalva, propietarios de Puermal; y la  
familia Mier, que poseía la hacienda La Rinconada, en cuyas propie-  
89  
dades se reunieron y se refugiaron los insurgentes.  
De los cabecillas y líderes de la guerrilla no existe más infor-  
mación. Posiblemente Silvestre Soberón debió ser apresado y fusi-  
lado poco tiempo después, sin que se mencione su nombre, pues no  
se ha hallado ningún parte de guerra en el cual se aluda su muerte.  
Seguramente Recalde y otros corrieron la misma suerte; aunque mu-  
chos de aquellos heroicos y audaces revolucionarios del sur de la  
provincia quiteña de los Pastos, debieron participar en los posterio-  
res combates y guerras bolivarianas, que condujeron a la total y de-  
finitiva independencia de la antigua Audiencia y región de Quito.  
El papel del clero en la región nor-quiteña  
Muchos sacerdotes manifestaron su adhesión a la causa pa-  
triótica desde los primeros años de la Independencia; tanto así que  
en la reunión de Chillo, celebrada en la Navidad de 1808, intervino  
ardientemente en ella el doctor José Luis Riofrío, cura de Píntag, una  
aldea indígena localidad a 35 kilómetros de Quito, al extremo sur-  
oriental del Valle de los Chillos. En la madrugada del 10 de Agosto  
de 1809 se hallaba en el obraje de Chillo esforzándose por persuadir  
a Juan Pío Montúfar para que accediera ser presidente de la Junta  
Soberana de Quito, puesto que Riofrío sabía que “contar con la aris-  
tocracia, aseguraba la legitimidad y aceptación que debía tener la  
Junta frente a la ciudadanía, y porque el marqués había sido uno de  
los primeros y más fervientes devotos de un proyecto autono-  
90  
mista”. Poco después de instalada la Junta, y en el marco de los pro-  
cesos para asegurar el éxito, se configuraron tres falanges armadas,  
en una de las cuales Riofrío partirá hacia el Norte, a finales de 1809,  
junto a doscientos milicianos para enfrentar a los rebeldes de Popa-  
89 Morales, op. cit., p. 36.  
90 Rex Sosa Freire, “El cura de Píntag, Dr. José Riofrío”, en Anales de la Universidad Metropolitana,  
Vol. 10, N° 2, Caracas, 2010, pp. 169-202.  
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yán, y someterlos al gobierno de Quito. Empero, luego de mante-  
nerse fiel a sus ideas libertarias, fue apresado y asesinado el 2 de  
agosto de 1810.  
Otro sacerdote que intervino en la gesta libertaria fue el pres-  
bítero José Eugenio Correa, párroco de San Roque, quien de manera  
permanente tumultuaba a sus parroquianos y al cual se le acusó de  
haber estado comprometido en la muerte del conde Ruiz de Castilla,  
así como del oidor Felipe Fuertes y Amar y del administrador José  
Vergara y Gaviria, cuando intentaron huir a la región oriental en 1811.  
De igual manera, otro de aquellos curas rebeldes fue el obispo de  
Quito José Cuero y Caicedo, quien fue nombrado vicepresidente de  
la Junta Soberana de Quito luego de los acontecimientos del 10 de  
Agosto de 1809, y presidió la Segunda Junta Soberana en 1811, lo que  
91  
más tarde le costaría la persecución y la confiscación de sus bienes.  
Asimismo, fueron parte de aquellos procesos libertarios, el  
doctor Joaquín Sotomayor y Unda –deán de la Catedral de Quito-,  
el doctor Maximiliano Coronel –arcediano de la Catedral de Quito-,  
y el doctor Tomás Yépez –tesorero del Cabildo de la Catedral-, quie-  
nes juraron obediencia a la Primera Junta Soberana y contribuyeron  
con donativos voluntarios para vestir a la tropa. También el doctor  
Francisco Rodríguez de Soto, canónigo magistral de la Catedral de  
Quito y crítico en contra del bando de los ‘montufaristas’; y los doc-  
tores Joaquín Pérez de Anda y Estanislao Guzmán, canónigos de la  
Catedral; el doctor José Isidro Camacho, medio racionero de la Ca-  
tedral; el doctor Antonio Tejada, excusador de la Catedral; y el pro-  
visor José Manuel Caicedo, sobrino del obispo de Quito José Cuero  
y Caicedo, quienes se adhirieron a la Primera Junta Soberana. A ellos  
hay que sumar a los presbíteros Vicente Acevedo, cura de Izcuandé;  
Buenaventura Aguilera, cura de San Miguel de Molleambato; Igna-  
cio Alvear, cura de Sapuyés; Ramón Alzamora Peñaherrera, cura de  
Íntag; Ramón Aráuz, cura de Guayllabamba; José Bernardo Arias  
Blanco, cura de Micay; Manuel Arias, cura de San Sebastián de La-  
tacunga; Joaquín Arrieta, cura de Cumbal; Nicolás Cabezas, cura de  
Zámbiza; José Antonio Castelo, cura de Sangolquí; José Coronado,  
91 Rodolfo Pérez Pimentel, Diccionario Biográfico del Ecuador, Tomo 15, Universidad de Guaya-  
quil, Guayaquil, 1997, pp. 83-88.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
cura de Papallacta; Miguel Cruz, cura de Uyumbicho; Joaquín Enrí-  
quez, cura de Perucho; José López, cura de Tulcán; Antonio Onta-  
neda, cura de Yacuanquer; Manuel Peñaherrera, cura de Cotacachi;  
Manuel Pérez, cura de Cangahua; Basilio Rivadeneira, cura de Iba-  
rra; Manuel Romo, cura de Cuajara; Fernando Terán; cura de San  
Antonio de Ibarra; Pedro Valverde, cura de Otavalo; Joaquín Veloz,  
cura de Tulcán, Antonio Viscaíno, cura de Mira; fray Ignacio Bos-  
sano, conventual de Ibarra; 92 y muchos más.  
Por su lado, el coadjutor de la Catedral, José Antonio Castelo  
y el doctor Juan Pablo Espejo, fueron arrestados a finales de 1809 por  
su participación en las revueltas de aquel entonces y trasladados al  
Cuartel Real, donde estaban alojadas las tropas de Lima; y en algu-  
nos conventos, de igual forma, permanecieron arrestados los clérigos  
José Salazar, cura de Santo Domingo de los Colorados, Antonio Saá,  
cura de Cotocollao, Antonio Ontaneda, cura de las montañas de Bar-  
bacoas, José Pérez Hurtado, cura de Chillogallo, y Juan Alarcón, cura  
de Quero. Más adelante, y por otro lado, tres curas habrían de ser  
los encargados de redactar el proyecto de la Constitución quiteña en  
1
812: el doctor Calixto Miranda y Suárez –maestrescuela de la Cate-  
dral de Quito-, el doctor Miguel Antonio Rodríguez Mañosca –ca-  
pellán del convento del Carmen Bajo– y el doctor Manuel José  
Guisado –canónigo penitenciario de Quito–. Luego de muchas dis-  
putas entre los bandos ‘sanchista’ y ‘montufarista’, e incluso de agre-  
siones a Miranda, el texto aprobado fue el de Rodríguez, por su  
claridad y adecuada estructura jurídica.93  
Estos curas y muchos más, contribuyeron a encender el sen-  
timiento patrio y a orientar la opinión pública en tiempos iniciales  
de la independencia; ya sea desde el púlpito, las arengas callejeras o  
las reuniones de amigos y feligreses, favoreciendo el movimiento au-  
tonomista e influyendo en la incorporación de la población en las re-  
vueltas y en la resistencia. A la postre, este “clero criollo apoyó el  
desenlace de la rebelión, orientó la lucha ideológica contra los realistas y de-  
finió objetivos políticos, [para lo cual] el púlpito de las iglesias urbanas y  
92 Jorge Moreno Egas, Del Púlpito al Congreso. El clero en la Revolución Quiteña, Instituto Metro-  
politano de Patrimonio, Quito, 2012, pp. 197-224.  
93 Ibídem, pp. 73 y 133.  
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rurales se transformó en la tribuna más idónea y más apropiada para incitar  
9
4
a las feligresías a respaldar la causa independentista”. Empero, dicho  
accionar –sobre todo en los primeros momentos– ocasionó que gran  
parte de estos eclesiásticos sean censurados, perseguidos, desterra-  
dos e incluso asesinados. Esto seguramente debió provocar temor  
en otros clérigos quienes, una vez repuestas las autoridades realistas  
más tarde, expresaron su lealtad al monarca español.  
Así, el doctor Leonardo de Santander Villavicencio, elevado  
a la Silla episcopal de Quito como sucesor de fray Miguel Fernández  
García en octubre de 1819, llegó con la idea de que sus diocesanos  
desistieran de sus planes y propósitos –ya muy adelantados– de li-  
bertad e independencia. Tanto fue así, que apenas llegado a Quito  
dirigió el Decreto y Circular al vicario juez eclesiástico de Ibarra y al  
de Otavalo, el cual decía en su parte sustancial, lo que sigue:  
[…] por la Gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo de esta  
Diócesis de Quito, del Consejo de su Majestad, etc. Mandamos que  
nuestro Vicario de Otavalo, inmediatamente que se reciba este nuestro  
Decreto, congregue a todos los curas de su jurisdicción, a quienes les  
exigirá juramento de fidelidad y lealtad al Rey nuestro Señor Don Fer-  
nando Séptimo […].95  
El 22 de octubre de 1819 recibió dicho Decreto el Dr. Pedro Val-  
verde –vicario de Otavalo–, el mismo que había apoyado los movi-  
mientos independentistas en 1809, quien después de leer el docu-  
mento lo obedeció en forma “acostumbrada” y acto seguido envió  
una Circular a los curas y prelados de su jurisdicción, convocándolos  
para que el día 29 prestasen en la Iglesia Matriz el juramento pres-  
crito por el obispo. Santander obligó al juramento de fidelidad con  
severas penas eclesiásticas, de modo que, unos por convicción y  
otros por temor, prestaron el juramento, y algunos pocos, más bien  
se excusaron de alguna manera, antes que traicionar a su conciencia  
y convicciones. El presbítero Juan de Dios Navas refiere:  
94 Ibídem, p. 192.  
95 Álvaro San Félix, Monografía de Otavalo, Vol. 2, Otavalo, Instituto Otavaleño de Antropología,  
1988, pp. 224-225.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
En San Luis de Otavalo se congregaron en la Iglesia Matriz los curas y  
religiosos de aquella jurisdicción, el día señalado, 29 de octubre de  
1819; y congregados en la iglesia, e indudablemente ante el santísimo  
expuesto, como se hizo en otras partes, fueron desfilando el Dr. Ramón  
de la Peña, cura interino del Jordán; Fr. José de Arze, cura propio de  
San Pablo; el de Cayambe, Dr. José de los Reyes; el del pueblo de Toca-  
chi, Dr. Manuel Paz y Miño; el de la Parroquia de Cangahua, Dr. José  
de Salazar; el Padre Lector Fray Antonio Jaramillo, cura excusador de  
Atuntaqui; el Dr. Antonio Fabara, cura interino de Cotacachi; el cura  
propio de Yaruquí. Licenciado Mariano de Alzamora; el cura interino  
de Tumbabiro, Dr. Juan Espinosa de los Monteros. El Padre Presentado  
Fray Joaquín de la Barrera, cura interino de Tabacundo, se excusó por  
hallarse ausente en Quito con motivo del Capítulo de su Orden. Todos  
los nombrados fueron prestando el juramento prescrito ante el Vicario  
de Otavalo y el Notario Público y de la Santa Cruzada, Don Baltazar  
Rodríguez.96  
Algunos de aquellos sacerdotes, con o sin reticencia, rindie-  
ron este juramento por un plazo limitado: “…hasta el año 1822 sola-  
mente…”, decían. El cura de Urcuquí, fray Manuel de Carvajal, le  
escribió al gobernador del Obispado, Dr. Calixto Miranda, con fecha  
21 de enero de 1823, lo siguiente: “El R.P. Provincial de mi Orden, Pdo.  
Fr. Pedro Bou, se ha servido nombrarme conventual de Pasto, con el objeto  
de cimentar en ese País el sistema de nuestra República, como lo ha decre-  
or  
97  
tado el S . Libertador Presidente”. Es decir, el patriota y cura de Ur-  
cuquí, Manuel de Carvajal, estaba dispuesto a dejar su pueblo y su  
parroquia, con tal de seguir las disposiciones de Bolívar: las de res-  
catar de las manos realistas a la provincia de Pasto, con la prédica y  
la arenga emancipadora desde el púlpito. Sin embargo, largo y difícil  
será el empeño del Libertador, como se verá más adelante. Final-  
mente, y una vez lograda la independencia plena en la región de  
Quito, el obispo Santander optó por retirarse de sus diócesis y retor-  
nar a España.  
96 Juan de Dios Navas, Ibarra y sus Provincias, Colección Carangue, Casa de la Cultura de Imba-  
bura, Otavalo, 2008, pp. 319-320.  
7 Ibídem.  
9
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Las luchas posteriores por la independencia en la región norte de  
Quito  
Luego de la Batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, el  
cabildo quiteño declaró su voluntad de incorporarse, como en efecto  
ocurrió, a la República de Colombia, conocida también como la Gran  
Colombia; pasando asimismo los corregimientos de Ibarra y Otavalo  
que en época colonial formaban parte de la Real Audiencia de  
Quito- a formar parte de este nuevo Estado. Sólo faltaba Pasto. Em-  
pero, pocos días después, Simón Bolívar junto a su Estado Mayor y  
el cuerpo de vanguardia, se ponía en marcha hacia aquella irreduc-  
tible y pro monárquica ciudad para lograr vencerla definitivamente.  
El 8 de junio de 1822, a media tarde y en la Meseta del Calvario –a  
una legua de distancia de Pasto–, el coronel Basilio García –que había  
mantenido los últimos brotes de hostilidad realista– capituló y rindió  
su espada y bastón de mando ante el Libertador. Bolívar le expresó:  
“Señor coronel: esa espada y ese bastón que le ha dado a Usted el rey de la  
nación española para defender su causa, consérvelos Usted porque se ha  
hecho digno de ellos; pero al regreso a España diga Usted al rey de la nación  
española que los descendientes de los conquistadores de Granada han hu-  
98  
millado al León de Castilla”. Acompañado de los jefes rendidos, Bo-  
lívar entró a Pasto a las cuatro de la tarde recibiendo los honores de  
las tropas españolas tendidas en alas. En la esquina de la plaza le  
aguardaba bajo su palio el obispo de Popayán, antiguo gran ene-  
migo, quien lo condujo a la iglesia donde, a continuación, se cantó  
99  
el Te Deum. Ese mismo día el Libertador manifestó a los pastusos:  
Colombianos: Ya toda nuestra hermosa patria es libre. Las victorias de  
Bomboná y Pichincha han completado la obra de vuestro heroísmo.  
Desde las riberas del Orinoco hasta los Andes del Perú, el ejército li-  
bertador, marchando en triunfo, ha cubierto con sus armas protectoras  
toda la extensión de Colombia […] La sangre de vuestros hermanos os  
ha redimido de los horrores de la guerra. Ella os ha abierto la entrada  
100  
al goce de los más sagrados derechos de libertad y de igualdad.  
98 Tomás Cipriano de Mosquera, Memoria sobre la vida del general Simón Bolívar, Bogotá, Imprenta  
Nacional, 1954, p. 412.  
9
9 Fabio Puyo Vasco y Eugenio Gutiérrez Cely, Bolívar. Día a Día, Vol. II, Procultura, Bogotá,  
1983, p. 306.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Para Bolívar, las tierras venezolanas, neogranadinas y quite-  
ñas al fin eran libres. Sin embargo, Pasto no había sido vencida; sólo  
había aceptado una tregua. En adelante continuará siendo un obstá-  
culo para los planes grancolombianos del Libertador. Y en la región  
quiteña, todavía habría de librarse una batalla en tierras ibarreñas.  
En efecto, a los cuatro meses de este acontecimiento, “estalló  
en Pasto la primera rebelión popular antirrepublicana. El 8 de octubre de  
1822, cuando nadie se lo esperaba, una incontenible masa de indígenas mal  
armados y encabezados por dos veteranos del ejército del rey se tomó la ciu-  
dad de Pasto y derrocó al gobierno republicano, restableciendo brevemente  
101  
el gobierno realista”. Esto provocó que el general Antonio José de  
Sucre, con tropas seleccionadas en Quito, Ibarra y Tulcán, acudiese  
para someter a los facciosos. El resultado fue desastroso para los pas-  
tusos, pues a pesar de que los rebeldes recuperaron la ciudad el 22  
de octubre de 1822, dicha maniobra fue reprimida con sangre y fuego  
por las tropas de Sucre. El primer episodio fue la derrota del coronel  
Benito Boves en la Cuchilla de Taindalá, cerca de Pasto, el 24 de no-  
viembre de ese año; y el segundo fue el saqueo de San Juan de Pasto  
en la llamada Navidad Negra, entre el 23 y el 25 de diciembre de 1822,  
1
02  
donde fueron asesinados más de 400 individuos. Los abusos co-  
metidos fueron descritos de esta manera por el teniente coronel José  
María Obando:  
No sé cómo pudo caber en un hombre tan moral, humano e ilustrado  
como el general Sucre, la medida altamente impolítica y sobremanera  
cruel, de entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesi-  
natos y de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada: las puertas de  
los domicilios se abrían con la explosión de los fusiles para matar al  
propietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal  
soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las espo-  
sas; hubo madre que en su despecho saliese a la calle llevando a su hija  
de la mano para entregarla al soldado blanco, antes que otro negro dis-  
1
1
1
00 Jaime Aguilar Paredes, Las Grandes Batallas del Libertador, Casa de la Cultura Ecuatoriana,  
Quito, 1980, p. 98.  
01 Jairo Gutiérrez Ramos, “Los indígenas de la Nueva Granada y la independencia”, en Desde  
Abajo, N° 189, Bogotá, marzo-abril 2013, versión on-line en http://www.desdeabajo.info.  
02 José María Obando, Apuntamientos para la historia, Biblioteca Popular de Cultura Colom-  
biana, Bogotá, 1945, capítulo VI, p. 58.  
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pusiese de su inocencia; los templos llenos de depósitos y de refugia-  
das, fueron también asaltados y saqueados; la decencia se resiste a re-  
ferir por menor tantos actos de inmoralidad ejecutados en un pueblo  
103  
entero que de boca en boca ha trasmitido sus quejas a la posteridad.  
También el militar y político inglés Daniel Florencio O’Leary  
relató estos hechos:  
La esforzada resistencia de los pastusos habría inmortalizado la causa  
más santa o más errónea, si no hubiera sido manchada por los más fe-  
roces hechos de sangrienta barbarie con que jamás se ha caracterizado  
la sociedad más inhumana, y en desdoro dé las armas republicanas,  
fuerza es hacer constar que se ejercieron odiosas represalias allí donde  
una generosa conmiseración por la humanidad habría sido, a no du-  
darlo, más prestigiosa en el ánimo de los rudos adversarios contra quie-  
nes luchaban para atraerlos a adoptar un sistema menos repugnante a  
la civilización. Prisioneros degollados a sangre fría niños recién nacidos  
arrancados del pecho materno, la castidad virginal violada, campos ta-  
lados y habitaciones incendiadas, son horrores que han manchado las  
páginas de la historia militar de las armas colombianas en la primera  
época de la guerra de la independencia; no menos que la de las cam-  
pañas contra los pastusos, pues algunos de los Jefes empleados en la  
pacificación de éstos parecían haberse reservado la inhumana empresa  
104  
de emular al mismo Boves en terribles actos de sangrienta barbarie.  
Los prisioneros fueron a veces atados de dos en dos, espalda con es-  
palda, y arrojados desde las altas cimas que dominan el Guáitara, sobre  
las escarpadas rocas que impiden el libre curso de su torrente, perdién-  
dose sin eco, entre las horribles vivas de los inhumanos sacrificadores  
y el ronco estrépito de las impetuosas aguas, los gritos desesperados  
de las víctimas. Estos atroces asesinatos, en el lenguaje de moda enton-  
ces, fueron llamados matrimonios, como para aumentar la tortura de  
aquellos infelices, tornándoles cruel el de suyo grato recuerdo de los  
lazos que los ligaron a la sociedad en los días de su dicha. Declaracio-  
1
1
03 José María Obando, Apuntamientos para la historia, Biblioteca Popular de Cultura Colom-  
biana, Bogotá, 1945, capítulo VI, p. 58. A Obando se le imputó años más tarde, ser uno de  
los autores intelectuales del asesinato del mariscal Sucre, acaecido el 4 de junio de 1830 en  
Berruecos; hecho en el cual y, al parecer, también estuvo involucrado el general Juan José  
Flores, primer presidente del Ecuador.  
04 No se refiere a don Benito Boves, sino al cruel militar español José Tomás Boves, conocido  
también como el León de los Llanos que desencadenó una feroz ofensiva en contra de los ejér-  
citos independentistas venezolanos.  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
nes de sus mismos verdugos han descorrido el velo que debiera siem-  
pre ocultar estas crueldades inauditas.1  
05  
Después de seis meses y repuestos los pastusos, promovie-  
ron otro alzamiento contrarrevolucionario que colocó en una situa-  
ción difícil al jefe de plaza, Juan José Flores, quien logró sofocar la  
insurrección, a la vez que incentivaba a los realistas. En tal sentido  
se produjeron levantamientos armados en Yacuanquer y Catambuco,  
en medio de una serie de proclamas en contra del gobierno central,  
de Bolívar y de las fuerzas patriotas. Los dirigentes de tal movi-  
miento fueron el coronel mestizo Agustín Agualongo Cisneros y el  
teniente coronel Estanislao Merchancano, frente a los cuales el gene-  
ral Flores fue incapaz de poner orden, debiendo ceder el campo ante  
el empuje realista.106 En efecto, ochocientos pastusos derrotaron a  
Flores, ocuparon la ciudad y reestablecieron el gobierno realista el  
1
2 de junio de 1823. El resultado fue 300 muertos y más de 200 pri-  
107  
sioneros. Flores se refugió en Juanambú.  
Frente a ello, el Libertador Bolívar, que se encontraba en Ba-  
bahoyo preparando los ejércitos para continuar la expedición liberta-  
dora del Perú iniciada por San Martín, decidió viajar inmediatamente  
a Quito el 5 de junio de 1823, pues quería dirigir personalmente el  
contrataque y reconquistar aquellos territorios. Desde Quito envió  
una nota al general Francisco de Paula Santander, donde le exigía:  
Estoy empleando hasta los muertos en defensa de este Departamento  
[…] Si usted no me manda 3.000 colombianos viejos para defender y  
reconquistar el sur de Colombia, la guerra de América se va a prolon-  
gar al infinito contra la misma voluntad de los españoles, porque ha  
de saber Ud. que los pastusos y Canterac son los demonios más demo-  
nios que han salido del infierno. Los pastusos no tienen paz con nadie  
y son peores que los españoles del Perú, son peores que los mismos  
pastusos.1  
08  
1
1
1
1
05 Citado por Rufino Gutiérrez, “De Tumaco a Pasto. Importancia Militar del Sur”, en Carlos  
Martínez Silva (dir.), El Repertorio Colombiano, Vol. XV, Bogotá, enero a mayo de 1897, p. 27.  
06 Rodrigo Villegas Domínguez, Historia de la provincia de Imbabura, Corporación Imbabura /  
Universidad Técnica del Norte / Universidad Andina Simón Bolívar, Ibarra, 2014, p. 160.  
07 Jaime Álvarez, ¿Qué es qué en Pasto?, Biblioteca Nariñense de Bolsillo, Tipografía Javier,  
Pasto, 1983, p. 24.  
08 Villegas, op. cit., pp. 161-163.  
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Por su lado los militares realistas lanzaron un furibundo  
mensaje a los pastusos que en una parte decía:  
Desapareció de nuestra vista el llanto y el dolor si vosotros habéis visto  
y palpado con harto dolor y amargura de vuestro corazón, la desola-  
ción de vuestro pueblo, habréis sufrido el más duro yugo del más ti-  
rano de los intrusos: Bolívar […] Ahora es tiempo, fieles pastusos, que  
uniendo nuestros corazones, llenos de un valor invicto, defendamos  
acordes la religión, el rey, la Patria, pues si no sigue en aumento nuestro  
furor santo en defender los más sagrados derechos, nos veremos por  
segunda vez en manos de los más tiranos enemigos de la Iglesia y de  
la humanidad.1  
09  
El 28 de junio de 1823 el Libertador llegó a Quito, mientras  
el coronel Agualongo preparaba su ejército en Pasto para marchar a  
reconquistar el Sur. Con 1.500 hombres, Agualongo entró victorioso  
en Ibarra el 12 de julio. Por su parte, Bolívar y los generales Barto-  
lomé Salom y José Barreto reunieron sus fuerzas en Guayllabamba  
y marchó el día 15 por la vía de Tabacundo, para luego tomar la ruta  
de El Abra.1 Dos días después, el 17 de julio, el ejército libertador  
cayó sobre los rebeldes y los expulsó de Ibarra. Más de ochocientos  
realistas murieron. Agualongo intentó agrupar nuevamente a los  
suyos en la margen derecha del río Tahuando, pero fue perseguido  
por los patriotas. Nuevamente lo intentó cerca de Aloburo y también  
falló; debiendo finalmente, y junto a doscientos hombres, retornar  
vencido a la región de Pasto.  
10  
El general Salom lo persiguió, pero Agualongo recompuesto  
con nuevos hombres ofreció dura batalla en diversos pueblos. Más  
adelante los generales José Mires y José María Córdova derrotaron  
las últimas partidas realistas en Tacines y en Alto de Cebollas, paci-  
ficando la región; sin embargo, Agualongo:  
[…] volvió a reorganizar los restos del ejército derrotado y, de regreso  
a Pasto, pudo reclutar algunos refuerzos. Con su menguada tropa sitió  
nuevamente la ciudad y, aunque finalmente fue derrotado, su tenaci-  
1
1
09 Ibidem, pp.161-163  
10 Pedro Fermín Cevallos, Resumen de la Historia del Ecuador, Tomo III, Editorial Tungurahua,  
Ambato, 1971, p. 17.  
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en la Sierra norte del actual Ecuador  
dad, su astucia y capacidad militar, llevaron a que el general Santander,  
encargado del gobierno republicano, enviara a Agualongo y Merchan-  
cano una carta conciliadora, ofreciéndoles una paz decorosa. Pero la  
propuesta fue desestimada y la desigual confrontación continuó hasta  
mediados de 1824, cuando Agualongo se vio forzado a intentar la toma  
de Barbacoas, en procura del tesoro allí acopiado para las tropas de Bo-  
lívar, y buscando la salida hacia el puerto de Tumaco, con la esperanza  
de hacer allí contacto con los corsarios realistas, españoles o peruanos.  
El 31 de mayo de 1824 se presentó en el puerto de Barbacoas la primera  
avanzada realista, pero la barcaza en que se trasportaban fue volada  
de un cañonazo. Al día siguiente el grueso de la tropa insurgente in-  
tentó tomar por asalto la ciudad, la cual fue intensamente asediada y  
finalmente incendiada. No obstante, Agualongo y sus hombres fueron  
derrotados, y los pocos sobrevivientes debieron contramarchar hacia  
111  
el Patía. Entre ellos, herido en una pierna, iba Agualongo.  
Finalmente los realistas sobrevivientes se retiraron al Patía y  
se dispersaron. El coronel Agualongo fue capturado el 25 de junio  
de 1824 en la localidad de Castigo, por parte de su antiguo compa-  
ñero de armas José María Obando y llevado a Popayán. Al negarse  
jurar fidelidad a la Constitución colombiana fue juzgado y conde-  
nado a ser fusilado. El 13 de julio de 1824, ante el pelotón de fusila-  
miento exclamó que: “Si tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a  
112  
inmolarlas por la religión católica y por el rey de España”.  
Las últimas escaramuzas realistas en la región quiteña de Pasto  
Con la derrota de las fuerzas de Pasto en la Batalla de Ibarra  
el 17 de julio de 1823 y el fusilamiento del general Agustín Agua-  
longo, se puso fin a lucha independentista, tal como lo señalan la  
mayoría de estudios de historia respecto al capítulo de las Guerras  
de Pasto; aunque en algunos trabajos se menciona el final, a raíz del  
asesinato del líder pastuso Estanislao Merchancano y de otros más.  
No obstante, entre los documentos que reposan en el Archivo Na-  
1
11 Jairo Gutiérrez Ramos, “El fugaz pero fatal encuentro del indio Agualongo con el coronel  
Mosquera”, en Revista Credencial Historia, Edición 211, Bogotá, julio de 2007, pp. 1-2.  
12 Jaime Álvarez, “Agustín Agualongo”, en Manual de Historia de Pasto, Pasto, Academia Na-  
riñense de Historia, Graficolor, 1996, p. 223.  
1
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175  
Javier Gomezjurado Zevallos  
cional del Ecuador, hemos hallado unos pocos testimonios acerca de  
unos últimos movimientos armados –algunos bastante significativos  
en la zona de Pasto- que se produjeron durante la época republicana.  
Así, un documento alerta de manera importante sobre el  
tema; el cual señala que en la Comandancia Militar de Otavalo, ac-  
tual provincia de Imbabura en el Ecuador, el 30 de diciembre de 1823,  
es decir varios meses después de la derrota realista en Ibarra, un  
grupo de oficiales militares indígenas recurrieron por escrito ante el  
Intendente General del Departamento del Sur, por entonces el Gral.  
113  
Bartolomé Salom, para que se les conceda la libertad.  
Los recurrentes fueron el capitán Francisco Suárez, el teniente  
Manuel Cotacachi y el subteniente Manuel Olmos, todos pertenecien-  
tes a la Compañía de Indígenas Lanceros Voluntarios, creada en la  
cabecera de este lugar. Declararon haber sido reclutados con 150 in-  
dígenas de Otavalo para servir como soldados a la Patria, guiados  
por el teniente coronel José Genaro Ayarza y el comandante de cuerpo  
Mariano Guerra. Habrían seguido hasta Túquerres con la tropa de  
infantería, desde donde avanzaron hasta el sitio del Guáitara; y “con-  
cluidas las acciones que hubiesen, se les había prometido que regre-  
sarían”. Al llegar a Túquerres, dejando atrás sus pocos bienes y  
114  
mujeres, fueron reprendidos por el comandante Pallares para que  
siguiesen o volvieran, pues “no servían más que para cuidar cargas”.  
Manifestaron asimismo que el comandante Guerra con un “amor fra-  
ternal” los convenció a seguir, prometiéndoles que una vez levantado  
el puente del Guáitara volverían. En tal sentido, ellos aseveraron:  
[…] le obedecimos hasta ponernos en el Centro del Guáytara a donde  
exponiendo nuestras vidas, pr. q. los enemigos se hallaban atrinche-  
rados en la cima de este punto tan peligroso, despidiendo balas y ha-  
ciendo fuego para que avanzásemos, pasamos por su río caudaloso y  
pusimos el puente, conduciendo los soldados indígenas a sus hombros,  
115  
unos maderos de más de veinte varas de largo y muy gordos.  
113 ANE/Q, Serie Indígenas, Caja 172, Exp. 17, Otavalo, 30 de diciembre de 1823.  
1
14 Se trata del comandante Antonio Martínez Pallares, nacido en Porriño-Galicia en 1796 y fa-  
llecido en Quito en 1864. Pasó un tiempo a Chile hacia 1818 junto a las tropas realistas, aun-  
que luego regresó y militó junto a las fuerzas republicanas.  
115 ANE/Q, Serie Indígenas, Caja 172, Exp. 17, Otavalo, 30 de diciembre de 1823. (Las negrillas  
son nuestras).  
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Las luchas por la independencia  
en la Sierra norte del actual Ecuador  
Esta declaración evidencia que todavía existía cierta resis-  
tencia realista en la región quiteña de Pasto.  
Pasado el puente, aquellos indígenas se dirigieron a la su-  
bida de Yacuanquer, avanzando con los cazadores y granaderos, y  
logrando poner en fuga a las fuerzas de Pasto el 13 de diciembre de  
1
823. El día 14, el comandante Guerra había retornado a Otavalo,  
por órdenes superiores. El subteniente Olmos había manifestado que  
con la salida del comandante Guerra habían desaparecido los solda-  
dos indígenas y que solo quedaban cinco. Por esto se les ordenó a  
éstos, regresar con un herido. Poco después, en la parroquia de Cum-  
bal fueron puestos en prisión, […] a pesar de que siendo los más soldados  
caciques y principales de la recaudación del ramo de única contribución,  
obligados a dar razón de los pagadores y rendir cuentas de los dineros co-  
brados por su mano; debían estar exentos de los oficios militares y no se debe  
116  
tener por delito nuestra separación.  
Finalmente, aquellos indígenas manifestaron que su prisión  
era demasiado gravosa, por lo cual pidieron a Salom se les ponga en  
libertad. Inferimos que obtuvieron su liberación, puesto que, en do-  
cumentos posteriores, ya en la época republicana y hacia 1831, el ca-  
cique Manuel Cotacachi seguía con vida, pues aparece actuando  
judicialmente.117  
Por último, varias guerrillas de campesinos pastusos y pa-  
tianos sobrevivieron por lo menos hasta 1828, cuando apoyaron con  
entusiasmo al ejército que se enfrentó a la ‘dictadura de Bolívar’, al  
116 Ibídem.  
117 Andrés Guerrero, Curagas y tenientes políticos: la ley de la costumbre y la ley del estado. Otavalo  
1830-1875, Quito, Editorial El Conejo, 1990, p. 25. A manera de comentario final de este epi-  
sodio, cabe anotar que la familia de señores étnicos, caciques principales de apellido Cota-  
cachi, fueron conocidos por su actitud ambigua en cuanto a las guerras de la independencia.  
Varios de ellos respaldaron a las fuerzas insurgentes, como lo sabemos por un proceso que  
se inició el 18 de diciembre de 1812, en donde se describe la insurrección de los pobladores  
indígenas de Otavalo y Cotacachi a favor de los revolucionarios de Quito (ANE/Q, Serie  
Indígenas, Caja 161, Exp. 17, Otavalo, 18 de diciembre de 1812). Sin embargo, poco tiempo  
después, el cacique Juan Cotacache, había tenido que huir en 1813 de las tropas del Gral.  
Juan de Sámano y de las del coronel insurgente Francisco Calderón, quien venía desde el  
Sur. En 1814 el presidente Montes repuso en su puesto al cacique Cotacache, quien falleció  
en 1818 siendo nombrado su hijo Tomás como gobernador (ANE/Q, Serie Indígenas, Caja  
1
44, Exp. 23, Quito, 18 de septiembre de 1797), ambos de la misma familia del antes men-  
cionado Manuel Cotacachi.  
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Javier Gomezjurado Zevallos  
mando del antiguo general realista José María Obando.118 Pero para  
aquel año, poco tiempo le quedará a la Gran Colombia y al mismo  
Libertador Bolívar.  
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La Academia Nacional de Historia es una  
institución intelectual científica,  
y
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros a  
historiadores  
entendiéndose por tales  
profesionales,  
quienes  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación histórica y hayan realizado  
aportes al mejor conocimiento de  
nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Gomezjurado Zevallos,  
Javier, “LAS LUCHAS POR LA INDEPENDENCIA EN LA SIERRA  
NORTE DEL ACTUAL ECUADOR”, boletín de la academia nacional  
de historia, vol. XCVI, Nº. 200, julio – diciembre 2018, Academia  
Nacional de Historia, Quito, 2018, pp.125-182.