Bienvenida a Rafael Quintero López
su sede oficial, que le había sido entregada por el Gobierno precisa-
mente en tiempos de “La Gloriosa”, por cuanto sus pocos y ancianos
miembros no querían asistir a un local que se hallaba en el centro
histórico y rodeado de vendedores ambulantes. Más tarde, el techo
de aquel local fue destruido por el invierno y la falta de cuidados,
con lo cual, se perdió la mayor parte de la biblioteca institucional. Al
final, la Academia se vio en el caso de arrendar una oficina privada,
mientras su Director, el doctor Manuel de Guzmán Polanco, desen-
volvía numerosas gestiones, ante las autoridades nacionales y locales
para obtener una nueva sede institucional.
Los esfuerzos del doctor Guzmán tuvieron buen resultado,
gracias a la generosa actitud del alcalde de Quito, general Paco Mon-
cayo Gallegos, y de la ilustre municipalidad capitalina, quienes ex-
propiaron y restauraron este hermoso local, la Casa Alhambra, para
consagrarla como nueva sede de nuestra institución.
En cierto modo, la posesión de este nuevo edificio trajo nue-
vos aires a la Academia, que buscó celebrar, con altura y dignidad,
el bicentenario de la Revolución Quiteña de 1809. Fueron convoca-
dos historiadores a un Concurso internacional sobre el tema y, tam-
bién, a una reunión extraordinaria de la Asociación Iberoamericana
de Academias de Historia, que tuvo gran lucimiento. Así, empezó a
abrirse la entidad, a la llegada de nuevos miembros y, al estableci-
miento de relaciones activas con entidades similares del continente.
Esas tendencias se mantuvieron en los años siguientes, con
relativo éxito, aunque siempre, bajo el freno que imponían algunos
de sus miembros numerarios, que se resistían a los cambios. Por todo
ello, estaba visto que nuestra Academia necesitaba una profunda re-
novación en todos los órdenes. Requería abrirse a los nuevos tiempos
y a las nuevas ideas, permitiendo el ingreso de nuevas generaciones
de intelectuales. Necesitaba ampliarse a todo el país, para merecer
justificadamente el adjetivo de nacional. Le hacía falta dejar los viejos
cauces historiográficos, que eran básicamente los del culto a los pró-
ceres, la genealogía de las “grandes familias” y, la celebración de las
fechas cívicas, para abrirse al nuevo horizonte historiográfico que
habían señalado en el mundo la francesa Escuela de los Annales, la
inglesa Escuela de Historia Social, la norteamericana Nueva Escuela
BOLETÍN ANH Nº 200 • 270–277
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