Jorge Núñez Sánchez
eran una novedad sorprendente y un lujo de ricos; hoy son un ele-
mento indispensable para la vida, el conocimiento y el estudio de las
cosas. ¿Se imaginan un noticiero de televisión sin imágenes y con
solo una locutora o un locutor leyendo textos? Sería un soberano dis-
parate, ¿verdad?
Pues bien, por variadas razones, el mundo intelectual ha sido
reacio a las imágenes, al punto de que todavía escribimos, publica-
mos y leemos libros de puro texto y sin imágenes. Claro está, esto
tiene que ver también con los recursos económicos disponibles, pues
resulta mucho más barato publicar libros de solo texto que libros con
imágenes y también, es más barato publicar libros con fotografía en
blanco y negro, que libros con imágenes a color.
Pero mi crítica no apunta a eso, sino a la idea misma que te-
nemos los intelectuales de la comunicación escrita, en la que creemos
que nos basta la palabra impresa para transmitir nuestras ideas. ¿Se
imaginan a un novelista publicando una novela con imágenes? Pues
no! ya que tanto al escritor como a los lectores nos parecería una abo-
minación. Pero, por eso mismo, las novelas suelen servir como guio-
nes o inspiración intelectual para otras obras de arte basadas en la
imagen, tales como el cine, el video o las telenovelas.
Veamos ahora el caso de la historia. Todo parece indicar que
la historia, para explicar mejor los fenómenos, sucesos o personajes
que estudia, debería apoyarse fuertemente en la imagen, en alguna
de sus formas: dibujo, retrato, mapa, croquis, fotografía, cine, video,
etc. Y que, de ser posible, también debiera apoyarse en el sonido, es-
pecialmente en el sonido grabado, ahí donde existan testimonios de
este tipo. Pero la verdad es que los historiadores somos reacios a usar
estos testimonios y nos conformamos con la palabra escrita, al modo
de los novelistas, con lo cual terminamos por empobrecer nuestro
propio trabajo, que podría tener mayor alcance, efecto y resonancia
si estuviera acompañado de sonido e imagen. Lo hacemos, sí, cuando
presentamos una ponencia en formato de diapositivas, pero no
cuando escribimos y preparamos nuestros libros.
He hecho esta larga introducción para que pudiéramos valo-
rar mejor el suceso de esta tarde, cuando nuestra Academia incorpora
por primera vez a un “historiador de la imagen”, esto es, a alguien
BOLETÍN ANH Nº 200 • 335-338
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