BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVII Nº 200  
Julio–diciembre 2018  
Quito–Ecuador  
BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVI  
Nº 200  
Julio–diciembre 2018  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
DIRECTOR:  
SUBDIRECTOR:  
Dr. Jorge Núñez Sánchez  
Dr. Franklin Barriga López  
SECRETARIO:  
TESORERO:  
BIBLIOTECARIA-ARCHIVERA:  
JEF A DE PUBLICACIONES:  
RELACIONADOR INSTITUCIONAL:  
Ac. Diego Moscoso Peñaherrera  
Hno. Eduardo Muñoz Borrero  
Mtra. Jenny Londoño López  
Dra. Rocío Rosero Jácome  
Dr. Vladimir Serrano Pérez  
BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCVI  
Nº 200  
Julio–diciembre 2018  
©
Academia Nacional de Historia del Ecuador  
p-ISSN: Nº 1390-079X  
e-ISSN: Nº 2773-7381  
Portada  
Rafael Troya, autoretrato  
1
913  
Diseño e impresión  
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Quito  
landazurifredi@gmail.com  
octubre 2019  
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol XCVI – Nº 200  
Julio–Diciembre 2018  
BIENVENIDA A XAVIER PUIG  
COMO MIEMBRO CORRESPONDIENTE  
DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Jorge Núñez Sánchez1  
Una Academia Nacional de Historia no puede limitar su ac-  
ción al culto a los héroes o al estudio de la cronología política y de la  
genealogía de las grandes familias oligárquicas, como ha sido tradi-  
cional. Tanto la institución, cuanto sus miembros, tenemos el com-  
promiso de mirar el pasado de nuestro país en grandes y generosas  
dimensiones, sin renunciar al conocimiento y análisis de ningún fe-  
nómeno trascendente del ayer.  
De ahí que, en los últimos años, empeñados en mirar al país  
con esa amplia perspectiva, hemos otorgado un particular interés a  
la investigación de la historia cultural del Ecuador, entendiendo por  
tal a una variedad de procesos creativos del pasado: las ideas, las le-  
tras, la música y las artes plásticas, entre otros.  
Sirvan estas palabras para entender nuestro interés por las  
representaciones pictóricas del Ecuador del siglo XIX, espacio en el  
que se mueve con gran brillantez nuestro recipiendario de esta ma-  
ñana, el doctor Xavier Puig Peñalosa, un español que ha hecho del  
Ecuador su nueva patria, adquiriendo ciudadanía entre nosotros por  
la vía más grata, cual es el amor a las realidades culturales de su país  
de adopción.  
Supongo que muchos, si no todos, hemos visto alguna vez,  
con contenida emoción, esas primeras visiones pictóricas de nuestro  
paisaje tropandino. Pero quizá no nos hemos detenido a reflexionar  
en el hecho de que esos cuadros del siglo XIX fueron el resultado de  
un programa intelectual que buscaba recrear y plasmar en el lienzo  
y el color los imaginarios nacionales, recuperando el paisaje regional,  
recreando la visión de los Andes ecuatoriales, de los tupidos bosques  
1
Director de la Academia Nacional de Historia  
B O L E T Í N A N H N º 2 0 0 • 3 9 4 – 4 0 3  
3
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Bienvenida a Xavier Puig  
y grandes ríos de la Costa, y de las cerradas selvas y torrentosos ríos  
del Oriente amazónico.  
En aquel entonces, cuando esos cuadros fueron pintados, sus  
autores buscaron captar y recrear en el lienzo unos paisajes y visiones  
naturales que la mayoría de sus conciudadanos no conocía y ni si-  
quiera vislumbraba. Habían nacido en un tiempo en que la casi to-  
talidad de los habitantes del país nacían, crecían y morían en el  
mismo lugar, sin haber salido de sus lindes parroquiales o, cuando  
más, no habiendo conocido más que los paisajes de su región. Eran,  
en cierto modo, los privilegiados de una sociedad casi feudal, en la  
que el sistema hacienda ataba a la inmensa mayoría de las gentes a  
su lugar de origen o de trabajo, castigando con terribles “leyes contra  
la vagancia” a quienes anduviesen por caminos y veredas sin man-  
dato o autorización de su amo, buscando evitar de este modo la mo-  
vilización o fuga de la mano de obra hacia otras regiones.  
Los únicos que podían escapar de tan terrible atadura al  
lugar de origen eran, claro está, los señores de las familias terrate-  
nientes, que efectuaban viajes de negocios o de placer hacia otras re-  
giones, acompañados de extensa caravana de sirvientes, palafreneros  
y hombres de armas, que armaban y desarmaban cada día las carpas,  
preparaban las comidas y atendían los requerimientos de los viajeros  
principales. También había otros viajeros, todavía más audaces, que  
andaban por los caminos del país sin servidumbre y regularmente  
sin compañía, pese a los bienes que llevaban consigo: eran los arrie-  
ros, pobres gentes de durísima vida y mala boca, que irían por los  
caminos tras su recua de mulas, puteando a las bestias y acomo-  
dando las cargas. Fuera de ellos, solo viajaban los postillones de co-  
rreo, que cruzaban por los caminos como una exhalación, montados  
en caballos trotones y llevando su preciosa carga de encomiendas y  
noticias.  
Regularmente no había nadie más por los caminos del país.  
En ese Ecuador de mediados del siglo XIX, nadie viajaba de un lugar  
a otro por el placer de hacerlo, por el ansia de conocer otros paisajes,  
por la ilusión de descubrir otras regiones y otras gentes, salvo que  
fuera un militar en campaña, un prófugo de la justicia, un esclavo o  
peón fugado de la hacienda en que nació, un cura u obispo que cam-  
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biaba de jurisdicción o uno de esos gringos curiosos que andaban  
averiguando cosas raras. El Ecuador de entonces era un país casi in-  
movilizado sobre sí mismo, que marchaba en su propio terreno,  
donde nada se movía sin la venia de las autoridades, a no ser que  
hubiese conflicto con algún país vecino y los soldados anduvieran  
reclutando hombres jóvenes para la guerra. Porque la guerra era el  
único espacio de movilidad que conocía esa sociedad mayoritaria-  
mente campesina, inmovilizada por voluntad de los poderes feuda-  
les imperantes; era la guerra ocasional con los países próximos y la  
más frecuente guerra civil, o la montonera campesina de la Costa,  
que agitaban de tiempo en tiempo el territorio del país y el ánimo  
de sus gentes.  
Distinto era el panorama social imperante en las pocas y pe-  
queñas ciudades del país, donde se habían refugiado desde tiempo  
atrás las ideas insurgentes, las agitaciones políticas y las preocupa-  
ciones culturales. Ahí había unos jóvenes que se empeñaban en bus-  
car nuevos horizontes para la república, por medio de la educación  
del “pueblo soberano”, para que cada habitante del país pudiera  
convertirse en un ciudadano capaz de discernir sobre sus deberes  
y derechos. Se trataba de una tarea enormemente subversiva, que  
cuestionaba el sistema de dominación imperante, como lo mostraba  
el periódico El Quiteño Libre, que se planteaba como fines de su ac-  
ción los de: 1. Defender las leyes, derechos y libertades de nuestro país.  
2. Denunciar toda especie de arbitrariedad, dilapidación y pillaje de la ha-  
cienda pública. 3. Confirmar y generalizar la opinión en cuanto a los ver-  
daderos intereses de la nación. 4. Defender a los oprimidos y atacar a los  
opresores.  
Naturalmente, el sistema no los toleró por mucho tiempo:  
bajo la mano sangrienta del general Juan José Flores, el gobierno los  
acosó, los persiguió, desterró a uno de sus líderes (a Vicente Roca-  
fuerte) y terminó asesinándolos a todos los demás y colgando sus  
cadáveres en las esquinas de la capital, para escarmiento público.  
Pero ese y otros excesos terminaron por carcomer al gobierno y le-  
vantar el espíritu nacional, que en marzo de 1845 se expresó en la  
Revolución Marcista, que, tras duros combates, echó a Flores del  
poder y lo exilió del país. Tras ello advino una primavera de libertad,  
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en la que se buscó exaltar el espíritu patriótico y se procuró con em-  
peño la autoafirmación nacional.  
Instalado un nuevo gobierno, de corte liberal y nacionalista,  
la Convención Nacional de 1853 implantó la instrucción primaria  
gratuita, con ánimo de sentar bases para una nueva y ampliada ciu-  
dadanía, que fuera sostén de la soberanía popular y la independencia  
nacional. Igual fin buscaba la Ley de Libertad de Estudios, que per-  
mitía la presentación de exámenes sin haber asistido a las aulas, fa-  
cilitando la legalización de los estudios privados, que se habían  
popularizado en el país ante la falta de suficientes escuelas y cole-  
gios.  
Esa búsqueda de identidad nacional se expresó también en  
la formación de la Escuela Democrática de Arte “Miguel de Santiago”,  
el 31 de enero de 1852, que nació con 92 socios. Aunque su finalidad  
principal era mejorar la formación técnico–académica de los artistas,  
su acción se enderezaba a combatir el viejo espíritu colonial super-  
viviente y apuntalar el emergente espíritu republicano, como decían  
sus estatutos: “Cultivar el arte del dibujo, la Constitución de la República  
y los principales elementos de Derecho Público”.  
Uno de los principales animadores de esta Escuela fue su vi-  
cepresidente, el pintor, caricaturista, pianista y compositor Juan  
Agustín Guerrero (1818-1880), quien era también un adalid de las  
ideas progresistas y un insurgente cultural, que se empeñaba en res-  
catar las raíces indígenas de la cultura ecuatoriana, en retratar a los  
personajes populares con sus oficios y actitudes, y en ironizar sobre  
la vida urbana por medio de la caricatura.  
Siguiendo el ejemplo de este joven maestro, algunos de sus  
discípulos iniciaron el rescate y valoración de la música folklórica  
ecuatoriana y particularmente de los ritmos andinos, tanto indígenas  
como mestizos, mientras otros alumnos de esa primera Escuela De-  
mocrática, cultores del dibujo y la pintura, se proponían culminar  
aquel esfuerzo de renovación artística para nacionalizar el arte ecua-  
toriano, vinculándolo definitivamente a las realidades naturales y  
sociales del país. Entre ellos estaban Juan Pablo Sanz (1819-1897), Ra-  
fael Salas (1826-1906) y Luis Cadena (1830-1889), y más tarde se in-  
corporaron a ese grupo de pintores profesionales los jóvenes  
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quiteños Juan Manosalvas (1840-1906) y Joaquín Pinto (1842-1906) y  
el joven ibarreño Rafael Troya (1845-1920), que fuera discípulo de  
Cadena y conociera de cerca la labor de Pinto.  
Por la misma época, se constituyeron también en Quito otras  
dos Sociedades Democráticas: la “Sociedad de Ilustración” y la “Socie-  
dad Hipocrática”. La primera estaba conformada por jóvenes intelec-  
tuales de diversa especialidad, estudiantes universitarios y gentes  
letradas, y su objeto era promover la educación general del pueblo  
y en especial la educación política de los ciudadanos, pues conside-  
raba que la ignorancia era la base de la inacción y el fanatismo. Su  
Presidente, Juan Francisco Gómez de la Torre, proclamaba:  
Aunque los retrógrados maldigan y se irriten, los jóvenes de la Socie-  
dad de Ilustración mantendremos en continuo movimiento el pensa-  
miento regenerador. No nos intimidaremos porque se nos diga que al  
indicar una reforma abrimos un volcán a nuestros pies. .. Tampoco nos  
atemorizan los alaridos desesperantes del floreano; combatiremos su  
secta… Para el combate no se necesita más que de valor, y para el  
triunfo, la justicia de la causa que se defiende. Nunca aplazaremos los  
momentos favorables que se presenten para luchar con(tra) todos aque-  
2
llos que quieran su elevación destruyendo los derechos del pueblo…  
A su vez, la Sociedad Hipocrática estaba integrada por mé-  
dicos, estudiantes de medicina y auxiliares, y tenía por finalidad de-  
sarrollar la ciencia médica y utilizarla al servicio de los más  
necesitados. Como afirmara su Presidente, doctor Rafael Barahona:  
La Sociedad Hipocrática trabaja por emancipar a la Medicina de esa  
vieja rutina en que ha gemido, y por encarrilarla por el sendero de los  
descubrimientos. … Y para conseguir los resultados a que se dirijan  
nuestros esfuerzos, aguardamos de los sentimientos filantrópicos del  
gobierno, que… se empeñe en fomentar la salubridad pública, como  
3
el bien más positivo de la doliente humanidad…  
2
3
Discursos pronunciados por los miembros de la Sociedad de Ilustración, de la Escuela Democrática de  
Miguel de Santiago y de la Sociedad Hipocrática en el día seis de marzo del presente año de 1853, en el  
local de sesiones de la Sociedad de Ilustración, Quito, 1853, Imprenta del Gobierno.  
Ibíd, p 9.  
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Naturalmente, la emergencia de estas sociedades, en las que  
bullía el pensamiento liberal y se manifestaban los primeros atisbos  
de socialismo utópico, inquietó grandemente a las entidades del  
viejo régimen, en particular a la Iglesia, que las combatió desde los  
púlpitos, acusándolas de ser clubes revolucionarios empeñados en  
la disolución social. Ello motivó la respuesta de los acusados, que  
manifestaron:  
La existencia de las Sociedades Democráticas es la prueba incontestable  
de que el espíritu Democrático es el espíritu del siglo, y que el preten-  
der contenerlo es un delirio. … Ellas se conservan y marchan imperté-  
rritas, porque los principios son su norte, la igualdad su divisa, la  
fraternidad el vínculo de su unión, la libertad el ídolo de su culto y el  
progreso el fin que se han propuesto conseguir bajo el amparo de un  
Gobierno filantrópico, que anhela por la felicidad de la Patria y el bie-  
nestar de los ciudadanos.4  
Así, de esa “primavera de libertad” que llegó con la Revolu-  
ción Marcista salieron los impulsos de búsqueda de una identidad  
nacional, de un renovado sentido de pertenencia. Ese primer go-  
bierno liberal estimuló esa búsqueda, para lo cual, en 1857, creó la  
Escuela de Artes y Oficios”. Por el mismo tiempo nació la “Escuela de  
Dibujo” dirigida por el arquitecto y dibujante Juan Pablo Sanz y en  
859 se formó la “Academia de Arte y Pintura” dirigida por Luis Ca-  
dena.  
1
Sin dejar del todo el cultivo del “arte heroico” nacido con la  
independencia, que para entonces había sustituido en importancia  
al arte religioso imperante en la colonia, esos jóvenes intelectuales y  
artistas se lanzaron a construir la imagen de su nueva nación repu-  
blicana, a la que soñaban verla renovada y próspera, libre de las vie-  
jas ataduras feudales, pero también de los nuevos autoritarismos  
republicanos. Y el régimen marcista apoyó esas iniciativas. En 1854,  
fueron enviados a Europa los prometedores artistas jóvenes Rafael  
Salas y Luis Cadena, , que luego se constituirían en glorias del arte  
nacional y, en el caso del segundo, en Director de la primera Escuela  
4
Mariano Rodríguez, en Discursos …, op. cit., pp. 4-7.  
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Jorge Núñez Sánchez  
de Bellas Artes, creada por García Moreno en 1872. Luego los siguió  
a Europa el joven Juan Manosalvas, que estudió en Roma y fue in-  
fluido por el arte acuarelista de M. Fortuny.  
Como resultado de ese esfuerzo generacional, surgió en el  
Ecuador decimonónico toda una corriente de renovación artística  
que se empeñó en recrear la imagen nacional, cultivando el paisaje  
urbano, el paisaje campesino, la descripción de los tipos sociales y  
los oficios populares, y descubriendo al mundo la presencia del indio  
y su pobreza. Particularmente importante fue para ello el aporte de  
Joaquín Pinto, un pintor genial e irreverente, que no dudó en enfren-  
tarse con el poder eclesiástico, burlándose de los curas borrachos o  
denunciando las barbaridades de la antigua Inquisición.  
Mientras esa primera generación de arte nacionalista bus-  
caba sus propios derroteros estéticos, unos jóvenes señores de la aris-  
tocracia serrana decidieron incursionar también por las veredas del  
arte, en busca de captar con sus paletas y eternizar en sus lienzos  
esas montañas formidables que veían a la distancia, esos atardeceres  
de rojo y oro que parecían incendiar el firmamento, esas nubes y ne-  
blinas que dinamizaban el paisaje y lo renovaban cada día. Ellos no  
eran viajeros que anduviesen al desgaire. Eran caminantes ilustra-  
dos, gentes que habían leído los libros de viajes de los viajeros y cien-  
tíficos que habían visitado el Ecuador desde tiempos coloniales, que  
habían visto publicaciones interesantes, que habían bebido amplias  
informaciones sobre la geografía, la hidrografía, la vulcanología y  
otros detalles de su país. Respondían a los nombres de Julio Zaldum-  
bide (1833-1881), Luis Cordero (1833-1912), Honorato V �a zquez (1855-  
1
(
933), Juan León Mera (1832-1894), Luis Alfredo Martínez Holguín  
1869-1909).  
Cabe precisar que unos y otros, es decir, tanto esos pintores  
profesionales como esos paisajistas aficionados, eran hijos y nietos  
intelectuales (y, a veces, sanguíneos) de esos criollos que empezaron  
el descubrimiento de su propio país y terminaron luchando por su  
emancipación, de Maldonado, de Villalobos, de Mejía, de Espejo, de  
Cañizares, de Selva Alegre y otros de aquel tiempo heroico. Y ahora,  
alcanzada ya la independencia nacional, querían conocer mejor su  
propio país, para amarlo con mayor conocimiento de causa. Y por  
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Bienvenida a Xavier Puig  
eso se lanzaron, cada uno por su lado, a la bella y romántica aventura  
intelectual de recrear los paisajes ecuatorianos.  
Luego, ya entrados en el paisaje, tanto esos insurgentes ar-  
tistas de clase media como esos jóvenes aristócratas enamorados del  
arte descubrirían el resto: los valles y hondonadas, los páramos si-  
lentes y las chozas indias, los bosques enmarañados y sus infinitos  
habitantes, los senderos lodosos y los desfiladeros estrechos, para al-  
canzar finalmente los puertos de montaña, esos formidables mira-  
dores naturales desde los cuales el ser humano puede captar con su  
mirada una espectacular dimensión del paisaje andino, con sus in-  
mensos ríos y sus extensos bosques, con sus impresionantes declives  
cordilleranos, con sus infinitas e impresionantes nubes.  
El pintor imbabureño Rafael Troya resultó ser el más soste-  
nido en esa búsqueda, el más meticuloso, el más detallista y minu-  
cioso en la captación de las formas, signos y escenas de esa rica y  
sorprendente naturaleza, a la que buscó captar en toda su magnifi-  
cencia, pero también recrear en su detalle, jugando con la luz y la  
sombra para poner fulgores o tenue placidez en el color. Pintaba fun-  
damentalmente paisajes, es cierto, pero no dejaba de poner en algu-  
nos de ellos los detalles sociales, como los caminos con arrieros.  
Entre esos pintores de buena familia hubo uno que fue más  
allá del horizonte pictórico, puesto que la paleta le quedó corta para  
aprehender y describir el paisaje social que lo rodeaba, por lo que  
completó su aventura intelectual con un esfuerzo literario, en el que  
quiso poner mucho más que el paisaje natural que había captado tan  
sagazmente. Ese pintor se llamaba Luis Alfredo Martínez, era amba-  
teño de buena familia y eternizó en su estupenda novela realista A la  
Costa lo que los pinceles no se lo consentían: la emoción del viaje  
desde la Sierra y sus aventuras, el descubrimiento de las relaciones  
de trabajo y las formas de vida social existentes en el litoral, los pre-  
juicios regionales, además de los detalles propios de esa agreste y a  
ratos salvaje naturaleza tropical, todo ello en medio de una feroz gue-  
rra civil y aderezado con rasgos de romanticismo latinoamericano.  
Paralelamente, ese pintor de paisajes y escritor de novelas  
realistas irá todavía más lejos y se meterá en las lides revolucionarias,  
de la mano del bando liberal. Y terminaría siendo Ministro de Ins-  
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trucción Pública en 1903, equipando la Escuela de Bellas Artes  
(
creada legalmente por el general Eloy Alfaro en 1900), fundando la  
Facultad de Ciencias en Quito y la Escuela Normal de Agricultura  
en Ambato. Dato especialísimo: al instalarse la Escuela de Bellas  
Artes, figuraron entre sus maestros esos tres grandes pintores pro-  
fesionales formados en el siglo XIX: Joaquín Pinto, Rafael Salas y  
Juan Manosalvas.  
Y no voy más allá, porque mi única intención era motivarlos  
a escuchar con atención el discurso de nuestro recipiendario del día  
de hoy, el doctor Xavier Puig Peñalosa, un especialista en historia  
del arte y un apasionado estudioso del arte ecuatoriano del siglo XIX,  
sobre lo cual ha escrito relevantes estudios.  
Es Licenciado –con tesina- en Filosofía y CC. EE. (sección Fi-  
losofía) por la Universidad del País Vasco/EHU, graduado en 1986;  
doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco/EHU, gra-  
duado en 1992, y profesor titular de Universidad, del Área de Esté-  
tica y Teoría de las Artes, desde 1999.  
Ha sido profesor de la Universidad del País Vasco/EHU,  
desde 1985 hasta 2016, en que se jubiló. Responsable de varios Pro-  
gramas de Doctorado, tanto en España como en el extranjero. Ha dic-  
tado diversos cursos de Doctorado en la Universidad del País  
Vasco/EHU y en universidades extranjeras. Igualmente ha impar-  
tido diversos seminarios y conferencias en instituciones universita-  
rias y/o académicas, nacionales y extranjeras, y presentado  
ponencias en congresos nacionales e internacionales.  
También ha sido miembro de diversos Tribunales de Tesis  
Doctorales y Trabajo de fin de máster (doctorado), y director de las  
mismas; miembro organizador de diversos congresos, jornadas y/o  
seminarios; miembro de Consejos de Redacción de revistas especia-  
lizadas y asesor académico; lector-evaluador de libros y artículos, y  
miembro del Jurado Calificador de salones de pintura en Ecuador.  
Es autor de varios libros, capítulos de libros y artículos es-  
pecializados, entre los que destaco los siguientes:  
Rafael Troya: estética y pintura de paisaje (2015).  
Algunos apuntes para una estética literaria según Juan León Mera: entre  
romanticismo y neoclasicismo (2018).  
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Bienvenida a Xavier Puig  
Luis A. Martínez y su tiempo: política, literatura y pintura de paisaje (en  
prensa).  
Algunos apuntes y reflexiones sobre una sociedad disciplinada y discipli-  
naria: el caso del noticiero “Ecuador Noticiero Ocaña Film” 1929 (en  
prensa).  
Los grabados en madera Hombres del Ecuador (1937) de Eduardo King-  
man. Otros grabados e ilustraciones. (investigación en curso).  
Concluyo dando la bienvenida a nuestra Academia Nacional  
de Historia al nuevo Miembro Correspondiente doctor Xavier Puig  
Peñalosa, cuya presencia enriquecerá sin duda nuestros trabajos in-  
telectuales.  
Muchas gracias por su atención  
Ibarra, 5 de diciembre de 2018  
Bibliografía  
Discursos pronunciados por los miembros de la Sociedad de Ilustración, de la Escuela  
Democrática de Miguel de Santiago y de la Sociedad Hipocrática en el día seis de  
marzo del presente año de 1853, en el local de sesiones de la Sociedad de Ilustra-  
ción, Quito, 1853, Imprenta del Gobierno.  
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La Academia Nacional de Historia es una  
institución intelectual científica,  
y
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros a  
historiadores  
entendiéndose por tales  
profesionales,  
quienes  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación histórica y hayan realizado  
aportes al mejor conocimiento de  
nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Núñez Sánchez, Jorge,  
BIENVENIDA  
A
XAVIER  
PUIG  
COMO  
MIEMBRO  
CORRESPONDIENTE DE LA ACADEMIA NACIONAL DE  
HISTORIA, boletín de la academia nacional de historia, vol. XCVI,  
Nº. 200, julio  diciembre 2018, Academia Nacional de Historia,  
Quito, 2018, pp.394-403.