BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVIII Nº 204  
Enero–junio 2020  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
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BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCVIII  
Nº 204  
Julio–diciembre 2020  
©
ꢀ Academia Nacional de Historia del Ecuador  
ISSN Nº 1390-079X  
eISSN 2773-7381  
Portada  
Luis A. Martínez  
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Quito  
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marzo2021  
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación  
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2
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BOLETÍN AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA DEL ECUADOR  
Nº 204–Vol XCVIII • julio–diciembre 2020  
APRECIACIONES SOBRE DOS ESCRITOS DE LUIS A.  
MARTÍNEZ: LA PINTURA DE PAISAJE EN ECUADOR (1898) Y  
1
A LA COSTA (1904)  
Xavier Puig Peñalosa2  
Resumen  
Político y prolífico escritor de –entre otros- artículos periodís-  
ticos, relatos breves de marcado carácter satírico, libros divulgativos  
sobre agricultura o novelas, Luis A. Martínez Holguín (1869-1909)  
también fue un extraordinario pintor paisajista. Entre sus múltiples  
escritos, destacan el poco conocido ensayo histórico-artístico titulado  
La pintura de paisaje en el Ecuador (1898), y que resulta capital para  
entender el pensamiento de su autor en relación a su concepción  
netamente romántica sobre la pintura de paisaje, al tiempo que  
supone una declaratoria sobre los principios que guían su propia  
representación plástica en ese género pictórico. Dicho escrito será  
abordado estéticamente en la primera parte de este artículo.  
Así mismo, y en la segunda parte de este trabajo, se desarrolla  
un estudio de su conocida novela A la Costa (1904) y que, aunque ya  
ha sido analizada desde distintos puntos de vista (político,  
sociológico, histórico, literario, etc.), quizás sea su deriva estético-  
existencial, la que –a mi juicio- conceptualmente articula el sentido  
último de la misma. Por ello, se pretende ofrecer un análisis de dicha  
obra específicamente desde esta óptica.  
1
2
Recibido: 13/03/2020 // Aceptado: 30-11-2020  
PhD. en Filosofía por la Universidad del País Vasco/EHU, España; Profesor Titular en Estética  
y Teoría de las Artes, y Académico Correspondiente Extranjero de la Academia Nacional de  
Historia del Ecuador. Últimas publicaciones sobre temáticas ecuatorianas: “Rafael Troya:  
estética y pintura de paisaje” (2015), “Algunos apuntes para una estética literaria según Juan  
León Mera: entre romanticismo y neoclasicismo” (2018), “Biopolítica, higienismo y poder: el  
caso del noticiero “Ecuador Noticiero Ocaña Film 1929” (2019), “Análisis estético y artístico  
de cinco pinturas de paisaje de Rafael Troya (1845-1920)” (2019). xavier.puig@ehu.eus  
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Xavier Puig Peñalosa  
Palabras clave: Luis A. Martínez, literatura, estética, pintura de  
paisaje, Ecuador siglo XIX.  
Abstract  
Politician and prolific writer of –among others- newspaper  
articles, short stories of a marked satirical character, informative  
books on agriculture or novelist, Luis A. Martínez Holguín (1869-  
1
909) was also an extraordinary landscape painter. Among his mul-  
tiple writings, the little-known historical-artistic essay entitled  
Landscape painting in Ecuador (1898) stands out, and it is capital to un-  
derstand the author’s thinking in relation to his clearly romantic con-  
ception of landscape painting, al time that supposes a declaration on  
the principles that guide his own plastic representation in that pic-  
torial genre. Said writing will be addressed aesthetically in the first  
part of this article.  
Likewise, and in the second part of this work, a study of his  
well-known novel A la Costa (1904) is developed, which, although it  
has been analyzed from different points of view (political, sociolog-  
ical, historical, literary, etc.), perhaps be its aesthetic-existential drift,  
which -in my opinion- conceptually articulates the ultimate meaning  
of it. Therefore, it is intended to offer an analysis of said work specif-  
ically from this perspective.  
Keywords: Luis A. Martínez, literature, aesthetics, landscape paint-  
ing, Ecuador 19th century.  
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Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
Sobre historia, estética y pintura de paisaje: La pintura de paisaje  
en el Ecuador. Carta al Señor Celiano Monge (1898)  
El único escrito referido a temas pictóricos que escribió (1897)  
y publicó Martínez (1898), fue el titulado La pintura de paisaje en el  
3
Ecuador. Carta al Señor Celiano Monge. Este corto texto, en general  
poco conocido, resulta muy esclarecedor en relación al propio  
pensamiento y oficio que el escritor y artista profesaba hacia la  
pintura en general y, más particularmente, a la de paisaje. Por ello,  
supone una suerte de “declaración de principios” al respecto y que,  
por su interés, considero oportuna su inclusión en este trabajo. Al  
tiempo, y como enseguida se expondrá, entre otras cuestiones, la  
estética romántica del autor en su relación con el género paisajístico,  
se muestra absolutamente patente.  
En los anteriores términos, Martínez inicia su carta-artículo  
con una suerte de prólogo en el que, haciendo una vez más gala de  
su cáustico humor, afirma enfáticamente que: “La pintura es para mi  
4
alma, una necesidad imperiosa, irresistible”; al tiempo, se lamenta de  
que no exista en el Ecuador crítica artística en general y, muy  
particularmente la referida a la pintura.  
Tras este breve preámbulo y tras dejar constancia de su  
admiración por la pintura de historia de los grandes maestros,  
expresa Martínez su absoluta preferencia por el género paisajístico,  
calificándolo como “el pináculo del arte de la pintura en todas las escuelas  
(
…) porque este género requiere conocimientos variados y ricos, gusto  
delicado, finura del alma según la gráfica expresión francesa, y copia  
inmensa de observación”. Es decir, y además de poseer un gran y buen  
5
dominio del lenguaje pictórico, el pintor paisajístico debe estar  
dotado de una especial sensibilidad y sentimiento hacia/con la  
naturaleza, al tiempo que poder elaborar una exacta representación  
científica de esas formas naturales, características –ambas- funda-  
mentales, en la pintura romántica.6  
3
Luis A. Martínez [1898], “La pintura de paisaje en el Ecuador. Carta al Señor Celiano Monge”,  
Revista de Quito, Semanario de Política, Literatura, Noticias y Variedades, XII (I): 385-394.  
Luis A. Martínez, La pintura de paisaje….cit., p. 386.  
Luis A. Martínez, La pintura de paisaje…cit., p. 387.  
Para una síntesis de la estética romántica en general, así como su influencia en el Ecuador y  
4
5
6
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127  
Xavier Puig Peñalosa  
A continuación, y tras constatar brevemente la ausencia de  
tratamiento paisajístico en los orígenes de la pintura occidental,  
establece el nacimiento del mismo en la época renacentista gracias,  
principalmente, a la creación de la perspectiva, aérea y lineal. No  
obstante y haciendo suya la opinión de diversos críticos, a su juicio,  
7
será Claudio de Lorena el genuino fundador de la pintura de paisaje  
para, y tras un período de languidecimiento del género, volver a  
renacer a partir de mediados de siglo (XIX, el contemporáneo al  
autor). En este punto, me permito señalar que la representación de  
la naturaleza como “paisaje”, responde a un cambio de gusto -siglo  
XVIII-, producto de la emergencia de una nueva sensibilidad  
frente/con aquella por parte del ser humano, y siendo su plasmación  
pictórica la consecuencia de esa nueva percepción sentimental, de  
8
su moderna experiencia que es estética, por existencial.  
Efectivamente, anteriormente la representación de la natura-  
leza no estaba mediada por el sentimiento –factor esencial para  
poder hablar modernamente de “paisaje”-, sino por otras cuestiones  
bien sean ideológicas –por ejemplo, la pintura de historia-, religiosas,  
mitológicas o, morales pero, sobre todo, funcionales, es decir, como  
telón de fondo” o lugar en donde acaece o se escenifica lo sustan-  
cial, es decir, lo narrativo basado en el accionar humano y en relación  
con el género o motivo pictórico representado.  
9
con amplia bibliografía para ambas temáticas, véase mi Rafael Troya: estética y pintura de paisaje,  
Ediloja/Universidad Técnica Particular de Loja, Loja, 2015, pp. 44-48 y 62-81.  
7
Claude Gellée, apodado Le Lorrain por su procedencia regional, y más conocido por su  
traducción al español como Claudio de Lorena (1600-1682) fue, junto con el también pintor  
francés Nicolás Poussin (1594-1665), el más importante artista plástico del clasicismo francés.  
Su práctica pictórica adscrita al género paisajístico, responde tanto a los presupuestos de dicha  
estética como a las características de ese género y en ese contexto, a saber, escenas mitológicas,  
históricas o religiosas –alegorías- que acaecen en un entorno natural y, en muchos casos, con  
marcados elementos o construcciones monumentales. Y ello, conceptualizado, estructurado y  
ejecutado a partir de unos planos armónicamente gradados –perspectiva aérea-, en los que el  
tratamiento cromático y los “efectos” lumínicos crean una atmósfera de quietud, perfección y  
atemporalidad, fundamentos del concepto de belleza clasicista, de su –en definitiva- ideal.  
Véase al respecto de Juan J. Luna, Preparación, texto y catálogo, Claudio de Lorena. El ideal clásico  
de paisaje en el siglo XVII, Museo del Prado/Ministerio de Cultura, Dirección General de Bellas  
Artes y Archivos, Madrid, 1984.  
8
9
Véase sobre la cuestión del gusto y para esta época de Valeriano Bozal, El gusto, Madrid, 1999,  
y de George Dickie, El siglo del gusto. La odisea filosófica del gusto en el siglo XVIII, A. Machado  
Libros, Madrid, 2003.  
Xavier Puig Peñalosa, Rafael Troya… cit., pp. 11-16.  
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Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
Prosigue el autor su escrito indicando que, “El mérito de un  
cuadro de paisaje, consiste en la fiel y exacta reproducción de la naturaleza,  
pero con su misma alma”.10 Y, es por esto último, que esa repre-  
sentación no se constituye en una simple “mímesis” (imitación)  
rasgo a rasgo, no es una fotografía; es un algo más alto, más libre; en las  
brochadas que llenan la tela hay un poco del alma del artista, un soplo  
divino, conservado y fijado por el lápiz y los colores”. Es decir, y como  
11  
se ha expresado anteriormente, es el sentimiento del artista ante la  
1
2
naturaleza, su propia experiencia con esta es lo que en realidad  
representa, ahora transmutada aquella como un todo, como “pai-  
saje”. Y, nuevamente se puede afirmar que estas concepciones  
corresponden, plenamente, a los postulados de la estética romántica.  
A continuación, desarrollará Martínez una sucinta diacronía  
crítica de la, a su juicio, pintura de paisaje en el Ecuador, conside-  
rando, al efecto, a su contemporáneo Rafael Salas como al verdadero  
iniciador de dicho género en el país, ya que, además de la falta de  
calidad artística en los anteriores pintores, tampoco tomaron como  
motivo de la representación paisajística a la propia naturaleza como  
paisaje”, al contrario, que el citado Salas. Así, dicho artista y gracias  
a las enseñanzas del pintor de paisajes norteamericano Edwin  
Church (escrito como Chorchi por Martínez –sic-), al tiempo que el  
13  
1
1
1
0 Luis A. Martínez, La pintura de paisaje…cit., p. 389.  
1 Ídem.  
2 De “emoción” calificará Rodrigo Pachano Lalama a ese sentimiento –sublime- ante la  
naturaleza en la representación paisajística de Martínez: “En verdad, lo que hay en su obra  
[
pictórica] es emoción, compréndase claramente, emoción, es decir, superior y espontánea  
expresión de un estado de alma, que no reconoce ni medida ni molde”, El pintor de la soledad  
La Obra Pictórica de Luis A. Martínez-, Talleres Gráficos Municipales, Biblioteca Ambateña,  
Colección Remanso, Ambato, 1948, p. 30.  
3 Las dos visitas que realizó al Ecuador -1852 y 1857- el gran paisajista norteamericano de la  
1
“Escuela del Río Hudson” Frederic Edwin Church rememorando la ruta “americana” que  
hiciese Humboldt, fueron decisivas para la carrera de Rafael Salas. Aquél, entusiasta  
seguidor de la estética romántica de Alexander von Humboldt y de su magna obra Cosmos,  
desarrollaba una pintura de paisaje de amplias panorámicas y gran formato en la que  
combinaba alegóricamente la armonía de la naturaleza (concepto de totalidad) con un  
detallismo científico pormenorizado de sus componentes (véase entre otras obras, Montañas  
del Ecuador -1855-, Vista del Cotopaxi -1857-, Cotopaxi -1855 y 1862-, Cayambe -1858- y la  
celebérrima El corazón de los Andes -1858- de la que Salas realizaría una obra homónima). La  
gran amistad que inmediatamente se fraguó entre Church y Salas a raíz de las estadías de  
aquél, implicó que el norteamericano enseñara a Salas la estética y la técnica artística  
románticas de la pintura de paisaje, iniciándose así ese género pictórico en el Ecuador. Véase  
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Xavier Puig Peñalosa  
viaje que realizó a Europa, becado, y en donde pudo estudiar a los  
pintores no académicos en este género –es decir, a los cultivadores  
del nuevo gusto por lo pintoresco y lo sublime–, aunado a la  
meticulosa observación de la propia naturaleza andina, logra crear  
un estilo propio, sobre todo en los celajes; género que prosigue su  
hijo del mismo nombre y otros pintores como Joaquín Pinto al que  
alaba, aunque critica el amaneramiento de sus paisajes de temática  
14  
tropical o, así mismo, Luis Cadena y Juan Manosalvas. No obstante  
y en todos los casos citados, se lamentará Martínez del poco aprecio  
que, sus contemporáneos comitentes, profesan por la pintura de  
paisaje, prefiriendo antes los retratos o la pintura religiosa, además  
del bajo precio en la cotización de aquel tipo de obras.  
También citará Martínez al pintor paisajista –además de otros  
géneros- Rafael Troya, muy conocido en su época, reconociéndole su  
maestría en ese género, particularmente, su dominio del dibujo y de  
la composición, al tiempo que la ejecución de los celajes, pero repro-  
chándole el, a su juicio, excesivo “colorismo” en esas creaciones (?).  
La degradación que el arte de la pintura está sufriendo en el  
Ecuador, será otro de los motivos de queja de Martínez. Efectiva-  
mente, tanto la reducción de esa labor creativa a una mera práctica  
mecánica con fines exclusivamente crematísticos, al tiempo que la  
falta del “lento pero bellísimo estudio de la naturaleza”, han supuesto “el  
golpe de gracia al genio artístico nacional”. Y ello ha sido posible por la  
falta de “refinamiento artístico en la sociedad ecuatoriana”, y el bajísimo  
precio de ese tipo de pintura a pesar de su gran formato (de “pinta-  
dores” y “embadurnadores” calificará Martínez a este tipo de pinto-  
15  
res). E igual, y prácticamente, por las mismas razones, deplorará la  
pujanza del mercado de las oleografías alemanas en el país que,  
sobre la “Escuela del Río Hudson”, AA.VV, American Paradise. The World of the Hudson River  
School, New York, The Metropolitan Museum of Art (MOMA), 1987, y de Tomás Llorens  
(
Comisario), Explorar el Edén. Paisaje americano del siglo XIX, Madrid, Museo Thyssen-  
Bornemisza, 2000). Sobre el periplo de Church, Pablo Navas Sanz de Santamaría, El viaje de  
Frederic Edwin Church por Colombia y Ecuador; abril-octubre de 1853, Villegas Editores, Bogotá,  
2
008.  
1
1
4 Para esta cuestión véase de José María Vargas, Los pintores quiteños del siglo XIX, Editorial  
Santo Domingo, Quito, 1971, y de José Gabriel Navarro, La pintura en el Ecuador del XVI al  
XIX, Dinediciones, Quito, pp. 174-213.  
5 Para todas las citas de este párrafo, Luis A. Martínez, La pintura de paisaje… cit., p. 393.  
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Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
como en el caso del tipo de pintura anterior, solo sirven para des-  
virtuar el (buen) gusto estético.  
Finalizará su escrito, lamentándose de la ausencia de museos  
o galerías particulares con cuadros de reconocidos maestros a los que  
copiar, con fines de aprendizaje, para las nuevas generaciones, o de  
la posibilidad de cursar estudios artísticos basados en la anatomía y  
que permitan ejercitarse en la necesaria copia de la figura humana  
del natural, cuestión que es totalmente necesaria para poder formar  
a verdaderos artistas, ya que a su juicio, “la base sobre la cual se  
sustentan la pintura y la escultura es la anatomía, y el completo conoci-  
miento del cuerpo humano, conocimiento que se adquiere no estudiando en  
libros especiales, sino copiando al natural”.16  
No obstante –y aquí vuelve a asomar el talante crítico y  
liberal” de nuestro autor-, la copia de desnudos al natural, y a pesar  
de sus “bellas formas”, resulta imposible de realizar por el consi-  
guiente escándalo social que supondría, dada la “beatería” reinante  
en el país; en consecuencia, esto supone que nunca se formarán  
17  
buenos pintores de figura, es decir verdaderos creadores en el Ecuador.  
Por suerte y con respecto a la pintura de paisaje, puntualizará  
Martínez, se está a salvo de lo anteriormente expuesto, ya que el  
paisista” puede formarse autónomamente, copiando directamente  
18  
de la naturaleza (nuevamente muestra su talante de modernidad),  
eso sí, teniendo genio innato y practicando asidua y concienzuda-  
mente, la observación de la naturaleza, y no como en los colegios  
que se hace copiar a los alumnos esas chillonas oleografías ya  
citadas, pervirtiendo así el necesario cultivo y guía del buen gusto.  
1
1
1
6 Ídem.  
7 Ídem.  
8 Patente resulta la modernidad de Martínez, especialmente, a partir de los inicios de su etapa  
de madurez, con la experimentación y búsqueda de nuevas formas expresivas mediante el  
magistral uso de la espátula o las gruesas pinceladas creando así marcados relieves y texturas  
en muchas de sus obras, o esos “timbres impresionistas” de color casi puro en lugar de los  
formalmente académicos contornos bien delineados (dibujo).  
E igualmente en el  
extraordinario protagonismo otorgado a los segundos y, aún en muchos casos, terceros  
planos en la composición de sus obras. Todos estos casos, suponen un radical  
cuestionamiento a las universalmente sancionadas normas sobre el buen gusto pictórico  
imperantes hasta ese momento en el Ecuador.  
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Xavier Puig Peñalosa  
Como colofón, y a modo de despedida a su destinatario,  
Martínez con su típico humor escribe: “Ya es tiempo, amigo mío, de  
cerrar esta carta, pues aunque el asunto es digno de un libro, lleno de  
curiosos conceptos, no escribiré el libro nunca ni menos soy una bolsa de  
19  
conceptos, así pues, amigo mío, ocupe á su servidor”.  
Algunas consideraciones en torno A la Costa (1904): naturaleza,  
estética y experiencia  
Calificada, unánimemente, por la crítica como la primera  
20  
novela realista del Ecuador y, por lo tanto, moderna, A la Costa fue  
2
1
dictada por Martínez a su esposa en 1902 mientras yacía  
convaleciente y prácticamente inmóvil en su lecho en el clima seco  
de Piura (Perú), a resultas de la malaria contraída durante la época  
de su ingente trabajo como gerente en el Ingenio Valdez (1900). Al  
cabo, la novela sería publicada en 1904 (primera edición), siendo a  
la sazón, el autor Ministro de Instrucción Pública en el primer  
Gobierno del general Leónidas Plaza,22 obteniendo una gran  
repercusión y reconocimiento por parte de la crítica y del público  
lector.  
19 Luis A. Martínez, La pintura de paisaje… cit., p. 394.  
2
0 Para esta cuestión, sirva como muestra la valoración que en el “Prólogo” a la tercera edición  
realiza Stepan Mamontov: “La fuerza revolucionaria de esta novela, la que la convierte en  
símbolo y punto de partida de toda una dirección literaria, se manifiesta precisamente en la  
forma de expresión, desde la rebuscada y ampulosa melosidad, desde el vacío estilo del  
período anterior, el libro de Martínez, realiza un inesperado salto hasta llegar a la sencilla y  
natural prosa, que dice todo lo que tiene que decir”, A la Costa, Quito, Casa de la Cultura  
Ecuatoriana, 1969, pp. I-XV (p. XIV para la cita). No obstante, habría que esperar a finales  
de la década de los años veinte y la del treinta del anterior siglo para que se retomase esa  
“dirección literaria” por parte de las vanguardias literarias ecuatorianas, ligadas al realismo  
social.  
2
1 También dictó Martínez a su esposa y según señala él mismo en el prólogo (“Para principiar”),  
algunos de los escritos costumbristas, satíricos y, con su peculiar sentido del humor, que  
serían publicados al año siguiente con el título de Disparates y Caricaturas y bajo el seudónimo  
de Fray Colás, ampliamente utilizado por el autor a lo largo de su producción literaria en  
este género de escritos; véase Disparates y Caricaturas con ilustraciones de J.L.M.I. [Juan León  
Mera Iturralde, su cuñado], Ambato, Imprenta y Litografía de Salvador R. Porras, 1903.  
Existe una edición ampliada con un mayor número de dichos escritos; véase Los escritos de  
Fray Colás, Quito, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1961.  
2
2 A este respecto, y en la primera edición de esta obra (1904), se lee en el prólogo realizado por  
el escritor y periodista Manuel J. Calle, íntimo amigo de Martínez y cofundador con éste de  
La Revista de Quito (1898), lo siguiente: “un escrupulillo me anda por dentro al escribir este  
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Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
En esta obra ya clásica de la literatura ecuatoriana y que  
23  
cuenta con numerosos estudios realizados desde diversos enfoques,  
Martínez, rehuyendo de los anquilosados cánones clasicistas, y con  
evidentes resonancias autobiográficas, divide su novela en dos  
deshilvanado artículo, pues no han de faltar quienes achaquen a ruin prurito de lisonjear al  
Ministro de Estado, lo que es un acto de estricta justicia hecha al camarada y amigo de  
tiempos en que ni él escribía novelas ni soñaba con la poltrona ministerial”, en A la Costa,  
Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1946, pp. XXVI-XXXXII (para la cita p. XXXVIII). Para  
el presente apartado, he utilizado la edición preparada por Diego Araujo Sánchez, A la Costa,  
Quito, LIBRESA, colección Antares, segunda edición, novena reimpresión, 2013. Finalmente,  
siquiera mencionar el desempeño de Martínez, primero como Subsecretario y Ministro de  
Instrucción Pública en el gobierno de Leónidas Plaza (1903-1905), así como su breve ejercicio  
en el ulterior gobierno de Lizardo García (septiembre de 1905-enero de 1906). Posteriormente  
y además de continuar con su actividad literaria y pictórica, ejercerá de diputado en la  
oposición a Eloy Alfaro hasta su fallecimiento. Para su actividad al frente del Ministerio de  
Instrucción Pública y que abarcaba otras direcciones (Correos y Telégrafos, Agricultura y  
Fomento, Oriente y Galápagos, Estadística y Registro Civil) y, posteriormente, la citada de  
Obras Públicas, véase su Memoria del Secretario de Instrucción Pública al Congreso Ordinario de  
1
904 [15 de Agosto de 1904], Tipografía de la Escuela de Artes y Oficios, Quito, 1904, y su  
Memoria del Secretario de Instrucción Pública, Correos y Telégrafos, etc. al Congreso Ordinario de  
905 [Agosto de 1905], Tipografía de la Escuela de Artes y Oficios, Quito, 1905.  
1
2
3 Véase, Augusto Arias, Luis A. Martínez, Imprenta del Ministerio de Gobierno, Quito, 1937,  
pp. 90-109; Stepan Mamontov, “Prólogo”… cit., pp. I-XVI; Gonzalo Zaldumbide [1904], Carta  
crítica, edición facsimilar de la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria, 27-28 (3), Quito:  
Imprenta de la Universidad Central, en Colección de Revistas Ecuatorianas 25-30 (V), Centro  
de Investigación y Cultura, Quito, Banco Central del Ecuador, 1984, pp. 76-80; Cecilia Suárez,  
“Dos propuestas en torno a la cultura nacional: la aristócrata y la liberal democrática”, en  
Literatura y Cultura Nacional en el Ecuador. Los proyectos ideológicos y la realidad social 1895-1944,  
Adrián Carrasco et al., Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay e Instituto  
de Investigaciones Sociales de la Universidad de Cuenca (IDIS), 1985, pp. 175-187; Adrián  
Carrasco Vintimilla, “Literatura e Historia: el desarrollo de la sociedad ecuatoriana visto  
desde la novela (1875-1945)”, en Literatura y Cultura Nacional en el Ecuador. Los proyectos  
ideológicos y la realidad social 1895-1944, Adrián Carrasco et al., Cuenca, Casa de la Cultura  
Ecuatoriana, Núcleo del Azuay e Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de  
Cuenca (IDIS), 1985, pp. 189-217; Antonio Sacoto, “A la Costa”, en 14 Novelas Claves de la  
Literatura Ecuatoriana, Cuenca, Publicaciones del Departamento de Difusión Cultural de la  
Universidad de Cuenca, III edición, 1992, pp. 71-96; Emmanuelle Sinardet, “A la costa de  
Luis A. Martínez: ¿la defensa de un proyecto liberal para Ecuador?”, Bulletin de l’Institut  
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1
2627205 (consulta realizada el 29.01.2020); Diego Araujo Sánchez, “Luis A. Martínez y A la  
Costa”, en Historia de las literaturas del Ecuador. Literatura de la República 1895-1925, Julio Pazos  
Barrera coord., Quito, Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional,  
2
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1
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Ecuador, 2013, pp. 211-217.  
BOLETÍN ANH Nº 204–Vol XCVIII • 125–145  
133  
Xavier Puig Peñalosa  
partes, claramente diferenciadas, al tiempo que casi iguales en su  
extensión, pero siempre presididas por la voz de un narrador  
omnisciente que, puntualmente, informa, describe y emite juicios  
sobre lo narrado.24 Al tiempo, esta división delimita dos ámbitos  
geográficos distintos, tanto desde el punto de vista territorial como  
del simbólico (Sierra/Quito-Costa/hacienda “El Bejucal”). Y, en  
medio de ambos, y obrando diegéticamente como límite cronológico  
a la par que alegórico,25 ubica el autor la batalla de San José de  
Chimbo (1895) entre las tropas conservadoras y las liberales, y en las  
que el mismo participó en las filas de estas últimas.  
Una de las características que con mayor recurrencia  
estructura a la obra y en la que coinciden los autores anteriormente  
citados, son los numerosos dualismos que, real y metafóricamente,  
y con pronunciado antagonismo, se manifiestan a lo largo de la  
novela. Así, las oposiciones Sierra-Costa, ciudad-campo, urbano-  
rural, tierra-agua, cultura-naturaleza, religión-laicismo, conservador-  
liberal, etc., obran a modo de antítesis entre valores, concepciones  
y/o mundos o formas de vida completamente distintos, cuando no,  
claramente antitéticos.  
Ejemplo principal y constante de lo anterior es el indisi-  
mulado trasfondo ideológico que recorre críticamente a la novela,  
desde los postulados del liberalismo como alternativa política,  
económica, social, cultural y moral, al Estado terrateniente-clerical  
instaurado por Gabriel García Moreno, acorde al momento histórico  
de la redacción de la novela. Y, desde este punto de vista, la opción  
propuesta por Martínez vendrá ejemplificada en los valores  
encarnados por la “hermosa clase media [los Pérez], que no pica muy  
alto en asuntos de nobleza y que sin embargo, por el talento, por las  
26  
aptitudes y el patriotismo, es la primera de la República”. Es decir, a la  
2
4 Esta voz, trasunto del mismo autor, ejerce de guía conductor a lo largo de toda la novela,  
enmarcando con sus descripciones el ámbito en que se desarrolla la acción dramática y, lo  
que es más importante, de alter ego moral y existencial del protagonista, informándonos en  
todo momento de sus sensaciones, pensamientos y/o sentimientos. Es como si el propio  
Martínez se desdoblase en dos personalidades distintas, contradictorias a veces pero  
complementarias al fin pues, en realidad, se resuelven en una sola.  
2
2
5 Con la excepción de algunos flash-back, la novela sigue una estructura cronológica lineal.  
6 Luis A. Martínez, A la Costa, cit., p. 60. Señalar que esa “hermosa clase media” como arquetipo  
del nuevo ciudadano liberal, promesa de futuro y modernidad (valores morales e integración  
BOLETÍN ANH Nº 204–Vol XCVIII • 125–145  
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Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
practicidad, laboriosidad y honestidad de una nueva clase social,  
patriótica, abierta a los postulados del laicismo y sustentadora del  
nuevo Estado nacional; todo ello, obviamente, en completa oposición  
al modelo garciano basado en la Iglesia como cimiento y sostén de  
la identidad nacional.  
No obstante ese innegable ideario, A la Costa, también  
plantea sus radicales dudas sobre la real viabilidad de este pues,  
cuando dicta la novela a su esposa, durante su convalecencia en Perú  
(1902), las enormes expectativas de reformas radicales que el primer  
gobierno de Eloy Alfaro había suscitado, quedarían parcialmente  
frustradas debido a la lentitud, cuando no sonados abandonos, en  
la implementación de aquellas.27 Habría que esperar al nuevo  
gobierno de Leónidas Plaza, y en el que participaría Martínez como  
subsecretario y ministro de Instrucción Pública para, en parte, seguir  
desarrollando y/o acelerar, esa “revolución pendiente”, aunque,  
nacional), tendría su mayor representatividad según Martínez, en la burguesía rural,  
habitante del callejón interandino, frente a la ingente corrupción del clero y de los políticos  
institucionales”, la definitivamente decadente (en todos los aspectos) clase urbano-  
aristocrática de la Sierra, la despiadada explotación laboral y medioambiental ejercida por  
la clase agroexportadora costeña, o la (supuesta) vagancia y brutalidad congénitas del  
montubio, negro o indio. Por ejemplo, de ahí se entiende el motivo y el trasfondo ideológico  
de sus escritos agrarios y pecuarios (La agricultura del interior. Causas de su atraso y modos de  
impulsarla, Quito, Imprenta “La Novedad”, 1897; La Agricultura Ecuatoriana [con ilustraciones  
de J.L.M.I.], Ambato, Imprenta y Litografía de Salvador R. Porras.1903; Catecismo de  
Agricultura [con ilustraciones de Juan León Mera Iturralde], Quito, Imprenta Nacional, 1905;  
1
Las papas (Solanum tuberosum)”, Boletín del Ministerio de Relaciones Exteriores, 2 (I): 144-  
55, 1907). Y añadir a este respecto que dicha clase media es de raza blanco-mestiza,  
develando así por parte del autor un manifiesto racismo, al tiempo que clasismo en la  
construcción nacional ciudadana en detrimento de las otras etnias citadas. No obstante,  
también cabe añadir, el empeño por parte de Martínez al frente del Ministerio de Instrucción  
Pública en procurar la enseñanza primaria, secundaria y/o técnica para todas las clases  
sociales y/o etnias (especialmente las más desfavorecidas), y su denuncia del concertaje.  
Sobre esta última cuestión, resulta elocuente su “Conferencia dada por el Señor Don Luis A.  
Martínez en la Sociedad Jurídico-Literaria el 8 de Diciembre de 1904”, Revista de la Sociedad  
Jurídico-Literaria, 31-32 (VI):1-12, 1905, en edición facsimilar del Centro de Investigación y  
Cultura, Colección de Revistas Ecuatorianas VI, Quito, Banco Central del Ecuador, 1984.  
También resulta importante señalar sobre el tema del concertaje que, Martínez ya lo había  
denunciado anteriormente en varios apartados de su libro ya citado de 1897, La agricultura  
del interior. Causas de su atraso y modos de impulsarla.  
7 Véase en Manuel J. Calle, “Prólogo”, cit., pp. XXXVIII y ss.; Enrique Gil Gilbert, “Prólogo”,  
en A la Costa, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1946, pp. I-XXIV y especialmente XVI  
y ss; Enrique Ayala Mora., Historia de la Revolución Liberal Ecuatoriana, Quito, Corporación  
Editora Nacional, Colección Temas, volumen 5, Taller de Estudios Históricos (TEHIS),  
segunda edición, 2002, pp. 148-149 y 203-242.  
2
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135  
Xavier Puig Peñalosa  
igualmente, con magros resultados, en lo que respecta a la propia  
condición y cotidianidad de las clases subalternas.  
Y es que, en realidad, la novela es, fundamentalmente, la cró-  
nica del viaje iniciático por parte del protagonista (Salvador) a la  
cruda acción de los seres humanos, y sus conflictos, a la propia y  
desnuda vida, sin justificaciones, a la experiencia y (sin) sentido de  
la misma y que, a la postre, solo halla su (supuesta) explicación en  
la amoralidad del darwinismo que la preside; de ahí su sentido  
profundamente trágico.  
Todo este paulatino y doloroso descubrimiento, va a suponer  
en Salvador actitudes nihilistas –por ejemplo frente a la política- o,  
en algún momento, amargamente cínicas en relación a los seres  
humanos. Así, respecto a la primera y entre otros ejemplos, tras la  
realista descripción de la ya mencionada batalla de San José de  
Chimbo,2 Salvador –combatiente en las filas conservadoras- y su  
amigo Luciano –combatiente en las filas liberales, vencedoras de la  
lucha- mantienen el siguiente diálogo:  
8
[
Luciano] Yo he peleado por la Libertad, por la Idea; y tú…  
-[Salvador] ¿Por la Religión?... Perfectamente. Pero sí debe decirse que  
ni ustedes con la libertad, ni nosotros con la Religión, hemos de mejorar  
la miseria humana. La Religión es socapa para cuatro pillos que nos  
han mandado al sacrificio, mientras ellos están seguros esperando el  
triunfo, para caer sobre el país como buitres. Ustedes, lo mismo, han  
arriesgado el pellejo, para que tres o cuatro aprovechen del festín, del  
que ustedes no les ha de tocar sino las migajas.  
-
-
Bueno, ¿y la idea?...  
No hay idea que valga. Los clérigos de las curias, no ven en la idea  
sino el medro personal, el acatamiento estúpido de un pueblo  
explotado, ignorante y fanático. Los liberales tratan de quitar a los  
curas la presa para devorarla a su vez.29  
2
8 Luis A. Martínez participó en los cruentos combates de San Miguel del Chimbo -6 de junio  
de 1895- y de Catiglata -15 de agosto del mismo año- en las filas liberales (Fernando Jurado  
Noboa, Luis A. Martínez, espada, pluma y espátula, Quito, Banco Central del Ecuador, Maestros  
del Arte Ecuatoriano 5, 2010, pp. 170-171 y 184-185). Por ejemplo y respecto al primero, se  
calcula que hubo 247 muertos (Enrique Ayala Mora, Historia de la Revolución…cit., p. 407).  
9 Luis A. Martínez, A la Costa, cit., p. 158.  
2
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Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
Finalizará Salvador su diatriba con estas apasionadas  
palabras: “¡Soy, pues, socialista; aún más, anarquista de corazón; porque  
me sublevo contra tanto vicio, contra tanta farsa, contra tanto lodo y  
30  
podredumbre!...”.  
Sorprende, cuanto menos, esta especie de temprano escepti-  
cismo ideológico por parte de Martínez, y más, si se tiene en cuenta  
su casi inmediatamente ulterior desempeño en el Ministerio de  
Instrucción Pública (1903), y la publicación, sin correcciones, de la  
novela un año después, siendo ya ministro del ramo. A este respecto,  
entiendo que dado el convencido afán reformista del autor, este se  
concede la oportunidad de llevar a la práctica, desde la esfera de  
poder que le es asignada, y voluntariamente, aceptada, esa  
revolución pendiente” en el ámbito de sus competencias.  
En relación a la actitud cínica mencionada, producto de su  
propio resentimiento social, Salvador, y en su camino hacia  
Babahoyo llega a pensar “una loca idea: la de hacer fortuna a través de  
todos los obstáculos y saltando sobre todas las conveniencias sociales para  
por medio de esa fortuna, aplastar a su vez a los desheredados de la  
31  
sociedad”. Sin embargo, esta funesta y deshumanizadora idea será  
sublimada por la actitud estética, frente a la naturaleza, obrando así,  
como salvación redentora, para el ser humano al procurarle una  
plenitud vital, por moral:  
La imaginación, cuando es herida por lo bello, deja de cavilar en las  
tenebrosas cavidades del odio o del escepticismo, y goza con un rayo  
de sol hiriendo una nube, con una gramínea nacida al pie de una roca,  
con una gota de agua que centellea suspendida en una hoja, o con el  
murmullo de un torrente, o el lamento de la brisa entre las selvas.3  
2
Y, es que la naturaleza, en su representación como paisaje,  
cobra un inusitado protagonismo, tanto narrativo como simbólico a  
lo largo de toda la novela, erigiéndose en numerosas ocasiones, como  
protagonista mudo e indiferente a los avatares de los personajes que  
en ella aparecen (su reino es –literalmente- otro, aunque parece  
30 Ídem., p.159.  
31 Ídem., p. 173.  
32 Ídem., p. 174.  
BOLETÍN ANH Nº 204–Vol XCVIII • 125–145  
137  
Xavier Puig Peñalosa  
presidir el destino de los humanos…). Así, y en el primer aspecto  
indicado, muchos de los capítulos comienzan con prolijas descrip-  
ciones paisajísticas, escritas desde los postulados pintoresco-realistas  
o, intercaladas en la propia trama narrativa, transmitiendo así una  
portentosa presencialidad e inmediatez a las escenas descritas  
33  
(
ekphrasis visual), y en las que, esa misma naturaleza, se revela en  
su plenitud desbordante de vida:  
La selva tropical en toda su salvaje belleza estaba allí. La tierra fecunda  
por el sol y la lluvia tenía furia creadora (…) y mil árboles más,  
desconocidos para Salvador, todos de dimensiones monstruosas,  
desacostumbradas en la sierra, estaban allí afanosos por vivir, por  
crecer, por multiplicarse, tomando por asalto el poco de luz que  
divisaban entre las gigantescas copas de los reyes del bosque. Y en el  
suelo, en los troncos, en las ramas, otras plantas de hojas inmensas  
34  
crecían, se enredaban, se aferraban con furia de vida y lujo de verdor.  
En el segundo aspecto, el simbólico, porque también,  
muchas de esas representaciones paisajísticas de la naturaleza,  
hallarán su fundamento en la sublimidad romántica, bien, por el  
35  
sentimiento de delight (“terror delicioso”) que causan en el lector,  
bien, por el alto valor sentimental que procuran (lo Absoluto, lo  
36  
Infinito, el Todo, Dios), muy particularmente, en la segunda parte  
de la obra. Y, en relación a este último aspecto y, así mismo, en el  
carácter iniciático y trágico de la novela, quizás sea la constante lucha  
entre vida y muerte en la naturaleza -y que Martínez, en parte,  
3
7
proyecta a las relaciones humanas (darwinismo social) - con su  
3
3 Sobre la ekphrasis véase de Román de la Calle, 2005, El espejo de la Ekphrasis. Más acá de la  
imagen. Más allá del texato –La crítica de arte como paideia, Lanzarote, Islas Canarias (España),  
Fundación César Manrique, Servicio de Publicaciones, edición trilingüe en español, inglés  
y alemán, 2005.  
34 Luis A. Martínez, A la Costa, cit., pp. 206-207.  
3
5 Véase sobre esta cuestión el clásico libro de Edmund Burke [1757], Indagación filosófica sobre el  
origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello, Estudio preliminar y traducción  
MeneneGras Balaguer, Tecnos, Madrid, 1987 (varias edit.).  
3
6 Carl Gustav Carus, [1835], Cartas y anotaciones sobre la pintura de paisaje. Diez cartas sobre la  
pintura de paisaje con doce suplementos y una carta de Goethe a modo de introducción, Introducción  
de Javier Arnaldo, Madrid, Visor.  
3
7 Si en el caso de Charles Darwin y su teoría de la evolución de las especies se relaciona la  
adaptación de estas a su entorno con la sobrevivencia de las más aptas, en el de la  
BOLETÍN ANH Nº 204–Vol XCVIII • 125–145  
138  
Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
profundo misterio, dada su intrínseca e insondable amoralidad para  
el sentido humano, el factor más radicalmente novedoso –por  
filosófico- que representa la novela en el contexto de la genealogía  
histórica de la literatura ecuatoriana.  
Sí, allí estaba la vida, la creación incansable que no deja una pulgada  
de tierra abandonada por el hombre sin cubrirla con una planta, ni una  
hoja sin un insecto. Pero allí estaba también la muerte, que no es más  
que una transformación de la vida. La creación y la destrucción, la vida  
y la muerte activas, incansables, eternas.3  
8
Esta constatación, generará emociones y sentimientos encon-  
trados que, no obstante, se constituyen en profundas experiencias  
vivenciales (estéticas) y que van a determinar la (nueva) cosmovisión  
3
9
del protagonista. De ahora en adelante, ya nada volverá a ser lo  
mismo; solo el constante cambio que esa interrelación proporciona  
y preside, anuncia un futuro inconmensurable por incierto pero que,  
igual e inexplicablemente, colma de sentido a Salvador, ahora defini-  
tivamente “transmutado” en otra persona. Y este viaje iniciático y  
vital hallará su final cronológico y narrativo con la muerte de Salva-  
dor, símbolo, a su vez, de un viejo mundo (aristocrático-clerical) que  
denominación de “darwinismo social” se apela a que en las relaciones humanas impera la  
“ley del más fuerte”, es decir, que en realidad solo rige un lucha despiadada y sin escrúpulos  
por la dominación –relaciones de poder- del más fuerte sobre el débil. O como escribió el  
autor latino Plauto en el siglo II a.C. y popularizó mucho más tarde –siglo XVII- el filósofo  
inglés Thomas Hobbes, “homo homini lupus (est)” (“el hombre es un lobo para el hombre”).  
Sirvan como ejemplos estas dos citas: “[Salvador] Estaba, pues, en Guayaquil, en la Capital  
de la Costa, en la ciudad soñada por todos los desheredados de la esquiva fortuna; estaba  
en la tierra, donde tantos otros como él habían llegado llenos de esperanzas en busca de pan,  
huyendo de la estéril Sierra, y encontraron sólo la muerte o una lucha más desesperada y  
abrumadora”, y “[Don Roberto] ¡Caramba la gente que se tragan los Ingenios! ¡Le digo a  
usted, don Salvador, que da pena ver llegar partidas de chagras de la Sierra, robustos y  
contentos, alucinados con el buen jornal, y verles a algunos, después, macilentos, tristes,  
inutilizados para el trabajo, ir a Guayaquil a morir en el hospital, o a gastar allí hasta el último  
centavo que ahorraron a fuerza de trabajo y economías, y regresar, al fin, a la choza de su  
tierra, enfermos e inutilizados para siempre!”, A la Costa, cit., pp. 106 y 216-217).  
8 Luis A. Martínez, A la Costa, cit., pp. 178-179.  
3
3
9 Comentar respecto a esta cuestión que, a mi juicio, conviven en la novela dos planos  
relacionados entre sí y que son el verdadero leitmotiv de la misma: el plano socio-político  
caracterizado por la tensión entre utopía y desencanto, y el plano estético-filosófico-  
existencial caracterizado por la tensión entre la plenitud sentimental y el nihilismo.  
BOLETÍN ANH Nº 204–Vol XCVIII • 125–145  
139  
Xavier Puig Peñalosa  
definitivamente desaparece, y en la ¿esperanza? de una novel  
ciudadanía (el hijo de él que gesta su esposa Consuelo) que, guiada  
por los valores de esa nueva “hermosa clase media” (Luciano), por fin  
constituya una sola nación, moderna y unida:  
[
Salvador] No concluyó la frase… hizo un imperceptible movimiento  
de la cabeza; de los labios abiertos y colgantes brotó una espuma  
sanguinolenta; la cara tomó una expresión beática y bellísima, y los  
ojos vidriosos quedaron fijos en el Chimborazo, que allá, en el confín  
del paisaje inmenso resplandecía con los últimos rayos de sol. (fin  
de la novela).  
4
0
O solo queda la naturaleza, incólume, amoral y sinsentido  
como símbolo del (su) eterno y atemporal devenir, ajena –por ex-  
traña– al ser humano; en definitiva, vida y muerte en una sucesión  
sin fin.  
Conclusiones  
El escrito La pintura de paisaje en el Ecuador (1898), supone un  
soplo de modernidad al panorama plástico de su época en general  
y, en particular, en relación a los escasísimos escritos autóctonos  
sobre pintura. Su sentida confesión por la pintura de ese género,  
halla su origen en las numerosas ascensiones a nevados y montañas  
o, en las múltiples excursiones realizadas por regiones remotas del  
país. Al tiempo, su extrema sensibilidad de cuño romántico ante los  
sublimes panoramas que contemplaba en esos privilegiados esce-  
41  
narios, dejaron profunda huella, no solo en su propia personalidad,  
sino en su concepción de lo que debía ser la pintura de este género.  
En definitiva, Martínez no solo crítica la extrema banalidad que  
supone lo que hoy denominaríamos como “pintura comercial”, sino  
la nefasta concepción en la enseñanza plástica de su época, abogando  
40 Luis A. Martínez, A la Costa, cit., pp. 262-263.  
4
1 Véase a este respecto sus escritos publicados en varias revistas de la época, y antologizados  
con el título de Andinismo, Arte y Literatura, Andinismo, Prólogo de Raúl Paredes Ruiz, Quito,  
coedición Abya-Yala y Agrupación Excursionista “Nuevos Horizontes”, Pioneros y  
Precursores del Andinismo Ecuatoriano, Tomo 2, Colección Tierra Incógnita n° 12, 1994, pp.  
13-46.  
BOLETÍN ANH Nº 204–Vol XCVIII • 125–145  
140  
Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez  
subliminalmente por la creación de una Academia o Escuela de Be-  
42  
llas Artes que contemplase un estudio y didáctica de la pintura a  
partir de una concepción sólidamente fundamentada y auténtica-  
mente creativa.  
Finalmente, destacar que A la Costa (1904), la única novela  
publicada por Martínez en su corta vida, representa, y más allá de  
su –en parte– intencionalidad política, un testimonio autobiográfico  
y, sobre todo, existencial. Los numerosos y filosóficos interrogantes  
que plantea a lo largo de sus páginas y, muy especialmente, a partir  
de su segunda parte, como por ejemplo, el cometido de la naturaleza  
en su relación con el ser humano, el sentido último en/de la vida  
para este, la constitución moral del mismo y las relaciones con sus  
homólogos, la cualidad de los insondables deseos humanos, la  
muerte como principio generador de vida, etc., además de sus  
indelebles descripciones paisajísticas, la convierten, no solo en una  
lección de literatura, sino y además, en un libro abierto que nos invita  
a la reflexión y al pensamiento “metafísico”.  
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4
2 Paradójicamente, unos pocos años más tarde (1904) y siendo el propio Martínez ministro en  
el gobierno de Leónidas Plaza, (re)fundará la Escuela de Bellas Artes en Quito, auténtica  
cantera de futuros artistas; véase para dicha escuela Mireya Salgado Gómez y Carmen  
Corbalán de Celis, La Escuela de Bellas Artes en el Quito de inicios del siglo XX, Quito: Instituto  
de la Ciudad, 2012, y AA.VV, Academias y Arte en Quito 1849-1930, Quito, Museo de Arte  
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145  
La Academia Nacional de Historia es una  
institución intelectual  
y
científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros a  
historiadores  
entendiéndose por tales  
profesionales,  
quienes  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación histórica y hayan realizado  
aportes al mejor conocimiento de  
nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Puig Peñalosa, Xavier,  
"
Apreciaciones sobre dos escritos de Luis A. Martínez: La pintura  
de paisaje en Ecuador (1898) y A la Costa (1904) ", Boletín de la  
Academia Nacional de Historia, vol. XCVIII, Nº. 204, julio  
-
diciembre 2020, Academia Nacional de Historia, Quito, 2021,  
pp.125-145