BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVIII Nº 204  
Enero–junio 2020  
Quito–Ecuador  
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BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCVIII  
Nº 204  
Julio–diciembre 2020  
©
ꢀ Academia Nacional de Historia del Ecuador  
ISSN Nº 1390-079X  
eISSN 2773-7381  
Portada  
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marzo2021  
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BOLETÍN AC ADEMIA NACIONAL DE HISTORIA DEL ECUADOR  
Nº 204–Vol XCVIII • julio–diciembre 2020  
ATAHUALLPA PRESO1  
–DISCURSO DE INCOPORACIÓN–  
Rubén Ortega2  
Cuando Francisco Pizarro y su gente entraron a Cajamarca  
los favoreció un torrencial aguacero para tomarse, sin ninguna resis-  
tencia, los aposentos existentes alrededor de la plaza, donde se ins-  
talaron los soldados de su tropa. Con seguridad, impavidez y  
alevosía, calculó fríamente las acciones que debía realizar para sus  
propósitos.  
Llamó al capitán Hernando de Soto, joven, inteligente y  
sagaz, para ordenarle que, con quince soldados a caballo vaya donde  
se encontraba Atahuallpa, le presente el saludo de los hombres blan-  
cos; diga que desea verlo, para hablarle, en nombre del Rey de Es-  
paña, emperador de todo el mundo, y ofrecerle amistad y alianza  
contra sus enemigos.  
Como el capitán Soto no había regresado en el tiempo que  
Pizarro había calculado, su inquietud hizo que enviara a su hermano  
mayor Hernando Pizarro, para saber lo que había sucedido.  
1
El discurso fue expuesto por la hija del autor debido a que por su edad no pudo acercarse per-  
sonalmente a dar la exposición de su discurso de incorporación. Su hija en apertura del dis-  
curso indicó lo siguiente: Envejecer no es perder la juventud sino vivir una nueva etapa de  
oportunidad e ímpetu; se siente casi como escalar una gran montaña: mientras se sube las  
fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia, el corazón más noble y  
el alma serena. Buenas tardes, es un honor estar entre ustedes, personas de tan rica trayectoria  
que, han marcado una huella, han hecho la diferencia y son un referente. Traigo conmigo el  
encargo de mi Padre, Rubén Darío, a quien por el profundo amor que le profesamos debemos  
cuidar y proteger en esta época tan anómala que nos ha tocado vivir. Dicen que, la gratitud es  
la puerta que abrimos para que la abundancia entre en nuestras vidas, por ello, agradezco su  
atención y pido disimulen si cualquier error mientras expongo. Saludos Papito, estoy segura  
me estás escuchando, estamos muy orgullosos de ti.  
2
Doctor en Jurisprudencia y Abogado de los Tribunales de la República, catedrático de la Uni-  
versidad Nacional de Loja, presidente de la Corte Superior de Justicia, alcalde de Loja, asesor  
de la Procuraduría General del Estado, Director Nacional de Asesoría Jurídica en el Ministerio  
de Salud, Cronista de la Ciudad de Loja designado por la I. Municipalidad en el año 2003,  
autor de catorce obras publicadas en los campos del Derecho y de la historia provincial.  
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Rubén Ortega  
El capitán fue recibido sin muestras de hostilidad por los in-  
dígenas que le permitieron pasar, pero Atahualpa ni siquiera regresó  
a mirarlo:  
Estaba el inca a la puerta de su aposento, sentado en un asiento bajo, y  
muchos indios delante de él; mujeres en pie que casi lo rodeaban; tenía  
en la frente una borla de lana que parecía seda, color carmesí, de dos  
partes, asida de la cabeza con sus cordones, que le bajaban hasta los  
ojos, lo cual le hacía mucho más grave de lo que él es; los ojos puestos  
en tierra, sin alzarlos a mirar a ninguna parte, y como el capitán Soto  
llegó ante él. Le dijo por la lengua o faraute que llevaba, que era un ca-  
pitán del Gobernador y que le enviaba a le ver y a le decir de su parte,  
el mucho deseo que él tenía de su visita y que si le plugiese, de ir a ver  
se holgaría el señor Gobernador; y que otras razones le dijo, a las cuales  
no le respondió ni alzó la cabeza a le mirar, sino, un principal suyo res-  
pondía a lo que el capitán hablaba. En esto llegó el otro capitán, Her-  
nando Pizarro, a donde el primero había dejado a la gente, y  
preguntóles por el capitán y dijéronle que hablaba con el Cacique. De-  
jando allí a la gente pasó el río, y llegando cerca de donde Atabalipa,  
dijo el capitán Soto que con él estaba, este es un hermano del Gober-  
3
nador, háblale que viene a verte.  
Se cruzaron palabras, pero al fin terminó el diálogo. “Que-  
4
dando Atabalipa de ir a ver al Gobernador otro día por la mañana”.  
Regresaron de la visita al Inca, Hernando Pizarro y el capitán  
Soto, luego, conversaron sobre sus impresiones y probables inten-  
ciones. Ni la fanfarronería de Hernando Pizarro podía ocultar el pe-  
simismo de todos. Especialmente cuando sabían que los españoles  
no tenían ni doscientos soldados. En cambio los indígenas pasaban  
de treinta mil.  
Presentían que su aventura estaba en su hora más riesgosa.  
Se reunieron y hablaron sobre todas las posibilidades. Francisco Pi-  
zarro insistió en que debía procurarse que el Inca vaya a Caxamarca  
y cuando llegue al centro de la plaza triangular, más grande que  
cualquiera de España, “atacar sorpresivamente en medio de sus indios,  
3
4
Benjamín Carrión, Atahuallpa, Libresa, Quito, 1992, p.350.  
Benjamín Carrión, op. cit., p.351.  
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Atahuallpa preso  
que no podían entrar todos en la plaza para defenderlo, por la estrechés de  
la única entrada, y hacerlo prisionero”.5  
Los soldados, reunidos en un galpón sentían incontrolable  
miedo. La situación había llegado al grado máximo de peligro. Pi-  
zarro opinaba que demostrar miedo a los indios:  
(
…) era suicidarse, porque serían perseguidos por caminos que ellos  
no conocían; en tanto que continuar en el plan de amistad era debili-  
tarse y destruir el prestigio sobrehumano que los hacía fuertes, conver-  
tirse en hombres iguales a los indios, sujetos a sucumbir en cualquier  
momento de capricho o sospecha de Atahuallpa, pues su número, en  
el plano de simples hombres, es irrisorio comparado al de los indíge-  
nas.6  
Atahuallpa ingresó a la plaza, con su séquito real y sobre su  
litera de oro, entraron con él sus seguidores inmediatos, por lo  
menos cinco mil indios. No estaban allí los españoles y cuando el  
Inca preguntó por ellos, el fraile dominico y capellán Vicente Val-  
verde, se acercó con el Cristo y la Biblia en sus manos, acompañado  
de Felipillo, el intérprete. Le habló de Dios, de la pasión y muerte de  
Jesús, y otros temas del catolicismo y, sin más, lo exhortó a que re-  
nuncie a su idolatría y abrace la religión cristiana, única y verdadera,  
con otros argumentos adicionales.  
Con altura y algo de menosprecio le contestó el Inca:  
Yo soy el primero de los reyes del mundo y a ninguno debo acata-  
miento; tu rey debe ser grande, porque ha enviado criados suyos hasta  
aquí, pasando sobre el mar; por eso lo trataré como a un hermano.  
¿
Quién es ese otro rey o dios del que me hablas, que ha regalado al  
tuyo tierras que no le pertenecen, porque son mías? El Tahuantin-suyu  
es mío y nada más que mío. Me parece un absurdo que me hables de  
ese dios tuyo, al que los hombres creados por él han asesinado. Yo no  
adoro a un dios muerto. Mi dios el Sol, vive y hace vivir a los hombres,  
los animales y las plantas. Si él muriera, todos moriríamos con él, así  
como cuando él duerme, todos dormimos también. Finalmente, agregó  
5
6
Benjamín Carrión, op. cit., p.352.  
Ibíd., p. 328  
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Rubén Ortega  
Atahuallpa, ¿con qué autoridad te atreves a decirme las cosas insensa-  
tas que me has dicho?  
Con la que me da este libro, respondió el fraile.7  
-
Terminó esta escena, cuando el Inca lanzó lejos la biblia, des-  
pués de que se abrió y no le llamó en nada la atención.  
Menospreciado el fraile fue donde estaba su jefe y, seguida-  
mente, se armó esa batalla campal que estaba prevista, en la que los  
soldados del inca no pelearon, sorprendidos y aterrados permitieron  
a Pizarro que lo haga prisionero.  
Los soldados españoles se ensañaron con los indígenas, los  
persiguieron, los asesinaron, los humillaron. Lo que ocurrió con el  
muro de la plaza da razón del desconcierto, de la cantidad de venci-  
dos y de su fuerza, al empuje de esa multitud cedió y se fue a tierra.  
La sorpresa, la traición, la temeridad de los españoles y la in-  
genuidad y confianza de Atahuallpa y los suyos, que fueron prepa-  
rados solamente para atender una invitación al inca, selló uno de los  
acontecimientos más inexplicables de la conquista, así se inició una  
situación injusta, inesperada y humillante de los vencidos a quienes  
los conquistadores les hicieron sentir el peso de su situación tratán-  
dolos como a esclavos.  
Esto duró varios siglos, pero la destrucción de una cultura  
quizá más avanzada que algunas del viejo continente se había ini-  
ciado, con visos de fatalidad que nadie pudo contener.  
Loja, 12 noviembre de 2020  
Bibliografía  
CARRIÓN, Benjamín, Atahuallpa, Libresa, Quito, 1992  
7
Ibíd., pp. 355-356  
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realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Ortega, Rubén,  
Atahualpa preso", Boletín de la Academia Nacional de Historia,  
vol. XCVIII, Nº. 204, julio diciembre 2020, Academia  
Nacional de Historia, Quito, 2021, pp.409-412  
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