La agricultura y ganadería
en parte de nuestra historia americana y nacional
fabuloso animal regresa a nuestras tierras como arma de la conquista
española. Los nativos americanos, al inicio, pensaban que hombre y
caballo, eran un solo ser: idénticos a los centauros de Grecia. Este
raro engendro, en un principio, les causó gran temor, pero con el
tiempo, se convirtió en su mejor aliado.
En mi obra: Centauros de América, se recogen las alucinantes
descripciones de los nativos, que cuentan su encuentro con los caba-
llos. Tuti Cusi Yupanqui, primo de Atahualpa, relata la fascinación que
provocaron estos animales en el Inca; el soberano los llamaba “gran-
des alpacos” y pensó que podían capturarlos para sus ejércitos.
En las batallas de la conquista, los españoles abandonaron
caballos y ganado; ya libres, estos se multiplicaron. En poco tiempo,
se hicieron cimarrones y se convirtieron en una nueva riqueza que
deambulaba por los campos de América. En su afán por domesticar-
los, nacieron los vaqueros, personajes que se asientan en diversas re-
giones y toman afecto a sus nuevas tierras y animales. Al no ser
súbditos de nadie, nace en ellos un gran sentido de libertad y ger-
mina la semilla de las ideas libertarias.
Posteriormente, estos personajes son secundados y acogidos
por los próceres, quienes en las ciudades, consolidan los movimien-
tos libertarios.
Pronto, de las proclamas se pasa a las batallas, y allí surgen
los nuevos hombres de a caballo, ahora hablo de los “Centauros de
la libertad”: de Jorge Washington, Simón Bolívar, San Martin, Arti-
gas, O’Higgins, Sucre, Feliciano Checa, Córdova, Nariño, Santander,
Chávez del Perú: estos héroes cambiaron la historia y expulsaron a
nuestros opresores, montados en los descendientes de los caballos
que nos conquistaron.
A partir de allí, en los gigantes pastizales del nuevo mundo,
se forman las culturas ecuestres de América: hoy, los hombres de a
caballo, son iconos de cada país; me refiero: al Charro en México, al
Cow-boy en Norteamérica, a los Chontaleños en Centro América, al
Llanero de Venezuela y de Colombia; al Chagra y al Montubio del
Ecuador, al Chalán en el Perú, el Huaso en Chile, a los famosos Gau-
chos en Argentina, Uruguay y Paraguay, los Chaqueños bolivianos,
y luego en Brasil, a los Gaushos y los Catingas al norte.
BOLETÍN ANH Nº 203 • 321–328
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