Pedro Reino Garcés
vasijas vaciadas de la muerte, a las ollas que hacen el amor con sus
sexos de barro mientras el pueblo duerme sin sueño tapándose con
lomas en su angustioso olvido. Solo ha respondido la muerte rese-
cada, huaqueada, impávida, que enajena y comercia nuestras más
queridas pertenencias.
Díganme alguien, Por qué se llama ese cerro Yaguar-urcu?
Por qué es un cerro de sangre? ¿Desde cuándo está la sangre en la
¿
montaña? Tengo las palabras que he subido a desenterrarlas en la
loma de Patate-urcu donde el barro llorando vasijas vaciadas de me-
moria, en silencio han salido muchas veces a mi encuentro con sus
huesos descarnados, a pedirme que les devuelva un poco de la luz
que tiene la sangre que suele coagularse en las cortaduras de mis sí-
labas. Sentados al borde de la laguna, en Sudagua, he oído una lluvia
de huesos resbalarse por los laberintos y quedarse a mojar los preci-
picios en donde los dioses me dejaron frente a frente con los ojos in-
sepultos de los indios caídos en el olvido.
De pronto, quiero que ahora oigan dos tambores. Hagamos
un silencio de diez siglos para volver a oírlos. Un tambor terrible y
viejo está sonando en Jatun-taqui en Imbabura, el otro está san-
grando aquí en Pata-ati. El de acá suena: Ambabaquí, Inapí, Puñapí,
Tontapí, Yataquí, Chalapí, Cholapí, Guayupí, Llutupí, Quichipí.
Tengo que decirles que todas son palabras de agua.
El viejo tambor del Imbabura me contesta: Pical-quí, Pinsa-
quí, Urcu-quí, Cahuas-quí, Tauri-quí, Ambu-quí, Pusu-quí, Pomas-
quí, Ara-quí, Quinchu-quí. Caran-quí, Cayan-quí. Cochas-quí.
¿
Díganme si no suenan iguales? Allá también me gritan los tambo-
res de agua. ¿Vinieron o se fueron? ¿Por voluntad propia o por
ajena?
¡
Ah! Pero he venido porque tengo algo que contarles. Se
trata de unas piedras que si las hubiera visto Octavio Paz habría
dicho algo así como que fueron labradas para matar y recrear ternura
en corazones de mujeres. Rumores de vientos perversos vuelven
desde la ucu-pacha, de los mundos que tenemos debajo de lo que
pisamos. ¿Será verdad que mataban por amor? ¿Qué religión no ha
practicado la muerte para creer, hacernos creer y predicar la resu-
BOLETÍN ANH Nº 198 • 230–241
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