BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCV  
Nº 198  
Julio–diciembre 2017  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
DIRECTOR:  
Dr. Jorge Núñez Sánchez  
SUBDIRECTOR:  
SECRETARIO:  
TESORERO:  
Dr. Franklin Barriga López  
Ac. Diego Moscoso Peñaherrera  
Hno. Eduardo Muñoz Borrero  
Mtra. Jenny Londoño López  
BIBLIOTECARIA-ARCHIVERA:  
JEFA DE PUBLICACIONES:  
Dra. Rocío Rosero Jácome  
RELACIONADOR INSTITUCIONAL: Dr. Vladimir Serrano Pérez  
BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCV  
Nº 198  
Julio–diciembre 2017  
©
Academia Nacional de Historia del Ecuador  
ISSN Nº 1390-079X  
e-ISSN Nº 2773-7381  
Portada  
Monumento a Vicente Rocafuerte  
en la ciudad de Guayaquil  
Diseño e impresión  
PPL Impresores 2529762  
Quito  
landazurifredi@gmail.com  
enero 2019  
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. XCV – Nº. 198  
Julio–Diciembre 2017  
CANARIAS EN ECUADOR  
José Manuel Castellano Gil 1  
Quiero que mis primeras palabras cargadas de gratitud y  
emotividad vayan dirigidas a todos los miembros de la Academia  
Nacional de Historia, por acogerme en esa centenaria institución, un  
inmenso honor que me brindan y que intentaré devolver con total  
responsabilidad y compromiso a la Academia y a la sociedad ecua-  
toriana. Asimismo deseo mostrar mi reconocimiento al Sr. Rector por  
su excelente predisposición a que esta Sesión Pública Solemne se re-  
alice en nuestra casa común: la UNAE.  
Previo a entrar en materia debo compartir con Ustedes que  
estas últimas semanas han sido de profunda reflexión e interno de-  
bate sobre la elección del tema a esbozar en este Discurso de Ingreso.  
Evidentemente, como todos ustedes saben, no soy nacido en Ecua-  
dor pero, sin duda alguna, me considero un ecuatoriano más. Y no  
es una frase gratuita de cara a la galería sino que es un sentimiento  
que responde a un compromiso que he intentado que esté presente  
en mi quehacer cotidiano.  
No concibo la Historia como una profesión sino como un  
ejercicio de compromiso social que me permite indagar en el pasado  
para intentar comprender y actuar en el momento presente con la  
idea de proyectar una visión hacia el futuro en ese largo y necesario  
1
Doctor en Historia por la Universidad de La Laguna (España) con la máxima calificación  
de CUM LAUDE y PREMIO EXTRAORDINARIO DE DOCTORADO y autor de más  
de una treintena de libros históricos y más de un centenar de artículos. Ha sido coordi-  
nador de diversas publicaciones, ha participado en más de medio centenar de Congresos  
y ha obtenido diversos premios de investigación de rango nacional e internacional. La  
Asamblea del Poder Popular de la República de Cuba le otorgó la “Distinción por la  
Cultura Nacional cubana” (2000) por su contribución en temas históricos y culturales.  
Ha formado parte del Programa Prometeo como investigador (2013-2014) y la Dirección  
Provincial de Cultura de El Oro (Ecuador) le concedió la “Presea Filantropía Cultural”  
en 2015. Actualmente es Profesor Titular de la Universidad Nacional de Educación de  
Ecuador.  
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Canarias en Ecuador  
recorrido hacia la utopía, hacia la construcción de una sociedad libre,  
igualitaria y solidaria. Ese ideario ha sido la hoja de ruta de mi vida  
y de mi ejercicio profesional.  
Desde que llegué a esta bendita tierra en 2013, como miem-  
bro del Programa Prometeo del Gobierno ecuatoriano, mi labor ha  
estado dirigida a sumar, a contribuir como ciudadano, historiador e  
investigador y en estos momentos como docente en este ilusionante  
proyecto de transformación social a través de la educación que es la  
UNAE.  
Mi estancia en estos últimos cuatro años en este pluri-multi-  
cultural Ecuador ha supuesto un duro ejercicio de reconversión de  
conocimientos de una nueva realidad sociohistórica y una experien-  
cia, sin duda, altamente enriquecedora, tanto en el ámbito personal,  
social y profesional. Mi trabajo se ha centrado en el territorio y en  
sus gentes, en la historia, en el patrimonio, en la cultura y en la edu-  
cación. Mis primeros espacios de atención fueron Machala, Guaya-  
quil, Babahoyo y en este último año y medio la UNAE y en el  
incipiente interés por contribuir a la reconstrucción histórica del  
Cañar. De modo que seleccionar uno esos temas locales en los que  
he investigado para elaborar este Discurso me generaba un mar de  
dudas, a pesar que tenía en la recamara una segunda opción, cen-  
trarme en un objeto de estudio de carácter nacional, como las Casas  
Flotantes de Ecuador o el impacto social de la Guerra del 41, pero  
esta segunda alternativa tampoco me convencía del todo.  
Evidentemente un aspecto sobre la historia del Cañar hu-  
biese sido el más pertinente, sin duda. Sin embargo, todavía me en-  
cuentro en una fase de formación, de adquisición de conocimientos  
y en la etapa preliminar de un proyecto encaminado en esa dirección.  
Por tanto, opté por una tercera vía: abordar un breve ensayo vincu-  
lado a una de mis grandes inquietudes, mi vocación americanista en  
el ámbito de las relaciones Canarias-América y de esta manera com-  
partir con ustedes un elemento específico de la presencia de Canarias  
en Ecuador.  
Nací en un archipiélago atlántico norteafricano, cuyas islas  
históricamente han buscado en el horizonte la silueta de la costa  
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José Manuel Castellano Gil  
americana, hasta el punto que la identidad histórica de Canarias no  
puede entenderse sin el aporte esencial de América, desde el sur del  
Río Grande hasta La Patagonia. Y de igual manera podemos decir  
que la conformación de muchas sociedades americanas cuenta con  
un substrato y aporte de canariedad. Ambos territorios han recorrido  
una historia paralela, sufrieron las brutales consecuencias de la co-  
dicia conquistadora y colonizadora, aunque con un desenlace dis-  
tinto, pero con un sentimiento forjado en una identidad compartida  
como consecuencia de esa estrecha relación de ida y vuelta a lo largo  
de más de cuatro centurias.  
La presencia canaria en América tuvo un definido carácter  
agrario, pequeños campesinos que vinieron a roturar y cultivar la  
tierra y que se insertaron e integraron plenamente en la sociedad  
americana hasta el punto que tomaron las armas a favor de los mo-  
vimientos emancipadores de la América Latina.  
Desde que llegué a Ecuador no he parado de buscar esa hue-  
lla canaria en esta tierra. Y ¡eureka!, a los pocos días descubrir uno  
de esos temas que me acompaña desde que era un joven estudiante  
de los últimos años de primaria: San Borondón. Este va a ser el eje  
central de este Discurso que se articula a través de un viaje histórico  
desde Canarias a Ecuador.  
Las primeras referencias sobre el Archipiélago canario se en-  
cuentran en los escritos grecolatinos anteriores a nuestra Era. Unos  
textos que trasmiten una información basada en la concepción,  
creencia y cosmovisión de la época y que intentan dar respuesta a la  
existencia humana y a la trascendencia de la vida más allá de la  
muerte. Las sociedades clásicas ofrecían una interpretación a lo des-  
conocido mediante la elaboración y recreación de todo un mundo  
mitológico. Y el océano Atlántico, considerado como un mar tene-  
broso, y sus enigmáticas islas fueron elementos donde filósofos y  
poetas desplegaron una gran imaginación marcada por su concep-  
ción religiosa y mitológica.  
Canarias, dada su ubicación en aquellos momentos “al borde  
del mundo desconocido”, centró todo tipo de conjeturas mitológicas.  
Las denominaciones adjudicadas tanto al Archipiélago como a otros  
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ámbitos geográficos –Campos Elíseos, Islas Afortunadas, Islas Bie-  
naventuradas y Jardín de las Hespérides– hacían referencia al lugar  
de residencia de los dioses, al paraíso terrenal o el lugar de la felici-  
dad perfecta: un lugar de delicias y placeres en unas islas situadas  
en las extremidades del mundo, cerca de la morada de la Noche,  
donde sus habitantes tenían una vida dulce y tranquila, sin experi-  
mentar nieves ni inviernos rígidos, ni lluvias, sino un perenne aire  
fresco, donde brotaban toda clase de frutos, sin plantar ni sembrar,  
donde sus árboles nunca estaban despojados de sus hojas ni de sus  
aromáticos frutos, donde crecían manzanas de oro, fuentes de miel,  
de aceite y de bálsamo, con arroyos de vino y leche, en fin, un lugar  
de descanso reservado a las almas de los que en vida habían sido hé-  
roes y de los hombres de bien.  
Junto a esa visión, Canarias también fue considerada a partir  
de los textos de Platón como uno de los vestigios de un continente  
sumergido en el mar, la Atlántida. Y posteriormente, durante la Edad  
Media, mientras que en el mundo árabe se transmitía una leyenda  
que contempla el océano Atlántico como cubierto de tinieblas, circu-  
lado por vientos fortísimos, tempestades y plagado de monstruos,  
entre la comunidad cristina europea se difundía la idea bíblica del  
Paraíso terrenal, que generó una auténtica fiebre entre sus fieles por  
encontrar su emplazamiento. Y es en ese contexto, donde nace la le-  
yenda del monje Brandán o Brendán y la misteriosa isla de San Bo-  
rondón, tras la publicación de la Navigatio Sancti Brandani. Una obra  
del siglo X que narra uno de los relatos medievales de la cultura  
celta, que contribuyó a extender por la Europa cristiana el viaje que,  
a la Tierra Prometida de los Bienaventurados, las islas de la Felicidad  
y la Fortuna, había realizado el monje irlandés.  
Es a partir de las incursiones europeas por el Atlántico en los  
siglos XIII-XIV cuando aparecen las primeras referencias directas  
sobre San Borondón, que se intensifican en las centurias posteriores  
con diversos relatos coincidentes que señalan la existencia de una  
isla que a veces se divisaba en el extremo occidental del Archipié-  
lago. Una isla que cuando los navegantes intentaban aproximarse a  
sus costas era envuelta por la bruma y desaparecía completamente.  
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Al menos desde el siglo XIII los cartógrafos comienzan a  
dejar constancia en sus cartas la localización de San Borondón. La  
difusión de esta leyenda y sus posteriores avistamientos justificaron  
la incorporación de la isla a las cartas náuticas, portulanos y mapas  
en los siglos siguientes.  
Con anterioridad a la conquista del Archipiélago (1402-1496)  
no se tiene evidencia alguna que las sociedades aborígenes canarias  
conocieran el fenómeno de San Borondón y es a partir de la coloni-  
zación europea de los archipiélagos atlánticos cuando se dispone de  
descripciones más concreta de la isla. De hecho, el convencimiento  
general sobre su existencia fue tal que durante la época de los gran-  
des descubrimientos geográficos los monarcas hispanos hicieron en  
numerosas ocasiones donación de esta isla a diversos personajes a  
condición de que la encontraran.  
En los momentos previos al descubrimiento de América la  
leyenda de la isla de San Borondón fue un elemento que contribuyó  
notablemente a fomentar el espíritu descubridor de nuevos territo-  
rios y se llevaron a cabo diversas expediciones hispanolusitanas a lo  
largo de los siglos XV-XVI, que se prolongaron en centurias poste-  
riores. Incluso en pleno siglo XVIII, en 1721 el Capitán General de  
Canarias concedía el Título de Cabo Gobernador y descubridor de  
la isla de San Brandán a favor del capitán de Infantería española D.  
Juan Franco de Medina, que al mando de la expedición de la balan-  
dra “San Telmo” tenía como objeto descubrir y conquistar la isla.  
En definitiva, la isla de San Borondón es uno los imaginarios  
históricos del Archipiélago canario, cuyo origen está perfectamente  
documentado, aunque nadie jamás haya encontrado a esa misteriosa  
isla, y su idea se ha transformado en un valor mágico cargado de  
utopía e ideales y en un sugerente recurso de inspiración creativa.  
En cambio, el Samborondón ecuatoriano existe, es real. Es  
uno de los cantones que integra la actual provincia del Guayas, aun-  
que sus orígenes en cuanto a su denominación parecen diluirse entre  
brumas y tormentas en torno a una leyenda recreada.  
El nombre del cantón de Samborondón generó cierto debate  
en el último tercio del siglo XX a través de diversas teorías que in-  
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tentan explicar su origen. Por lo tanto esta contribución pretende  
simplemente exponer esas interpretaciones y aportar luz en esa dis-  
cusión con nuevos fundamentos.  
El primer autor que aborda el origen de su denominación fue  
Luis Arias Altamirano. En su libro Samborondón a través del tiempo,  
publicado en 1976, recoge varias teorías.  
A partir de un acta del Cabildo de Guayaquil, fechada el 20  
de mayo de 1650, señala que la denominación de esta zona ya se co-  
nocía con anterioridad y que pertenecía a Fermín de Asiaín (Alcalde  
Ordinario de Guayaquil), quien tenía a su servicio a un esclavo lla-  
mado Bartolomé Samborondón Rendón, que dará el nombre a la co-  
marca.  
Una segunda hipótesis, compartida también por los historia-  
dores Ezio Garay Arellano y José Antonio Gómez Iturralde, plantea  
que el topónimo proviene desde tiempos inmemorables y se debe a  
la combinación de dos palabras: Zambo (término racial que define  
el mestizaje entre negro y amerindio) y Rendón, su apellido. Y que  
con el paso del tiempo (Zambo-Rendón) derivaría en Samborondón.  
Un tercer planteamiento, defendido por Eduardo Estrada  
Guzmán y Ricardo Delcalzi, sugiere que la base de la denominación  
del cantón proviene de Saint Brendan, santo irlandés conocido en  
castellano como San Borondón.  
No obstante, hay un aspecto que debemos resaltar y es que  
el propio Luis Arias en 1977, un año después a la publicación de su  
obra, comienza a cuestionarse su propio posicionamiento a partir de  
nuevos datos: por un lado, tras descubrir la existencia del topónimo  
Samboronbón en el Río de la Plata (Argentina) y, en segundo lugar,  
por la información verbal que le proporciona un isleño sobre la le-  
yenda de la isla de San Borondón en el Archipiélago canario. Este  
autor intentó indagar esa nueva línea de investigación pero no pudo  
obtener resultados al respecto.  
Estas son las cuestiones planteadas hasta la actualidad que  
intentan explicar su origen. Sin embargo, nos resulta difícil aceptar  
estos planteamientos por su endeblez argumentativa. A nuestro jui-  
cio existen otros indicios más evidentes que nos llevan a replantear  
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un origen distinto. Y de este modo, proponemos una serie de razo-  
namientos que de una forma u otra –vinculados o de forma inde-  
pendiente– arrojan bastante luz sobre este asunto.  
El Globo terráqueo de Martin Behaim y el imaginario colectivo  
El principal aspecto, que consideramos altamente relevante,  
viene dado por el globo terráqueo de Martín Behaim de 1492 que  
ubica a la isla de San Borondón a 60º al Oeste del primer meridiano,  
es decir, frente a las costas de Guayaquil.  
Debemos referenciar, asimismo, que la ubicación física de  
esta isla mítica en los distintos mapas y portulanos sufrió constantes  
variaciones en función al conocimiento que se poseía de la superficie  
terrestre en cada momento histórico, pues ha sido situada en dife-  
rentes zonas: Terranova, Islandia, islas Feroe, Caribe, islas Canarias  
y Ecuador. Y en este sentido debemos apuntar que el conocimiento  
del territorio siempre ha sido una constante preocupación del hom-  
bre a lo largo de su historia. Sin duda, el descubrimiento del Nuevo  
Mundo y las expediciones posteriores producen un avance signifi-  
cativo en ese conocimiento. No obstante, los cartógrafos continuaron  
reflejando en sus trabajos tanto la realidad física del espacio como  
los elementos mitológicos y leyendas que conformaban el imaginario  
grecolatino, la cosmovisión y mentalidad religiosa medieval de evan-  
gelización y la búsqueda del paraíso terrenal. Y durante la fase de  
expansión atlántica en los siglos XV y XVI estas ideas contribuyen a  
estimular expediciones de reconocimientos.  
Advocación y religiosidad  
Otro elemento sustancial a introducir en este análisis es la  
existencia de una campana de bronce de 1694 (custodiada actual-  
mente en el Museo Municipal de Guayaquil), que formaba parte de  
una antigua capilla establecida en la zona, y que contiene una ins-  
cripción con el nombre de Samborondón. Este dato nos habla de una  
vinculación directa entre la denominación de la zona y el mundo re-  
ligioso. Y si a ello, añadimos la costumbre general en la época de la  
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advocación a un santo protector (San Borondón, santo de los marinos  
en aprietos) y se relaciona, además, con el segundo nombre con que  
fue bautizado el esclavo Bartolomé nos lleva, sin necesidad de recu-  
rrir a argumentaciones forzadas (como la del Zambo-Rendón), a una  
explicación más verosímil y natural.  
La situación geoestratégica de Canarias y su influjo  
El papel geoestratégico del Archipiélago Canario, como úl-  
timo puerto de escala de las embarcaciones que se dirigían al Nuevo  
Mundo, y la leyenda de la isla de San Borondón debieron ejercer,  
también, una gran influencia en la difusión de ese imaginario, al  
tiempo, que contribuiría a la designación de esta comarca ecuato-  
riana. Además, si fuera cierto, el dato proporcionado por el historia-  
dor José Antonio Gómez Iturralde sobre la ascendencia canaria del  
propietario de esa zona y Alcalde Ordinario de Guayaquil, Fermín  
de Asiaín, sería otro elemento a tener muy en cuenta.  
La Bahía de Samboronbón en el Río de la Plata, Argentina  
Este es otro rasgo esencial por dos cuestiones básicas: pri-  
mero, porque su grafía es casi idéntica al cantón ecuatoriano. Esto,  
en cierta manera y en buena lógica, rechaza casi de forma definitiva  
la teoría del Zambo-Rendón que, por otra parte, tiene una explica-  
ción sencilla derivada de una mala o errónea transcripción muy pro-  
pia en épocas pasadas. Y, en segundo lugar, viene a reafirmar la  
influencia de ese imaginario colectivo. Pues, la denominación de esa  
Bahía se debe a los propios miembros de la expedición de Magalla-  
nes, quienes consideraron que su formación fue el resultado del des-  
prendimiento de una parte de su superficie que dio origen a la isla  
de San Borondón.  
El medio natural de Samborondón  
Otro elemento a considerar –aunque en menor medida–  
puede ser su propia ubicación geográfica y su medio natural, es  
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decir, un cerro elevado en medio de la llanura de un aluvión con una  
vegetación rica, frondosa y productiva con varias cosechas anuales.  
Unas características muy similares a las descripciones realizadas  
sobre la isla de San Borondón. Y junto a ello debemos resaltar otro  
punto de conexión interesante, como es la consecuencia de las inun-  
daciones en la zona, ya que daba lugar a un efecto visual de una isla  
que aparece y desaparece como la propia isla de San Borondón.  
En definitiva, esta modesta aportación tiene como única fi-  
nalidad ofrecer una reflexión argumentada sobre el origen de la de-  
nominación del cantón de Samborondón. Es evidente que los  
pueblos se construyen a través de la tradición pero también a base  
de leyendas y mitos. Y somos conscientes que la sociedad sambo-  
rondiana posee un grado de concienciación identitaria fuerte y defi-  
nida con respecto a la teoría del Zambo-Rendón. Pero es, también,  
indiscutible que no se puede rechazar, negar, ni relegar los hechos  
históricos fehacientes y sus argumentaciones consistentes. Y por otro  
lado, este aspecto concreto referenciado, la proyección de la mítica  
isla de San Borondón en Ecuador, es un elemento más a incorporar  
al amplio proceso desempeñado por los canarios en estos últimos  
cinco siglos como agentes de intermediación en la conformación de  
las sociedades de “Nuestra América”.  
Por último, y con el permiso de ustedes, no puedo concluir  
esta intervención sin recordar, reconocer y agradecer inmensamente  
el cariño, el aprendizaje y los valores recibidos a lo largo de toda una  
vida, desde mis padres y mi familia, al papel desempeñado tanto  
por los maestros, como por los compañeros de aula y de vida, a la  
presencia constante de mis amigos, colegas y alumnos, tanto cana-  
rios, ecuatorianos como latinoamericanos, y muy especial a la luz  
que llena mi existencia, mi mujer Ana Rosa de Ascanio Escobedo.  
Sin ellos, sin duda, nada hubiera sido posible. Muchísimas gracias.  
Chuquipata (Azogues-Ecuador) a 5 de octubre 2017  
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La Academia Nacional de Historia es una  
institución intelectual científica,  
y
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros a  
historiadores  
entendiéndose por tales  
profesionales,  
quienes  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación histórica y hayan realizado  
aportes al mejor conocimiento de  
nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Castellano Gil, José  
Manuel, CANARIAS EN ECUADOR, boletín de la academia  
nacional de historia, vol. XCV, Nº. 198, julio  diciembre 2018,  
Academia Nacional de Historia, Quito, 2017, pp. 336-344.