Canarias en Ecuador
ámbitos geográficos –Campos Elíseos, Islas Afortunadas, Islas Bie-
naventuradas y Jardín de las Hespérides– hacían referencia al lugar
de residencia de los dioses, al paraíso terrenal o el lugar de la felici-
dad perfecta: un lugar de delicias y placeres en unas islas situadas
en las extremidades del mundo, cerca de la morada de la Noche,
donde sus habitantes tenían una vida dulce y tranquila, sin experi-
mentar nieves ni inviernos rígidos, ni lluvias, sino un perenne aire
fresco, donde brotaban toda clase de frutos, sin plantar ni sembrar,
donde sus árboles nunca estaban despojados de sus hojas ni de sus
aromáticos frutos, donde crecían manzanas de oro, fuentes de miel,
de aceite y de bálsamo, con arroyos de vino y leche, en fin, un lugar
de descanso reservado a las almas de los que en vida habían sido hé-
roes y de los hombres de bien.
Junto a esa visión, Canarias también fue considerada a partir
de los textos de Platón como uno de los vestigios de un continente
sumergido en el mar, la Atlántida. Y posteriormente, durante la Edad
Media, mientras que en el mundo árabe se transmitía una leyenda
que contempla el océano Atlántico como cubierto de tinieblas, circu-
lado por vientos fortísimos, tempestades y plagado de monstruos,
entre la comunidad cristina europea se difundía la idea bíblica del
Paraíso terrenal, que generó una auténtica fiebre entre sus fieles por
encontrar su emplazamiento. Y es en ese contexto, donde nace la le-
yenda del monje Brandán o Brendán y la misteriosa isla de San Bo-
rondón, tras la publicación de la Navigatio Sancti Brandani. Una obra
del siglo X que narra uno de los relatos medievales de la cultura
celta, que contribuyó a extender por la Europa cristiana el viaje que,
a la Tierra Prometida de los Bienaventurados, las islas de la Felicidad
y la Fortuna, había realizado el monje irlandés.
Es a partir de las incursiones europeas por el Atlántico en los
siglos XIII-XIV cuando aparecen las primeras referencias directas
sobre San Borondón, que se intensifican en las centurias posteriores
con diversos relatos coincidentes que señalan la existencia de una
isla que a veces se divisaba en el extremo occidental del Archipié-
lago. Una isla que cuando los navegantes intentaban aproximarse a
sus costas era envuelta por la bruma y desaparecía completamente.
BOLETÍN ANH Nº 198 • 336–344
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