Bienvenida a Manuel Espinosa Apolo
como Miembro de Número de la ANH
se amenazaba con que el día de la venganza de las “huacas” (dioses
indios) los traidores quedarían condenados a vagar por el mundo
con la cabeza para abajo y los pies hacia arriba, o que se convertirían
en animales, antes de ser tragados por el mar junto con los españoles.
En consecuencia, para limpiar sus culpas se les exigía que volviesen
a adorar a las huacas y homenajear a los shamanes, que se despoja-
sen de los nombres y costumbres de los cristianos y que se purifica-
sen por medio del ayuno y la abstinencia sexual.
En los siglos coloniales posteriores, el pensamiento milenarista
indígena siguió latente y aun se alimentó de las prédicas proféticas
y milenaristas del cristianismo, en un curioso ejemplo de sincretismo
cultural, por el cual el dominado utilizaba en su defensa las propias
razones del dominador. Tal lo ocurrido en la Sierra quiteña hacia
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797, cuando los indios de la región, afectados por un terrible cata-
clismo geológico, en el que se juntaron erupciones volcánicas y te-
rremotos, se rebelaron contra los españoles y proclamaron que la
“
Pachamama” (su Madre Tierra) y los volcanes (sus dioses tutelares)
se violentaban para expresar su ira contra los españoles, que habían
avasallado a los indios y hollado sus valles y montañas. “Se alzaron
los indios en el primer instante, publicando entre sí que los que los volcanes
de Tungurahua, de donde procedió el estrago, habían dado aquellas tierras
a sus antepasados y, adorando a aquellos volcanes como si fueran dioses,
trataron de eliminar a los españoles que se habían escapado de la ruina ge-
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neral,” informaba a Madrid un asustado Presidente de Quito.
Hubo más: los indios, en una clara expresión de su milena-
rismo, sincretizado ya con la religión católica, proclamaron entonces
que se habían cumplido los tres siglos de dominio que el Papa había
dado a España sobre América y que era llegada la hora de que los
españoles abandonaran esta tierra y los indios recobraran su libertad.
Sumamente preocupado con tal situación, el presidente Muñoz de
Guzmán puso en estado de máxima alerta a las fuerzas militares co-
loniales, cuidando, según sus palabras, “de no dejar a este pueblo sin el
freno de la tropa, por lo que en el día me hallo vigilante de la conducta de
los indios de los pueblos arruinados, que según los partes de los respectivos
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Núñez, Jorge, El cataclismo de 17897, Coed. UEB–CDS, Quito, 1955, p. 23.
BOLETÍN ANH Nº 198 • 375–385
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