BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCIX Nº 205  
Enero–junio 2021  
Quito–Ecuador  
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BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCIX  
Nº 205  
Enero–junio 2021  
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ꢀ Academia Nacional de Historia del Ecuador  
ISSN Nº 1390-079X  
eISSN Nº 2773-7381  
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julio 2021  
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. XCIX – Nº. 205  
Enero–junio 2021  
HACIA UNA REVISIÓN CRÍTICA  
DEL PRESUNTO PROGRAMA ANTICAPITALISTA  
1
DEL FASCISMO Y DEL NACIONALSOCIALISMO  
Jorge Polo Blanco2  
Resumen  
Este ensayo gira en torno a un objeto de estudio que nos pa-  
rece decisivo, a saber, la construcción de una idea-fuerza que se ha  
instalado con cierta preponderancia, gracias a la influencia discur-  
siva que el liberalismo económico ha puesto en juego a la hora de in-  
terpretar la catástrofe europea de los años treinta y cuarenta del  
pasado siglo, en el imaginario contemporáneo. Hablamos, digá-  
moslo ya, de esa idea que concibe al fascismo y al nazismo como po-  
tencias históricas esencialmente anticapitalistas. Creemos que dicha  
caracterización es difícilmente sostenible y, por ello, trataremos de  
adentrarnos críticamente en una densa problemática cuyo esclareci-  
miento, del que muchos autores ya se ocuparon en el pasado, nos in-  
terpela todavía hoy.  
Palabras clave: interpretación liberal del fascismo, gran industria,  
economía fascista, disciplinamiento de la clase obrera.  
Abstract  
This essay revolves around an object of study that seems de-  
cisive to us, namely, the construction of an idea-force that has been  
installed with a certain preponderance, thanks to the discursive in-  
fluence that economic liberalism has put into play at the time of in-  
terpreting the European catastrophe of the thirties and forties of the  
1
2
Recibido:03-04-2021 // Aceptado: 28-06-2021  
Universidad Técnica del Norte (Ecuador). jpolo@utn.edu.ec  
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Jorge Polo Blanco  
last century, in the contemporary imaginary. We are talking, let’s say  
now, of that idea that conceives fascism and Nazism as essentially  
anti-capitalist historical powers. We believe that such characteriza-  
tion is difficult to sustain and, therefore, we will try to enter critically  
into a dense problem whose clarification, of which many authors  
have already dealt with in the past, challenges us today.  
Keywords: liberal interpretation of fascism, great industry, fascist  
economy, disciplining of the working class.  
La interpretación liberal de los fascismos: “socialistas de todos los  
partidos”  
La emblemática obra Camino de servidumbre, publicada en  
944 por Friedrich A. Hayek, constituye sin duda un hito canónico  
1
de la interpretación liberal de los fascismos. En esta obra el gran teó-  
rico austriaco alberga el propósito explícito de poner de manifiesto  
3
las “raíces socialistas del nazismo”, sustentando una tesis que, fun-  
damentalmente, entiende que fascismo y socialismo promueven en  
realidad un programa idéntico. En última instancia, y a través de un  
mismo colectivismo estatista fuertemente centralizado y autoritario,  
sueñan con erigir un sistema social absolutamente cerrado en el que  
todo el conjunto de las libertades individuales y civiles resulta con-  
culcado y extinto. Ambos movimientos, gemelos en su programa  
económico, habrían de ser comprendidos como perversos movi-  
mientos totalitarios aniquiladores del liberalismo de viejo cuño.  
Hayek entendía, por lo tanto, que el fascismo y el nazismo no eran  
enemigos del socialismo, pues con éste emparentaban sustancial-  
mente, sino del capitalismo liberal. “Pocos son los dispuestos a reconocer  
que el nacimiento del fascismo y el nazismo no fue una reacción contra las  
tendencias socialistas del período precedente, sino el producto inevitable de  
aquellas corrientes”.4  
3
4
Friedrich August Hayek, Camino de servidumbre, Alianza, Madrid, 1990, p. 206  
Friedrich August Hayek, op. cit., p.30.  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
Desde esas coordenadas, el gran mito de la clase y el gran  
mito de la nación, aparentemente enfrentados en una enconada  
lucha, emergen empero de una misma raíz y comparten decisivos  
elementos. Esos poderosos mitos sociales que, según los caracteri-  
zara Georges Sorel, pueden electrizar violentamente a las multitudes  
y galvanizar entusiasmos irracionales de unas masas movilizadas  
por cauces bien distintos de los tradicionales, habían constituido el  
material altamente inflamable que provocó finalmente la combustión  
y el estallido brutal de toda la institucionalidad liberal decimonó-  
5
nica. Y esta edad de las masas deviene irremediablemente en edad  
de las tiranías pues, como dijera Élie Halévy en los años treinta, el  
comunismo se hacía cada vez más nacional mientras que el fascismo  
se hacía cada vez más social, en una confluencia que en modo alguno  
resultaba paradójica, toda vez que ambos proyectos provenían de un  
mismo quebrantamiento del orden liberal basado en el individua-  
lismo (1938). Aquí tenemos expresada, y en un momento bien tem-  
prano, la quintaesencia de la interpretación liberal de los fascismos.  
El vienés Karl Popper también argumentaba en The Open So-  
ciety and Its Enemies, aparecida en 1945, que las grandes similitudes  
dadas entre el marxismo y “su contraparte fascista” mostraban en  
6
realidad una raigambre intelectual y espiritual casi idéntica. Pero,  
sin duda, podemos considerar que fue Ludwig von Mises el que edi-  
ficó la interpretación liberal canónica de los movimientos y regímenes  
nazi-fascistas como modulaciones del género socialista pues, en lo  
esencial, según el vienés aquéllos no diferían de los socialismos de  
tipo marxista, y ello a pesar de los violentos enfrentamientos que se  
producían entre los partidarios de ambos idearios. Pues tal disputa,  
analizada de las premisas de esta interpretación, habría de compren-  
derse como una lucha intestina en el universo socialista.  
La lucha de los marxistas contra los partidos que pomposamente se ca-  
lifican de antimarxistas se desarrolla con tal encarnizamiento de ambos  
lados y con tal abundancia de expresiones violentas, que fácilmente es-  
taríamos tentados de creer que hay entre estas tendencias una oposi-  
5
6
Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia, Alianza, Madrid, 2005  
Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 1994, p.268.  
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ción irreductible. La realidad es por completo contraria, pues una y  
otra tendencia –el marxismo y el nacional-socialismo– confluyen en un  
punto de hostilidad común frente al liberalismo y en la repudiación  
del orden social capitalista. Ambas doctrinas pretenden substituirlo  
con una organización socialista.7  
No niega Mises diferencias programáticas entre las dos con-  
cepciones y, además, es cierto que utilizan retóricas, códigos y len-  
guajes distintos. Pero, a pesar de todo ello, el socialismo de Estado  
anida en la médula misma de ambos proyectos políticos.  
Lo que separa al marxismo, al nacional-socialismo y a los otros partidos  
anticapitalistas, no son únicamente hostilidades de clan, diferencias de  
humor u oposiciones personales, palabras y fórmulas; son también  
cuestiones que se relacionan con la metafísica y con el concepto de la  
vida. Pero en los problemas decisivos, que conciernen a la organización  
de la sociedad, todos ellos se encuentran de acuerdo: rechazan la pro-  
piedad privada de los medios de producción y aspiran a crear una or-  
8
ganización social fundada en la economía colectiva.  
Pero es importante destacar que, si bien Mises manejaba este  
tipo de interpretaciones en 1932, cinco años atrás se movía en otros  
horizontes. En su trabajo Liberalismus de 1927, en efecto, proclamaba  
que el fascismo había supuesto un dique de contención necesario y  
valioso para frenar el avance del socialismo.  
Pero la verdad es que, en el fondo, lo que atrae a los seguidores, decla-  
rados y encubiertos, del fascio es su voluntad firme de recurrir a la vio-  
lencia, espíritu del que, por lo visto, los liberales carecen […]  
Pensamiento incorrecto. No cabe contrarrestar el asalto más que con-  
traatacando con no menor energía. Frente a las armas comunistas,  
9
armas todavía más poderosas debemos utilizar […]  
7
Ludwig Mises, Socialismo. Análisis económico y sociológico, Western Books Foundation, Buenos  
Aires, 1980, p. 516.  
8
9
Ludwig Mises, Socialismo. Análisis…op. cit., p. 517.  
Ludwig Mises, Liberalismo, Unión Editorial, Madrid, 1977, p. 69.  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
Partiendo de semejante diagnóstico resultaba muy compli-  
cado mantener, como hemos visto que haría Mises pocos años des-  
pués, una interpretación que situara a los fascismos dentro del  
género de los proyectos políticos socialistas.  
Por el contrario, en este trabajo Mises aseveraba de manera  
explícita que el fascismo podía concebirse y valorarse como un “mal  
menor” y una “solución de emergencia” que debía utilizarse para  
defender la civilización de la arremetida bolchevique, y no dudaba,  
por ello, de que el fascio habría de ser un aliado táctico de la civiliza-  
ción liberal.  
El fascismo atrae a gentes horrorizadas por las infamias comunistas […]  
El fascismo combate al marxismo prohibiendo la difusión del ideario  
y aniquilando a quienes lo propagan. Pero eso es inefectivo; si, de ver-  
dad, en tal pugna, se quiere vencer, no hay más remedio que recurrir  
al mundo de las ideas; y, en tal terreno –notémoslo bien– sólo hay una  
filosofía que pueda eficazmente desarticular el pensamiento marxista:  
la teoría del liberalismo.10  
Programa económico liberal y terror fascista aparecían unidos  
en una eficaz simbiosis que alcanzó una efectividad histórica bastante  
prominente. El actual triunfo fascista en ciertos países es tan sólo un epi-  
sodio, un episodio más de la larga lucha en torno al derecho de propiedad […  
]
Admitamos que los dictadores fascistas rebosan de buenas intenciones y  
que su acceso al poder ha salvado, de momento, la civilización europea. La  
11  
historia no les regateará tales méritos”. En este caso, por lo tanto, parece  
que es el liberalismo económico el que puede ganar su supervivencia  
tendiéndose en manos del fascismo y, precisamente, porque éste es  
utilizado por los dueños de la economía privada para aplastar todo  
intento de transformación política en un sentido socialista.  
Y, por si hubiera dudas con respecto a esto, hemos de decir  
que en un texto mucho más tardío, Gobierno omnipotente, de 1944,  
Mises aseveraba explícitamente que, ante la creciente amenaza so-  
cialista que se desarrollaba en el interior de la República de Weimar,  
1
1
0 Ibid., p. 70.  
1 Ibidem.  
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la civilización hubo de ser salvada gracias a la acción feroz de los  
grupos reaccionarios y ultra-nacionalistas: “No había más que un ele-  
mento que podía contener su asalto y que lo contuvo: las fuerzas armadas  
de derecha”.1  
2
Reteniendo estas palabras, volvamos por un momento a las  
tesis miseanas esgrimidas en Die Gemeinwirtschaft. “El mismo nacio-  
nalismo no niega el socialismo, y solamente le reprocha su carácter de «in-  
ternacional». El nacionalista quiere combinar el socialismo con las ideas de  
imperialismo y de lucha contra los pueblos extranjeros. No es socialista in-  
ternacional, sino socialista nacional. En realidad, el nacionalista es también  
13  
un adepto del socialismo . Mises afirma que los grupos parapoliciales  
ultranacionalistas y reaccionarios que practican el tiroteo callejero,  
el asalto y la lucha armada contra los grupos socialistas y comunistas  
también aspiran a construir una comunidad socialista, sólo que per-  
trechados con una distinta cosmovisión chauvinista predispuesta a  
la beligerancia exterior y a la agresión imperial, desplazando o dilu-  
yendo todo vector de lucha de clases interna. Pero, entonces, resulta  
poco plausible mantener que unos y otros eran “igualmente socia-  
listas” y, a la vez, aseverar simultáneamente que sólo gracias al  
triunfo del “socialismo de derechas” pudo sobrevivir la civilización  
fundamentada en la propiedad privada de los medios de produc-  
ción.  
El propio Mises, reconociendo implícitamente lo evidente,  
no pudo sino terminar apoyando una teoría del mal menor que, y  
esto es lo importante, no podía formularse al mismo tiempo que se re-  
petía la letanía de que nazis y socialistas venían a ser básicamente lo  
mismo. Ambas cosas no podrían ser simultáneamente sostenidas sin  
incurrir en contradicción.  
A Hitler le subvencionaron las grandes empresas en el primer período  
de su carrera […] Hitler les aceptó el dinero como acepta un rey el tri-  
buto de sus súbditos. Si le hubieran negado lo que les pidió, habría sa-  
boteado sus planes o los hubiera asesinado. Estas medidas radicales  
fueron innecesarias. Los capitalistas preferían permanecer en el na-  
1
1
2 Ludwig Mises, Gobierno omnipotente, Unión Editorial, 2002, p. 286.  
3 Ludwig Mises, Socialismo. Análisis…op. cit., p. 12.  
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anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
zismo reducidos a la condición de gerentes, a ser liquidados a la rusa  
por el comunismo. Tal como era la situación de Alemania no les que-  
daba otra alternativa.14  
En efecto, los grandes capitalistas conservaron su posición  
hegemónica dentro de la economía privada alemana. Y como vere-  
mos a continuación, resultará bastante problemático sostener que el  
régimen nazi o el fascismo italiano fueron acérrimos enemigos de la  
propiedad privada de los medios de producción.  
Wilhelm Röpke, encuadrado en las filas del liberalismo ale-  
mán, postulaba, al igual que los liberales vieneses, que el fascismo  
representaba una especie del género socialista:  
Lo primero que ha de decirse a este respecto es que el fascismo es de  
esencia antiliberal, en el sentido de ser decididamente totalitario, en  
otros términos, que necesita sujetar toda actividad individual al Estado  
omnipotente […] Hasta aquí no existe diferencia entre fascismo y co-  
munismo. Pero se diferencia del comunismo en que de acuerdo con los  
sentimientos fundamentales de aquellos que le ayudaron a subir, no  
15  
desea cambiar social ni económicamente la estructura de la sociedad.  
Si el comunismo extiende su fuerte intervencionismo político  
a la esfera económica (para introducir en ésta esenciales modifica-  
ciones estructurales), el fascismo necesita combinar su totalitarismo  
político con el “carácter individualista de la sociedad”, como nos  
dice Röpke. Fascismo y comunismo son muy parecidos, dice la retó-  
rica liberal, con la pequeña salvedad de que aquél no tiene ninguna  
intención de modificar sustancialmente la estructura socioeconómica  
heredada, esto es, la estructura de una sociedad capitalista dominada  
por los grandes monopolios. Una salvedad que, empero, resulta en-  
teramente decisiva para discriminar adecuadamente la contextura  
del movimiento fascista.  
Ya Franz Neumann, incidiendo precisamente en lo anterior,  
comprendió desde muy temprano la impostura de esta interpreta-  
ción liberal del fenómeno nazifascista. “Existe una tendencia creciente  
14 Ludwig Mises, Gobierno…op. cit., p. 301.  
15 Wilhelm Rópke, “La economía fascista”, Tierra Firme, Nº 3, pp. 65-92, Madrid, 1935, p. 75.  
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a negar el carácter capitalista del nacional-socialismo. Se le llama sistema  
16  
de bolcheviquismo pardo […]”. Esa interpretación liberal asevera que  
con la llegada de los nazis al poder dejó de haber empresarios en el  
sentido liberal del término, y la vida económica de Alemania empezó  
a quedar regida sólo por técnicos y burócratas cuya gestión no fun-  
cionaba a través de la acumulación de capital y la explotación de la  
fuerza de trabajo. La legalidad económica capitalista, y todo su sis-  
tema de relaciones de propiedad y producción, había sido supri-  
mida. Pero ésta es la tesis que nosotros, como Neumann, trataremos  
de combatir en lo sucesivo. “Creemos que los antagonismos del capita-  
lismo funcionan en Alemania [durante el régimen nacional-socialista] a un  
nivel superior y, por consiguiente, más peligroso, aun si los cubre un apa-  
17  
rato burocrático y una ideología de la comunidad del pueblo”. Esta tesis  
de Neumann, como iremos viendo a continuación, resulta clarifica-  
dora, plausible y pertinente.  
La gran industria capitalista y el ascenso del fascismo  
Ian Kershaw señalaba la importancia, largamente discutida  
y debatida, de clarificar la relación existente entre las fuerzas econó-  
micas dominantes en Alemania (durante las décadas de los veinte y  
18  
los treinta) y el desarrollo portentoso del nazismo. Porque es ver-  
dad que las interpretaciones marxistas más simplistas, esgrimidas  
por algunos historiadores de la RDA, sugerían una perfecta identi-  
dad entre el aparato de Estado nazi y los intereses del gran capital  
monopólico alemán, ignorando de este modo la relativa autonomía  
que el programa político e ideológico del nazismo guardaba con res-  
pecto a dichos intereses. Pero es importante resaltar la noción de re-  
lativa autonomía, pues deslizarse hacia la posición diametralmente  
opuesta, a saber, aquélla que concibe una absoluta desvinculación  
entre los intereses de las clases económicas dominantes y la evolu-  
1
6 Franz Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, Fondo de Cultura  
Económica, México, 1983, p.254.  
7 Ibid., p. 259.  
1
1
8 Ian Kershaw, La dictadura nazi. Problemas y perspectivas de interpretación, Siglo XXI, Buenos  
Aires, 2004, p.73.  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
ción del movimiento nacionalsocialista, es incluso más difícil de sos-  
tener.1  
9
Es verdad, como hace notar Kershaw, que la política de ex-  
terminio suponía una contradicción flagrante con la más elemental  
racionalidad económica pues, en efecto, movilizar un bien escaso y  
valioso como eran los medios de transporte para trasladar carga hu-  
mana cuyo destino era la aniquilación, en un momento en el que ade-  
más la industria alemana estaba muy necesitada de mano de obra,  
suponía, desde la perspectiva de la maximización de los intereses  
del capital, una acción esencialmente antieconómica que “desperdi-  
20  
ciaba” ingentes cantidades de recursos materiales y humanos. Pero  
no por ello los dueños de la economía privada dejaron de invertir y  
participar en la industria de la muerte organizada por el régimen  
nazi. Esto último podría apoyar la tesis de la casi total autonomía  
del programa ideológico-político nazi (absolutamente alejado, según  
dicha interpretación, de toda racionalidad económica) con respecto  
al desarrollo de los intereses capitalistas. T. W. Mason, en ese sentido,  
planteaba esta tesis de la autonomía de lo político dentro del régimen:  
“[…] tanto la política interior como la exterior del gobierno nazi, se fue vol-  
viendo, desde 1936, cada vez más independiente de las clases económica-  
mente dominantes, e incluso, en algunos aspectos esenciales, fue contraria  
21  
a sus intereses”. Pero, en todo caso, la desvinculación del programa  
político nacionalsocialista de los intereses de la gran burguesía in-  
dustrial alemana sólo se produce en el epílogo acelerado y catastró-  
fico de la guerra, y no antes.  
Sostenía Mason que a los miembros de la dirigencia nazi les  
era extraño un pensamiento edificado en términos estrictamente eco-  
22  
nomicistas, y es esto lo que le lleva a infravalorar excesivamente el  
papel que la presión de los grandes grupos industriales pudiera  
haber ejercido en la toma de decisiones y en los lineamientos gene-  
23  
rales de la política interior y exterior del gobierno nazi. Desde esa  
1
2
2
9 Ibid., p.83.  
0 Ibid., p.96.  
1 T. W. Mason, “La primacía de la política: política y economía en la Alemania nacionalsocia-  
lista”, S. J. Wolf (et al.), La naturaleza del fascismo, pp. 171-200, Grijalbo, Madrid, 1974, p.172.  
2 Ibid., p.179.  
3 Ibid., p.182.  
2
2
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187  
Jorge Polo Blanco  
interpretación se entiende que el régimen apenas tenía un programa  
económico estructurado y sistemático, y su alianza coyuntural con  
las élites económicas no pasaba de ser una mera circunstancia táctica.  
Estas élites, que en un principio quisieron instrumentalizar al movi-  
miento nacionalsocialista en aras de sus propios intereses económi-  
cos, pretendieron ulteriormente deshacerse de él, siendo así que al  
final el propio movimiento adquirió tal potencia política que acabó  
incluso fagocitando a las propias oligarquías industriales, cuyos in-  
tereses quedaron entonces enteramente subordinados a una finalidad  
política que en absoluto tenía por qué coincidir con su cálculo em-  
presarial. “Estos grupos esperaban asegurar su supremacía social, que se  
basaba en la propiedad privada y estaba amenazada por el Partido Comunista  
Alemán, cediendo temporalmente el ejercicio directo del poder político. Esta  
24  
esperanza, naturalmente, no se cumplió burguesía industrial y los re-  
presentantes políticos de las viejas clases económicamente dominan-  
tes también quedaron barridos y fulminados por un movimiento que  
acabó desbordándolos a todos.  
Mason, por lo tanto, concluye que en el régimen nazi acaba  
decantándose una emancipación de la esfera política con respecto a  
25  
cualquier otro tipo de necesidad o prioridad, al modo de un reverso  
tenebroso de la tesis de Karl Polanyi, que había definido el devenir  
de la moderna sociedad de mercado como un proceso histórico de  
26  
emancipación institucional y normativa de la esfera económica. Y  
esa primacía de lo político, cristalizada en una fortísima ideología  
racial, social-darwinista, pangermanista, ultranacionalista e impe-  
rialista, acabó diseñando un marco autónomo de decisión política  
desquiciada; un marco al que, según Mason, habían de supeditarse  
todos los desarrollos de la vida industrial alemana, cuyos cálculos  
económicos, lejos de poseer un estatus determinante, se desarrolla-  
ban enteramente subordinados a una irracional dinámica político-  
ideológica que acabó autodestruyendo al propio régimen.  
2
2
2
4 Ibid., p.178.  
5 Ibid., p.197.  
6 Karl Polanyi, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, Fondo  
de Cultura Económica, México, 2003, p.121.  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
También Karl Dietrich Bracher pone en cuestión la posible  
atribución al régimen nacionalsocialista de una política económica  
sistemática y bien definida, y arguye que el hecho mismo de haberse  
lanzado de un modo tan palmariamente antieconómico a una guerra  
tan devastadora dejaba en evidencia la absoluta primacía de la lógica  
27  
política sobre la lógica económica. Pero hemos de señalar que hasta  
los últimos estadios de la guerra los beneficios que el Tercer Reich  
posibilitó y facilitó a todos los sectores importantes de la industria y  
las finanzas fueron colosales. “Las gigantescas ganancias de las princi-  
pales empresas no eran un producto colateral incidental del nazismo, cuya  
filosofía estaba estrechamente ligada a la total libertad para la industria pri-  
28  
vada y la santificación del espíritu emprendedor”. Thyssen, que no fue  
el único magnate que financió al NSDAP, afirmaba abiertamente en  
sus memorias que él mismo, al igual que se había hecho desde múl-  
tiples círculos industriales y financieros, había inyectado dinero a  
todos los grupos derechistas y ultranacionalistas que venían comba-  
tiendo el revolucionarismo izquierdista durante los años convulsos  
de la República de Weimar.  
Enzo Collotti, que hace una reconstrucción magnífica de  
estas complejas dinámicas de financiación y utilización del creciente  
movimiento nacionalsocialista por parte de los círculos industriales  
y financieros más poderosos de Alemania, tal vez incurre en ese len-  
guaje demasiado simplista que comprenden la emergencia y victoria  
del nazismo desde el prisma de una simple utilización pragmática de  
los dueños de la gran industria. Pero lo cierto es que esa financiación  
y esa utilización existieron de una manera palmaria. Señalaba Co-  
llotti:  
En otras palabras, Thyssen, al igual que el resto de los magnates de la  
industria, veía en el nacionalsocialismo el instrumento adecuado de  
los intereses clasistas de la gran industria, que ya en el pasado había  
prestado apoyo a pangermanistas e imperialistas y que ahora se dis-  
27 Karl Dietrich Bracher, La dictadura alemana, II. Génesis, estructura y consecuencias del nacional-  
socialismo, Alianza, Madrid, 1973, p.70.  
2
8 Ian Kershaw, La dictadura nazi. Problemas y perspectivas de interpretación, Siglo XXI, Buenos  
Aires, 2004, p.99.  
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Jorge Polo Blanco  
ponía a usar al NSDAP como ariete frente al movimiento obrero y  
como catalizador de todas las fuerzas de la derecha, nacionalistas y mi-  
litaristas.29  
Y tampoco hemos de olvidar el enorme interés que muchos  
magnates industriales norteamericanos mostraron por el proyecto  
nacionalsocialista, pues muchas de sus filiales en Alemania estaban  
viendo quintuplicados sus beneficios durante el Tercer Reich. La eco-  
nomía alemana, gracias al nuevo régimen, se encontraba libre de in-  
terferencias sindicales y de normas jurídicas protectoras del derecho  
laboral, lo cual generaba unas condiciones muy favorables para la  
30  
rentabilidad de las inversiones industriales en suelo alemán.  
Norberto Bobbio, tras exponer las características que definen  
la ideología fascista, comenta que en lo relativo a la economía dichos  
movimientos albergaron buena dosis de ambigüedad, ambivalencia  
31  
y volubilidad indefinida. Es evidente, no obstante, que cuando des-  
cendemos desde los programas maximalistas a la arena de los efectos  
históricos y analizamos la forma económica de los fascismos podemos  
comprobar que estos movimientos se constituyen primordialmente  
como una potencia revolucionaria destinada a plasmar un orden po-  
lítico en el que queden aplastadas las organizaciones políticas de las  
clases trabajadoras agrarias e industriales. Si bien es verdad que, en  
muchas ocasiones, las diatribas retóricas de estos movimientos ata-  
can a la “plutocracia materialista y burguesa”, desde cosmovisiones  
históricas irracionales y vitalistas, lo cierto es que el papel de la viajes  
clases propietarias acaba quedando reforzado y blindado. Al final,  
en suma, la forma económica de los fascismos, con sus múltiples ma-  
tices histórico-nacionales, y a pesar de sus agresivas soflamas difusas  
y sus devaneos pragmáticos ajustados a la coyuntura, confluyen sis-  
temáticamente en la imposición de un fuerte “orden en el interior”,  
como decía Bobbio, o en políticas de “paz industrial”, como desta-  
caba más crudamente Paul Einzig.32  
2
3
3
9 Enzo Collotti, La Alemania nazi. Desde la República de Weimar hasta la caída del Reich hitleriano,  
Alianza, Madrid, 1972, p.41.  
0 Jacques R. Pauwels, El mito de la guerra buena. EE.UU en la Segunda Guerra Mundial, Hiru,  
Hondarribia, 2002.  
1 Norberto Bobbio, Ensayos sobre el fascismo, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2006, p.61.  
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190  
Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
El historiador fascista Gioacchino Volpe puso de manifiesto  
que el movimiento fascista, que acabó integrando elementos prole-  
tarios y elementos burgueses, constituía sin embargo un eficaz di-  
solvente de la conflictividad clasista. El fascismo persiguió en todo  
momento el establecimiento de una nueva alianza entre las grandes  
fuerzas históricas de la nación que se tradujera, finalmente, en una  
síntesis social armónica que pudiera dejar atrás la primacía del an-  
tagonismo entre las clases sociales en aras de una nueva organicidad  
ético–nacional. Pero, y esto es fundamental, sin que por ello quedara  
33  
destruida, en última instancia, la jerarquización capitalista.  
Es cierto que el programa fascista tiene unos orígenes em-  
brionarios en el sindicalismo revolucionario, pero no se ha de olvidar  
que este movimiento fue, desde siempre, un sindicalismo que trató  
de supeditar la revolución obrera a la glorificación de la Nación. “[…  
]
muchos líderes sindicalistas de 1906 eran nacionalistas en 1908. Su aver-  
sión hacia el socialismo internacionalista y humanitario venció a su ideolo-  
34  
gía de lucha de clases y les condujo fácilmente a un vivo patriotismo”. Un  
movimiento sindical que, en una evolución inequívoca, acabó por  
mostrarse cada vez menos socialista y progresivamente más nacional,  
anestesiando con ello toda confrontación real entre clases en aras de  
una densa solidaridad que había de preservar antes que nada la in-  
tegridad de la comunidad orgánica nacional frente a todo intento ex-  
35  
terno o interno de disolución. Apesar de los recelos iniciales, pronto  
comprobaron los industriales italianos que el sindicalismo fascista,  
en última instancia, no entorpecía sus intereses. “Mussolini se sentía  
ávido de demostrar personalmente al mundo del dinero que tenía  
36  
mucho que ganar con la victoria fascista”.  
El 26 de octubre de 1922, cuando ya las columnas fascistas  
se hallaban en la inminencia de su marcha sobre Roma, Mussolini se  
32 Paul Einzig, Fundamentos económicos del fascismo, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1934,  
p. 75.  
3
3 Gioacchino Volpe, Historia del movimiento fascista, Novissima, Roma, 1940, p. 56.  
4 L. Rosenstock-Franck, La economía corporativa fascista doctrinal y práctica, Aguilar, Madrid,  
3
1
934, p.16.  
3
5 Zeev Sternhell, Mario Sznajder, (y otros), “La síntesis socialista-nacional”, El nacimiento de la  
ideología fascista, Siglo XXI, Madrid, 1994, pp. 240-296  
36 Roland Sarti, Fascismo y burguesía industrial. Italia 1919-1940, Fontanella, Barcelona, 1973, p. 61  
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191  
Jorge Polo Blanco  
dirigió a un prominente grupo de industriales, asegurándoles que  
los objetivos primarios del golpe eran, en esencial, restablecer la dis-  
ciplina productiva nacional, esto es, restablecer el orden dentro de  
las fábricas. En ese sentido, la patronal acabó confiando en el prag-  
matismo de un régimen que no habría de lanzarse a ímprobos expe-  
rimentos sociales, manteniendo una tranquilizadora fidelidad a la  
37  
ortodoxia económica. Las aspiraciones más socializantes del movi-  
miento fascista, cuya máxima expresión fueron los sindicatos mixtos  
proyectados por Rossoni que aspiran a una integración corporativa  
de las organizaciones del capital y del trabajo, pronto quedaron su-  
midas en un permanente aplazamiento inconcluso. Mussolini jamás  
desarticuló la autonomía que de facto ejercían las poderosas organi-  
38  
zaciones sindicales.  
G.D.H Cole, historiador socialista, afirmaba que el fascismo  
y el nazismo utilizaron a los capitalistas, más que éstos últimos se  
sirvieran de aquéllos. En ese sentido, el auge de los movimientos fas-  
cistas también obedecía al hundimiento de una civilización, la que  
estaba sustentada en una inédita arquitectura institucional de libres  
mercados generalizados, precisamente en tanto que al calor de este  
derrumbe el fascismo ofrecía una nueva identidad política reactiva  
a un cuerpo social explotado, sí, pero también atomizado, descom-  
39  
puesto y que caminaba hacia su liberal y mercantil desintegración.  
Cole no desprecia el factor interés de clase, evidentemente, pero cree  
que no puede sostenerse de manera simplista que el fascismo fue so-  
lamente una creación de la burguesía para desarticular las demandas  
de un movimiento obrero que amenazaba con convertir la Europa  
occidental en un apéndice del bolchevismo. En la anterior interpre-  
tación, como ya hemos advertido, el fascismo y el nazismo aparecen  
como instrumentos políticos y parapoliciales de la burguesía y de  
los capitanes de industria. Pero, desde una perspectiva más amplia,  
es importante comprender que el fascismo jugó un papel incisivo en  
esa movilización de unas masas desamparadas y desarraigadas por  
3
3
3
7 Ibid., p.64  
8 Ibid., p.93  
9 G. D. H. COLE, Historia del pensamiento socialista VII. Socialismo y Fascismo, Fondo de Cultura  
Económica, México, 1963, p.19  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
los efectos del sistema de mercado, cuyo mecanismo había triturado  
profundamente la urdimbre social. El fascismo, en ese sentido, pro-  
porcionó a los pueblos desarraigados y maltratados por la civiliza-  
ción del mercado un nuevo mito identitario al que poder adherirse  
40  
a través de un fuerte sentido de pertenencia.  
Es importante advertir una vez más contra ese reduccio-  
nismo extremo, propio de la Tercera Internacional, que sostenía que  
el fascismo fue nada más que “una dictadura terrorista del gran capital”,  
41  
como afirmaba Emilio Gentile. Pero, a fuerza de subrayar y enfati-  
zar el error de esa interpretación reduccionista termina, empero, ase-  
verando que fascismo y socialismo habían germinado en una misma  
matriz y acaba diluyendo, por lo tanto, toda diferencia entre el mo-  
vimiento nacionalsocialista y el movimiento comunista. Señala el his-  
toriador alemán que la metodología fascista y nacional–socialista  
para la toma del poder parece ser completamente distinta, en sus ob-  
jetivos y principios, a la aplicada por los partidarios de la revolución  
comunista pero, cuando se analiza todo más de cerca, esas diferen-  
cias superficiales se diluyen en una misma “forma totalitaria” de  
42  
conquistar y perpetuar el poder político. Una forma que se mani-  
fiesta y desarrolla en un mismo programa de totalización política de  
la entera vida social y personal a manos de un Estado omnipotente  
y omnipresente, ya sea en un régimen totalitario dirigido por las de-  
43  
rechas o por las izquierdas.  
Pero un análisis que pretenda derivar el socialismo y al fas-  
cismo de una misma matriz pierde necesariamente la perspectiva  
histórica de los intereses que se ponían en juego detrás de los pro-  
44  
gramas ideológicos y más allá de las exaltadas soflamas. Creemos  
que Eric Hobsbawm, en ese sentido, estaba en lo cierto cuando indi-  
40 George. Lachmann Mosse, La nacionalización de las masas: simbolismo político y movimientos de  
masas en Alemania desde las Guerra Napoleónicas al Tercer Reich, Marcial Pons Historia, Madrid,  
2005.  
4
1 Emilio Gentile, Fascismo. Historia e interpretación, Alianza, Madrid, 2004, p.54.  
2 Karl Dietrich Bracher, Controversias de historia contemporánea sobre fascismo, totalitarismo y de-  
mocracia, Alfa, Barcelona, 1983, p.41.  
4
43 Ibid., p.59.  
44 François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, Fondo de  
Cultura Económica, México, 1996.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
193  
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caba que el ascenso imparable de la derecha radical podía explicarse  
como una respuesta al mero peligro de una revolución en Occidente  
análoga a la de Octubre. En efecto, la reacción derechista obedecía  
más al fortalecimiento de una clase obrera institucional y política-  
mente organizada que al mero bolchevismo insurreccional y vio-  
lento, toda vez que éste último no suponía en realidad una amenaza  
4
5
potencial y omnipresente en la Europa occidental. Pero es cierto  
que los viejos estamentos reaccionarios y tradicionalistas no podían  
ya contener el crecimiento paulatino del movimiento obrero organi-  
zado, y hubo de intervenir una violenta fuerza de choque que ma-  
nejara de manera sistemática y diligente la nueva tecnología política  
de las masas. “Los fascistas eran los revolucionarios de la contrarrevolu-  
46  
ción”. Los movimientos fascistas supieron manejar una estética, una  
retórica y una simbología que en algún sentido y aspecto podían en-  
troncar con las tradiciones revolucionarias obreras, a lo que se añadía  
una demagogia antiplutocrática y antioligárquica. Aunque, bien es  
cierto, en la Alemania nazi pronto se tomaron las medidas oportunas  
destinadas a extirpar quirúrgicamente cualquier programa anticapi-  
talista real.4  
7
La reproducción del dominio capitalista en el interior de los regí-  
menes fascistas  
Es cierto que la composición obrera del movimiento fascista  
no es un fenómeno desdeñable, de la misma manera que es impor-  
tante saber que una parte de la burguesía liberal siempre se mantuvo  
48  
en posiciones antifascistas. Bracher, en ese sentido, aporta unas ci-  
fras muy significativas: “En fin de cuentas, en 1933 casi un tercio de los  
49  
miembros del NSDAP (750.000) provenía de las filas obreras”. Pero se  
ha de recordar con el suficiente énfasis que el programa nacionalso-  
4
4
4
4
5 Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, Crítica, Barcelona, 2007, p.131.  
6 Eric Hobsbawm, op. cit., p.124.  
7 Ibid., p.134  
8 Ernst Nolte, La crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas, Península, Barcelona, 1971,  
p.81  
4
9 Karl Dietrich Bracher, La dictadura alemana, II. Génesis, estructura y consecuencias del nacional-  
socialismo, Alianza, Madrid, 1973, p. 66.  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
cialista de 1920, en lo que atañe a sus puntos más beligerantes con la  
propiedad capitalista, fueron absolutamente barridos y jamás fueron  
puestos en práctica.  
Toda la retórica de Gottfried Feder, el profeta de la “abolición  
de la servidumbre de la ganancia y del interés del dinero”, que lan-  
zaba ardientes filípicas contra el poder desmesurado de las finanzas,  
quedó sumida en la nada y la socialización de los medios de produc-  
ción quedó obliterada en un papel olvidado que jamás supuso una  
línea programática real. Hitler, por ejemplo, acabó dando una inter-  
pretación tendenciosamente restringida del punto del programa ini-  
cial del NSDAP que recogía la posibilidad de una expropiación sin  
indemnización, y tranquilizaba a los grandes propietarios y latifun-  
distas al advertirles que no se trataba en absoluto de una política in-  
discriminada de socialización sino un mero instrumento ocasional  
destinado, en esencia, a la confiscación de bienes en manos de la po-  
50  
blación judía.  
El peligro de una irrupción comunista que por fin pudiera  
cuajar, y la siempre poderosa influencia de la socialdemocracia, no  
habían sido contrarrestados por los débiles partidos burgueses, y  
tampoco por los sectores conservadores tradicionales. La clase em-  
presarial, asustada ante las fuerzas rojas, empezó a ver en un NSDAP  
cada vez más potente y consolidado un eficaz instrumento para de-  
fender sus intereses de clase. Cabe hablar aquí, por lo tanto, de una  
cierta instrumentalización recíproca entre el movimiento nacional-  
socialista y la oligarquía empresarial alemana, muy dispuesta a es-  
cuchar la demagogia exaltada de Hitler, por ejemplo cuando éste  
aseguraba en un discurso dado ante los industriales de Hamburgo  
que el renacimiento de Alemania sólo podría columbrarse cuando  
los últimos bacilos infecciosos de la Weltanschauung marxista fueran  
extirpados, en una significativa construcción discursiva e imaginaria  
que entrelazaba un lenguaje biologicista, muy funcional para las for-  
51  
mulaciones racistas, y el odio de clase.  
50 Enzo Collotti, La Alemania nazi. Desde la República de Weimar hasta la caída del Reich hitleriano,  
Alianza, Madrid, 1972, p.49.  
51 Enzo Collotti, op. cit., p.51.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
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La demagogia nacionalista e imperialista fue paulatinamente  
contemplada por los dueños de la economía privada como una  
fuerte coraza que podría servir para mantener sojuzgado al poderoso  
movimiento obrero en los planos sindical y político. Decía Enzo Co-  
llotti:  
La crisis económica iba a ofrecer a la gran industria el pretexto para in-  
vocar la dictadura; la industria –según cuenta Thyssen– quería «una  
economía sana dentro de un Estado fuerte»; es decir, dejando a un lado  
la metáfora, un Estado autoritario al servicio de sus intereses de clase  
que ahogara para siempre las apariencias democráticas y con ellas al  
movimiento obrero. En este punto ya no tuvieron inhibiciones los ca-  
pitalistas alemanes, y comenzaron a afluir generosos donativos finan-  
cieros a las cajas del NSDAP.52  
Es importante retener la fórmula de Thyssen, pues lo que en  
realidad denota es una economía privada de tipo capitalista funcio-  
nando a pleno rendimiento en el interior de un Estado autoritario en  
el que quedan desactivadas toda garantía jurídica y toda institución  
democrático-republicana, y donde asimismo terminan por ser ani-  
quiladas toda libertad política, sindical y civil. El movimiento nazi,  
por lo tanto, fue aplaudido, sostenido y financiado sistemáticamente  
por la oligarquía empresarial-financiera alemana, pues con los na-  
cionalsocialistas en posiciones de poder la “conflictividad de clase”  
iba a quedar definitivamente ahogada en aras del supremo interés  
nacional que finalmente coincidía, como no podía ser de otra ma-  
nera, con los intereses de los grandes industriales, banqueros y lati-  
fundistas.5  
3
El nacionalsocialismo exponía con énfasis la embriagadora  
imagen de una comunidad nacional liberada de la lucha clasista, y  
las clases poseedoras no podían sino sufragar los gastos de semejante  
54  
proyecto. Un programa tal, lejos de poder comprenderse como una  
socialización de la vida industrial, habría de ser explicado como un  
5
5
5
2 Ibid., p.54.  
3 Ibid.,p.67  
4 Richard John Evans, La llegada del Tercer Reich. El ascenso de los nazis al poder, Península, Bar-  
celona, 2005, p.366.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
proceso de reforzamiento de la economía privada que se acompa-  
ñaba, como resulta constatable, de una eliminación sistemática de  
toda resistencia que el mundo del trabajo pudiera oponer (en forma  
de acción sindical y labor política parlamentaria, con sus concrecio-  
nes en forma de legislación social y laboral) al despliegue de la acu-  
mulación capitalista.  
Los sindicatos socialdemócratas, como primero lo habían  
sido los comunistas, fueron exterminados sin remisión, a pesar de  
los últimos intentos conciliadores que sus dirigentes trataron de en-  
tablar desesperadamente con el nuevo Gobierno, que estableció el  
Primero de Mayo como Día del Trabajo Nacional. El 2 de mayo los  
camisas pardas y las SS irrumpieron en las sedes de todos los sindica-  
tos socialdemócratas, clausurando sus periódicos. En las últimas  
elecciones verdaderamente libres, en noviembre de 1932, el voto so-  
cialde- mócrata sumado al voto comunista había sido significativa-  
mente superior al voto nazi. Pero ahora, tras una sistemática política  
de terror y violencia, el movimiento obrero había sido aplastado en  
todas sus vertientes políticas y sindicales.55  
Es verdad, como señala S. J. Woolf, que en las cláusulas eco-  
nómicas de los programas originales fascistas, el manifiesto fascista  
italiano de 1919, el programa nacionalsocialista de 1920 y la obra de  
Kita Ikki, inspiración de los jóvenes nacionalistas japoneses, rezu-  
maban todos ellos una fuerte fraseología anticapitalista. “Una pro-  
funda desconfianza hacia el «gran capital» invade la filosofía económica de  
56  
estos primeros fascistas”. Bien es cierto, no obstante, que finalmente  
toda esa retórica no puede ocultar que el objetivo es crear una suerte  
de “comunidad popular” en la que toda forma de lucha de clases  
quede diluida y desactivada para construir, a su vez, una férrea uni-  
dad nacional que se defienda de los pueblos extranjeros atacándolos.  
El movimiento fue, es cierto, nacional–revolucionario, en tanto que  
dinamitó todas las viejas estructuras sociopolíticas sin detenerse si-  
quiera ante los viejos conservadores o ante los tradicionalistas mo-  
55 Ibid., pp.395-402  
56 S. J. Woolf, “¿Existió un sistema económico fascista?”, pp. 123-155., S. J. Wolf (et al.), La natu-  
raleza del fascismo, Grijalbo, México, 1974, p.131  
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nárquico-prusianos, en el caso de Alemania, a los que desbordó con  
creces y a los que achacó una debilidad inoperante para detener en  
el interior de la nación la creciente acción corrosiva del movimiento  
obrero marxista internacional y a los que imputó, de igual modo, el  
sometimiento de Alemania a las potencias extranjeras que habían  
mancillado su orgullo.  
Un furibundo y rabioso nacionalismo con vocación imperia-  
lista, combinado con un absoluto desprecio del socialismo interna-  
cional, construyeron un imaginario en el que se ensalzaban las  
figuras del trabajador y el campesino a través de pseudorrománticos  
discursos deliberadamente difusos que remitían a la sangre y la tie-  
57  
rra. Pero esta apelación a una suerte de “comunidad nacional-po-  
pular” proyectada por el nazismo, a la que se refiere utilizando  
ciertos eslóganes semisocialistas y contrarios a la élite económica, se  
construye, aparentemente, contra los desmanes del liberalismo eco-  
nómico pero también, y podríamos decir ante todo, contra el mar-  
xismo. “El nacionalsocialismo, como la mayoría de los grupos nacionalistas  
alemanes que lo precedieron, proclamaba para la sociedad alemana una  
Volksgemeinschaft o «comunidad del pueblo» que uniría a todos los verda-  
58  
deros alemanes y trascendería las viejas divisiones sociales”. Los discur-  
sos que una y otra vez apelaban a la entera subordinación de los  
egoístas intereses de clase a la unidad viva de la nación, entendida  
como un todo superior y sagrado, se decantaba de facto en una je-  
rarquización neofeudal del mundo del trabajo cuyo efecto más no-  
torio era un “restablecimiento del absolutismo patronal en el seno de la  
59  
empresa”. Por lo tanto, el empleo de la voz socialismo en semejantes  
contextos no dejaba de ser una mera fórmula efectista y demagógica  
que mistificaba la verdadera naturaleza nacionalista-imperialista de  
un régimen que en ningún momento programó alterar las relaciones  
60  
de producción capitalistas.  
Por lo tanto, la efectividad histórica del fascismo no fue otra  
que la de frenar el avance político del movimiento obrero.  
5
5
5
6
7 Karl Dietrich Bracher, op. cit., 1973, p.73.  
8 Stanley George Payne, Historia del fascismo, Planeta, Barcelona, 1995, p.241.  
9 Daniel Guérin, Fascismo y gran capital, Fundamentos, Madrid, 1973, p.257.  
0 Enzo Collotti, La Alemania nazi. Desde la República de Weimar hasta la caída del Reich hitleriano,  
Alianza, Madrid, 1972, p. 105  
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anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
Así pues, a despecho de las protestas esporádicas del ala izquierda fas-  
cista contra el gran capital y los terratenientes ausentes, los regímenes  
abandonaron rápidamente todo intento para cambiar radicalmente la  
estructura existente del poder económico, y permitieron en cambio que  
esta estructura se pusiera al servicio de sus fines económicos política-  
mente motivados.61  
La estructura interna de la economía no fue modificada. “Los  
gobiernos de Italia, Alemania y Japón, tenían pocos deseos de nacionalizar  
las industrias […] La política de los regímenes era más bien dejar al sector  
industrial en manos privadas, y asegurarse de que actuara de acuerdo con  
62  
las «necesidades» nacionales”. El sector privado, esto es crucial, per-  
maneció intacto. “La economía fascista, en muchos aspectos básicos, es,  
63  
desde luego, una economía capitalista”. La fuerza impulsora de la ob-  
tención de ganancias por parte de la economía privada jamás dejó  
64  
de operar, y esto es algo que debe ser destacado. Como bien seña-  
laba Harold J. Laski, la protección del beneficio privado constituyó  
un eje inamovible del Estado fascista.65  
El sometimiento de los trabajadores dentro de la empresa ca-  
pitalista bajo el régimen nazi se intensificó exponencialmente.  
La concepción jerárquico-autoritaria del nazismo, transferida a la vida  
económica, se transforma en el triunfo del paternalismo más integral  
y de la arbitrariedad empresarial más absoluta. Suprimidos los sindi-  
catos, el director de la empresa, cuya figura adquiere por otra parte  
una coloración racista, pues se supone que surge de una selección de  
los mejores, queda investido de la función patriarcal-paternalista de  
66  
jefe de su comunidad en todos los aspectos.  
El capitán de industria disponía con absoluta libertad sobre  
la mano de obra, que quedaba subordinada a una autoridad incon-  
6
6
6
6
1 S. J. Woolf, op. cit., p. 133.  
2 S. J. Woolf, op. cit., p. 139.  
3 Ibid., p. 147.  
4 Franz Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, Fondo de Cultura  
Económica, México, 1983, p. 327.  
6
6
5 Harold J. Laski, El Estado en la teoría y en la práctica, Editorial Reus, Madrid, 2008, p. 155.  
6 Enzo Collotti, op. cit., p. 106.  
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testable que proyectaba dentro de las empresas el mismo Führerprin-  
zip que regía en la vida nacional. La abolición de los sindicatos y la  
prohibición de toda organización autónoma de los trabajadores cul-  
minó un proceso de aniquilación de todo poder colectivo de los obre-  
ros dentro de las empresas. “El esfuerzo principal del régimen se orientó  
indudablemente hacia la liquidación del espíritu clasista de los trabajadores.  
A este fin no se escatimó ningún arma propagandística para convencer a  
los trabajadores de la sustancial identidad y comunidad de intereses exis-  
6
7
tentes entre ellos y los empresarios, a quienes estaban sometidos”. Este  
principio organizativo perseguía despojar a los trabajadores de todo  
derecho de negociación de las propias condiciones de trabajo y de  
todo poder socioeconómico efectivo.  
Los asalariados habían de cumplir su función productiva in-  
fatigablemente y sin perturbar la paz social con ningún tipo de in-  
tervención política. Es muy importante entender que los regímenes  
fascistas tratan de disciplinar coactivamente las relaciones laborales  
sumergiendo al trabajador en unas condiciones de auténtica indi-  
gencia política y jurídica, sí, pero también tratando de organizar un  
esquema “bioproductivista” caracterizado por una servidumbre la-  
boral que naturaliza las jerarquías dentro de la empresa e intensifica  
de manera exponencial la extracción de energía de unos cuerpos la-  
borantes desprovistos de todo derecho y puestos a funcionar a toda  
68  
máquina según los esquemas de un taylorismo desaforado. El con-  
trol total de la mano de obra por parte de la discreción empresarial  
quedaba constituido por esta alianza entre la lógica productiva ra-  
cionalizadora, que sin cortapisas quiere extraer todo el rendimiento  
posible de una fuerza de trabajo enteramente sometida, y la moder-  
69  
nización de la nación, tan cacareada por Mussolini. También en el  
régimen nazi la fuerte jerarquización dentro de la comunidad em-  
presarial (Arbeitswissenschaft) implicaba que toda participación  
obrera en la gestión productiva y en la toma de decisiones, así como  
cualquier otra forma de democracia económica en el interior de la  
67 Ibid., p. 110.  
68 Alejandro Andreassi Cieri, Arbeit macht frei. El trabajo y su organización en el fascismo (Alemania  
e Italia), El Viejo Topo, Madrid, 2004, p. 280.  
9 Ibid., p. 281.  
6
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
misma, implicaba un quebranto antinatural del principio de autori-  
dad ejercido por el indiscutible liderazgo empresarial y, además,  
otorgar un poder negociador a los trabajadores supondría un me-  
70  
noscabo de la racionalización técnica propia del orden productivo.  
En Italia, Giuseppe Tassinari, propagandista del fascismo,  
ponía en circulación una retórica que pretendía mostrar que el tra-  
bajador, en el régimen corporativo fascista, suprimía la posición su-  
balterna que había venido mostrando con respecto al dueño de la  
empresa dentro del orden socioeconómico liberal. Superando todo  
concepto nocivo de lucha de clases, de terribles efectos disgregadores  
para la unidad potencial de la nación, el fascismo camina hacia una  
nueva integración orgánica en la que los cierres patronales están tan  
prohibidos como las huelgas obreras, en aras de un concepto supe-  
rior de integración nacional que supera el antagonismo cruento y co-  
rrosivo de los intereses clasistas. En ese sentido, Tassinari indica que  
el programa fascista, como quedó plasmado en la Carta del Lavoro de  
71  
1
927, ha pretendido desmercantilizar la fuerza de trabajo. Sin em-  
bargo, apenas unas páginas después, señala que la determinación  
del salario no debe perjudicar al justo provecho del empleador o pa-  
trono, toda vez que ello anularía las fuentes mismas de la iniciativa  
necesaria para crear riqueza, recayendo por lo tanto en la determi-  
nación salarial a través de “acuerdos contractuales libres” que se  
72  
atengan en todo momento a la coyuntura del ciclo económico. En  
suma, se mantiene la prioridad del beneficio de los dueños privados  
de las empresas y la posición subalterna de las clases laboriosas, a  
pesar de esa fraseología fascista propia de la ideología corporativista  
que hablaba de un equilibrio orgánico y de una colaboración no an-  
tagónica entre trabajadores y dueños privados de los medios de pro-  
ducción, cuyos respectivos intereses particulares habrían de quedar  
fundidos en una misma unidad ética constituida por la solidaridad  
productiva nacional.73  
7
7
7
7
0 Alejandro Andreassi Cieri, op. cit., p. 323.  
1 Giuseppe Tassinari, Economía fascista, Laboremus, Roma, 1937, p. 31.  
2 Ibid., p. 35.  
3 Paul Einzig, Fundamentos económicos del fascismo, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1934,  
p. 81.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
201  
Jorge Polo Blanco  
El propio Mussolini, en ese sentido, lo afirmaba explícita-  
mente en el Il Popolo d´Italia, con rotunda y meridiana claridad. “En  
74  
materia económica somos liberales en el sentido clásico de la palabra”. Al-  
berto de Stefani, designado por el duce ministro de Finanzas en 1922,  
puesto que ocupó hasta 1925, impulsó un programa económico  
abiertamente liberal que plasmaba medidas de contención del gasto  
público, privatización de servicios públicos, retirada de controles gu-  
bernamentales sobre los precios de bienes de consumo básicos y al-  
75  
quileres o reducciones de la presión fiscal a las rentas más altas. Lo  
que tenemos, en suma, es un programa económico fascista que eli-  
mina todas esas políticas públicas redistributivas de posguerra que  
el anterior gobierno de Giolitti, que no era socialista, había puesto  
en marcha ante la tremenda presión ejercida por clase obrera durante  
el llamado Biennio Rosso, ese convulso periodo caracterizado por la  
ocupación de tierras y fábricas y atravesado por una poderosísima  
movilización de los sindicatos que desembocó en la formación de  
consejos obreros. El gobierno de Giolitti tuvo que ceder a muchas de  
las reivindicaciones de los trabajadores, como la jornada de ocho  
horas, incrementos salariales o la convalidación de los comités de  
76  
empresa como agentes negociadores efectivos. La burguesía agraria  
e industrial estaba aterrada, y es por ello que se echa sin tapujos en  
manos del squadrismo de los grupos fascistas, que lanzan con terrible  
violencia una contraofensiva destinada a aniquilar física, moral y or-  
ganizativamente la potencia política del movimiento obrero.  
Disciplinamiento y sometimiento de la clase obrera organizada  
Friedrich Pollock (1982), y con él la corriente central de la  
teoría crítica, enfatizaba en su interpretación una fuerte “politización  
7
7
de la economía”. Pero Neumann, que siempre mostró posiciones  
contrarias a este núcleo de teóricos críticos, entendía que lejos de  
7
7
7
7
4 Angelo Tasca, El nacimiento del fascismo, Ariel, Barcelona, 1969, p. 186.  
5 Alejandro Andreassi Cieri, op. cit., p.268.  
6 Alejandro Andreassi Cieri, op. cit., p.252  
7 Martin Jay, La imaginación dialéctica. Historia de la Escuela de Frankfurt y el Instituto de Investi-  
gación Social (1923-1950), Taurus, Madrid, 1974, p.256.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
202  
Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
comprender la consistencia del régimen nazi como una excesiva po-  
litización de la economía habría de comprenderse, muy al contrario,  
como una des-politización de todos los espacios socioeconómicos.  
Es decir, al resultar estos espacios vaciados de cualquier norma jurí-  
dica o determinación pública democrática quedaban entregados a  
una omnipotente funcionalidad tecno-económica dirigida con férrea  
disciplina ajurídica y comandada por los capitanes de industria en  
connivencia directa con la dirigencia del partido. Y aunque no com-  
partía en su plenitud la tesis simplista cristalizada por Dimitrov en  
el séptimo congreso mundial del Komintern, que consideraba al fas-  
cismo como una simple reacción terrorista de los sectores más reac-  
cionarios del capitalismo financiero, sí pudo Neumann mostrar a  
través de un minucioso estudio empírico de la economía alemana  
que los grandes monopolios se habían mantenido y reforzado du-  
rante el régimen nacionalsocialista. Y será Neumann, por lo tanto, el  
que se opondrá a esta interpretación hegemónica de la escuela frank-  
furtiana al advertir que el nacional-socialismo no supuso un cambio  
sustancial en la organización económica pre-existente ya que, con su  
advenimiento, se desarrolló y potenció un capitalismo de monopo-  
78  
lios que, desde luego, ya existía en la República de Weimar.  
Al contrario de lo sustentado por Pollock, el nazismo cons-  
tituyó una continuación del capitalismo de monopolios por otros me-  
dios.79 Carl Schmitt, en una conferencia leída en 1932 ante la  
asociación de industriales del Ruhr, y que llevaba precisamente por  
título Starken Staat und gesunde Wirtschaft, postulaba la construcción  
de un todopoderoso órgano ejecutivo, depositario de una inmensa  
autoridad política incuestionable, que no estuviera limitado por  
poder legislativo u orden constitucional alguno a la vez que, y esto  
es crucial, los dueños de la esfera económica privada preservaban  
80  
su espacio de libre despliegue autónomo. La fórmula una economía  
sana dentro de un Estado fuerte, que combinaba un régimen político  
intensamente autoritario y un orden económico liberal, se decantaba  
7
8 Clara Serrano García, Carlos Fernández Liria, “Capitalismo e Ilustración. La intervención de  
Franz Neumann en la Escuela de Frankfurt”, Arxius, Nº 22, Junio, 2010, pp. 47-60.  
9 Martin Jay, op.cit., p.272  
7
8
0 Alejandro Andreassi Cieri, op. cit., p.219.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
203  
Jorge Polo Blanco  
finalmente como una disolución de toda conflictividad de intereses  
en la esfera socioeconómica por la vía expeditiva de otorgar a los  
dueños de la industria un poder omnímodo en lo que atañe a todos  
los detalles de la organización productiva y laboral.  
Neumann argumentará que en el interior del nacionalsocia-  
lismo el capital privado no queda asumido o subsumido bajo la égida  
de lo público, sino que el fuerte intervencionismo estatal propio del  
nazismo respeta e incluso refuerza a los trust privados, eso sí, ani-  
quilando la organización autónoma de la clase trabajadora. Porque  
un férreo dirigismo ejercido por una administración política impla-  
cablemente autoritaria es enteramente compatible con una economía  
de tipo capitalista en lo que a organización productiva, relaciones de  
propiedad y mundo laboral se refiere. Dicha situación, antes que  
como capitalismo de Estado, Neumann ha de conceptualizarla como  
capitalismo monopolista totalitario, y el matiz diferencial es muy deter-  
minante: “La economía alemana de hoy tiene dos grandes características  
destacadas: es una economía monopólica y una economía de mando. Es una  
81  
economía capitalista privada, que regimenta un Estado totalitario”.  
También en la Italia de Mussolini las organizaciones empre-  
sariales mantenían una poderosa autonomía que bien podía resistir  
las pretensiones de injerencia de las facciones más socializantes del  
sindicalismo corporativista fascista o, incluso, sustraerse a la regla-  
mentación política del gobierno. Roland Sarti, al que ya habíamos  
mencionado con anterioridad, lo expresa con nitidez: “La industria  
82  
organizada estaba en el Estado, pero no era del Estado”.  
La clase capitalista, como señalaba Otto Bauer, pudo tolerar  
a regañadientes las conquistas democráticas del movimiento obrero  
83  
y los partidos socialistas mientras su tasa de beneficio lo permitió.  
Pero tras la primera gran guerra la acumulación de capital había en-  
trado en barrena a la par que el movimiento obrero se había hecho  
extremadamente poderoso, y era entonces cuando la democracia, tan  
8
1 Franz Neumann, Behemoth. Pensamiento y acción en el nacionalsocialismo, Fondo de Cultura  
Económica, México, 1983, p.295.  
8
8
2 Roland Sarti, Fascismo y burguesía industrial. Italia 1919-1940, Fontanella, Barcelona, 1973, p.112.  
3 Otto Bauer, “El fascismo”, Bauer, O; Marcuse, H; Abendroth, W. y Rosenberg, A. (eds.), Fas-  
cismo y capitalismo. Teorías sobre los orígenes sociales y la función del fascismo, Martínez Roca,  
Barcelona, 1972, pp. 150-175, p.161.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
204  
Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
laureada y esgrimida por la burguesía, empieza a constituir un pro-  
8
4
blema para su acumulación de beneficios. Si esa gran burguesía  
había de pervivir, el país habría de ingresar en una nueva etapa de  
férrea disciplina que era, antes que nada, disciplinamiento de la clase  
obrera institucionalizada y organizada, como bien señaló Arthur Ro-  
85  
senberg. Todo resquicio de racionalidad jurídica en el mundo del  
trabajo acabó siendo triturado, como señalaba Neumann, y la dis-  
crecionalidad arbitraria entregada a los dueños de las empresas im-  
plantaba en el interior de éstas nuevas relaciones de vasallaje y  
absolutismo, en medio de una total ausencia de legislación laboral  
de aplicación universal y obligado cumplimiento y cuyo vacío era  
ocupado por el marasmo ideológico de la “comunidad de em-  
8
6
presa”. Los trabajadores, reducidos a la categoría de séquito (Ge-  
folgschaft), volvían a ocupar una posición absolutamente subalterna  
con respecto al jefe de empresa, liquidando por completo los con-  
sensos de 1918 que habían matizado de alguna manera esa discre-  
87  
cionalidad absoluta de la patronal.  
La industria capitalista no podía seguir creciendo y acumu-  
lando capital dentro del orden jurídico del decadente Estado social-  
liberal democrático, al cual tuvo que aniquilar y, de paso, cierta-  
mente, también a una clase obrera organizada políticamente y que  
desde las instituciones de la democracia republicana venía poniendo  
cortapisas legislativas a la libre expansión del capital. “El régimen na-  
cional-socialista subió al poder el 30 de enero de 1933 e inició acto seguido  
una política cartélica que satisfizo todas las exigencias de las asociaciones  
88  
industriales”. En efecto, puede estudiarse el proceso de privatización  
89  
sistemática de la economía alemana durante el régimen nazi. Du-  
rante la República de Weimar la participación pública en múltiples  
84 Daniel Guérin, Fascismo y gran capital, Fundamentos, Madrid, 1973.  
85 Arthur Rosenberg, “El fascismo como movimiento de masas”, Bauer, O; Marcuse, H; Aben-  
droth, W. y Rosenberg, A. (eds.), Fascismo y capitalismo, Martínez Roca, Barcelona, 1972, pp.  
8
0-149., p.133.  
8
6 Franz Neumann, op. cit., pp.462-466.  
87 Ferrán Gallego, De Múnich a Auschwitz: una historia del nazismo, 1919-1945, Debolsillo, Barce-  
lona, 2006, p.322.  
88 Franz Neumann, op. cit., p.298.  
89 Germà Bel, “Against the mainstream: Nazi privatization in 1930s Germany”. Economic History  
Review, 63, 1, 2010, pp. 34-55.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
205  
Jorge Polo Blanco  
negocios había sido voluminosa y sustanciosa pero, con la llegada  
del nacional-socialismo, la tendencia a las nacionalizaciones no em-  
pezó a erigirse en un programa económico sistemático, sino todo lo  
contrario, ya que sectores importantes que antes se hallaban bajo el  
control de la titularidad pública pasaron a estar regentados por par-  
ticulares.90 El dominio de la economía alemana vino definido, du-  
rante el nazismo, por un reforzamiento claro y contundente de los  
gigantescos Konzern, poderosas dinastías industriales que aglutina-  
ban el monopolio de grandes sectores productivos y controlaban el  
grueso de la banca. “Sobre una base semejante, no puede existir otra «di-  
rección» de la economía por parte del Estado que una dirección conforme a  
los intereses del capital monopolista”.91  
El sindicalismo fascista, como señalaba Rosenstock-Franck,  
92  
no tenía como objetivo primordial la defensa de los trabajadores.  
La “magistratura del trabajo” pretendía edificar una instancia neu-  
tral, orgánica, que arbitrara los eventuales conflictos surgidos entre  
capital y trabajo, con el fin de que dichos conflictos pudieran solven-  
tarse sin menoscabar la estabilidad de la producción nacional, que  
siempre era un fin muy superior al conflicto entre clases. Sin em-  
bargo, de facto, dicho conflicto no podía desaparecer jamás, y la su-  
presión de las comisiones de fábrica fue una concesión preciosísima  
93  
para los industriales. En definitiva, lo que se constituía era una ani-  
quilación de la defensa colectiva, organizada y autónoma de la clase  
9
4
trabajadora. Las huelgas quedaban absolutamente prohibidas. El  
corporativismo fascista, por lo tanto, no debía entenderse como una  
burocracia estatal destinada a interrumpir la lógica autónoma del las  
relaciones capitalistas de producción, sino todo lo contrario. “Lejos  
de extender el poder del Estado democrático a la industria, por ejemplo, el  
fascismo se dedicó a extender el poder de la industria autocrática por encima  
del Estado y, de esa forma, a destruir la base misma de la democracia polí-  
90 Franz Neumann, op. cit., p.335.  
91 Charles Bettelheim, La economía alemana bajo el nazismo. Tomo 1, Fundamentos, Madrid, 1972,  
p.109.  
9
2 L. Rosenstock-Franck, La economía corporativa fascista doctrinal y práctica, Aguilar, Madrid,  
1
934, p.233.  
9
9
3 Ibid., p.54  
4 Ibid., p.57  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
206  
Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
95  
tica”. A los dueños del poder económico privado, en un proceso de  
des-empoderamiento de todas las instituciones políticas republica-  
nas, se les otorga plena libertad en la organización de las relaciones  
sociales de producción, mientras se construye la centralización au-  
toritaria y autócrata de un ejecutivo que aniquila toda garantía cons-  
titucional y que desactiva todo vestigio de vida pública parlamen-  
taria y legislativa.  
El fascismo, en efecto, habrá de interpretarse como un mo-  
vimiento facilitado por los grandes poderes de la industria privada  
encaminado no a desbaratar la lógica de la acumulación capitalista  
sino, muy al contrario, a posibilitar la continuación de dicha acumu-  
lación, convirtiendo en cenizas las instituciones del republicanismo  
democrático, incapaz ya de garantizar un crecimiento sostenido del  
capital. Sólo un Estado autoritario que destruyera los sindicatos de  
clase y aniquilara todas las organizaciones obreras de todos los  
ramos productivos, que aboliera el derecho a huelga y entregara toda  
la autoridad a los patronos, podía restablecer la rentabilidad de las  
empresas. Y este proceso fue quedando afianzado gracias a la con-  
solidación de las organizaciones laborales fascistas, que insuflaban  
en el trabajador concepciones armonicistas que en ningún momento  
cuestionaban las relaciones establecidas por la jerarquía patronal y  
que funcionaban como máquinas de vigilancia estatal para impedir  
la emergencia de verdaderos cuadros sindicales subversivos. El ré-  
gimen nazi, en ese sentido, también intentó organizar todo el tiempo  
libre de los obreros, para que no quedase ningún resquicio por el que  
pudiera asomar una autoorganización genuina de la sociabilidad  
obrera.9  
6
La creación de un “Estado corporativo”, fundamentado en  
el desarrollo de un vínculo orgánico colaborativo entre trabajadores  
y empresarios, y en el que desaparecía todo antagonismo clasista o  
toda contradicción capital–trabajo, constituyó en la práctica un re-  
forzamiento muy considerable de las posiciones hegemónicas del ca-  
9
5 Karl Polanyi, “Marx sobre el corporativismo”, Laville, J. L; Mendell, M; Polanyi Levitt, K. y  
Coraggio, J. L. (eds.), Textos escogidos, Clacso, Universidad Nacional de General Sarmiento,  
Barcelona, 2012, pp. 241-249, p.243.  
96 Alejandro Andreassi Cieri, op. cit., p. 331.  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
207  
Jorge Polo Blanco  
pital. Más allá de las ensoñaciones sinceras de muchos teóricos del  
Estado corporativo, lo cierto es que el capital conservó sus posiciones  
privilegiadas y las antiguas asociaciones patronales privadas se ne-  
97  
98  
garon a desaparecer. Rosenstock-Franck, en su detallado y valio-  
sísimo estudio sobre la economía fascista italiana, concluía que las  
ensoñaciones doctrinarias de los teóricos del Estado corporativo sólo  
habían construido eso, ensoñaciones:  
La dirección de la economía italiana pertenece a una oligarquía, a la  
oligarquía de las grandes Confederaciones patronales; pero el régimen  
dictatorial, las incidencias de la política y la administración sobre las  
actividades privadas son tan profundas, que el fascismo ha podido dar  
la impresión de retener el control de la economía italiana, que, de  
hecho, no posee. Hasta el presente no tenemos motivo alguno para pre-  
ver una acentuación socializante del régimen: los grandes productores  
montan la guardia.99  
Y, en efecto, la economía del fascismo italiano jamás hubo de  
transitar hacia una estructura socializante o distributiva.  
A modo de conclusión  
El Estado autoritario, al aplastar las libertades políticas y ci-  
viles, podría dar el paso de controlar también la dinámica de la vida  
económica pero, de hecho, la esfera de la economía privada queda  
prácticamente incólume. El control público de la economía no ocurre  
de facto, ya que las agrupaciones patronales conservan todo su  
poder, y el control obrero de las empresas italianas no pasa de ser un  
100  
mito inexistente. El propio Mussolini parecía tenerlo muy claro, y  
señalaba en 1926:  
Otro punto del sindicalismo fascista lo forma el reconocimiento de la  
función histórica del capital y del capitalismo. Aquí somos netamente  
antisocialistas. Según la doctrina socialista el capital es el monstruo, el  
9
9
9
1
7 Daniel Guérin, op. cit., p.296.  
8 L. Rosenstock-Franck, op. cit.  
9 Ibid., p.392.  
00 Ibid., p.108  
BOLETÍN ANH Nº 205 • 179–213  
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Hacia una revisión crítica del presunto programa  
anticapitalista del fascismo y del nacionalsocialismo  
capitalista el cómitre, el vampiro; según nuestra doctrina, todo esto es  
baja literatura, puesto que el capitalismo, con sus virtudes y sus defec-  
tos, tiene ante sí algunos siglos de existencia; tanto es así, que donde  
lo habían abolido incluso físicamente vuelven a adoptarlo […] Los ca-  
pitalistas modernos son capitanes de industria, grandes organizadores,  
hombres que tienen y han de tener un elevadísimo sentido de la res-  
ponsabilidad tanto civil como económica, hombres de quienes depende  
101  
el destino, el salario y el bienestar de miles y miles de obreros.  
Obreros que, como podemos comprobar en este panegírico  
de los grandes prohombres del capitalismo industrial, quedan rele-  
gados en una posición enteramente pasiva y subalterna.  
Ya en 1921 el movimiento fascista y los terratenientes habían  
sellado su alianza para desarticular todas las organizaciones obreras  
agrícolas, reforzando la propiedad latifundista, mientras que la ad-  
hesión de los industriales del norte se produce abiertamente un poco  
más tarde.1 Es cierto que el papel de los industriales italianos du-  
02  
103  
rante la emergencia, desarrollo y triunfo del fascismo es complejo.  
Pero, qué duda cabe, las oligarquías empresariales y los grandes pro-  
pietarios rápidamente hallaron buen acomodo dentro de un régimen  
que aquilataba la protección de sus ganancias al tiempo que (o pre-  
cisamente porque) aplastaba toda organización sindical autónoma y  
toda constitución de la clase obrera como sujeto político protagónico.  
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213  
La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Polo Blanco, Jorge,  
“Hacia una revisión crítica del presunto programa anticapitalista  
del fascismo y del nacionalsocialismo", Boletín de la Academia  
Nacional de Historia, vol. XCIX, Nº. 205, enero - junio 2021,  
Academia Nacional de Historia, Quito, 2021, pp.179-213