BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCIX Nº 206-B  
Julio–diciembre 2021  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
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BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCIX  
Nº 206-B  
Julio–diciembre 2021  
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ISSN Nº 1390-079X  
eISSN Nº 2773-7381  
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Corrida de “toros de pueblo”, en Pintag, Ecuador, 2018.  
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diciembre 2021  
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. XCIX – Nº. 206-B  
Julio–diciembre 2021  
ASPECTOS A CONSIDERAR PARA LA HISTORIA,  
TIPOLOGÍA Y VALORACIÓN SOCIO-CULTURAL  
DE LA VIVIENDA VERNÁCULA AFROECUATORIANA.  
CASO DE LA COMUNIDAD DE CHALGUAYACU,  
IMBABURA, ECUADOR  
–DISCURSO DE INCORPORACIÓN–  
Miguel Naranjo Toro1  
Resumen  
La historia de la vivienda vernácula en la Comunidad afroe-  
cuatoriana de Chalguayacu, uno de 38 asentamientos existentes en  
el Valle del Chota-Sierra Norte del Ecuador, integra aspectos relacio-  
nados con la tipología y valoración socio-cultural de una veintena  
de viviendas de arquitectura tradicional. El trabajo parte de la nece-  
sidad de que este repertorio habitacional sea conocido y valorado en  
toda su riqueza, resultado de la impronta de diversas presencias hu-  
manas en el Valle del Chota, y de su relación con el patrimonio in-  
tangible. Para ello se precisaba de un estudio asumido desde una  
perspectiva integral, en este caso orientado hacia la historia del arte.  
La vivienda vernácula es enfocada como unidad sistémica matizada  
por múltiples valores. Se tuvo en cuenta su génesis histórica e im-  
pronta antropológica, funcionalidad utilitaria y rasgos formales.  
En las tres últimas décadas, América Latina ha visto el incre-  
mento de la preocupación por el estudio de la vivienda vernácula.  
Se han realizado varias investigaciones con el objetivo de despertar  
interés en su revalorización y posterior protección, las que han con-  
tribuido a visibilizar un tipo de arquitectura durante años preterida.  
1
Licenciado en Filosofía y ciencias socio-económicas; doctor en investigación educativa por la  
Universidad Central del Ecuador; Diploma Superior en Investigación por la Universidad Téc-  
nica del Norte; Magister en docencia universitaria e investigación educativa por la Universidad  
Nacional de Loja; Doctor (Ph.D) en Ciencias sobre Arte por la Universidad de Oriente Cuba.  
Post doctor en Didáctica de la Investigación. Es Docente Titular de la Universidad Técnica del  
Norte, Docente de programas de Maestrías en universidades del País.  
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Miguel NaranjoToro  
1
- El presente texto tiene su origen en una tesis de doctorado dedi-  
cada a esta temática. 2- Centra su atención en la vivienda vernácula  
de San Miguel de Chalguayacu, uno de 38 asentamientos existentes  
en el Valle del Chota –Sierra Norte del Ecuador–. En la comunidad,  
de población fundamentalmente afroecuatoriana y dedicada a la  
agricultura, se conserva una veintena de viviendas de esta tipología.  
El trabajo parte de la necesidad de que este repertorio habitacional  
sea conocido y valorado en toda su riqueza, resultado de la impronta  
de diversas presencias humanas en el Valle del Chota, y de su rela-  
ción con el patrimonio intangible. Para ello se precisaba de un estu-  
dio asumido desde una perspectiva integral, en este caso orientado  
hacia la historia del arte, ya que las investigaciones preexistentes se  
limitan a las técnicas constructivas. La vivienda vernácula de Chal-  
guayacu es enfocada como unidad sistémica matizada por múltiples  
valores. Se tuvo en cuenta su génesis histórica e impronta antropo-  
lógica, funcionalidad utilitaria y rasgos formales.  
La vivienda es ante todo, un escenario de la vida cotidiana  
donde se dirimen temas de la economía familiar y comunitaria, se  
replican tradiciones, imaginarios colectivos y expresiones artísticas,  
asume soluciones que la convierten en ámbito idóneo para el desa-  
rrollo socio-productivo y la conservación de manifestaciones cultu-  
rales ancestrales; expresión de la comunión entre el ser humano y su  
espacio habitable.  
A partir de 1960, sucedieron cambios trascendentes en lo que  
a status en el uso y tenencia de la tierra respecta. La promulgación y  
aplicación de la Ley de Reforma Agraria, en 1964, incidió en el modo  
de vida de los habitantes de Chalguayacu; se fundaron otras formas  
de interacción social y aparecieron nuevas exigencias habitacionales.  
Aunque no se abandonó de manera absoluta la choza –de bahareque  
y paja– hubo tendencia a la adopción de una casa más confortable,  
también antisísmica y ecológica pero con preferencia por el adobe,  
la piedra, la madera y las tejas, materiales asequibles en su contexto  
que significó una mejoría para la comunidad. El estudio se extiende  
hasta 1990, fecha a partir de la cual hubo una propensión a construir  
viviendas desde modelos urbanos y las técnicas tradicionales deca-  
yeron.  
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Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
Amén de nuestra motivación por aportar un nuevo conoci-  
miento a ese sistema provisional que es la ciencia, es lícito destacar  
que resultó valioso compartir las experiencias e inquietudes con los  
habitantes del área de estudio; por medio de diálogos e intercambios  
de ideas, pensamientos y percepciones, con hombres y mujeres hu-  
mildes que viven allí apegados a su tierra y costumbres. Se trata de  
una experiencia intensa y enriquecedora desde las perspectivas más  
diversas, al ser enfocado el individuo como una entidad pluricultural  
en permanente cambio y desarrollo.  
El territorio ancestral Valle del Chota  
En Suramérica, fue en los valles interandinos y altiplanicies  
donde florecieron las grandes culturas, favorecidas por condiciones  
climáticas que se modifican debido a las variaciones de altitud. El  
agua desciende desde las altas montañas, baña a su paso estos terri-  
torios y desemboca en la costa. Para poder entender la impronta de  
los procesos culturales desarrollados en el área es menester situarse  
en el espacio geográfico. En esta región lo natural y lo cultural están  
estrechamente relacionados, resulta imposible desligarlos.  
El Valle del Chota exhibe la paradójica dualidad de poseer  
en su territorio, fértiles terrazas y quebradas desérticas, peculiaridad  
que marca el imaginario colectivo e incide en la manera de percibir  
el mundo. La convivencia con el río que decide su propio rumbo,  
hace que los habitantes respeten la naturaleza. Las crecidas exage-  
radas de su caudal provocaban destrucción y una retirada tardía al-  
teraba el ritmo de las cosechas. Todo ello signa la vida cotidiana de  
las comunidades. El nombre antiguo del valle era Coangue, que sig-  
nifica “Valle de las fiebres malignas”; también se le ha llamado “Valle  
2
de la Muerte”, “Valle sangriento”, “Valle de los Negros”. En todas  
las épocas el agua ha sido elemento esencial para la vida de los cho-  
tenses.  
El Valle de Coangue es parte de la hoya del Chota, en razón  
del río más grande de su sistema hidrográfico, del cual recibe el nom-  
2
R. Coronel, El valle sangriento: de los indígenas de la coca y el algodón a la hacienda cañera jesuita,  
580-1700. (Vol. 4), Editorial AbyaYala, Ecuador, 1991, p. 21  
1
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bre. Sus grandes planicies fueron aprovechadas para el cultivo de  
especies propias del clima subtropical; sitio ideal para el asenta-  
miento de grupos humanos organizados en comunidades con rasgos  
afines, a pesar de sus diferencias. Se trata de una zona favorable para  
el desarrollo agrícola por su fertilidad. En la actualidad pueden verse  
los verdes y extensos campos de caña, maíz y frutos de toda clase.  
Los datos arqueológicos y etnohistóricos evidencian que  
gran parte de los señoríos y cacicazgos indígenas de la Sierra Norte  
poseyeron en las partes bajas de la cuenca cálida, en las dos márge-  
nes del río Chota-Mira, extensas chacras de coca. El maíz y las le-  
gumbres se cosechaban dos veces al año al igual que el ají, paltas,  
yuca, camote, papa, fréjol y una variedad de árboles frutales. En las  
riberas del río Chota abundó el añil que utilizaron para el teñido de  
algodón, de ello hay evidencias documentales; así “(..) en toda la ribera  
del río de Coangue (...) hay y se cría sin sembralla y en mucha cantidad una  
3
yerba y de ellas se hace aquella tinta que nosotros llamamos añil (...)”. Este  
río nace en las estribaciones de la cordillera de Pimampiro; luego,  
por ambas márgenes, recibe aguas de otros ríos para desembocar en  
4
el Pacífico. Las tierras ubicadas en sus dos riberas abarcan diferentes  
pisos ecológicos lo cual define la existencia de diversos tipos de  
suelo. Las zonas más cercanas al centro del valle requieren de mayor  
irrigación para los cultivos durante todo el año, hay momentos en  
que su caudal es insuficiente para regar las áreas cultivables de la  
cuenca del Chota-Mira. Este es un rasgo que distingue el área cultu-  
ral suramericana y fue lo que hizo de sus habitantes maestros en la-  
bores de ingeniería hidráulica y transporte. Si bien no fueron  
navegantes, se destacaron en la construcción de acueductos, acequias  
y caminos, con el gran esfuerzo que implica la ejecución de tales  
obras en medio de la serranía.  
El entorno de esta región ha sido cambiante y ha estado su-  
jeto a constantes alteraciones agrícolas, de acuerdo con el grado de  
organización social de cada momento histórico. En la época prehis-  
pánica los indígenas producían coca, algodón, maíz, ají y otros pro-  
ductos. En el siglo XVI los españoles introdujeron los olivos y la vid;  
3
4
Ibíd., p.26  
Instituto Geográfico Militar, Datos. Quito, Ecuador, 2014.  
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Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
en los siglos XVII y XVIII, la caña de azúcar y los ingenios eran ma-  
nejados por particulares y religiosos. En el siglo XIX se hicieron los  
primeros intentos por industrializar la caña de azúcar y en el XX de-  
cayó esta próspera tierra debido al auge de los ingenios azucareros  
en el Litoral. Actualmente se produce gran variedad de productos:  
5
tomate, aguacate, maíz, trigo, caña de azúcar, papa, entre otros.  
Cuando llegaron los conquistadores a este territorio se fun-  
daron las encomiendas; estas sirvieron de base, al igual que los se-  
ñoríos prehispánicos, para efectuar una distribución de los pueblos  
de la zona entre Otavalo y Carangue, aproximadamente entre los  
años 1560 y 1580. En el siglo XVII tuvo lugar el reconocimiento jurí-  
dico por parte de la Corona a la Villa de San Miguel de Ibarra y al  
Corregimiento de Otavalo; se impuso el sistema hacendario en la  
Sierra Norte y se produjo una nueva reorganización política. La pre-  
sencia hispánica supuso para los indígenas algunos cambios impor-  
tantes. A las tradicionales papas y demás tubérculos, maíz y ají,  
característicos de su dieta, se añadieron cereales, hortalizas, carne y  
leche.  
En relación con el vestuario, los indios de la cuenca del Chota  
cambiaron su típico atuendo heredado del tiempo de los Incas, por  
la camiseta o túnica que llegaba hasta la rodilla, sin mangas, elabo-  
rada con algodón o lana delgada. Añadieron una manta cuadrada  
atada al cuello y un calzón, también de lana o algodón; la camisa, el  
6
poncho y el sombrero. Los habitantes de este próspero valle fueron  
testigos de paulatinas transformaciones vinculadas a los procesos  
económicos. Alo largo del tiempo, los pobladores del Valle del Chota  
han estado muy ligados al río homónimo, el cual se ha convertido, a  
la vez, en fuente de sustento y causa de sufrimientos. Cuando el río  
crece inunda sus riberas y provoca serios daños en siembras y case-  
ríos cercanos.  
El río Chota era muy beneficioso por constituir fuente, no  
solo de agua sino también de piedras de diversos tamaños, material  
esencial para la construcción de viviendas u otros inmuebles. Al no  
5
6
R. Coronel, El valle sangriento…op. cit., p. 24  
J. Iturralde, El indio de la Sierra Norte en el siglo XVII. Revista General de Cultura,3(5), pp.52-  
59, 1950.  
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haber en el valle grandes canteras, la población indígena tomaba este  
elemento natural del río y lo utilizaba en diferentes actividades de  
la vida cotidiana, especialmente en la edificación. A los indios se  
deben los primeros vestigios de una arquitectura cuya vigencia en  
la Sierra Norte, actual es innegable. Vivían en bohíos redondos cu-  
biertos de paja con paredes hechas de palos gruesos entretejidos y  
embarrados con lodo por dentro y por fuera. Algunas casas eran más  
grandes, de planta rectangular y cubierta a dos aguas. En estas po-  
dían aparecer, incluso, portales que servían como recibidor.  
De lo anterior se puede deducir que los inmuebles se dife-  
renciaban tanto por su forma como por su tamaño, en corresponden-  
cia con el uso al que se destinaran y el status del individuo que la  
habitaría, en caso de que su función fuera doméstica. Como eran de  
palo, lodo y paja tomados del medio natural. En cualquier sitio edi-  
ficaba un indio su casa en solo dos o tres días. Él mismo cortaba la  
madera y la caña; traía la paja, preparaba el barro y sacaba la cabuya  
o bejuco para atar la madera –en esto eran maestros–; lo hacían con  
facilidad, se ayudaban mutuamente y era “como fiesta entre ellos, se  
7
celebraba con finas borracheras (...) por la abundante chicha. Se utili-  
zaban varias técnicas en la elaboración de las paredes. José Echeve-  
8
rría refiere el uso del bahareque, logrado mediante el entrecru-  
zamiento de chaclla o varas colocadas horizontalmente, recubiertas  
por una gruesa capa de barro y fijadas a puntales de madera clava-  
dos en el suelo. Las paredes de adobe resultaban de la superposición  
de bloques de gran tamaño (adobones) hechos de tierra húmeda  
mezclada con otros elementos vegetales como la paja, secados en ru-  
dimentarios moldes.  
Otra de las técnicas era la tapia y tapial. En esta, aunque tam-  
bién se utilizaba la tierra como material esencial, se requería la ela-  
boración de una suerte de encofrado en el cual se vertía la mezcla de  
barro húmedo. A diferencia del adobe, se levanta la pared completa  
de una vez dentro de ese cofre, conocido como tapialera, que le sirve  
de molde. También podían erigirse paredes de piedras acomodadas  
7
8
Cfr. Auncibay. En: J. Echeverría, La vivienda prehispánica en los Andes Septentrionales del  
Ecuador, Sarance 14, pp. 41-71, 1990, p.42  
Ibíd.  
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Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
de modo regular; estas podían ser rocas, pizarras, entre otras, colo-  
cadas y trabajadas a manera de ladrillos y unidas con barro Echeve-  
rría refiere, además, el uso de técnicas como la chamba-champa,  
terrón compacto resultado de la mezcla de tierra con raíces de hier-  
bas de los pastizales cercanos a la edificación, los cuales eran corta-  
dos, generalmente, en pedazos rectangulares.  
En los pueblos de los carangues y cayambes, para levantar sus  
casas emplearon bloques de una tierra dura y estéril de origen vol-  
cánico conocida como cangahua. Por último, se utilizó lo que se co-  
noce como maqui-tapia, “paredes de mano”, en especial en la  
construcción de corrales y para marcar linderos. Aún quedan, en Iba-  
rra y otros sitios de la Sierra Norte, ejemplos de este sistema cons-  
tructivo que consiste en preparar una mezcla de tierra bien  
desmenuzada con agua para hacer el lodo; este se pisotea hasta lo-  
grar la plasticidad requerida. La pared se levanta por partes para  
que las primeras capas se sequen y su ancho disminuye de abajo  
9
hacia arriba (corte trapezoidal). De todas estas técnicas, las más usa-  
das en la actualidad en las áreas rurales de la Sierra Norte del Ecua-  
dor son el bahareque, adobe, tapial y la piedra; esta última en la  
elaboración de los cimientos y, con menor frecuencia, también en los  
muros. El uso de estas técnicas no es privativo del Valle del Chota.  
10  
De acuerdo con los textos de arte latinoamericano consultados, es  
bastante común en toda el área cultural suramericana desde la época  
prehispánica.  
De antigua data es el empleo de esta diversidad de procedi-  
mientos en la ejecución de obras para uso doméstico y otros fines  
asociados a la vida rural, por ejemplo, construcciones auxiliares y  
linderos; de modo que, la sólida arquitectura inkásica no es el único  
referente en materia de edificación en este vasto territorio. Las casas  
ya terminadas lucían un exterior muy trabajado, existía una relación  
de proporción entre el diámetro de la planta circular y la altura del  
techo. Los aleros tenían la longitud adecuada para evitar que las llu-  
9
1
Ibíd., pp-43-44  
0 H. Trimborn, La América precolombina., Ediciones Castilla, España, 1965.  
H. Disselhoff, América precolombina., Ediciones Orbis, Barcelona, 1954.  
G. Gasparini. y L. Margolies, Arquitectura popular de Venezuela., Fundación Eugenio Mendoza,  
Caracas, 1986.  
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vias humedecieran las paredes. En la cumbrera de algunas viviendas  
había diferentes formas de tragaluces para la ventilación del espacio  
interior. La habitación estaba formada por un solo cuarto grande en  
el que se organizaban los diferentes espacios y no había ventanas.  
Los pisos eran de tierra apisonada y en las casas de los individuos  
de rango se cubrían con una paja suave. En los lugares fríos quedaba  
a un nivel más bajo que el resto del terreno, para aportar más calor  
a la habitación.  
Al parecer, el patrón de asentamiento de los indios consistió  
en pequeños núcleos concentrados de viviendas, separados por las  
tierras de cultivo, por una quebrada, un riachuelo u otro accidente  
geográfico. Cerca de estos conjuntos se podían encontrar algunos bo-  
híos dispersos, quizás para cuidar las sementeras. Ocupaban laderas  
de pendientes suaves y cumbres de elevación, zonas apropiadas para  
el cultivo de maíz, papa, quinua, mellocos, ocas, y mashuas, entre  
otros. Además de las plantas circulares había, asociadas en el espacio,  
estructuras rectangulares, cuadrangulares y montículos artificiales.  
Existen vestigios de viviendas cuadrangulares ordenadas en  
línea recta a cuyos extremos se ubicaban algunos bohíos redondos.  
Es apreciable la importancia que los habitantes otorgan al medio na-  
tural del cual obtienen todo lo necesario para su vida, no solo el ali-  
mento sino también el cobijo. Se trata de conjuntos logrados con gran  
armonía y que pueden haber sido el resultado del quehacer de di-  
versos grupos, de ahí las diferencias en el modo de construir. Sin em-  
bargo, el uso de materiales tomados de la naturaleza, la asunción de  
tipologías adaptables a las condiciones climáticas y del entorno, fun-  
cionan como elemento unificador y de ahí deviene el antecedente de  
la arquitectura vernácula actual en la Sierra Norte del Ecuador. Se  
infiere que muchos de estos conjuntos habitacionales fueron aban-  
donados como consecuencia de la masiva emigración de los indios;  
pero las construcciones quedaron allí, a merced de la naturaleza que  
bien pudo haberlas devorado, el tiempo, el clima y el descuido o  
quizá, fueron ocupadas por quienes se quedaron o por los que lle-  
garon después; por ejemplo, los jesuitas y gran cantidad de africanos  
esclavizados, traídos para el fomento de la producción azucarera.  
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Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
La comunidad de Chalguayacu  
La abolición de la esclavitud, en 1852, implicó cambios sig-  
nificativos para seres humanos que, ahora en condición de libres, de-  
bían buscar sustento y cobijo para su familia y hacer una nueva vida.  
El liberto sin recursos no tenía otra alternativa que continuar al ser-  
vicio de su antiguo amo, propietario de las haciendas, quien lo em-  
pleaba como peón y le pagaba un mísero salario o le arrendaba  
pedazos de tierra a cambio de varios días de jornal gratuito. Los ne-  
gros libres se movilizaron para encontrar espacios de asentamiento,  
así surgieron caseríos de mayor o menor tamaño, en los que aún hoy  
habitan los afro-ecuatorianos y donde, a propósito de la construc-  
ción, han aplicado ese conocimiento arraigado, heredado del pasado.  
Una de las muchas comunidades afrodescendientes que conforman  
el territorio ancestral Valle del Chota es Chalguayacu –significa en  
quichua “pez de agua”. Su formación y poblamiento, como otros  
asentamientos del área, data del siglo XVI. Su evolución siguió una  
misma línea en la que incidió la esclavitud, su fortalecimiento y cul-  
minación, con los matices que este proceso tuvo, sin desdeñar la pre-  
sencia indígena desde tiempos inmemoriales.  
Entre las primeras propiedades de los jesuitas en la Sierra  
Norte ecuatoriana está la hacienda de Pusir, adquirida en 1702. Ya  
para 1715, los religiosos “poseían 234 esclavos: 92 en Cuajara y 142  
11  
en las haciendas de Pimampiro, Carpuela, Chalguayacu y Caldera”.  
Esta es una de las más tempranas evidencias que se tiene acerca de  
la existencia de esta comunidad. La base económica fundamental del  
Valle del Chota ha sido la agricultura. El área, conformada por pe-  
queños conglomerados humanos, ha tenido su principal sustento en  
la explotación agrícola y recolección de productos naturales; la cría  
de animales domésticos o la combinación de todos esos recursos, ha  
mantenido patrones tradicionales de asentamiento que han persis-  
tido durante siglos.  
11 A. Delgado, Del gol al nocaut. Expectativas de movilidad social a través del deporte en las y los jóvenes  
afro descendientes de la comuna Juncal-Chalguayacu. Tesis de maestría. FLACSO, Quito, Ecuador.  
2016, p.36  
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Miguel NaranjoToro  
La vivienda vernácula de Chalguayacu es un espacio cons-  
truido. Para comprender su comportamiento es importante conocer  
las actividades agrícolas a las que se dedica la familia, el entorno  
donde tienen lugar, las relaciones intrafamiliares y las que se instau-  
ran con familias análogas; vínculo del que derivan las redes sociales  
comunitarias y la cultura que rige sus conductas. Las familias rurales  
realizan actividades agropecuarias y complementan sus ingresos con  
trabajo asalariado o venta de productos agrícolas. Las zonas rurales  
se distinguen por un conjunto de rasgos que las diferencia de las ur-  
banas; en síntesis, por su menor extensión y población, cantidad de  
servicios y equipamientos.  
Para acercarnos a la vivienda vernácula de Chalguayacu re-  
12  
sulta útil lo que Cloke define como enfoque funcional de “lo rural”.  
Desde esta perspectiva se trata de un área donde predominan usos  
extensivos del suelo, existen asentamientos pequeños con una estre-  
cha relación entre la construcción y el paisaje extenso, y se crean for-  
mas de vida caracterizadas por una identidad basada en las  
cualidades o atributos del medio natural.  
La vida de los afrochoteños, primero en condición de esclavos  
y luego como propietarios de pequeños huasipungos, se ha desarro-  
llado en torno a la hacienda. Los terrenos llanos de Chalguayacu son  
las playas del río Chota, superiores para la producción agrícola que  
el resto; “su formación y calidad del suelo se debe a los materiales arrastrados  
13  
por este río en sus grandes avenidas”. Esta hacienda, como todas las  
posesiones de los jesuitas, pasó a ser propiedad de la Oficina de Tem-  
poralidades tras su expulsión. Entre los años 1800 y 1802 fue com-  
prada por un particular y, a partir de esa fecha, se sucedieron varios  
dueños hasta que en 1954 se convirtió en una cooperativa agrícola,  
14  
al ser repartidas las tierras (por compra), entre 150 parceleros. Fue-  
ron favorecidos los negros de Chalguayacu y algunos de Juncal, a  
cuya entidad vendieron estos señores una extensión de 100 hectá-  
1
1
2 P. Cloke, Conceptualizing Rurality. Handbook of rural studies, London, 2006.  
3 L. Martínez de la Vega, Monografía de la parroquia de Pimampiro, Imprenta Municipal de Ibarra,  
Imbabura, Ecuador, 1954, p.166  
14 L. Martínez de la Vega, Monografíaop. cit.  
E. Bouisson, Esclavos de la tierra: Los campesinos negros del Chota-Mira, siglos XVII-XX.  
Procesos, 11, pp. 46-67, 1997.  
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Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
reas. Ya desde las décadas de 1930 y 1940 tuvo lugar un proceso de  
desintegración gradual de las haciendas del Valle del Chota lo cual,  
junto a la presión campesina, trajo consigo transformaciones profun-  
das en la propiedad que conllevó a la creación de las primeras coo-  
perativas en la década de 1950.15  
Por lo anterior, la comunidad de Chalguayacu tiene peculia-  
ridades que la hacen diferir de otros caseríos enclavados en el Valle.  
Los negros adquirieron la totalidad de la hacienda parcelada y las  
familias se beneficiaron con pedazos de tierra y tuvieron indepen-  
dencia económica. Estos hombres se convirtieron en propietarios au-  
tónomos, a diferencia de los habitantes de otras partes del Valle que  
seguían sujetos a la condición de huasipungueros. “Desde entonces,  
los hombres de este color formaron el rancho que hasta hoy existe (…) las  
huertas y demás plantíos sirven para alimentar a las 60 familias de negros  
16  
que viven aquí formando un rancho de aspecto africano”.  
Este comentario, de cariz discriminatorio y despectivo, per-  
mite tener una noción del tiempo que tiene el caserío; se alude a “el  
rancho” pero no significa que se refiera a un solo inmueble. Durante  
el período esclavista, las dotaciones vivían en rancherías conforma-  
17  
das por una cantidad determinada de bohíos; por tanto, allí viven  
varias familias juntas conformando un conglomerado de frágiles ha-  
bitaciones. Otros autores también se refieren a “el rancho”. Por ejem-  
18  
plo, Bouisson afirma que en La Concepción “había en el rancho de  
los negros 48 cuartos”; esto indica que era común utilizar este tér-  
mino para referirse a la habitación esclava. No existen argumentos  
consistentes para afirmar que “el rancho” es “de aspecto africano”;  
se trata de construcciones signadas por la pobreza y pudieran ser re-  
medo de las emplazadas en cualquier latitud. Por otra parte, en este  
modo de concebir la habitación esclava puede haber influido la pre-  
sencia de los indígenas en la zona, cuyas casas “se encontraban aso-  
1
5 I. Pabón, Procesos de construcción identitaria en las comunidades negras de la cuenca Chota-Mira  
en tres generaciones: abuelos, adultos mayores y jóvenes. (Trabajo de grado). Universidad Andina  
Simón Bolívar. Ecuador, 2006, p. 66  
16 L. Martínez de la Vega, Monografía…op. cit., p.167  
17 A. García, “Prólogo”. En L. Roura, y, T. Ángelbello, Vivienda esclava y rural en Cuba: bohíos y  
barracones, pp. XI-XXII, Artemisa editorial, 2012  
18 E. Bouisson, Esclavos de la tierra…op. cit., p.48  
BOLETÍN ANH Nº 206-B • 231–258  
241  
Miguel NaranjoToro  
19  
ciadas en asentamientos de más de treinta unidades y, de ellas, deriva  
la vivienda que proliferó en las áreas rurales de todo el territorio  
americano conocidas como casas de campo.  
El sector geográfico de Chalguayacu es un área rural con  
20  
1
028 habitantes, según el censo tiene 231 viviendas y pertenece a  
2
la parroquia de Pimampiro, cuya extensión es de 115,4 km . Esta pa-  
rroquia, en 1950, tenía una población de 5062 habitantes y ya para  
1
953 contaba con un total de 128 viviendas; de ellas, 122 tenían el  
techo de caña y solo 6 tenían cubierta de tejas. Esta información se  
refiere a la parroquia en general, no ofrece ningún dato específico  
sobre las construcciones de Chalguayacu.  
En un Informe del Instituto Ecuatoriano de Antropología y  
Geografía (1959) se plantea que, en principio, los valles estuvieron  
ocupados por dos grupos culturales predominantes: los indios Pas-  
tos, que habitaban viviendas de tipo redondo, comúnmente deno-  
minadas bohíos, de punta cónica y alares circulares, con cubierta de  
paja y paredes de tierra; y los Imbabureños o Karas, que residían en  
grandes chozones rectangulares de dos aguas con paredes de tierra,  
21  
techo de paja y un amplio corredor en la parte frontal. Habitaciones  
con estas características son comunes en todo el ámbito americano;  
una referencia con este nivel de generalidad no aporta mucho en tér-  
minos de singularidad tipológica, sin embargo, se considera válido  
reconocer que hayan sido los Pastos y Karas los grupos más influ-  
yentes en este modo de construir por su predominio en el valle.  
De acuerdo con los censos realizados en el Valle del Chota  
en los años 1953, 1954 y 1955, las primeras construcciones de los ne-  
gros que habitaron la zona pueden haber recibido varias influencias  
identificables en las edificaciones actuales. De la vivienda pastense  
de bahareque y adobe de tierra batida con planta circular, techo có-  
nico y una sola puerta les llega la primera influencia. También incide  
1
2
2
9 J. Echeverría, Glosario de arqueología y temas afnes. Instituto Nacional del Ecuador, Ecuador,  
2011, p. 136.  
0 Instituto Nacional de Estadísticas y Censos del Ecuador Resultados del Censo 2010 de población  
y vivienda en el Ecuador. Quito, 2010.  
1 P. Peñaherrera, y A. Costales, Coangue o Historia Cultural y Social de los negros del Chota y Salinas.  
Investigación y elaboración. Instituto Ecuatoriano de Antropología y Geografía, Ecuador,  
Quito, 1959, p. 157.  
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242  
Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
en su concepción la casa de tipo imbabureño o kara, hecha de piedra  
de río con recio empañete de barro, o de grandes bloques de adobe  
superpuestos. De planta rectangular, techo a dos aguas con ligamen-  
tos de paja, paredes delgadas y acceso único en la parte frontal, con-  
taba con un amplio corredor sostenido por pilares de capulí, lechero  
o chahuarquero, que le servía como área de sombra.  
22  
También se señala que estas construcciones recibieron la in-  
fluencia de una vivienda de tipo indefinido traída por los negros  
desde sus lugares de origen en el África. Se trata del tipo de casa de  
planta rectangular con techo de hojas de palma, planchas de madera  
o de cuero, dispuesto a dos aguas laterales, combinadas en ocasiones  
con otras vertientes más pequeñas dispuestas en la fachada anterior  
y posterior de la choza, o sea, colgadizos. Por otra parte, no debe  
desdeñarse la influencia hispánica, evidente en la arquitectura de  
23  
todos los territorios colonizados.  
Es posible apreciar la falta de exactitud a propósito de la in-  
fluencia indígena; baste citar la definición de bohío indígena serrano  
2
4
que aparece en el Glosario de Arqueología y Temas Afines y se  
podrá evaluar la persistencia de una tipología que, con variantes,  
dominó toda el área mesoamericana, suramericana e, incluso, cari-  
beña. De acuerdo con el referido texto, el bohío se define, básica-  
mente, por su planta circular, o sea, se trata de una vivienda redonda  
con una sola puerta de acceso, paredes de bahareque y cubierta có-  
nica de paja, sostenida por una pilastra colocada al centro hincada  
en el suelo. Consistía en un solo ambiente, de plano circular u oval,  
donde había un fogón pequeño y altillos hechos de suro y/o cha-  
huarquero para depositar cereales.25  
Aunque no existían límites físicos –paredes u otros– a cada  
función le era destinada un área específica dentro de aquel espacio  
mayor. La presencia del fogón responde a la necesidad de preparar  
los alimentos y dar calor a la familia; este es un rasgo que persistió  
durante mucho tiempo en las casas del valle. También el uso de “al-  
2
2
2
2
2 Peñaherrera, y A. Costales, Coangue…op. cit.  
3 Ibídem.  
4 J. Echeverría, Glosario de arqueología…op. cit.  
5 Ibídem.  
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243  
Miguel NaranjoToro  
tillos”, presente en su homólogo: el soberado. “El sentido de ´familia´  
y, por tanto, de vivienda– de los aborígenes era colectivo, mucho más am-  
26  
plio que el de los españoles y no estaba referido a un hábitat (...)”; el con-  
cepto que ellos tenían de la relación familia-casa difiere del  
occidental dominante.  
En torno a las otras dos posibles influencias –africana e his-  
pánica– debe tenerse en cuenta que, de acuerdo con las fuentes con-  
27  
sultadas, no es posible saber de qué parte del inmenso continente  
africano proceden los negros esclavos traídos por los jesuitas a esta  
zona, aspecto que no resultaba de interés para los traficantes. África  
es un territorio vasto y multicultural, cuestión que habría que agre-  
gar, por su importancia, a la hora de determinar posibles influencias  
y difícil de dilucidar dado lo limitado de fuentes primarias. El uso  
de la tierra como material de construcción –elemento básico del ba-  
hareque– ha sido recurrente en muchas civilizaciones; también en  
África.  
28  
Peñaherrera y Costales, tampoco precisan en qué radica la  
mencionada influencia hispánica; se colige que pudiera hallarse en  
la subdivisión de los espacios mediante paredes, la apertura de  
vanos -ventanas- para la ventilación y el uso de materiales como las  
tejas de barro, existe evidencias de que los jesuitas las utilizaron en  
algunas casas para esclavos; se conoce que “en La Concepción había  
29  
4
3 cuartos de tejas destinados a los negros esclavos”. Aún hoy, allí existe  
un trapiche y construcciones anexas, de gruesos muros y cubierta de  
tejas criollas o españolas. Según criterio establecido por Peñaherrera  
3
0
y Costales, los habitantes de Chalguayacu aprovecharon la expe-  
riencia de los aborígenes e introdujeron algunas modificaciones en  
correspondencia con el clima de la región, pues no hay evidencias  
2
6 A. García, “Vivienda, familia, identidad. La casa como prolongación de las relaciones huma-  
nas”, Trayectorias, 7(17), pp. 43-56 Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey, Nuevo  
León, México, 2005, enero-abril, p.13. Ver en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?i=607  
2
2197006 (12-12-2021)  
2
7 M. Vera, “Los negros en el sur de Colombia”, Revista de Educación, 16, pp. 41-45, 1953.  
J. Chalá, Representaciones del cuerpo, discursos e identidad del pueblo afroecuatoriano. Universidad  
Politécnica Salesiana, Editorial AbyaYala, Quito, 2013.  
2
2
3
8 Peñaherrera, y A. Costales, Coangue…op. cit.  
9 E. Bouisson, Esclavos de la tierra…op. cit., p.48  
0 Peñaherrera, y A. Costales, Coangue…op. cit.  
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244  
Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
de que haya sido una de ellas, en específico, la predominante. La  
casa de cubierta cónica, por ejemplo, desapareció; mientras que de  
la vivienda kara quedaron vestigios en el uso de la planta rectangu-  
lar, ahora con paredes de bahareque de carrizo y tierra, y dimensio-  
nes reducidas. Es probable que estas cuatro tipologías –la vivienda  
pastense, kara, de origen africano e hispánica– hayan confluido en  
el tipo asumido entre los negros libres de Chalguayacu.  
Luego de realizada esta pesquisa, se considera que la habi-  
tación adoptada deriva de la evolución y ajuste de un tipo de casa  
autóctona con profundas raíces en el pasado prehispánico, más que  
de posibles influencias externas. La afinidad entre ellas radica en su  
propia naturaleza, signada por la impronta de lo vernáculo, lo cual  
establece regularidades asociadas al tipo de material, mano de obra,  
relación con el entorno y la puesta en práctica de habilidades y de  
una sabiduría transmitida de generación en generación. En síntesis,  
a mediados de la década de 1950, la casa de los afro–ecuatorianos  
del Valle del Chota se distinguía por la planta rectangular, las pare-  
des de bahareque, con cascajo y lodo sin enlucido, el techo de hojas  
de caña y el piso de tierra. Se considera que en la parte de los valles  
pertenecientes a Imbabura se ha adoptado, de forma integral, la vi-  
vienda indígena kara, pero que predomina la choza de cuatro ver-  
tientes y techado de caña. Este documento resulta particularmente  
interesante, pues en él se describe el tipo de vivienda devenida an-  
tecedente de las casas erigidas en Chalguayacu entre 1960 y 1990,  
como se podrá apreciar más adelante.  
En el Valle del Chota, la presencia de los descendientes de  
africanos esclavizados ha marcado la historia de los asentamientos  
poblacionales hasta la actualidad. La organización social giró alre-  
dedor de la familia. La comunidad logró consistencia desde el punto  
de vista estructural a partir de esos vínculos; tuvo lugar un particular  
entrecruzamiento de los lazos sanguíneos y políticos, de ahí que la  
familia se conformó por una larga parentela. Muchas actividades se  
realizan en grupo. Construir una casa, por ejemplo, es algo que no  
puede hacer un hombre solo; con la edificación de varias casas surgió  
el caserío. A propósito de ello el siguiente testimonio resulta ilustra-  
tivo:  
BOLETÍN ANH Nº 206-B • 231–258  
245  
Miguel NaranjoToro  
Nuestro valle tenía caseríos […], se asentaban al pie de cada hacienda.  
Era muy bonita la vida, pero también era muy dura. No todos los ca-  
seríos que hay en este tiempo se han formado junto a las haciendas,  
sino que, por cuenta propia de la gente, fundaron otros, por otros lados  
[
…]. La vida en los caseríos era muy desarreglada, había mucha po-  
31  
breza.  
En la configuración de los caseríos son típicas las huertas cui-  
dadosamente cultivadas para la alimentación. “Las viviendas están des-  
perdigadas, en forma desordenada sin que exista jamás una calle. Si la aldea  
es una llanura (…) no tienen cerramientos de ninguna naturaleza (…) Com-  
32  
pletando el desorden (…) están los corrales móviles de las cabras (…)”. Las  
viviendas que forman parte de los caseríos son, entonces, el resul-  
tado de las interinfluencias entre los diferentes grupos que poblaron  
estos parajes. Surgió un nuevo tipo de casa que, aunque tenía seme-  
janzas en su aspecto exterior, no se identificaba con ninguna de ma-  
nera fidedigna. Puede apreciarse que las del Valle del Chota, a  
mediados de la década de 1950, eran bastante rústicas (…) aún no  
han rebasado la etapa de la choza porque casi la totalidad de las  
construcciones tienen techo de caña, remedos un tanto modificados  
de las chozas pajizas de los aborígenes. El no haber podido superar  
la etapa de la choza o simple construcción rectangular significa que  
los grupos negros, culturalmente se han estacionado en un punto  
33  
que ni es la choza india ni la vivienda mestiza.  
Lo anterior indica que el uso del bahareque y la paja se consi-  
deran indicios de estancamiento, asociado a la desfavorable situación  
económica de las familias desprovistas de recursos para poder erigir  
un inmueble mejor. A nuestro juicio, la principal dificultad no radica  
en la técnica utilizada. Como ya se ha explicado, son varias las posi-  
bilidades de construir en la región, de lo que se trata es de dotar a  
los inmuebles de condiciones higiénico sanitarias superiores. Se ha  
hecho una caracterización general de las viviendas de todo el Valle,  
del cual, Chalguayacu forma parte. Esta situación cambió a media-  
3
1 Cfr. Sixto Chalá, En: M. Naranjo, Manifestaciones de la vida cotidiana de los afroecuatorianos, en  
las comunidades de El Chota, Salinas y La Concepción, Editorial UTN, Ibarra, 2016, p.9  
2 Peñaherrera, y A. Costales, Coangue…op. cit., p.170  
3
3
3 Peñaherrera, y A. Costales, Coangue…op. cit., p. 164  
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246  
Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
dos de la década de 1960. La Ley de Reforma Agraria de 1964 y luego  
la de 1973, resquebrajan el sistema latifundista-hacendario. Los ha-  
bitantes del Chota ahora son propietarios de sus tierras, lo cual es si-  
nónimo de independencia, desarrollo económico y social. Los  
afrodescendientes tienen dominio sobre su territorio y ganan auto-  
nomía; asumen el estilo de vida del campesino y se dedican, con én-  
fasis, a la agricultura. El desarrollo de esta actividad económica les  
permite autoabastecerse y comercializar parte de sus productos; mu-  
chas familias han debido implementar otras actividades como la ar-  
tesanía, la manufactura y “hasta las piedras que trae la creciente del río  
ayuda a la gente de los caseríos (…) algunas familias de Chalguayacu las  
sacan a orillas del río o la quebrada y las venden por volquetas que se llevan  
34  
para las construcciones”. Es estas nuevas circunstancias sería posible  
lograr una vivienda que, aún en los predios de lo vernáculo, impli-  
cara una mejoría para la vida de sus moradores.  
Es lícito recordar que, desde los tiempos del cacicazgo indí-  
gena, se consideraba como un rasgo de acusada diferenciación no  
solo la forma y tamaño de la construcción, sino también el material  
utilizado en la elaboración de sus paredes. Las transformaciones que  
tienen lugar a partir de la década de 1960, hicieron que el desarrollo  
de Chalguayacu sea relativamente reciente. Aparecen instituciones  
educacionales, deportivas, religiosas, de salud, y otras, destinadas a  
las funciones más diversas. La situación de la vivienda cambió con  
la incorporación de técnicas constructivas que, si bien son tradicio-  
nales, implican una mejoría en la forma de vida de la comunidad; si  
antes usaban para hacer las paredes el carrizo, el suro y las delgadas  
ramas de algarrobo con la técnica del bahareque, ahora se utiliza el  
adobe como técnica fundamental.  
Lo inmaterial como parte de lo vernáculo  
La insistencia en la necesidad de elaborar un concepto que se  
adecue a las demandas de esta investigación, derivada del reconoci-  
miento de la impronta del patrimonio intangible como parte de lo  
34 Cfr. Comunicación personal de Gilberto Espinosa. En: M. Naranjo, Manifestaciones de…op.  
cit., p.20  
BOLETÍN ANH Nº 206-B • 231–258  
247  
Miguel NaranjoToro  
vernáculo y, por tanto, fundamental para la realización de un estudio  
integral de ejemplares de esa naturaleza, como los ubicados en Chal-  
guayacu, condujo a la relectura de los documentos de la UNESCO,  
rectores de todo estudio relacionado con los bienes patrimoniales.  
En estos, en primera instancia, se defiende la existencia de un estre-  
cho vínculo entre lo material y lo inmaterial, en todos los ámbitos, a  
raíz de la evolución de pensamiento que ha tenido lugar.  
La concepción de patrimonio y de lo patrimonial no se limita  
solo a los hechos del pasado y a lo monumental, sino que incluye as-  
pectos de la vida cotidiana de la comunidad donde se crea; los suce-  
sos que, protagonizados por el hombre, revitalizan la memoria  
colectiva, de ahí la nueva dimensión que alcanza en la conformación  
de un todo orgánico. El primer logro es, justamente, que se interese  
por resguardar las construcciones rurales, tradicionales o vernáculas.  
35  
En la Carta de Venecia, se amplía la noción de monumento histórico  
al comprender tanto la creación arquitectónica aislada, como el am-  
biente urbano o paisajístico que sea expresión de una determinada  
civilización, de una evolución significativa o de un acontecimiento.  
Este criterio se ha de aplicar no solo a los grandes edificios, sino tam-  
bién a las obras modestas, que han adquirido con el tiempo una significa-  
3
6
ción cultural”. Es desde esta perspectiva que deben ser enfocadas  
las que constituyen objeto de esta investigación, como espacio de uti-  
lidad al servir de habitación a sus moradores, quienes, en el acto de  
habitar, le imprimen o la dotan de un nuevo significado. Por esta  
37  
razón se sugirió, en el seno de la UNESCO, atribuir al patrimonio  
cultural y natural una función en la vida colectiva e incluir su pro-  
tección en los programas de planificación general, a partir del criterio  
de que el patrimonio adquiere sentido si forma parte de la vida en  
comunidad. Es decir, si tiene lugar una apropiación colectiva del bien  
y sus valores; así como la participación de las posibilidades sociales  
y económicas que con ellos se asocian, al ser revertidas en un mejo-  
ramiento de la calidad de vida de sus habitantes. Este enfoque se for-  
3
5 ICOMOS, Carta de Venecia. Carta internacional para la conservación y la restauración de monu-  
mentos y sitios. Venecia, Italia, 1964.  
36 ICOMOS, Carta de Venecia. Carta…op. cit., p.61  
37 UNESCO, Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural. París, Fran-  
cia, 1972.  
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248  
Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
talece cuando se proclama que los conjuntos de los pueblos tradicio-  
nales en su entorno natural o construido deben valorarse de igual  
forma que obras grandilocuentes de la arquitectura y se propone una  
mirada integradora en las evaluaciones.38  
De modo que, hay una evidente reorientación en la forma de  
entender y concebir el patrimonio que es reforzada por la Carta del  
Habitat, al tener en cuenta la dimensión urbana, cultural e inmate-  
39  
rial y, a tono con este criterio, se considera que cada conjunto y su  
40  
medio deberán considerarse globalmente como un todo coherente.  
En este trabajo se apuesta por la imbricación de elementos relacio-  
nados con la vida cotidiana y la vivienda como espacio de interac-  
ción. El patrimonio construido es examinado e inserto en un sistema  
de relaciones sustentado en el criterio de que “el patrimonio cultural  
41  
es la totalidad dinámica y viva de la creación del hombre”, noción que  
admite tanto lo material como lo inmaterial. Esta nueva idea es re-  
forzada cuando se declara que: “Todos los conjuntos urbanos del mundo,  
al ser el resultado de un proceso gradual de desarrollo más o menos espon-  
táneo, o de un proyecto deliberado, son la expresión material de la diversidad  
42  
de las sociedades a lo largo de la historia”, de cuyo análisis emerge la  
necesidad de considerar todo tipo de poblaciones –ciudades, villas,  
pueblos–y, concretamente, los cascos, centros, barrios, barriadas,  
arrabales u otras zonas que posean dicho carácter con su entorno, ya  
sea natural o hecho por el hombre. Se trata, una vez más, el tema de  
los valores a conservar haciendo énfasis en el carácter histórico de  
la población y todos aquellos elementos materiales y espirituales que  
determinan su imagen.  
En este marco, la vivienda vernácula adquirió importancia  
para el estudio de las manifestaciones arquitectónicas tradicionales.  
A ella se dedican varios documentos internacionales que la contem-  
plan dentro del patrimonio. Es concebida como resultado de un acto  
38 UNESCO, Carta de Ámsterdam. Consejo de Europa, Ámsterdam, Holanda, 1975.  
39 Unión Internacional de Arquitectos, Carta del Habitad, Lausana, Suiza, 1975.  
40 UNESCO, Recomendación de Nairobi relativa a la salvaguardia de los Conjuntos históricos y su fun-  
ción en la vida contemporánea. Nairobi, Kenia, 1976.  
41 UNESCO, Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales. Comisión de Desarrollo en México.  
Ciudad México, México, 1982.  
42 ICOMOS, Carta de Washington. Carta Internacional para la Conservación de Ciudades Históricas y  
Áreas Urbanas Históricas. Washington, Estados Unidos de Norteamérica, 1987.  
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249  
Miguel NaranjoToro  
constructivo ancestral; con ello, se asume todo el conjunto de media-  
ciones etnológicas y valores intangibles implícitos al ser entendida  
como producto de un sujeto en un contexto o situación determinada,  
y en un espacio histórico-cultural específico. Estos componentes tex-  
tuales determinan el uso y significado, de ahí que se exhorte a la  
identificación del patrimonio rural sobre una base interdisciplinaria  
que abarque las características arquitectónicas y artísticas, así como  
los factores geográficos, históricos, económicos, sociales y etnológi-  
cos. Para ello se debe aplicar la legislación existente que protege ju-  
rídicamente los elementos más representativos del patrimonio  
edificado: monumentos, conjuntos arquitectónicos y sitios.  
Se sugiere, además, la elaboración de estrategias para la pro-  
tección y puesta en valor del patrimonio edificado y natural que in-  
corpore aspectos del patrimonio rural; así como promover una  
arquitectura local contemporánea basada en el conocimiento y el es-  
píritu de las edificaciones tradicionales.  
El patrimonio arquitectónico rural constituye la clave para  
la identidad de los pueblos, el progreso socioeconómico y la promo-  
ción de una pedagogía. Su puesta en valor es esencial para el desa-  
4
3
rrollo local. Resulta muy importante para esta investigación, la  
Recomendación sobre la Salvaguardia de la Cultura Tradicional y  
Popular,4 considerada esta como parte del patrimonio, al ser un  
medio de acercamiento entre los pueblos y grupos sociales existentes  
y de reafirmación de su identidad cultural. Se aboga por su conser-  
vación como una forma de respeto al derecho de cada pueblo sobre  
su cultura. Se hace evidente, desde entonces, que se precisa de una  
lectura transversal del patrimonio. Esta mirada devino en propuesta  
4
45  
esencial del Docu mento de Nara a partir de la cual irrumpió una  
visión intercultural de los bienes patrimoniales y de los valores en  
46  
ellos representados. En consecuencia, la Carta de Burra, como do-  
4
3 ICOMOS, Recomendación 89. Recomendación del Comité de Ministros de Estados Miembros  
relativa a la protección y puesta en valor del patrimonio arquitectónico rural. París, Francia,  
989.  
4 ICOMOS, Recomendación sobre la salvaguarda de la Cultura Tradicional. yPopular. París, Francia,  
989 a  
1
4
1
45 ICOMOS, Documento de Nara sobre autenticidad, Nara, Japón, 1994.  
46 ICOMOS, Carta de Burra. Carta para la conservación de sitios de valor cultural. Burra, Australia,  
1999.  
BOLETÍN ANH Nº 206-B • 231–258  
250  
Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
cumento aclaratorio, proporcionó una guía para la conservación y  
gestión de los sitios de significación cultural, documento que se  
aplica a todo tipo de sitios –naturales, indígenas e históricos–, de ma-  
nera que la vivienda vernácula y todo lo que ella encierra queda a  
salvo. Cualquier intento de exclusión es segado con la ratificación  
47  
de la Carta del Patrimonio Vernáculo Construido. A esta parte del  
patrimonio se le reconoce por ser “(…) aparentemente irregular y sin  
embargo ordenado (…), utilitario y al mismo tiempo posee interés y belleza  
(…); la expresión fundamental de la identidad de una comunidad, de sus  
relaciones con el territorio y (…) expresión de la diversidad cultural del  
mundo”.4 Se asume este tipo de bien como manifestación de una  
práctica arquitectónica íntimamente relacionada con el saber de de-  
terminada comunidad y está interconectada con las demás prácticas  
culturales que acontecen en el entorno que les sirve de base.  
Si se parte del criterio de que el patrimonio vernáculo cons-  
truido constituye el modo natural y tradicional en que las comuni-  
dades han producido su propio hábitat, forma parte de un proceso  
continuo que incluye cambios necesarios y la adaptación como res-  
8
4
9
puesta a requerimientos sociales y ambientales, las viviendas de  
Chalguayacu pudieran ser consideradas como parte del mismo,  
pues, además de haber sido generadas de manera natural y espon-  
tánea sobre la base de una tradición, son el resultado de un largo  
proceso en el cual, en correspondencia con las circunstancias econó-  
micas, sociales y ecológicas, han evolucionado. Algunos de sus ejem-  
plares están en franco estado de deterioro, situación que no debe ser  
óbice para que se abogue por la preservación de este conjunto de vi-  
viendas, pues la concepción de patrimonio arquitectónico, de  
acuerdo con los documentos de ICOMOS, admite hasta las ruinas  
de una edificación o sitio, siempre y cuando estos hayan adquirido  
un valor que trascienda el que se le atribuyó originalmente; aunque  
este sea solo emocional. Asociada al patrimonio arquitectónico apa-  
rece la noción de monumento, que es flexible al considerar como tal  
47 ICOMOS, Carta del Patrimonio Vernáculo Construido. XII Asamblea General, Ciudad México.  
México, 1999.  
8 ICOMOS, Carta del Patrimonio Vernáculo…op. cit.  
9 ICOMOS, Carta del Patrimonio Vernáculo…op. cit.  
4
4
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un sitio rural que nos ofrece el testimonio de una (…) fase representativa  
50  
de la evolución o progreso (…)”. Esto indica que la fundamentación  
de los valores de un determinado sitio pudiera conducir a su decla-  
ratoria como monumento local y garantizaría, de este modo, su pro-  
tección desde lo legal. Estas construcciones se enmarcarían en lo que  
se entiende como patrimonio material; en este caso, se trata de bienes  
inmuebles que por sus valores intrínsecos adquieren connotación  
para una comunidad determinada. El solo hecho de servir como do-  
micilio le otorga un valor funcional, pero puede tener otros agrega-  
dos, a los cuales habría que añadir la relación estrecha que se estable-  
ce entre este y el patrimonio intangible, ya que “los bienes materiales  
o tangibles (…) no adquieren su verdadero sentido sino a través del enfoque  
de valores inmateriales, esta dimensión oral e inmaterial prevalece en torno  
al discurso sobre un ‘bien cultural’, lo identifica, lo ubica dentro de su cul-  
51  
tura”. Puede que su expresión sea difícil de percibir –es psicológica  
y sociológica–, tiene que ver con el modo de ser y actuar de los  
miembros de una comunidad, con la forma en que estos usan el es-  
pacio físico (plazas, parques, ciudades y sitios), soporte material de  
sus tradiciones; estos llegan a ser signo y símbolo de un país, porque  
5
2
lo identifican, y ratifican su identidad. El patrimonio inmaterial  
comprende los usos, representaciones, conocimientos, técnicas, tra-  
diciones o expresiones vivas heredadas de los antepasados que tie-  
nen un valor simbólico para la comunidad y que son transmitidas  
de generación en generación, por lo que, en la adecuada interpreta-  
ción de un bien tangible es preciso tener en cuenta las expresiones  
intangibles que en él se concretan o tienen lugar. Por esta razón, para  
comprender lo que significa la vivienda vernácula de Chalguayacu,  
hay que analizarla asociada a las manifestaciones culturales que allí  
se despliegan. Es en ese espacio doméstico y comunitario donde toda  
una serie de expresiones de la identidad afrochoteña tiene lugar. Al  
mismo tiempo, para entender esas tradiciones hay que ubicarlas en  
su contexto.  
50 Ibidem.  
5
1 M.C. Díaz, Criterios y conceptos sobre el patrimonio cultural en el siglo XXI. (Serie materiales  
de enseñanza)., Universidad Blas Pascal, Año 1, No. 1. Córdoba, Argentina., 2010, p.14  
2 Ibíd.  
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Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
Por lo anteriormente explicado, a pesar de que el objeto de  
este estudio es la vivienda vernácula, no se establece una barrera  
entre el patrimonio tangible y el intangible, sino que se interpreta a  
partir de una relación indisoluble, necesaria y objetiva que se evi-  
dencia en la vida de los habitantes de esta comunidad. Desde esta  
perspectiva, las expresiones de lo inmaterial –prácticas, representa-  
ciones, conocimientos y habilidades– del mismo modo que los ins-  
trumentos, objetos y artefactos reconocidos por colectividades como  
parte de su patrimonio cultural, habitan la vivienda vernácula por  
lo que, en un estudio sobre esta última, deben ser tomados en cuenta.  
La valoración de los bienes culturales, tangibles e intangibles, es in-  
dispensable para la supervivencia de la memoria social y de la iden-  
tidad de una nación.  
Epílogo  
La condición de comunidad, agrícola y rural, coloca la arqui-  
tectura doméstica de Chalguayacu en los predios de lo vernáculo.  
Está signada por el uso de materiales locales, mano de obra comu-  
nitaria y tecnología aprendida por herencia. Su carácter rural incide  
en el modo de pensarla; se trata de la casa concebida como algo más  
que inmueble para habitación, porque de ella también forma parte  
la parcela, edificaciones anexas y manifestaciones culturales y patri-  
moniales que se insertan en ese espacio.  
La vivienda vernácula de Chalguayacu es testimonio de una  
tradición constructiva enraizada en el pasado prehispánico. Como  
toda la región, esta comunidad participa de una forma de edificar  
devenida en heredad; de modo que es difícil determinar la influencia  
que pudo haber tenido la presencia de los afroecuatorianos en la  
zona.  
Sus caseríos, remedo de las rancherías habitadas en tiempos  
de esclavitud, eran concebidos con escasos recursos y a partir de téc-  
nicas que formaban parte de la tradición constructiva andina. Sin  
embargo, le impregnan su espíritu a través de la impronta de expre-  
siones que imponen adecuaciones al espacio, en una estructura bá-  
sica que no ofrece resistencia dada su flexibilidad funcional. Desde  
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esta perspectiva, es posible que la tradición africana haya incidido  
debido a la necesidad de cultivar, dentro de esos límites físicos, ma-  
nifestaciones culturales ancestrales que les permite mantenerse co-  
hesionados como grupo: su identidad.  
La evolución de la vivienda vernácula de Chalguayacu se re-  
fleja en la asunción del adobe y de las tejas criollas o españolas como  
materiales constructivos: el primero también heredado de los indí-  
genas, el segundo traído por los jesuitas. Esta arquitectura doméstica  
se mantuvo dentro de los dominios de lo vernáculo, conservando de  
aquellas primeras construcciones –ranchos de mediados de la dé-  
cada de los años 50– elementos en la solución planimétrico-espacial  
y volumétrico-formal.  
La arquitectura de Chalguayacu es, como la de otras tierras  
pertenecientes al mismo espacio, un producto mestizo. En ella con-  
fluyen elementos de diversas procedencias; pero el análisis, a partir  
de las variables establecidas para este estudio, otorga preeminencia  
a lo indígena. Este fue asimilado por los descendientes de africanos  
allí establecidos que metabolizaron esa impronta, pues su pertinen-  
cia estaba probada en las condiciones climáticas de la región y se  
convirtió en marco propicio para la creatividad distintiva del que-  
hacer popular, encauzada en diversas soluciones para dar acceso a  
otras expresiones.  
Se trata de un inmueble en el que se evidencia el audaz tra-  
tamiento de los aspectos compositivos, la búsqueda de equilibrio y  
armonía entre planos horizontales y verticales; limpieza en una cons-  
trucción concebida a base de formas cúbicas, volúmenes puros y  
aprovechamiento de las potencialidades del material para crear efec-  
tos visuales, resultado de la habilidad y creatividad de un artífice  
anónimo y popular que, sin proponérselo, moviliza sensaciones y  
provoca placer en quien la percibe.  
La vivienda vernácula de Chalguayacu configura su identi-  
dad como un proyecto simbólico que el individuo construye y evoca  
valores comunitarios al estar asociada a tradiciones de la colectivi-  
dad. El modo de vida, los hábitos y costumbres arraigados y here-  
dados matizan la concepción del hábitat. Al mismo tiempo, es en  
este contexto donde manifestaciones como la música, la danza, el  
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Tipología y valoración socio-cultural  
de la vivienda vernácula afroecuatoriana  
vestuario, la gastronomía, entre otras, encuentran el espacio ideal  
para su despliegue. Esta es una muestra de la estrecha relación que  
se establece entre lo tangible y lo intangible, en cuyo centro está el  
hombre.  
Las manifestaciones del patrimonio intangible están ligadas  
a la vivienda vernácula; sin embargo, por su dimensión y persisten-  
cia, superan los límites de ese marco como escenario. Involucran y  
dominan la comunidad toda, más allá de la solvencia económica y  
del status social de sus habitantes. Su impronta transgrede los límites  
del marco arquitectónico, pues estas expresiones no penden de las  
peculiaridades del espacio construido ni de una estructura física de-  
terminada.  
Estas viviendas tienen valor estético, fundamentado en la  
evaluación de su diseño y concepción manufacturada; valor de ori-  
ginalidad derivado de sus cualidades y coherencia con el contexto  
natural y valor funcional, por los usos originales y tradicionales que  
encierra, lo cual refuerza su significado. Poseen, además, valor edu-  
cativo, porque su permanencia potencia la toma de conciencia sobre  
la cultura y la historia. Su valor social proviene de su relación con  
las actividades socioculturales que tienen lugar en ella, esenciales en  
la construcción de la identidad y, por tanto, de interés popular. Tiene  
valor histórico porque se asocia a hechos del devenir local.  
Los rasgos definitorios de la vivienda en Chalguayacu y sus  
valores patrimoniales se manifiestan en la manera en que se fue eri-  
giendo la imagen del ambiente construido asociado a la historia. La  
valoración de estas viviendas como bienes culturales resulta indis-  
pensable en la edificación de la memoria y en su reconocimiento  
como un espacio de vida.  
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La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Naranjo Toro, Miguel,  
“Aspectos a considerar para la historia, tipología y valoración  
socio-cultural de la vivienda vernácula afroecuatoriana. Caso de  
la comunidad de chalguayacu, Imbabura, ecuador", Boletín de la  
Academia Nacional de Historia, vol. XCIX, Nº. 206-B, julio -  
diciembre 2021, Academia Nacional de Historia, Quito, 2021,  
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