Miguel A. PossoY.
zar y escucha la frase a Flavio Pozo: “Aquí no más debemos matarle,
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para qué le llevamos a Atuntaqui, pues ya mismo viene la Policía”; tam-
bién alcanza a ver en ese lugar a cuatro personas que llevan una soga
de pabilo, del grosor de un pulgar, confeccionada en la fábrica.
La multitud sigue en dirección hacia Atuntaqui. Uno de los
que mira esta escena macabra declara luego: “De un lado y otro, fran-
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camente llovían piedras y seguían bajando por la General Enríquez”. En
el trayecto, la gente desde sus hogares observa pasmada el espectá-
culo; las amas de casa cierran las puertas por temor a que la turba
enardecida se ensañe también con ellas; esconden a sus hijos meno-
res con la intención de que no vean el trágico cuadro, los mayores
están en las escuelas y colegios; otras, más temerosas y perplejas,
sólo miran por las hendijas de las puertas o ventanas.
En el trayecto hacia el parque de Atuntaqui, a dos cuadras
de llegar a la clínica, el técnico repite, al policía Arroyo, la frase ya
desesperada y casi sin aliento: “Por favor, llévenme a la clínica, ya caigo,
ya caigo”.4 Dos de los policías que están muy cerca del técnico,
cuando la multitud les permite por descuido, en ciertas ocasiones lo-
gran estar junto a él, hombro a hombro.
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Mientras tanto, en Atuntaqui, aproximadamente a las 10h30,
una mujer de nombre Alicia Ayala, sin autorización del cura, repica
las campanas de la Iglesia. La mayoría de los habitantes de Atun-
taqui, asustadas por el sonar de las campanas, llegan inmediata-
mente a la puerta de la iglesia y al parque; se riega la voz entre ellos
de los disturbios que se están suscitando y también del pedido de
que los pobladores suban a la fábrica a respaldar a los obreros.
Vilageliu, agotado por los golpes y empujones que recibe en
el trayecto, casi llega a desmayarse cuando pasa frente a la Clínica
de la Caja del Seguro. El personal de esta institución nada puede
hacer frente a tanta gente; además, los que de alguna manera lideran
aquel acto lo intimidan e impiden su ingreso a este centro de salud.
La enfermera Guillermina Vinueza pide que se abra las puertas de
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8 Declaración de Jack Stead, 18 de agosto de 1965. Causa nro. 1965-0102, cuerpo 5, pág. 38
9 Declaración de Luis Alfredo Palacios V., 23 de julio de 1965. Causa nro. 1965-0102, cuerpo 1,
pág. 161.
40 Declaración de Jorge Arroyo, 3 de julio de 1965. Causa nro. 1965-0102, cuerpo 1, pág. 30.
BOLETÍN ANH Nº 206-B • 259–286
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