BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCIX Nº 206-B  
Julio–diciembre 2021  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
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BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCIX  
Nº 206-B  
Julio–diciembre 2021  
©
ꢀ Academia Nacional de Historia del Ecuador  
ISSN Nº 1390-079X  
eISSN Nº 2773-7381  
Portada  
Corrida de “toros de pueblo”, en Pintag, Ecuador, 2018.  
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Quito  
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diciembre 2021  
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. XCIX – Nº. 206-B  
Julio–diciembre 2021  
LAS DOS MISIONES GEODÉSICAS FRANCESAS  
Y SUS REPETICIONES HISTÓRICAS  
–DISCURSO DE INCORPORACIÓN–  
Efraín Baus Palacios1  
Comparezco este día a este solemne recinto en cumplimiento  
del procedimiento de incorporación de nuevos miembros, y lo hago,  
en primer lugar, apelando a la benevolencia de sus ilustres integran-  
tes para quienes, todo lo que puedo reseñar en esta exposición debe  
resultar conocido con mayor amplitud y detalle que el que alcanza  
a mi inclinación a esta ciencia.  
Con sincera humildad debo reconocer que han sido precisa-  
mente los trabajos, las investigaciones y la trayectoria de varios de  
los integrantes de esta ilustre Academia Nacional de Historia los que  
han influenciado, en mi interés, por esta rama del conocimiento.  
Desde su fundador, el excelentísimo Arzobispo de Quito, Monseñor  
Federico González Suarez, varios de sus distinguidos miembros,  
quienes fueron a su vez distinguidos diplomáticos como: Julio Tobar  
Donoso, José Gabriel Navarro, Homero Viteri Lafronte, Jorge Salva-  
dor Lara o Manuel de Guzmán Polanco, han sabido guiar con su  
ejemplo y trabajo no solo la búsqueda de la verdad histórica sino, en  
mi caso, el de la excelencia profesional.  
1
Funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores desde 1986, ingresó a la Academia Diplo-  
mática en 1990 y tiene el rango de Embajador de carrera del Servicio Exterior desde 2012. Doc-  
tor en Jurisprudencia. Ha participado en programas de especialización en Relaciones  
Internacionales en la École Nationale d´Administration en Francia, en la Academia de Derecho  
Internacional de La Haya y en el Comité Jurídico Interamericano en Brasil. Sirvió como Sub-  
secretario de América Latina y el Caribe, Director de Relaciones Vecinales y Soberanías, Coor-  
dinador Diplomático del Vicepresidente de la República, y Jefe de Gabinete del Viceministro  
de Relaciones Exteriores, entre otros. Se ha desempeñado como Embajador del Ecuador en  
Francia, Encargado de Negocios a.i. y Subjefe de Misión en la Embajada del Ecuador en Was-  
hington, Delegado alterno del Ecuador ante la OEA, y embajada en los Países Bajos. Ha ejer-  
cido como profesor de Teoría de las Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad  
Católica de Quito. Actualmente es Embajador Delegado Permanente del Ecuador ante la  
UNESCO.  
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Efraín Baus Palacios  
Debo expresar mi sincero y público agradecimiento al Direc-  
tor de esta Academia, el Señor doctor, don Franklin Barriga López,  
por haber tenido la generosidad de proponer mi incorporación como  
Miembro Correspondiente, distinción sin otro merecimiento que mi  
curiosidad e interés, mis incipientes escritos, y mi voluntad de coo-  
peración y promoción de los valores y objetivos de esta Institución  
desde mis actuales funciones, y las anteriores como embajador del  
Ecuador en Francia. Reitero a usted, señor Director, y a todos los  
miembros de esta casa mi compromiso de cumplir con todos los pre-  
ceptos, valores y objetivos que la guían.  
Al agradecer también su concurrencia, y seguro de contar con  
su lenidad, inicio el desarrollo del tema planteado: Dos grandes mi-  
siones geodésicas francesas visitaron y trabajaron en los siglos XVIII  
y XX en los actuales territorios del Ecuador. Las dos, por supuesto,  
se inscribieron en un proyecto geopolítico de expansión cultural de  
la metrópoli, y tenían implícitos objetivos varios, allende el interés  
netamente científico. De la misma forma, y por esas mismas razones,  
así como por otras supervinientes, algunas de las cuales rondan el  
campo de lo anecdótico o incluso de lo mitológico, sus logros y al-  
cances superaron, en ambos casos, lo estrictamente relacionado con  
las triangulaciones y mediciones de longitudes de arco de meridiano.  
La historia de las dos Misiones, entendida como el conjunto  
de sus hechos y acontecimientos, presenta una serie de elementos  
que se repiten de la Primera a la Segunda y constituyen una suerte  
de patrón.  
No pretendemos aplicar a este estudio la concepción clásica  
de la “historia circular” de los griegos y los romanos, para quienes  
el tiempo histórico era repetitivo, determinista, periódico e inexora-  
ble. Tampoco abrazamos la visión de Nietzsche respecto al “eterno  
retorno” de las cosas. Pero si podemos utilizar como elemento de  
análisis el concepto de la “recurrencia histórica”, según el cual los  
hechos históricos avanzan en un círculo en espiral y se repiten en ci-  
2
clos debido a circunstancias comprobables y cadenas de causalidad.  
2
Mark Twain: “una de mis teorías favoritas [es] que ningún hecho es único y solitario, sino que  
es simplemente una repetición de algo que ha sucedido antes, y tal vez a menudo” Cfr. GW  
Trompf, La idea de la recurrencia histórica en el pensamiento occidental, passim  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
Estas repeticiones relativas a la Primera y a la Segunda Mi-  
siones Geodésicas se refieren, por supuesto, a hechos y circunstan-  
cias comprobables, pero también a elementos de construcción del  
relato o de la narración de los acontecimientos. Por ejemplo, en el  
caso de los dos hechos históricos se construyó una narración que gira  
en torno al modelo básico de los relatos épicos, entendido como re-  
cuento de acontecimientos históricos excepcionales, que efectiva-  
mente lo fueron.  
Este modelo básico de narración debe contar, por supuesto,  
con un protagonista o personaje central que cumple el rol de héroe.  
Este protagonista recibe un llamado a la aventura que lo extrae de  
su medio cotidiano, generalmente a lugares remotos y exóticos,  
donde deberá cumplir difíciles misiones. Para ello, contará con la  
ayuda de aliados locales y puede ocurrir que en ese contacto local  
se confronte al amor. Una vez que ha alcanzado el objetivo de su mi-  
sión debe emprender el retorno con el don o el bien adquirido, que  
puede ser un don inmaterial, como lo es el Conocimiento.  
Con seguridad ya habrán podido identificar ustedes, cono-  
cedores y estudiosos todos de la Historia, la presencia de varios de  
estos elementos en los hechos y acontecimientos de las dos Misiones  
geodésicas francesas al Ecuador. Sabios o héroes, aventuras, nuevos  
escenarios, exotismo, amores, muertes, conocimientos, sabiduría, re-  
torno al origen. Todo eso contienen, a raudales, los relatos de las dos  
Misiones, conformando dos de los capítulos más ricos, interesantes  
y prolíficos de nuestra historia.  
Destaquemos pues, algunos de los principales elementos co-  
munes o recurrentes en los dos capítulos históricos.  
En el siglo XVIII, determinar la forma exacta de la figura de  
la Tierra podía constituir por sí misma una de las empresas científi-  
cas más importantes llevadas a cabo por el hombre hasta ese mo-  
mento. A ello se suma, tanto en la Primera como en la Segunda  
Misión, los intereses políticos, económicos y técnicos adyacentes a  
cada una de ellas, que se enancaron en el proyecto científico.  
Refiriéndose a las dos Misiones francesas despachadas por  
la Academia de Ciencias de París en el siglo XVIII para zanjar la dis-  
cusión entre los seguidores de las teorías de Newton y los fieles cul-  
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Efraín Baus Palacios  
tores del cartesianismo, Antonio Lafuente y Antonio Mazuecos se-  
ñalan:  
Y por si no bastase, más allá de los intereses políticos y científicos que  
estas expediciones despertaron en la Corte o la Academia, el que ambas  
se perfilaran como verdadera aventura de los tiempos modernos ejerció  
una intensa fascinación entre determinados círculos cortesanos y no-  
biliarios que, cautivados por la propia idealidad del ‘viaje’, siguieron  
con celo esta gesta de la modernidad.3  
Modernidad en el siglo XVIII por supuesto, en el que, como  
apuntan los autores, las tertulias sustituían la afición a los lances bé-  
licos, por el interés en el exotismo de paisajes lejanos y, nuevos pa-  
trones sociales de convivencia. Aun cuando hubo un interés legítimo  
en el Nuevo Mundo desde la óptica de la Ilustración, la cuestión de  
la figura de la Tierra se tornó en un asunto de moda de las tertulias  
y debates parisinos. Voltaire mostró especial interés en el tema, y es-  
cribió asiduamente al respecto, no solo en correspondencia con La  
Condamine y otros actores importantes de la época, sino que tam-  
bién compuso versos para loar la empresa e incluso una obra de tea-  
4
tro, en tono de drama épico, que alcanzó gran popularidad en 1736.  
Las primeras referencias a la utilidad de realizar una medi-  
ción de arco de meridiano en el ecuador se encuentran en las actas  
de la Academia de Ciencias de 1733. Louis Godin, que había ingre-  
sado como astrónomo a la Academia en 1725, sostuvo ante el pleno  
del organismo la idea del viaje. Aprobado el proyecto, en 1734 inician  
los preparativos para que una Misión de académicos pueda viajar a  
estas tierras y medir un arco de meridiano ecuatorial.  
Consciente de la importancia de la Misión, así como de las  
eventuales dificultades y peligros de la misma, la Academia selec-  
cionó a los jóvenes más destacados de entre sus miembros. Louis  
Godin, Pierre Bouguer y Charles Marie de la Condamine. A pesar de  
ser el más joven, Godin con apenas 31 años la presidía por ser el  
3
4
Antonio Lafuente, Antonio Mazuecos, Los caballeros del punto fijo, Editorial Serbal, España,  
987, p.62  
Alcire ou les Americans”, en la que criticaba duramente a España y el sistema de explotación  
1
impuesto en sus colonias.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
miembro de mayor antigüedad en la Academia. Bouguer tenía 37 y  
la Condamine 34. Bouguer tenía experiencia en trabajos de astrono-  
mía, física, geodesia e hidrología. La Condamine, por su parte, tenía  
formación de matemático, astrónomo y geógrafo; pero, aportó a la  
Misión, sobre todo, con su don de gentes, entusiasmo, curiosidad, y  
capacidad organizativa. En su caso particular, su participación en la  
Misión se da, sobre todo, porque supo valerse de sus relaciones en  
la corte para ser incluido, antes que por una selección de la Acade-  
mia. Más aún, La Condamine habría aportado cien mil francos de su  
propio peculio para contribuir a sufragar los gastos de la Misión, y  
asegurar su participación en la misma.5  
La Misión zarpó de La Rochelle el 16 de mayo de1735 con di-  
rección a la Martinica. Siguieron la ruta hacia Santo Domingo y en  
noviembre llegaron a Cartagena. Siguieron a Portobello, remontaron  
el río Chagres para pasar a Panamá, desde donde, navegaron al sur  
en dirección a Guayaquil donde anclaron el 25 de marzo y final-  
mente llegaron a Quito el 29 de mayo de 1736, es decir un año y 13  
días más tarde. Parte de su demora se debió al voluminoso equipaje  
que traían, y que debían transbordar en cada puerto: 19 baúles, 16  
cajones, 21 cajas y 9 barriles se registran en su ingreso a Quito, de  
todo lo cual casi la mitad eran libros e instrumentos, y el resto fue  
declarado como vestidos, fusiles, pólvora, sillas de montar, tiendas  
de campaña, medicinas, licores, útiles de cocina.  
La importancia de la Misión podía reflejarse en la destacada  
composición de sus tres principales dirigentes, pero la diversa for-  
mación del resto de sus integrantes reveló la variedad y alcance de  
sus intereses. Joseph de Jussieu, Jean Joseph Verguin, Jean Senier-  
gues, Hugot, Couplet, Godin des Odonais, eran expertos en botánica,  
ingeniería, medicina, arquitectura, cartografía, maquinaria y dibujo,  
entre otras ramas, lo que daba cuenta de que la expedición no se li-  
mitaría a realizar mediciones astronómicas. A ellos se sumaron los  
dos marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa.  
5
Von Hagen, Víctor Wolfgang, “Carlos María de la Condamine y los medidores de la tierra”, tradu-  
cido por Teodoro Ortiz, en La Misión Geodésica Francesa, Coloquio Ecuador 86, Casa de la Cultura  
Ecuatoriana, Quito, 1987, p. 90  
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Efraín Baus Palacios  
Corresponde ahora, para efectos de este trabajo que pretende  
destacar paralelismos y coincidencias entre estas dos Misiones, saltar  
en el tiempo y ubicarse en los últimos años del siglo XIX.  
Habían transcurrido más de 160 años desde la I Misión, y en  
1
898 la Asociación Internacional de Geodesia convino en la necesidad  
de retomar las operaciones de medida de un arco de meridiano en  
las regiones polar y ecuatorial, pues la evolución científica y técnica  
había logrado perfeccionar diversos instrumentos para este fin. Para  
ese momento, además, el desarrollo de las redes de comunicaciones  
y transporte a nivel mundial, requería afinar la base cartográfica.  
Estados Unidos se hallaba en pleno proceso de incrementar  
su influencia en los países sudamericanos, se ofreció como candidato  
para realizar la expedición en el Ecuador, ante lo cual Francia reivin-  
dicó su “prioridad moral” por sus antecedentes en los trabajos ori-  
ginales. Como señala Martina Schiavon, una de las mayores  
estudiosas de las misiones científicas militares, “todo trabajo geodésico,  
antes de ser un trabajo de cálculo o de análisis científico, implica una forma  
de colonización de un territorio (…) una misión geodésica es una suerte de  
conquista sin armas de un territorio, una forma de apropiación del mismo,  
en su aspecto físico, comercial y cultural”.6  
Coincidentemente, en ese momento el Ecuador se encontraba  
bajo el gobierno del general Eloy Alfaro, un admirador de los valores  
y principios promulgados por la Revolución francesa y las institu-  
ciones democráticas y constitucionales que derivaron de ella, y que  
emprendía en el país el primer intento precario de industrialización.  
El general Alfaro se muestra altamente entusiasta con la idea de la  
expedición, a la que ofrece todo su apoyo político e inclusive com-  
promete una contribución económica con la que se financia la misión  
de reconocimiento que viajó al Ecuador en mayo de 1898. Para en-  
tender el nivel de apoyo ecuatoriano a esta primera misión explora-  
toria vale señalar que el financiamiento de la parte francesa alcanzó  
los 25 000 francos, en tanto la contribución asegurada por Alfaro fue  
de 15 000 francos. Además, Alfaro asegura otro tipo de facilidades  
6
Schiavon, Martina, “Les officiers géodésiens du Service géographique de l´armée et la mesure  
de l´arc de méridien de Quito (1901-1906)”, Histoire & Mesure, XXI-2, Editions EHESS, 2006,  
p.4. Traducción propia.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
logísticas y de personal nacional de apoyo a los dos capitanes fran-  
ceses que en cuatro meses recorrieron 3500 kilómetros en el territorio  
ecuatoriano. Pero también, y esto resultó más tarde de fundamental  
importancia, Alfaro pone a disposición de la Misión Geodésica el ob-  
servatorio astronómico de Quito que, si bien contaba con los exce-  
lentes equipos de origen alemán con que lo habían fundado los  
Jesuitas, se encontraba prácticamente abandonado. Por tanto, parte  
del acuerdo era que la Misión incorporaría a un astrónomo para reor-  
ganizar dicha institución.  
La composición de la II Misión Geodésica francesa mantiene,  
sin embargo, una diferencia fundamental con la Primera en cuanto  
a la naturaleza de la misma. La Primera fue una Misión de la Acade-  
mia de Ciencias de París y, por lo tanto, estuvo constituida comple-  
tamente por académicos. Voltaire los llamaba “filósofos argonautas”,  
reflejo del tipo de formación que tenían los sabios del siglo XVIII (y  
con la ironía en la que era experto dice también: “España ha nombrado  
a algunos pequeños filósofos españoles para aprender el oficio con los nues-  
7
tros”). La Segunda Misión fue, no sin alguna polémica, previa por  
la competencia y a pesar de que la Academia de Ciencias de París se  
reservó el control científico, una Misión del Servicio geográfico del  
Ejército, por lo tanto, sus integrantes fueron, casi en su totalidad, mi-  
litares, salvo por dos excepciones: el médico de la misma, doctor Paul  
Rivet –a quien se le confirió el grado de Mayor–, y el astrónomo  
François Gonnessiat, quien se haría cargo del Observatorio de Quito.  
La Segunda Misión partió en dos grupos. Dos oficiales salie-  
ron en el mes de diciembre de 1900 para preparar los recursos nece-  
sarios, especialmente para comprar las mulas de carga que se  
requerían para el transporte de las más de 20 toneladas de material  
e instrumentos científicos que llevaban y debían remontar la cordi-  
llera. El 26 de abril de 1901 partió del puerto de Burdeos, bajo la je-  
fatura del comandante Burgeois, el resto de la Misión compuesta por  
otros cuatro oficiales, veinte suboficiales y diez hombres de tropa.  
Arribaron a Guayaquil el 1 de junio, es decir, realizaron, en poco más  
de un mes, el trayecto que a la Primera Misión le tomó un año con-  
7
Carta de Voltaire a Jean Baptiste Nicolas Formont, del 17 de abril de 1735, citada por Lafuente  
Antonio y Mazuecos Antonio, Los Caballeros del Punto Fijo, p. 66.  
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cluir, incluyendo una cuarentena de tres días en el río Guayas para  
8
prevenir la fiebre amarilla que estaba presente en Panamá.  
En este punto podemos marcar un primer elemento común  
y repetitivo en la construcción del relato de los dos hechos históricos.  
Las dos Misiones incorporan a destacados integrantes en diferentes  
ramas y especializaciones científicas, acordes al momento de cada  
una de ellas. Así mismo, las dos Misiones cuentan con una Jefatura  
que ha sido determinada en función de la experiencia y capacidades  
de los líderes. Sin embargo, en los dos casos, se produce una altera-  
ción en ese modelo, y surge una figura predominante que pasa, de  
hecho, a conducir de mejor manera los destinos de la respectiva Mi-  
sión y a convertirse en el nuevo protagonista.  
En el caso de la Primera, Jean Godin, a pesar de su experien-  
cia previa en observaciones astronómicas y de su antigüedad en  
tanto miembro de la Academia de Ciencias, fue muy rápidamente  
superado por el humanismo enciclopédico y las habilidades en el re-  
lacionamiento social de La Condamine, que suplía con su entu-  
siasmo, empeño y curiosidad la generalidad de sus conocimientos.  
Al poco de iniciar la Misión, La Condamine se preocupa de la parte  
financiera lo cual lo lleva a ejercer una jefatura de hecho. La falta de  
recursos la suple con creatividad, apelando inclusive a alternativas  
que lo ponen en problemas legales, como el haber sido acusado y en-  
juiciado por contrabando por las autoridades criollas al comprobarse  
que recurrió a la venta de buena parte de su equipaje personal para  
obtener ingresos.  
En cuanto a la Segunda Misión, la jefatura inicial del coman-  
dante Burgeois se vio prontamente opacada por la figura sobresa-  
liente del médico de la Misión, Paul Rivet quien, como veremos más  
adelante, brilló con luz propia y sobra de merecimientos en todos los  
aspectos científicos en los que se ocupó durante la Misión, y que su-  
peraron ampliamente las responsabilidades médicas. De hecho, Bur-  
geois retornó a Francia después de escasos 6 meses de estadía en el  
Ecuador, y la Misión tuvo, desde entonces, cuando menos, otros 4  
jefes nominales, sin que ninguno llegase a destacar o trascender  
como Rivet.  
8
Informe que presenta el Comandante Bourgeois, Jefe de la Misión, en el primer año de la Mi-  
sión en Sesión General de la Sociedad Astronómica de Francia, 9 de abril de 1902.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
Destaquemos en este punto brevemente ciertos aspectos de  
la personalidad de estos dos líderes naturales de cada una de las dos  
Misiones, para ver aquí también ciertos rasgos comunes y repetitivos  
en las dos historias.  
Carlos María de la Condamine, nacido en 1701 en París, y  
admitido a la Academia de Ciencias a los 29 años, representaba al  
humanista embebido de las ideas de la Enciclopedia en el siglo XVIII.  
Después de haber concluido sus estudios básicos en el Liceo Louis  
le Grand, inició una breve carrera militar que abandonó para consa-  
grarse al estudio de las ciencias de todo tipo: matemáticas y su deri-  
vación geométrica la geodesia, química, física y mecánica. Se dice  
que fue precisamente durante su experiencia militar que nació su in-  
terés por los parajes exóticos y lejanos. En una de sus campañas mi-  
litares:  
habían capturado a un soldado español recientemente regresado de las  
colonias. El joven español contó a Charles Marie, bajo el retumbar de  
los cañones, sus recuerdos de la vasta cadena montañosa llamada los  
Andes, que se extendía a lo largo de la costa del Pacífico; sobre los cau-  
dalosos ríos, sobre los palacios de los Incas. Estos relatos inflamaron la  
imaginación de La Condamine.9  
Voltaire, quien conocía bien a La Condamine, lo describió  
como un hombre “de curiosidad ardiente”. Según el mismo Von Hagen,  
fue Voltaire quién usó todas sus relaciones y el indudable poder de  
sus escritos para lograr que La Condamine fuera parte de la expedi-  
ción ecuatorial y uno de los dirigentes de la misma.  
Ciertamente, La Condamine no poseía la experiencia y tra-  
yectoria académica de Bouguer ni de Godin. Sin embargo, y en este  
punto voy a citar a uno de los ilustres fundadores y director de esta  
casa, y también distinguido diplomático y canciller de la República,  
don Carlos Manuel Larrea, para quien La Condamine poseía “… el  
orden y el método, el entusiasmo y el ardor para las empresas, el eclecticismo  
de sus ideas y vastos conocimientos”. Señala también Larrea, que posee  
9
Von Hagen, Víctor Wolfgang, “Carlos María de La Condamine y los medidores de la tierra”, cit., p.  
89  
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el arte de llamar la atención del público y de vulgarizar la ciencia, volvién-  
dola atractiva” y que, “...de los tres Académicos fue quien mayores simpa-  
tías supo conquistar en Quito. Fue el alma de la expedición y en los  
momentos difíciles quien la salvó de los más graves contratiempos”. Y, fi-  
nalmente, la siguiente frase de Larrea retrata perfectamente al sabio  
francés: “Era el hombre mejor preparado para tan ardua empresa, si no en  
el terreno científico, en el práctico, por sus condiciones de carácter, por su  
educación enciclopédica y hasta por sus antecedentes familiares y relaciones  
con la sociedad francesa”. 10  
Por su parte, Paul Rivet nació en 1876 en una pequeña ciu-  
dad de las Ardenas en el seno de una familia de escasos recursos eco-  
nómicos. Se graduó de doctor en medicina en la escuela militar del  
servicio sanitario de Lyon en 1898. Apenas dos años más tarde fue  
seleccionado para integrar la Misión del Servicio Geográfico del Ejér-  
cito que viajaría al Ecuador. Su mayor biógrafa, Christine Lauriére,  
transcribe la siguiente anécdota como una muestra de su carácter y  
de su personalidad: Muchos años después, cuando ya había alcan-  
zado renombre y respeto científico, en alguna ocasión relató que el  
ofrecimiento de integrarse a la Misión provino del médico inspector  
de regimiento en estos términos: ¿Quiere usted irse con la misión  
geodésica francesa del Ecuador? Para usted que desea viajar, es una  
ocasión excepcional. Rivet señala que su aceptación a la propuesta  
fue inmediata, y que ante su certeza y determinación le consultaron  
si tenía al menos conocimiento de dónde se encontraba el Ecuador,  
a lo que respondió creer que en las cercanías del Congo. Esto sirva  
para relatar el desbordante entusiasmo de quien se definía como una  
persona “ávida de aventuras” y amante del riesgo, la audacia y la ac-  
11  
ción. Aunque, ciertamente, con escaso conocimiento de la geografía  
en ese momento.  
Pocos años antes de su muerte, el propio Rivet escribe una  
nota autobiográfica, donde consigna que su gusto por los grandes  
1
0 Larrea, Carlos Manuel, “Discurso del Académico de Número al pronunciado por el nuevo  
Académico Lcdo. Don. Roberto Páez”, Boletín de la Academia Nacional de Historia, 1936, p 87  
y ss.  
11 Laurière, Christine, “Le Cadre la misión géodésique en Équateur” In: Paul Rivet: Le savant et le  
politique [online]. Paris: Publications scientifiques du Muséum, 2008 (generated 12 aout  
2020) p. 8. Traducción propia.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
viajes o aventuras, debido a la influencia de Julio Verne, fue lo que  
lo incitó a unirse como médico de la Misión geodésica al Ecuador.  
Así, para completar esta breve referencia a la personalidad  
de Paul Rivet, necesariamente hay que recurrir nuevamente a Carlos  
Manuel Larrea, quien fue amigo y discípulo de Rivet, y sobre quien,  
en su homenaje póstumo, señaló:  
Llegó a nuestra Patria… con solo esa preparación humanística de los  
liceos franceses que permite a la inteligencia examinar todas las cues-  
tiones relacionadas con el hombre y la naturaleza; y con los vastos co-  
nocimientos médicos y los hábitos de orden y método adquiridos en  
la Escuela Militar.12  
Pretendo con esta breve reseña destacar las similitudes de  
carácter y personalidad de las dos figuras centrales de las dos Mi-  
siones, quienes, a pesar de los diferentes orígenes y formaciones -o  
falta de ellas-, comparten el entusiasmo, fogosidad y vehemencia en  
las empresas que acometen.  
Al igual que en el caso de La Condamine, las funciones de  
Rivet, o las de toda la Misión, fueron más allá de las que en aparien-  
cia correspondían exclusivamente a su formación y condición. Como  
ya fue señalado previamente, todo trabajo geodésico implica una  
forma de apropiación del territorio. En este sentido, Rivet recibe el  
encargo del Ministerio de Agricultura de “estudiar las cuestiones agrí-  
colas en el Ecuador que puedan interesar y aprovechar a la agricultura fran-  
cesa o argelina”.13  
Sin embargo, hay que señalar también que Rivet, conocedor  
de estas obligaciones paralelas a las estrictamente médicas, antes de  
partir buscó “en los diversos laboratorios del Museo de Historia Natural,  
los consejos y las enseñanzas necesarias” y en los que, aparentemente,  
recibió los conocimientos indispensables de historia natural en los  
departamentos de anatomía, paleontología, entomología, mamifero-  
logía, botánica y mineralogía.14  
1
2 Larrea, Carlos Manuel, “Homenaje a la memoria del Dr. Paul Rivet”, en Notas de Prehistoria e  
Historia Ecuatoriana, Biblioteca Ecuatoriana Clásica, No. 31, Corporación de Estudios y Pu-  
blicaciones, Quito, p. 533-544.  
13 Lauriére, Christine, “Le Cadre…” cit., p.10  
14 Lauriére, Christine, “Le Cadre… cit., p.11  
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353  
Efraín Baus Palacios  
Por supuesto, no fueron esas breves enseñanzas en las sema-  
nas previas a su partida las que le dieron los conocimientos para la  
inmensa labor llevada a cabo en el Ecuador, principalmente, en el  
campo de la antropología y la etnografía. Como tampoco fue, en el  
caso de La Condamine, exclusivamente su formación en matemáti-  
cas y geodesia la que le permitió descubrir tantos aspectos funda-  
mentales del país, más allá de la medición del arco de meridiano.  
En ambos casos, fue su personalidad entusiasta, curiosa, de-  
dicada y comprometida la que les condujo a ser, cada uno en su mo-  
mento, una figura central de la empresa que se les encomendó, e  
inclusive más allá de ella misma.  
Hay otro aspecto en el que coinciden los dos procesos histó-  
ricos a pesar de la separación de un siglo y medio entre uno y otro,  
y que merece ser debidamente relevado pues pone en evidencia la  
dimensión de las capacidades nacionales, especialmente de sus hijos  
destacados. En la formulación de la hipótesis de trabajo se lo refirió  
como la ayuda de aliados locales.  
Las dos Misiones geodésicas, y especialmente quienes, como  
acabamos de ver estaban destinados a ser sus principales figuras por  
la magnitud de sus investigaciones, La Condamine y Rivet, desde el  
momento mismo de su arribo a tierras ecuatorianas buscaron el con-  
sejo, guía y enseñanza de la élite intelectual nacional y, en ese pro-  
ceso, encontraron y cultivaron fecundas y entrañables relaciones con  
ilustres ecuatorianos. En un proceso de doble vía, además influyeron  
positivamente en la formación o consolidación de la formación de la  
élite intelectual ecuatoriana.  
En este aspecto, es difícil saber detalladamente lo que los  
miembros de la Primera Misión tenían en mente encontrar al arribar  
a este suelo en el siglo XVIII. Poco dejaron consignado al respecto,  
pero sus expectativas no deben haber sido muy altas, a juzgar por lo  
señalado por Jussieu quien, en carta a su hermano remitida desde  
Panamá, dice: “Nosotros vamos a un País donde se encuentra más fácil-  
15  
mente una mina de oro que un sabio”. Sin embargo, poco tiempo des-  
pués debieron agradecer a varios nacionales por las enseñanzas,  
guías y ayuda que les brindaron, en tanto no se tiene registro de que  
15 Jussieu, Joseph, Carta a su hermano Antoine, fechada en Panamá 15 de febrero 1736, citada  
por Lafuente Antonio y Mazuecos Antonio, Los Caballeros del Punto Fijo. p. 95.  
BOLETÍN ANH Nº 206-B • 343–372  
354  
Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
ninguno de los académicos haya descubierto mina de oro alguna. En  
cuanto a la categoría de “sabio”, al menos uno de ellos amerita con  
creces dicha calificación.  
Quito tenía en el siglo XVIII un bien ganado prestigio como  
centro artístico y cultural en América. Contaba entonces con una po-  
blación de entre treinta y cuarenta mil habitantes, según registró  
Bouguer, pero tenía ya dos universidades de gran prestigio, aunque  
con escasa formación en ciencias.  
La I Misión Geodésica arriba inicialmente a Guayaquil el 21  
de febrero de 1736, y navega hacia Manta el 9 de marzo. En este  
puerto, y debido a las diferencias que habían surgido entre ellos aún  
antes de arribar, deciden separarse y Godin retorna a Guayaquil,  
mientras La Condamine y Bouguer permanecen en esa ciudad reali-  
zando algunas observaciones. Por razones de salud, Bouguer decide  
también retornar a Guayaquil para seguir a Quito, en tanto, La Con-  
damine sigue hacia el puerto de Atacames, donde encuentra a Pedro  
Vicente Maldonado, Gobernador de la Provincia de Esmeraldas, y  
considerado, con justicia, como uno de los hombres más notables de  
la América española en el siglo XVIII. Inicia, inmediatamente, una  
fecunda amistad entre los dos sabios, y también una relación de coo-  
peración y trabajo científico conjunto.  
Nacido en Riobamba, Maldonado estudió la primaria en esa  
ciudad y posteriormente en el Seminario jesuita San Luis de Quito.  
Completó ahí su educación de bachiller y maestro, en la que apenas  
pudo haber tenido los fundamentos de las ciencias principales, ma-  
temáticas y física. Sin embargo, fue su hermano mayor, el Presbítero  
José Antonio Maldonado, quien se había dedicado al estudio de la  
geografía, astronomía, matemáticas y ciencias naturales quien lo  
guió en el proceso de auto aprendizaje que prosiguió de vuelta en  
su ciudad natal. Y posiblemente también, o sobre todo, en los campos  
y páramos de las propiedades familiares, que solía recorrer sin can-  
sancio y en las que empezó a realizar mediciones y cálculos de dis-  
tancias, altitudes, ángulos, quebradas y ríos; a delimitar posibles  
caminos y especialmente a entender la importancia de poder vencer  
el enclaustramiento geográfico de las ciudades interandinas para lle-  
gar al mar y, por esta vía, acercarse a la metrópoli.  
BOLETÍN ANH Nº 206-B • 343–372  
355  
Efraín Baus Palacios  
Pedro Vicente Maldonado había tenido la oportunidad de re-  
correr, a más de los páramos andinos y regiones de la costa, la zona  
oriental de la entonces Presidencia de Quito. Visitó la misión de Ca-  
nelos, y navegó el río Bobonaza. Fueron esos recorridos y sus obser-  
vaciones los que le permitieron completar una imagen de su Patria  
con un territorio rico y fértil, y le llevaron a concluir en la necesidad  
de levantar una carta geográfica del territorio de Quito, lo que cons-  
tituyó su segundo proyecto vital, después de la conclusión del ca-  
mino que debía unir Quito a Esmeraldas.  
Como se ha dicho, el sabio ecuatoriano estaba precisamente  
en esa zona del litoral cuando encontró a La Condamine por primera  
vez. Inmediatamente le brindó toda la ayuda posible, no solo en in-  
formación e indicaciones para que el francés pudiese llegar a Quito,  
sino que también le proporcionó medios materiales. En más de una  
ocasión la familia Maldonado puso su fortuna a disposición de la  
Misión geodésica.16  
Quizá el mayor biógrafo ecuatoriano, y otro distinguido  
miembro de esta Academia, Neptalí Zuñiga, señala que:  
Pedro Vicente Maldonado fue a la vez que brillante discípulo de la ex-  
pedición científica, su más eficaz maestro en la información verídica  
de los más variados y complejos problemas que vivía la presidencia de  
Quito. Conocedor de su territorio, con sentido crítico y especulativo  
había deambulado de un lugar a otro, inclusive en ciertas zonas del  
Oriente, hazaña de muchos peligros en su época.17  
1
6 De casi todos ellos hace mención La Condamine en su Diario de trabajo de los Académicos,  
que traducimos a continuación: «Durante todo el tiempo de nuestra permanencia en Quito  
y en el curso de nuestro trabajo, recibimos toda clase de delicadezas y atenciones de la no-  
bleza criolla de esta Provincia, donde han pasado un buen número de familias nobles de Es-  
paña desde hace dos siglos y poseen grandes tierras y los primeros puestos del país. Muchos  
se empeñaron en ofrecernos sus casas de campo que se encontraban a nuestro paso, nos vi-  
sitaron en nuestros acampamentos cercanos a sus tierras, a donde nos enviaban provisiones  
y refrescos. De este número fueron, en los alrededores de Latacunga, el Marqués de Maenza,  
y don Ramón Maldonado, después Marqués de Lises, hermano de don Pedro Maldonado,  
de quien tendremos ocasión de hablar. Recibimos también, al acercarnos a Riobamba, la vi-  
sita de don José Dávalos, general de Caballería y de don José de Villavicencio, Alférez Real  
de Riobamba: pasamos en casa de uno y otro tanto en el campo como en la ciudad y las aten-  
ciones que nos hicieron fueron parte a hacernos olvidar los malos ratos que soportamos en  
las montañas. En: José María Vargas, Historia de la cultura ecuatoriana, Casa de la Cultura  
Ecuatoriana, Quito, 1965, pp.257-258  
1
7 Zúñiga, Neptalí, La Expedición Científica de Francia del Siglo XVIII en la Presidencia de Quito,  
Quito, Publicaciones del IPGH, Sección Nacional del Ecuador, 1977, p.49  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
Por su parte, y en el mismo sentido, fray José María Vargas  
señala lo siguiente: “El encuentro entre los dos fue providencial para la  
Misión geodésica. Maldonado halló en los Académicos el ambiente soñado  
para sus aspiraciones científicas y les proporcionó, en cambio, sus experien-  
cias de excursionista práctico, sus relaciones sociales y su ayuda econó-  
mica”.1  
8
No corresponde a este trabajo extenderse en las múltiples co-  
laboraciones entre estos dos sabios, tarea que, por lo demás, ha sido  
realizada en detalle y lucidez por varios destacados historiadores.  
Apenas busca, como se dijo inicialmente, relievar la amistad y cola-  
boración que se generó entre ellos, y subrayar la posterior repetición  
histórica en la II Misión Geodésica. Vale eso sí, y puesto que se ha di-  
fundido el error, aclarar que Maldonado no participó en los trabajos  
de medición que realizaron los Académicos, ni tampoco se lo incor-  
poró a la Misión como miembro. “Fue, eso sí, además de aprovechado dis-  
cípulo, colaborador diligente en cálculos matemáticos y observaciones  
astronómicas. No podía actuar de otro modo ni hallarse a la altura de los eu-  
ropeos, dado el estrecho medio cultural de su Patria” señala correctamente  
19  
Zúñiga. Se le reconoce poseer sólidos principios y conocimientos de  
astronomía, física, geografía y trigonometría, provenientes de su for-  
mación con los jesuitas, quienes solían profundizar en dichas ciencias.  
La Condamine fue maestro y padrino intelectual de Maldo-  
nado. Fue quien orientó la vocación que reconoció en el riobambeño  
y nutrió ese afán de aprender y conocer. Compartió con él sus cono-  
cimientos, sus libros y sus instrumentos. Maldonado también aportó  
con sus conocimientos y experiencia en el terreno. Aportó sus más  
de veinte años de recolección de datos, mediciones y materiales. La  
Condamine, consigna en su elogio póstumo a Maldonado que “su  
pasión por instruirse abarcaba todos los géneros y su facilidad de concepción  
suplía la imposibilidad en que se había visto de cultivarlos todos ellos desde  
su temprana juventud”.20  
18 Fr. Vargas, José María, Contribución ecuatoriana a los estudios científicos, Boletín de la Academia  
Nacional de Historia, Quito, 1965 p.174.  
9 Zúñiga, Neptalí, La Expedición…, cit. p 50 y ss.  
1
20 De la Condamine, Charles Marie, Diario de Viaje al Ecuador, Coordinación General del Colo-  
quio “Ecuador 1986” 250 Aniversario de la Primera Misión Geodésica, Quito, 1986, p. 178.  
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Efraín Baus Palacios  
Corresponde ahora adelantar nuevamente un siglo y medio  
en el tiempo para encontrar al jóven Paul Rivet arribando al puerto  
de Guayaquil el 1 de junio de 1901, como ya se dijo, apenas 5 sema-  
nas después de haber partido de Burdeos. En poco tiempo los miem-  
bros de la Misión comprobaron que en muchos aspectos el país  
mantenía las mismas condiciones que encontró la Primera Misión,  
pero el primer contacto fue con Guayaquil que sí había experimen-  
tado una transformación importante, convertida en el puerto de sa-  
lida de la producción agrícola, particularmente del cacao y cascarilla,  
y que configuraba una nueva clase de burguesía terrateniente.  
El doctor Rivet, quien se había graduado apenas dos años  
antes de emprender esta aventura, empieza su Misión quizá con una  
desventaja frente a la de su coterráneo La Condamine siglo y medio  
atrás, pues no contaba con el bagaje y experiencia de conocimientos  
de aquél. Pero lo hace equipado con el mismo entusiasmo y deseo,  
y siguiendo la misma estrategia de recurrir a la guía y orientación  
de destacados intelectuales nacionales. En el caso de Rivet, su primer  
apoyo vino, como todos sabemos, del padre fundador de esta casa,  
Monseñor Federico González Suárez. El mismo Paul Rivet recuerda  
su encuentro con González Suárez así:  
Nombrado en 1895 Obispo de Ibarra … Fue ahí donde tuve el honor  
de serle presentado y recuerdo con qué simplicidad me acogió en ese  
Obispado de una austeridad casi monacal de la vieja ciudad ecuato-  
riana. Fue él quien orientó mis investigaciones en la región, y quien me  
21  
proporcionó los libros que requería para documentarme.  
Para ese momento, el Obispo de Ibarra ya había publicado su  
Estudio histórico sobre los Cañaris, el primer libro de Arqueología en  
el Ecuador, además, su Atlas Arqueológico, su Resumen de la Historia  
del Ecuador y varios volúmenes de su monumental Historia General  
de la República del Ecuador. Es indudable que el interés y la visión his-  
toriográfica de Monseñor González Suárez, centrada en el ser hu-  
mano y en su desarrollo, marcaron el trabajo de Rivet. Y fue ese  
21 Rivet, Paul, en Journal de la Société des Américanistes, Année 1919, Tome 11, Fascicule 1,  
p. 632-634. Traducción propia.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
precisamente el campo en el que Paul Rivet destacó, no solamente  
en sus estudios en el Ecuador, sino en su prolongada carrera y el en-  
foque que le valió el reconocimiento de sabio. Nuevamente, no co-  
rresponde al espíritu de este trabajo analizar el amplísimo espectro  
del trabajo de Paul Rivet en el Ecuador sino simplemente su relación  
con la intelectualidad ecuatoriana.  
Y si Rivet recordó años más tarde, en una visita al Ecuador,  
22  
que “Aquí encontré mi primer maestro… Monseñor González Suárez ,  
no es menos cierto que, pocos años después sería el propio Rivet el  
que continuaría con la formación de un grupo de jóvenes intelectua-  
les que habían iniciado su interés en la historia y la antropología tam-  
bién bajo la égida de González Suárez y de los cuales Jacinto Jijón y  
Caamaño y Carlos Manuel Larrea fueron los más destacados. Carlos  
Manuel Larrea, como ya hemos mencionado, escribió una Nota in  
Memoriam de Paul Rivet, en la que acertadamente señala:  
Aquí se despertó su verdadera vocación; aquí nació el antropólogo lla-  
mado a ser después una de las figuras más esplendorosas en el campo  
de los estudios americanistas, aquí se inició su carrera de hombre de  
ciencia. Brotó en su espíritu observador y penetrante un interés in-  
menso por todo lo nuevo que este Nuevo Mundo le ofrecía y comenzó  
a dedicar su clara inteligencia a la solución a los problemas múltiples  
23  
que la tierra y el hombre ecuatoriano le presentaban.  
Más adelante en el mismo escrito, Carlos Manuel Larrea, señala tam-  
bién que:  
Años más tarde, también yo contraje una deuda imperecedera de gra-  
titud para el Dr. Rivet, que en París, cuando él se hallaba al frente de la  
Cátedra de Antropología en el Museum, me dio las primeras lecciones  
prácticas de Antropología Física y de Craneología. Él me apadrinó en  
mi ingreso a la Société des Americanistes de París. Él me presentó en  
1
912 a varios eminentes hombres de ciencias que me honraron con su  
24  
amistad.  
2
2 Cfr. Paul Rivet en: Carlos Manuel Larrea, “Homenaje a la memoria del Dr. Paul Rivet”, Afese,  
2, p.193. Ver en: https://www.revistaafese.org/ojsAfese/index.php/afese/article/view  
52/51 (17-12-2021)  
6
/
23 Larrea, Carlos Manuel, Homenaje … cit. p. 535. También en: Carlos Manuel Larrea, “Home-  
naje a la memoria del Dr. Paul Rivet”, Afese, p. 191.  
24 Carlos Manuel Larrea, “Homenaje a la memoria del Dr. Paul Rivet”, Afese, 62, p. 194  
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Y ahora nuevamente la Historia, como ese círculo que gira  
en espiral avanzando en el tiempo, repite los hechos con otros pro-  
tagonistas. La Condamine había apadrinado a Maldonado en su in-  
greso a la Académie de Sciences que, el 24 de marzo de 1747, declaró:  
La Academia informada del saber y de la capacidad del señor don  
Pedro Maldonado, Gobernador de la provincia de Esmeraldas y Caba-  
llero de la Llave de Oro de Su Majestad Católica, y queriendo darle  
pruebas de su estimación que le animen a continuar la correspondencia  
que ahora sostiene con el señor de La Condamine sobre materia de Ma-  
25  
temáticas y Física, le nombra correspondiente de ella.  
Vemos entonces cómo cada uno de los sabios que se convir-  
tieron en protagonistas de las respectivas Misiones Geodésicas, su-  
pieron buscar la guía y orientación de destacados estudiosos  
ecuatorianos para nutrirse de su experiencia y formación.  
Dos historias de aventuras, como lo son las dos Misiones  
Geodésicas, y más aún de aventuras en las que sus protagonistas -  
aunque científicos- son franceses, no puede prescindir del siguiente  
elemento común: el romance. De hecho, su presencia es tan fuerte  
en ciertos casos, que el relato puede devenir en un relato romántico  
antes que de historia o de ciencia. El punto es que en las dos Misiones  
Geodésicas francesas, el amor fue un elemento central en ciertos pro-  
tagonistas, al punto de constituirse en historias independientes.  
En el caso de la Primera Misión, la historia del viaje de la rio-  
bambeña Isabel Gramesón de Godin a través del Amazonas para  
reunirse con su marido tras veinte años de separación, constituye en  
sí una odisea cuyos hechos superan cualquier relato de ficción. Jean  
Godin des Odonais lo pone en estos términos, en la carta que escribió  
a La Condamine relatando el viaje de su esposa:  
Si leyerais en una novela que una mujer delicada, acostumbrada a  
gozar de todas las comodidades de la vida, se precipita en un río, del  
que se la saca medio ahogada; se interna en un bosque sin rutas, y ca-  
mina por muchas semanas; se pierde, sufre el hambre, la sed, la fatiga,  
25 Germán Guerrero Pino, Estudios Caldacianos Ciencia y nación: A 250 años del natalicio de Francisco  
José de Caldas, Programa Editorial UNIVALLE, 27 may 2020, p. 364.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
hasta el agotamiento; ve expirar a sus dos hermanos, mucho más ro-  
bustos que ella, a un sobrino apenas salido de la infancia, a tres jóvenes  
mujeres, criadas suyas, y a un joven criado del médico que se había  
adelantado; que sobrevive a la catástrofe; que permanece sola, dos días  
con sus noches, entre los cadáveres, en parajes donde abundan los ti-  
gres, muchas serpientes muy peligrosas, sin haber encontrado nunca  
ni uno solo de estos animales; y que se levanta, se vuelve a poner en  
camino, cubierta de harapos, errante en un bosque sin sendas, hasta el  
octavo día, en que volvió a hallarse a orillas del Bobonaza, acusaríais  
al autor de la novela de faltar a la versimilitud; pero un historiador no  
26  
debe decir a sus lectores más que la simple verdad.  
Quizás la carta de Jean Godin apela a cierto lirismo u otros  
recursos narrativos literarios, pero los hechos son ciertos y se con-  
densan en esto: de 42 integrantes de una expedición destinada a reu-  
nirla con su marido, Isabel fue la única sobreviviente.  
27  
Isabel Gramesón, fue una de las más sobresalientes hijas de  
Riobamba, aunque se considera que su nacimiento pudo haber su-  
cedido en Guayaquil, pues en esta ciudad fue bautizada con quince  
días de nacida, en enero de 1728. Su padre, de origen francés, fue  
nombrado corregidor de Otavalo, y llegó a tener una muy cómoda  
situación económica con propiedades en Quito y en los alrededores  
de Riobamba. Isabel debía tener apenas 8 años cuando arribó la Mi-  
sión francesa a tierras ecuatorianas, entre ellos Jean Godin des Odo-  
nais, primo del presidente de la Misión. Fue este parentesco el que  
le aseguró un lugar en la expedición, en calidad de auxiliar.  
La Condamine, entre las poco frecuentes referencias a temas  
sociales en sus escritos, consignó detalladamente en su Diario de Viaje  
al Ecuador las fraternales relaciones que mantuvo con algunas fami-  
lias riobambeñas y, señala haberse hospedado en las casas del her-  
mano de Pedro Vicente Maldonado, y en la de don José Dávalos, en  
2
6 Godin des Odonais, Jean, Le Naufrage de Madame Godin des Odonais sur le fleuve des Amazones,  
Lettre a Monsieur de La Condamine, en La Naufragée des Amazones, Editions Nicolas Chau-  
dun, 2009, p. 49-51, Traducción propia.  
2
7 Hay varias posiciones respecto al verdadero apellido de la familia. Algunos investigadores,  
como González Suárez, consideran que el correcto es el que reconoce el origen francés de la  
línea paterna, y por tanto es Grandmaison. Otros consideran que lo que corresponde es lo  
opuesto, el apellido fue Casamayor y fue cambiado posteriormente a Grandmaison o Gra-  
mesón por efectos de pronunciación.  
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28  
la quinta El Elén. Es muy probable que en alguna de esas visitas la  
niña Isabel Gramesón haya podido conocer o participar de las reu-  
niones y tertulias que solían organizar con los sabios franceses.  
No hay datos o referencias del cortejo o enamoramiento de  
la pareja, pero el matrimonio se celebró en Quito, el 29 de diciembre  
de 1741, cuando Godin des Odonais tenía 28 años, e Isabel no cum-  
plía los 14. Godin continuó apoyando los trabajos de los académicos,  
aunque para 1743 las mediciones habían concluído y La Condamine  
29  
inicia su retorno a París junto a Maldonado. Se dedicó Godin, sin  
mucho éxito, a ciertos negocios y a trabajar en las propiedades de  
Isabel. Sin embargo, en marzo de 1749, Godin inicia el retorno a Fran-  
cia que había venido postergando. Ante el nuevo embarazo de Isabel,  
que no había tenido suerte en concluir los anteriores, decide realizar  
solo un viaje preparatorio en la ruta del Amazonas, hasta Cayena,  
con la intención de preparar las estaciones de la ruta y retornar más  
tarde en búsqueda de Isabel y su hija. Llega a Cayena poco más de  
un año después, en abril de 1750, y empieza un inexplicablemente  
largo proceso para obtener los pasaportes y permisos de la Corte de  
Portugal que le permitan desandar lo andado, remontar el Amazo-  
nas hasta encontrar a su mujer e hija, y volver a recorrer el mismo  
camino. Inexplicablemente largo pues no fue sino después de 15  
años que obtuvo una respuesta, mediante el envío por el Rey de Por-  
tugal de una embarcación que tenía el encargo de remontar el río  
hasta la primera guarnición española, donde esperaría hasta que  
30  
Godin trajera a su esposa para volver a bajar a Cayena.  
De alguna manera estas noticias llegaron a oídos de Isabel  
en Riobamba, y despachó a un esclavo de su confianza hasta las Mi-  
siones portuguesas para confirmar las noticias. Al esclavo Joaquín  
Gramesón cumplir el encargo de Isabel le tomó poco más de dos  
años en ir y volver con la confirmación de la presencia de un barco  
con la misión de llevarla a Cayena. Isabel empieza la preparación  
necesaria para un viaje de esa naturaleza. Vende muebles y propie-  
2
2
3
8 José María Vargas, Historiaop. cit., p. 262.  
9 Ibidem.  
0 Ovidio Lagos, Arana, rey del caucho: terror y atrocidades en el Alto Amazonas, Emecé, Buenos  
Aires, 2005, p. 24.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
dades, encarga otras a sus familiares y organiza la partida que hará  
en compañía de sus dos hermanos, un sobrino de 7 años, tres criadas,  
su esclavo Joaquín y tres ciudadanos franceses que se sumaron a úl-  
timo momento pese a la oposición de Isabel. Su hija, que Godin no  
llegó a conocer al partir, y que fue la razón por la que viajó solo,  
31  
había muerto a los 18 años víctima de la viruela.  
La expedición de 10 personas sale de Riobamba el 1 de octu-  
bre de 1769 y, a lomo de caballo llega a Baños. Ahí se contratan 31  
indígenas cargadores, pues el resto del viaje no tenía siquiera un sen-  
dero marcado para los animales de carga. El destino era la población  
de Canelos, al borde del Bobonaza, donde tomarían canoas para  
32  
bajar por el río hasta Andoas. Pero al llegar a Canelos encontraron  
que la población había sido arrasada por la viruela, las viviendas in-  
cendiadas y pocos indios sobrevivientes huyeron a la selva para re-  
fugiarse. Pagaron a dos de esos indios sobrevivientes para fabricar  
una canoa y conducirlos hasta Andoas. Iniciaron esta parte de la tra-  
vesía y, al segundo día, los indios desaparecieron y dejaron abando-  
nados a su suerte a los expedicionarios, ninguno de los cuales tenía  
experiencia alguna en conducir una canoa. Durante la navegación  
tuvieron un primer accidente al chocar contra un tronco, y parte de  
la tripulación cayó al torrentoso río. Continuaron navegando por dos  
días y, ante las dificultades para avanzar, decidieron armar un cam-  
pamento de ramas y palos en una playa del cauce. Acordaron dividir  
al grupo y enviar a los dos franceses con el esclavo Joaquín en la  
canoa a buscar ayuda en Andoas, mientras el resto esperaría en el  
campamento por 15 días. Los tres adelantados llegaron efectiva-  
mente a Andoas después de 5 días de navegar aguas abajo, pero no  
pudieron realizar el trayecto de vuelta, aguas arriba, en las dos se-  
manas pactadas, sino en tres.33  
Al no recibir ayuda alguna en el tiempo pactado, los Grame-  
són deciden continuar el viaje por su cuenta. Construyen una pe-  
31 Ibíd., p.78  
3
2 El relato de esta parte del viaje ha sido ampliamente documentado por varios historiadores,  
que han usado como fuentes principales la carta de Jean Godin a La Condamine, así como  
las declaraciones de los mismos protagonistas sobrevivientes. Seguiremos fundamentalmente  
las obras de Robert Whitaker, The Mapmaker´s Wife y de Carlos Ortiz, Una historia de amor.  
3 Carlos Ortiz, Una historia de amor, Abya-Yala, Quito, 2000  
3
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queña balsa que al poco tiempo se hunde. Los dos hermanos salvan  
a Isabel que en dos ocasiones estuvo prácticamente ahogada. Se  
aventuran entonces a continuar a pie la búsqueda de un camino o  
de ayuda.  
En esta parte de la historia vale escuchar el relato del mismo  
Godin:  
(
…) las orillas de estos ríos están provistas de un bosque tupido de hier-  
bas, de lianas y de arbustos, en donde no hay como abrirse paso sino  
machete en mano, con mucha pérdida de tiempo... Se dan cuenta de  
que, siguiendo la orilla del río, las sinuosidades alargan mucho el ca-  
mino; entran a la selva para evitarlo, y a los pocos días se pierden. Fa-  
tigados de tanta caminata en la aspereza de un bosque tan incómodo  
hasta para los que están habituados a ese ambiente, con heridas en los  
pies por las ramas y las espinas, terminadas las provisiones, acosados  
por la sed, no tenían más alimentos que algunos granos, frutas de la  
selva y cogollos de palmera. Finalmente, agotados por el hambre, la  
sed, el cansancio, faltándoles las fuerzas, se desploman, se dejan caer  
al suelo y no vuelven a levantarse. Allí esperan sus últimos instantes,  
34  
en tres o cuatro días, expiran uno a continuación de otro.  
Según el mismo relato, Isabel, la única sobreviviente, pasa  
dos días tendida entre los cadáveres de sus hermanos, sobrino y cria-  
dos, en estado de completo aturdimiento. Recibe de La Providencia  
el valor y la fuerza de arrastrarse para buscar ayuda. Estaba descalza  
y semi desnuda, por lo que cortó los zapatos de uno de sus hermanos  
muerto y ató las suelas a sus pies. Se calcula que deambuló arras-  
trándose por la selva cuando menos diez días, en el curso de los cua-  
les su cabello emblanqueció totalmente. Encontró agua y unos  
huevos de perdiz que tuvo dificultad en tragar pues el esófago se  
había cerrado por la falta de alimentos. Encontró la orilla del Bobo-  
naza y alcanzó a escuchar voces. Dos indígenas, de aquellos que ha-  
bían escapado de Canelos, se aprestaban a tomar una canoa. Pidió  
auxilio, y su conocimiento del quichua resultó ser más útil que  
nunca. Los indios se compadecieron al ver el estado de la mujer y la  
35  
socorrieron. La embarcaron, alimentaron y cuidaron para llevarla  
3
3
4 Godin des Odonais, Jean, Le Naufrage…, cit. p.45  
5 Carlos Ortiz, Una historia de…op. cit.  
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Las dos Misiones Geodésicas francesas  
y sus repeticiones históricas  
hasta Andoas. Llegó a esa localidad hacia mediados de febrero. Po-  
dría haber esperado recuperar fuerzas en ese puesto y organizar su  
viaje directo para encontrar a su marido, pero nuevos incidentes la  
hicieron navegar una semana más y desviarse hasta Misión de La  
Laguna, donde finalmente pudo permanecer al menos seis semanas  
reponiéndose y tomando fuerzas pues el resto del viaje era aún largo  
y complicado. Digamos simplemente que Isabel requirió navegar to-  
davía tres meses más para llegar a la Guyana y rencontrarse con Jean  
Godin, después de casi 21 años de separación. Y tres años más para  
partir de la Guyana con dirección a Francia, donde arribaron en junio  
de 1773, para instalarse en la ciudad de Saint Amand, ahora herma-  
nada con Riobamba.36  
Ha sido muy común utilizar esta fascinante historia, que por  
razones de objetivo y espacio se ha presentado muy sucintamente  
en este trabajo, como el argumento central de una historia de amor,  
y ciertamente tiene todos los elementos para construir una narrativa  
romántico novelesca. Sin embargo, la historia de Isabel Gramesón  
de Godin es ante todo la historia de valentía y determinación de una  
mujer riobambeña del siglo XVIII que desafía su propio destino y  
rompe los roles y esquemas establecidos para las mujeres de esa  
época, y supera inclusive muchos de los paradigmas o estereotipos  
asignados a los aventureros o expedicionarios masculinos.  
En el marco de la Segunda Misión Geodésica, nuevamente  
una mujer, cuencana esta vez, desafiará no solamente un destino im-  
puesto por las convenciones y tradiciones, sino el poder y la influen-  
cia de una de las personalidades que se ha considerado de mayor  
preponderancia y dominio en la historia de la provincia del Azuay.  
La relación entre Paul Rivet y la cuencana Mercedes Andrade tam-  
bién tiene elementos novelescos y ha inspirado varios trabajos de fic-  
ción. Pero los hechos históricos no requieren de ficción y trataré de  
presentarlos como se conocen.37  
3
6 El 1 de Abril de 1985, luego de varios meses de gestiones conducidas por un ciudadano fran-  
cés residente varios años en el Ecuador, Pierre Olivares y autoridades de la Municipalidad  
de Riobamba, se celebró el acto de hermanamiento entre las ciudades de Saint-Amand Mon-  
trond y de Riobamba. En: Carlos Ortiz, Una historia de…op. cit.  
37 Seguiremos en este tema los trabajos de la más seria y profunda biógrafa de Mercedes An-  
drade, la Académica Numeraria Raquel Rodas.  
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Mercedes Andrade nació en la Cuenca de fines del siglo XIX.  
Una ciudad de unos 20 mil habitantes, conocida como una sociedad  
con una estirpe intelectual y cultural, pero también tradicional, con-  
servadora, machista, clasista y discriminadora. Asistía como interna  
al colegio de los Sagrados Corazones, regentado por monjas france-  
sas. Con apenas 14 años fue pedida en matrimonio a sus padres por  
alguien a quien ella no conocía siquiera. Ignacio, hijo primogénito  
de la poderosa familia Ordoñez Mata, una de las fortunas más gran-  
des del país, de esas que acuñaban todavía sus propias monedas de  
oro y plata; y con una de las matronas más activas de la vida pública  
nacional, se había encaprichado con esta niña a la que doblaba en  
edad. Un domingo de visita regular en su colegio, sus padres le in-  
formaron del acuerdo alcanzado para la boda, le ordenaron que em-  
pacara sus cosas, y la llevaron a conocer a su futura familia. Su vida  
cambió para siempre.38  
Michita Andrade, como se la ha conocido coloquialmente, ha  
señalado que la misma noche de bodas se instaló la violencia entre  
la pareja. “Una historia de violencia conyugal, de machismo en su pura  
esencia, de atropello continuo a la dignidad femenina, de reproducción del  
mito de la esposa niña sobre la cual se puede dar rienda suelta a las imposi-  
ciones y a los delirios sexuales”.39 Ignacio Ordoñez no solo que no  
amaba a Mercedes, sino que la aborrecía y descargaba contra ella el  
dolor del suicidio de su verdadero amor, una “pueblerina” de Paute,  
con quien su rancia y poderosa madre jamás consintió que se casara.  
La matrona Hortensia Mata dispuso, a fin de apaciguar los ánimos,  
que su hijo y su familia se instalaran en la hacienda Zhumir, pero no  
solo que la violencia no cesó, sino que se descargó en forma de mal-  
trato a los trabajadores de la hacienda y de abuso a sus mujeres. La  
joven Mercedes empezó a sumirse en las oscuridades de la depresión  
y las enfermedades.40  
38 Raquel Rodas, Mercedes Andrade. La innombrable, GAD Municipal Cuenca, Cuenca, 2019,  
p.18. Ver en: https://issuu.com/culturacue/docs/la_innombrable_ene_2020_issuu (17-12-  
2
021).  
9 Rodas, Raquel, Narrativa Histórica. Madame Rivet, Revista Afese, No. 62, Julio – diciembre  
015, Quito, p. 214.  
0 Raquel Rodas, Mercedes Andrade…op. cit., p. 147  
3
4
2
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y sus repeticiones históricas  
Con apenas 20 años, tres hijos, y un lustro de maltratos, ofen-  
sas y violencia, decide huir de la hacienda. Lo prepara todo sola,  
pues en esa sociedad el régimen legal no la protege, y el marco reli-  
gioso la condena. La mujer debe permanecer junto a su esposo por-  
que el matrimonio es un mandamiento. Un divorcio era impensable  
en una familia en la que la matrona doña Hortensia tenía un oratorio  
propio en su domicilio, autorizado con bula Papal. Mercedes aban-  
donó el hogar, huyó de su casa con sus hijos, aprovechando una de  
las borracheras de su marido, y a la madrugada se mezcló con una  
caravana de campesinos que llevaban a lomo de burro sus productos  
al mercado de Cuenca. Ellos, sin saber de quién se trataba, ayudaron  
a la mujer y los tres pequeños niños y llegaron a la ciudad al amane-  
cer. Según su biógrafa, Raquel Rodas, “Mercedes decidió huir con sus  
hijos para recluirse en el convento del Buen Pastor a donde se enviaba a las  
mujeres de mala conducta entre las que se incluía a quienes intentaban li-  
brarse de ataduras matrimoniales. O tal vez, lo que conseguiría sería some-  
terse a la vigilancia estricta de su suegra”.41  
En primera instancia busca a su madre, pero ésta, segura-  
mente atemorizada por el gran poder de la consuegra, lleva a su hija  
delante de la llamada “dueña de Cuenca”. Doña Hortensia entrega  
una casa del centro de la ciudad para que se instalen su nuera y sus  
nietos, efectivamente bajo su estricta vigilancia.  
Paul Rivet llega a Cuenca en diciembre de 1905. Muchas per-  
sonas habían recomendado a Mercedes que se hiciera ver por el doc-  
tor francés, pues su salud sufría permanentes quebrantos y sus  
rasgos depresivos estaban presentes. Pero nunca aceptó hacerlo. Su  
encuentro con Rivet fue casual, al coincidir en la casa de la hermana  
de Mercedes. Y el enamoramiento fue inmediato. Esa misma noche  
Rivet escribió a un amigo en Francia ¨he conocido a una mujer muy bella  
que me ha trastornado el ánimo”.42  
Inician entonces una relación que mantienen en secreto ab-  
soluto y de la que nadie parecía percatarse, salvo el cuñado de Mer-  
cedes, Federico Malo, en cuya casa solía encontrarse la pareja. Hasta  
41 Rodas, Raquel, Mercedes Andrade, la innombrable, Editorial Don Bosco, Cuenca, Ecuador, 2019,  
p. 149.  
42 Cfr. Paul Rivet en: Raquel Rodas, Mercedes Andrade…op. cit., p. 204.  
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Efraín Baus Palacios  
que un día, en realidad una noche nuevamente, Mercedes desapa-  
rece de su casa, desaparece de Cuenca, desparece por completo.  
Abandona a sus hijos, abandona a quien sigue legalmente siendo su  
esposo y a la poderosa familia que controla toda la Provincia. Nace  
el escándalo que sacude a toda la ciudad.  
Aunque el viaje que realiza Mercedes no es lo épico que fue  
el de Isabel Godin, no deja de ser osado e intrépido. Salió de Cuenca  
a lomo de burro, disfrazada de monja de la Caridad, y ayudada por  
dos arrieros de confianza de su cuñado. Tomó la ruta del páramo del  
Cajas, cuyos caminos eran tan intransitables que permanecían cerra-  
dos 8 meses del año. Por este páramo inició el ascenso, bordeó las  
grandes lagunas y enfrentó los fuertes vientos y heladas frecuentes  
en esa zona. Subió al punto más alto de la cordillera y empezó el des-  
censo por caminos resbalosos en los que muchos habían perecido al  
fondo de algún barranco. Pasó por Naranjal y en Yaguachi, después  
de diez días, por fin pudo dejar las mulas y tomar una canoa que la  
llevaría por el río Babahoyo hasta el Guayas, y por éste a Guayaquil,  
allí residía una de sus hermanas.  
Mientras tanto, el doctor Rivet seguía en Cuenca terminando  
sus asuntos, sorprendido por la desaparición de la señora Andrade,  
y escuchando todos los comentarios de la ciudad, especialmente  
aquellos que se referían a la ira de doña Hortensia, y las investiga-  
ciones que había pagado para encontrar a la prófuga y llevarla de  
vuelta a su hogar.  
En julio de 1906, Paul Rivet y Mercedes Andrade llegan jun-  
tos a París e inician una vida común. Ella recuperó su salud y esta-  
bilidad emocional, desarrolló sus intereses culturales, sociales y de  
servicio público. Durante la I Guerra Mundial se registró como en-  
fermera para atender a los heridos. Fue alcanzada por un proyectil  
en su brazo derecho que, al igual que a Isabel Godin algunas espinas  
de las plantas de la selva, le dejaron secuelas en su motricidad por  
el resto de su vida. Doña Mercedes apoyó a Rivet en sus trabajos de  
muchas maneras. Tradujo textos al español, copiaba borradores, or-  
denaba y clasificaba fichas. Inclusive firman juntos algún texto cien-  
43  
tífico, lo que demuestra la colaboración intelectual entre los dos.  
43 Raquel Rodas, Mercedes Andrade…op. cit., p. 238  
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y sus repeticiones históricas  
Rivet fundó el Museo de Etnografía del Trocadero y luego el  
Museo del Hombre en el Palacio de Chaillot, en cuyo último piso la  
pareja disponía de un departamento con una amplia terraza en línea  
directa a la Torre Eiffel. Ese fue el centro intelectual del París de los  
años entre guerras. En ese apartamento, Paul Rivet y Mercedes An-  
drade recibieron regularmente a Teilhard de Chardin, Paul Valery,  
Charles de Gaulle, André Breton, Pablo Picasso, Albert Einstein,  
entre muchos otros intelectuales de la época. Y, por supuesto, a los  
compatriotas Jacinto Jijón y Caamaño y Carlos Manuel Larrea. El  
gran prestigio que adquirió Paul Rivet a nivel mundial le sirvió a  
doña Mercedes para llegar hasta el Papa y solicitar la anulación de  
su matrimonio. Pero no fue sino hasta la muerte de Ignacio Ordoñez,  
44  
en 1931, que la pareja Rivet Andrade pudo legalizar su relación.  
No viene al caso de este trabajo referirse al resto de la rela-  
ción entre los dos esposos. Simplemente destacar, nuevamente, la re-  
petición histórica de una mujer que, en el marco de la Misión  
Geodésica, desafía el destino que le tenían trazado para escribir sus  
propias páginas y definir su futuro.  
Cerramos de esta forma estas evocaciones de capítulos his-  
tóricos harto conocidos, y que no han tenido otra intención que,  
como se dijo al iniciar, destacar que la Historia tiene sus ciclos y re-  
pite ciertos episodios, y sus engranajes giran en un círculo, sin prin-  
cipio ni final.  
Mucho agradezco su paciencia y atención  
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Latina CEHMAL. 2011, pp. 179-189.  
44 Ibíd., p. 256  
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La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
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Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
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locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
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creciente profesionalización de la  
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humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Baus Palacios, Efraín,  
“Las dos Misiones Geodésicas Francesas y sus repeticiones  
históricas", Boletín de la Academia Nacional de Historia, vol.  
XCIX, Nº. 206-B, julio - diciembre 2021, Academia Nacional de  
Historia, Quito, 2021, pp.343-372