De Río de Janeiro a Itamaraty,
el holocausto territorial ecuatoriano
dado para defender lo que es nuestro, para decirle al mundo entero que
aquí vive gente amante de la paz, sí, pero dispuesta a entregar la vida
para ser respetada.
La ciudad, en aquellos aciagos momentos, se movía en prolon-
gadas noches sin luz en medio de una tensa calma, abrumado por los
silencios repentinamente rotos por el vuelo de un avión enemigo, por
el ladrido de un pero llorón, por la alerta sobre posibles bombardeos. Y
esta oscuridad fue alterada por el trabajo incesante de hombres y muje-
res que, con alto civismo, preparaban el alimento para el militar incrus-
tado en el amplio y sombrío boscaje; hombres y mujeres que supieron
abandonar sus hogares durante varias jornadas para entregarse altruis-
tas a las mejores causas de la Patria; hombres y mujeres que jamás su-
pieron de cansancios ni aspiraban medallas: simplemente querían unirse
al combatiente y vencer al enemigo. Y a esta minga de la dignidad se
unieron más civiles que se ubicaron en lugares estratégicos al acecho del
enemigo, y los Shuar que, cuan señores de la selva, orientaron la lucha
libertaria para sacar de nuestras entrañas el aleve colmillo del invasor.
Y los nombres de Tiwintza, Cueva de los Tayos, Coangos, Cón-
dor Mirador, entre otros, se convirtieron en lugares emblemáticos, en
escenarios de cruentos combates, en el centro de operaciones en donde
el soldado miraba de cerca la muerte pero no la temía, sentía el olor del
explosivo y no se acobardaba, escuchaba el reventar de las minas y el
tableteo de metralletas pero su espíritu no se doblegaba, acariciaba de
cerca el volar de los aviones enemigos expulsando excrementos de
muerte pero jamás retrocedía.
Y algunos murieron. Entre los viajeros al infinito tenemos a Mil-
ton Patiño, Richard Burgos y Ángel Rivera, jóvenes uniformados iden-
tificados plenamente con la historia de esta Gualaquiza heroica; ellos,
valerosos guerreros, gente sencilla, buena y de enormes aspiraciones,
entregaron su vida para evitar una nueva derrota.
El presidente Durán-Ballén, viejo caudillo de la Patria, enérgico,
decidido, confiado, insobornable, puso en escena su bizarría, jamás le
tembló el pulso ni fue dubitativa su voz y, como es lógico, lideró con co-
raje, y al grito de “ni un paso atrás” motivó aún más a un pueblo se-
diento de justicia, anhelante de libertad, deseoso de paz.
Calles y plazas del país se llenaban de niños, mujeres, ancianos,
discapacitados, todos con un solo propósito: animar a los soldados en
BOLETÍN ANH Nº 207 • 450–479
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