Bienvenida a John Stephen Atthens y David Brown
marco en que se desenvuelve nuestra institución –acorde a los artí-
culos 18 y 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos–
es el pluralismo, la absoluta libertad de profesar cualquier religión e
igualmente respeto total a la libertad de expresión, de información,
de prensa que es la madre de todas las libertades). El área religiosa
y su doctrina, en este caso, es campo propicio para la Academia de
Historia Eclesiástica.
Con estos antecedentes, ubico a González Suárez -que cum-
plió en Ibarra y en otras ciudades un trabajo excepcional- como his-
toriador, orador, polemista, patriota, estudioso de primer orden,
cuyo legado para las generaciones es realmente extraordinario. Sus
investigaciones de campo revelan al pionero de la arqueología en
nuestro país, en tiempos en que esta ciencia era inexistente, cuando
no, menospreciada por completo. Este testimonio del propio Gon-
zález Suárez lo dice todo:
Mi primera publicación relativa a la arqueología ecuatoriana, fue reci-
bida por nuestros compatriotas no solo con indiferencia, no solo con
desdén, sino con disgusto; nadie me dirigió ni una sola palabra siquiera
de aliento, y no faltaron algunos individuos graves, que calificaron mi
estudio histórico sobre los Cañaris, de obra inútil, escrita por un clérigo
ocioso, que en cosas de indios perdía el tiempo, que debía dedicar al
ejercicio del sagrado ministerio.2
No obstante, los serios obstáculos narrados, continuó Gon-
zález Suárez, sin desmayo, en sus afanes de conocer la vida de los
pueblos a través de sus testimonios materiales y dejó a la posteridad
el fruto de su visión y realizaciones -como ya dije- iniciales en esta
materia y en nuestro medio. Basta referirse a los títulos de su obra
escrita para avalar lo manifestado: Atlas arqueológico (integra el Tomo
primero, a manera de apéndice, de su voluminosa y raizal obra en
siete tomos Historia General de la República del Ecuador, que ha tenido
varias ediciones y que fue producto de sus agotadoras investigacio-
2
Estas frases las recordó Carlos Manuel Larrea en su estudio preliminar del libro Federico Gon-
zález Suárez, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Quito, 1960; se refirió a la carta dirigida al obispo
Pólit, Boletín Eclesiástico, Año XXV, N. 10, p. 340-46.
BOLETÍN ANH Nº 208-B • 96–100
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