BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen C  
Nº 208–B  
Julio–diciembre 2022  
Quito–Ecuador  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. C – Nº. 208-B  
Julio–diciembre 2022  
LAS PROCESIONES QUITEÑAS Y SUS CÓDIGOS OCULTOS  
–DISCURSO DE INCORPORACIÓN–  
Rina Artieda Velastegui1  
“El cuerpo aparece en el espejo de lo social  
como objeto concreto de investidura colectiva,  
como soporte de las escenificaciones y de las semiotizaciones,  
como motivo de distanciamiento o de distinción  
2
a través de las prácticas y los discursos que provoca.  
Contexto  
Discusión que lleva muchos años y que ha generado corrientes  
divergentes de pensamiento histórico, para el caso que nos ocupa:  
el análisis de las procesiones quiteñas como un evento de la norma-  
lidad citadina, se toma postura por la escuela de Heródoto y su im-  
periosa necesidad de permear ante la palabra de la gente, sus  
testimonios, memorias, vivencias, imaginarios y apropiaciones. Y lo  
hacemos porque la postulación contraria, aquella defendida por el  
aprendiz que superó al maestro, hay que reconocerlo, pero no en  
conciencia social, no - se recicla en la impronta de las estrategias que  
afianzan el poder; aquel fue Tusídides, para beneplácito de la hege-  
monía.  
Ante esta realidad y de cara al objeto de estudio, le apostamos  
al análisis de la historia desde la base del conocimiento social que la  
1
Magíster en Comunicación (aplicada a la historia y la cultura), por la Universidad Andina  
Simón Bolívar, 2015; Licenciada en Comunicación General e Institucional, por la Universidad  
Central del Ecuador, 2001; Gerente de Operadora Turística, por el Instituto Tecnológico Supe-  
rior de Turismo y Patrimonio Yavirac, 2017; Diplomada en Edición Editorial, por el Instituto  
Internacional de Periodismo José Martí, Cuba, 2009; Curso Superior de Comunicación y Rela-  
ciones Internacionales, FLACSO-CIESPAL, Quito, 2004-2005.  
2
David Le Breton, La sociología del cuerpo, ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2002, p. 81.  
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Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos  
condiciona. Pero… cómo podría determinar a esa historia local un  
evento que, hoy por hoy, para muchos ha llegado a ser visto incluso  
como un atractivo turístico, soslayando de él toda la fuerza de la  
carga social y simbólica que le reviste.  
Nos enfrentamos a las tradiciones que ofrecen una mirada  
epidérmica sobre las procesiones religiosas, una institución que ha-  
biendo nacido allá, en la Roma imperial, en el año 300 de nuestra  
era, aún permanece vigente: en otra realidad, en distinta época, con  
disímiles actores y que, no obstante, lo arcaico, transgresor y arbitra-  
rio de sus manifestaciones, como es el caso de la procesión de Jesús  
del Gran Poder, cada año se renueva y fortalece como un mecanismo  
efectivo que afianza al poder.  
Cultura: “Se trata de un término que tiene muchos significados e im-  
plicaciones. En historiología, este concepto se usa para identificar las  
diferentes manifestaciones humanas que han surgido a lo largo del  
tiempo. Dentro de estos parámetros, la cultura le permite a la historio-  
logía conocer las características políticas, religiosas y sociales de las co-  
munidades del pasado”.3  
Fuentes históricas: “Las fuentes históricas son todos aquellos docu-  
mentos que le permiten a las disciplinas históricas establecer sus teo-  
rías. Se tratan de todos los testimonios, textos y objetos que puedan  
analizarse con el objetivo de conocer los procesos históricos. Debido a  
esto, la historiología requiere de las fuentes históricas para desarro-  
llarse como rama del conocimiento.”4  
La Historiología: “La filosofía se refiere al conjunto de reflexiones que  
permiten conocer e interpretar las causas y los efectos de los aconteci-  
mientos. Por ello, la historiología emplea una serie de razonamientos  
5
filosóficos para desempeñarse como disciplina.  
Pasado: Este término se usa en la historiología para referirse a todos  
aquellos sucesos que ocurrieron en un período anterior al tiempo pre-  
3
Gabriela González, ¿Qué es la teoría de la historia o historiología?, Lifeder, 19 de febrero de  
020. Ver en: https://www.lifeder.com/teoria-historia-historiologia/ (09-12-2022).  
2
4
5
Gabriela González, op. cit.  
Ibíd.  
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sente. Dicho concepto no solo se utiliza en las ciencias históricas; tam-  
bién se emplea por otras disciplinas tales como el psicoanálisis, la geo-  
logía y la cosmología.6  
Método científico: Se trata de una metodología que permite obtener  
nuevos conocimientos mediante la observación sistemática, la experi-  
mentación y la formulación de hipótesis. Esta metodología es empleada  
frecuentemente por la historiología.7  
Tiempo: El tiempo es un concepto de magnitudes físicas que permite  
medir o separar la duración de los acontecimientos. Debido a esto, se  
afirma que el tiempo es una herramienta que ordena los sucesos a par-  
tir de secuencias; para ello, establece un pasado, un presente y un fu-  
turo. Las nociones temporales son imprescindibles cuando se desea  
estudiar la historia humana.8  
Categorías de análisis:  
Historia: Ante la certeza de que no existe una historia defi-  
nitiva y de que “no se puede encontrar toda la verdad en los archivos”,  
9
pensadores como Rudolf von Thadden y Zvi Yvetz sostienen que la  
historia puede configurarse con versiones distintas sobre un mismo  
hecho “sin que por ello esa historia pierda su fondo de veracidad” En esa  
percepción que es capacidad innata del ser humano están particu-  
larmente la tradición y la cultura, así como la memoria individual y  
colectiva. Thadden se refiere a la memoria histórica como:  
algo que no puede ser solo el resultado de una investigación científica,  
sino que es también, por sobre todo, el fruto de un debate continuo al  
interior de una sociedad que busca su lugar en la comunidad universal.  
La memoria histórica es modelada por la experiencia vivida de las dis-  
tintas generaciones, así como por la idea que estas se forman de la mar-  
cha de la historia.10  
6
7
8
9
1
Ibíd.  
Ibíd.  
Ibíd.  
Ponentes del Foro Internacional Memoria e Historia, realizado por la UNESCO en 1998.  
0 Rudolf von Thadden, “Una historia, dos memorias”, ¿Por qué recordar?, Academia Universal  
de las culturas, Foro internacional Memoria e Historia, Ediciones Granica S.A., 2002, p. 38.  
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Memoria: Al referirse a la memoria Paúl Ricoeur establece  
la existencia de una “paradoja primigenia” su referencia al pasado por  
medio de huellas que aunque no materiales, siempre están presentes  
a través del recuerdo que “implica la presencia de algo que está au-  
sente. Esa ausencia, es catalogada por Ricoeur, por un lado, “como la  
ausencia de lo irreal, lo imaginario, lo fantástico, la utopía –aquella vasta  
región de lo irreal- y, por otra, la ausencia algo muy especial, de lo anterior,  
11  
de lo que existió antes”. Al respecto, dice el autor, que la fiabilidad de  
la memoria depende de la “imbricación” de estas dos clases de au-  
sencias: la de lo irreal y la de lo anterior. Vincula a lo anterior con el  
imaginario toda vez que los recuerdos se presentan en forma de imá-  
genes. Rescata la “dimensión verista de la memoria” relacionando a  
12  
lo que ya no es con la verdad.  
Antecedentes  
Se revisarán: Origen de las procesiones, su impacto en los  
entornos, la Conquista en América  
El cómo y el por qué de las procesiones  
Las procesiones, en su calidad de actos litúrgicos han tenido  
importancia capital para los habitantes de una ciudad tradicional-  
mente católica como lo ha sido Quito. Regentada por la institucio-  
nalidad de la iglesia, la procesión se realiza gracias a un considerable  
número de participaciones individuales que llegan a integrar un con-  
glomerado de personas. Cada uno de sus actores cumple con una re-  
presentación, o papel determinado y dispone de una ubicación en el  
escenario, de acuerdo con un orden específico: cofradías, Verónicas,  
centuriones, cucuruchos, bandas, fieles y devotos.  
La organización de la procesión no es un acto improvisado, ni  
mecánico, por el contrario, es la resulta de otorgarle su debida aten-  
ción e importancia a lo que Foucault llama los “detalles”, a las “pe-  
11 Ricoeur Paúl, “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico”, ¿Por qué recor-  
dar?, Op. cit., p. 25.  
2 Ibíd., pp. 24-28.  
1
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13  
queñas cosas” que se alimentan con minucias reglamentadas: du-  
rante las liturgias, en el convento, en el confesionario, en la sublimi-  
nal asimilación de la culpa a través de los golpes en el pecho, en el  
horror al pecado, en la ingesta de la hostia, en fin… en cada pieza  
del aquel engranaje que integra al gran sistema de control físico, es-  
piritual y psicológico que la iglesia, día a día y desde su creación, ha  
ejercido sobre los “fieles”. ¿Las recompensas?: desde aquellas nimias  
como el sentimiento de alivio que la confesión provoca en el confeso,  
hasta aquellas magnas e inigualables como la ansiada gloria eterna,  
14  
“cálculo místico de lo ínfimo y de lo infinito.”  
A partir de estos planteamientos teóricos, bien podría deter-  
minarse a la procesión, como un espacio disciplinario signado por  
la aplicación de sutiles “coerciones permanentes”, así como por el  
cumplimiento de normativas que permiten “vigilar, apreciar y san-  
15  
cionar a las conductas individuales.” El objetivo: lograr que se ade-  
cuen a la multitudinaria manifestación social de un conglomerado  
que cimenta el poder de la iglesia a través de la religiosidad enten-  
dida como sinónimo de la fe en la divinidad y el temor al tan pro-  
metido castigo.  
La tradición llega a Quito  
Una de nuestras costumbres con mayor arraigo social y asi-  
dero en el tiempo es la Procesión del Viernes Santo. Heredado de  
tiempos coloniales, este es el acto litúrgico más simbólico e influ-  
yente de la religiosidad católica quiteña. Entre las relaciones escritas  
más remotas sobre este ritual se sabe:  
En las diferentes solemnidades, especialmente en las de Viernes Santo  
y de la Ascensión del Redentor, se observan indios semidesnudos que,  
cumpliendo la penitencia impuesta por sus confesores, se hacen atar  
con cuerdas a una gruesa viga los brazos extendidos, y con ese peso si-  
13 Michel Foucault, Vigilar y castigar (nacimiento de la prisión), Silo XXI editores, México, 1975,  
p.144  
4 Ibíd.  
1
15 Como confesarse para obtener la absolución o, comulgar, para “recibir el cuerpo de Cristo”.  
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guen la procesión; además de estos, hay otros que llevan haces de las  
hojas cortantes de sigse, sujetos a modo de delantal, que al caminar  
16  
hieren varias partes del cuerpo, haciendo correr ríos de sangre.  
En varias ciudades de América, en la época colonial, la pro-  
cesión del Viernes Santo fue, al pie de la letra, como se describe en-  
seguida:  
A la cabeza caminaban mil almas santas, algunas de las cuales tenían  
bonetes tan altos que llegaban hasta las ventanas del primer piso de las  
casas (…) Sobre sus andas, que venían inmediatamente después, estaba  
un ángel a cuyos pies un horroroso esqueleto representaba a la muerte  
derrotada por el Salvador. Una fila de sacerdotes seguía, revestidos por  
sus ornamentos, llevando diversos emblemas de la Pasión. (…) Seguía  
un cortejo de músicos vestidos con traje violeta y enmascarados, con  
sus instrumentos cubiertos por crespones en señal de duelo (…) Des-  
pués, venía nuestro Salvador levando su cruz y acompañado, como  
antes, por don Simón el Cireneo; después, el alcalde de la ciudad (…)  
Una multitud de negros caminaban detrás, vestidos con traje azul rey  
(
…) dos largas filas de frailes, cada uno llevando un crucifijo en la mano,  
aparecían y precedían a los estudiantes de dos colegios (…) Detrás, un  
sarcófago conteniendo el cuerpo de Jesucristo, rodeado de una multitud  
de individuos vestidos con trajes de todos los colores, armados de palos,  
sables, espadas, lanzas y con farol en mano. En representación de los  
judíos que fueron al Huerto de los Olivos para prender a Nuestro Señor.  
(
…) A los judíos les seguían los oficiales de guarnición, cirio en mano;  
después las tropas dispuestas por pelotones (…). Finalmente, la proce-  
sión terminaba con los religiosos de la Merced, los canónigos, el obispo,  
la Santa Virgen, envuelta con un vestido de terciopelo bordado en oro  
y plata, cuya cola portaba un ángel; una multitud de mujeres provistas  
de cirios, y un pelotón de gendarmería.17  
Si bien muchos de los personajes de antaño desaparecieron:  
almas santas, farricocos, ángeles vengadores y más, en el caso de la  
procesión de Viernes Santo de Quito existen determinados partici-  
pantes cuya impresionante presencia no solo se mantiene a través  
16 Paulo de Carvalho Neto, Antología del folklor ecuatoriano, 2° edición, Casa de la Cultura Ecua-  
toriana, Quito, 1994, p. 20.  
17 MM.A. D'Orbigny y J.B Eyriés, Viaje pintoresco a las dos Américas, Asia y África. Resumen general  
de todos los viajes y descubrimientos, Tomo I, Barcelona, 1842, p. 86.  
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del tiempo, sino que se refuerza con su devenir: los penitentes y ver-  
gonzantes. Léase sobre ellos la siguiente relación:  
Los penitentes con sus túnicas moradas y el puntiagudo capirote que  
vulgarmente se ha dado en llamar cucurucho van por lo menos descal-  
zas, cuando no escondiendo cilicios y tormentos del cuerpo en volun-  
tario castigo a sus culpas. Otros, sin temor humano, descubren pública-  
mente su penitencia (…) que con una corona de espinos en la cabeza y  
hojas de sig-sig sujetas firmemente al cuerpo, carga también pesada cruz  
en la espalda desnuda o se flagela en espeluznante imitación de lo que  
hicieron los sayones con el crucificado, llegando a tal realismo que se  
18  
hizo del nombre “procesiones de sangre” la identificación de la fecha.  
Escenas como las transcritas merecieron fuertes críticas, es-  
pecialmente por parte de quienes no formaron parte de la cotidiani-  
dad quiteña, entre ellos, del tratadista italiano Cayetano Osculati  
quien, en 1850, las calificó como un “bárbaro residuo de la superstición  
19  
española que todavía persiste en esta ciudad”. Resultaría inconcebible  
que, habiendo rebasado un siglo y medio de este pronunciamiento  
dichas prácticas persistan hasta la actualidad: nada más cercano a la  
realidad.  
Las referencias señaladas, dan cuenta de lo sucedido a me-  
diados del siglo XIX y fue casi un siglo después, a inicios de los años  
60 del siglo XX, cuando la procesión tomó un giro dramático que re-  
cicló su ritualidad, simbolismo y significación. Es en este punto  
cuando se torna necesario cuestionar: ¿Por qué, en los albores del  
siglo XXI, en plena era tecnológica, persisten estas manifestaciones  
propias del Oscurantismo? ¿Qué mecanismos sociales o psicológicos  
conducen a la gente a martirizar sus cuerpos? ¿Cuál es el fin que per-  
siguen?  
Las procesiones quiteñas, unidades de análisis  
Como herencia colonial que ha persistido el paso del tiempo,  
las procesiones son una de las manifestaciones más importantes de  
1
1
8 Alfredo Fuentes Roldán, Quito tradiciones, obra completa. Ediciones Abya Yala, 2013. Pág.  
41.  
9 Cfr. Cayetano Osculati en: Paulo de Carvalho, op. cit., p. 21.  
3
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la religiosidad, tanto de las clases populares, cuanto de las élites. No  
obstante estar motivadas por un eje común: la fe en la divinidad,  
entre ellas existen distinciones que marcan claramente la línea divi-  
soria entre lo que a la luz de Bourdieu se categorizaría como los gus-  
tos puros y los gustos bárbaros. Para profundizar en el análisis, se  
realizará un análisis comparativo sobre dos eventos religiosos que  
giran en torno a bienes de suma importancia para el colectivo qui-  
teño: la procesión de la Dolorosa del Colegio cuyo objeto central de  
veneración es el cuadro que enmarca una imagen mariana y, la pro-  
cesión de Jesús del Gran Poder, cuyo bien principal de culto es la  
imagen escultórica de Jesús, el nazareno.  
Procesión de la Dolorosa del Colegio  
Antecedentes:  
Se inició y se realiza como rememoración del prodigio suce-  
dido el 20 de abril de 1906, cuando, según el testimonio de varios  
alumnos del Colegio San Gabriel, la imagen enmarcada de la Virgen  
Dolorosa que pendía de una de las paredes del comedor de los estu-  
20  
diantes parpadeó varias veces. Este hecho, conforme los registros  
jesuitas, sucedió en el comedor del internado del Colegio San Gabriel,  
institución educativa jesuita que cuenta con notorio prestigio en la ciu-  
dad de Quito. Como contexto social y político, en ese entonces el Ecua-  
dor vivía la Revolución Liberal y la consabida implementación del  
laicismo. En consecuencia, el prodigio fortaleció una corriente de reli-  
giosidad que, de un modo u otro, contribuyó a apuntalar al, en ese en-  
tonces, debilitado poder eclesial.  
Análisis:  
21  
Regentados por los jesuitas, tradicionalmente los “gabrie-  
2
2
linos”, antes más que ahora, han pertenecido a lo que, según tér-  
2
0 De serenas facciones caucásicas: piel blanca de alabastro y ojos azules, diametralmente dife-  
rente a las reconocidas tallas de devoción masiva manufacturadas por Diego de Robles –la  
Virgen del Quinche y la virgen del Cisne-.  
2
2
1 Considerados por muchos como la intelectual e influyente de la iglesia en el mundo.  
2 Categoría que agrupa principalmente a alumnos y ex alumnos del Colegio San Gabriel y que  
incluye a otros actores que forman la “familia gabrielina” maestros y padres de familia.  
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minos de Bourdieu, podría calificarse como la “burguesía” quiteña.  
23  
Poseedores de títulos de nobleza cultural”, forman parte del grupo  
social signado por la tradición, el círculo social, la posición econó-  
mica, la preparación intelectual, referentes de un estatus de ennoble-  
24  
cimiento característico de las “clases jerarquizadas”. Estas condicio-  
nes alimentan la creencia de una “imposición simbólica” ejercida  
sobre los “plebeyos”; es decir, la “masa”, devaluada, caótica y de-  
25  
sorganizada a la que hace referencia Martín Barbero y, cuya devo-  
ción religiosa encuentra su objetivo en el culto al Cristo franciscano.  
Otros elementos de distinción se encuentran: en el orden, los  
actores, la disciplina, la ubicuidad espacial y más elementos presen-  
tes en una y otra. La procesión de la Dolorosa se inicia con una misa  
realizada en la capilla homónima, ubicada en la zona norte de la ciu-  
dad. En ella participan actores sociales cuyo leitmotiv no corresponde  
a la culpa (como se evidenciará en el otro ejemplo), sino a la gratitud,  
la representación, el reconocimiento de clase en su calidad de “bienes  
civilizados”. Ellos son alumnos, familiares y profesores de la “familia  
gabrielina” y de la plana mayor eclesial, al punto de que el Arzo-  
bispo de la ciudad preside la procesión. A este encuentro, que dentro  
de lo estético está normado y obedece a un orden riguroso de for-  
mación marcial; le acompasan coros entrenados y voces directrices.  
Los espectadores son solo curiosos, agentes externos que se integran  
a este cuerpo religioso de forma furtiva.  
Procesión de Jesús del Gran Poder  
Realidades sociales en Quito  
Fue en 1961, cuando, durante su visita a Quito, tres toreros  
2
2
2
3 Pierre Bourdieu, La Distinción, Grupo Santillana de Ediciones, Santa Fe, Colombia, 1998, p. 21.  
4 Ibíd., p. 20.  
5 Al respecto, Martín Barbero señala a la masa como formada en el “descenso, en la regresión  
hacia un estadio primitivo”, encasillada en una categorización instintiva, crédula, que agita  
y siembra el desorden a su paso. Sugestionable, principalmente, en sus “creencias y confi-  
guración “religiosa” influenciada por: “el mito que las cohesiona y el líder que oficia los  
mitos”: en este caso, el perdón de los pecados a través de la re edición de la muerte y resu-  
rrección de Cristo y, la iglesia, respectivamente. En: Martín Barbero Jesús, De los medios a las  
mediaciones, Editorial Gustavo Gilli, Barcelona, p. 34.  
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Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos  
españoles encontraron, de casualidad, la imagen desportillada del  
Cristo Nazareno (que unos atribuyen al español Montañés y otros al  
padre Carlos), en un desván del convento de San Francisco. La talla,  
vestida con hábito franciscano y con la cruz a cuestas, era un símil  
del patrono de la Fiesta Taurina de Sevilla. Entonces, a insistencias  
de los “diestros” y al entusiasmo de dicha orden religiosa, se inició  
el culto a la imagen. Meses después de haberla promocionado dentro  
y fuera del país, se inauguró la Feria Taurina de Jesús del Gran Poder  
que fue económicamente significativa para los sectores vinculados  
con su realización.  
El posicionamiento de esta imagen de Cristo determinó le  
presencia en la procesión de tan solo tres imágenes religiosas, desde  
entonces, destinatarias de los ruegos, rezos, peticiones y, a no du-  
darlo, también de los reclamos de los creyentes quiteños: la Virgen  
de los Dolores, el Señor del Gran Poder y Juan, el hermano de Jesús.  
Quien se detenga a contemplar la procesión quiteña, se encontrará  
con una edición actualizada de lo señalado: fieles penitentes con la  
soga al cuello, cadenas en los tobillos, coronas de espinas ciñéndoles  
la cabeza; personajes “semidesnudos que cumplen penitencias –ahora,  
incluso autoimpuestas-, que se hacen atar con cuerdas, los brazos exten-  
26  
didos, a una gruesa viga y con ese peso siguen la procesión (…)”; en re-  
sumen: cuerpos lacerados, sangre expuesta y rostros ocultos.  
Análisis de la procesión de Jesús del Gran Poder  
La conveniencia de una nueva escenificación  
Previo lo expuesto en el capítulo sobre las realidades sociales  
en Quito, nos encontramos con uno de los casos sui géneris en la his-  
toria de las apropiaciones y resemantizaciones culturales pues, co-  
nocidos el avance del pensamiento y el desarrollo de la ciencia, así  
como la conciencia social sobre la defensa de los Derechos Humanos,  
causa resistencia evidenciar la vigencia de casos de automortificación  
que atentan en contra de la integridad humana, más aún, de la pro-  
pia integridad. Esta realidad conduce al análisis cuando ya en 1777  
26 Paulo de Carvalho, op. cit., p. 22.  
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el rey Carlos III había prohibido las automortificaciones por consi-  
derarlas como actos sangrientos carentes de normas que propiciaban  
27  
al caos , mientras que en la actualidad, la misma iglesia desaconseja  
las prácticas de autoflagelación; tal es el caso de la hermandad fran-  
ciscana en Quito que, prácticamente, ha perdido la batalla frente a  
un conglomerado que, no obstante las recomendaciones en contrario,  
persiste en estas prácticas.  
De vuelta al análisis de la procesión histórica heredada de la  
Colonia y, sobre las modificaciones adoptadas en 1961, a partir de la  
amplia acogida al culto a la imagen de Jesús del Gran Poder, retoman  
vigencia las interrogantes arriba expuestas: ¿Por qué, en los albores  
del siglo XXI, … Para encontrar las respuestas es necesario dirigir  
las miradas hacia sus protagonistas.  
Los actores, todos culpables  
Los protagonistas –el cuerpo, sangre y carne de la procesión–,  
son gente, en su mayoría perteneciente a los sectores populares, “la  
clase media baja y baja”, no solo de Quito, sino de diversos y alejados  
lugares. Así como “los engranajes de una maquinaria” cada uno de  
estos “cuerpos”, en forma disciplinada, cumple con la normativa de  
ocupar un espacio determinado y de ejercer una función específica.  
De acuerdo con lo Planteado por Michel de Certeau, “toda esta maqui-  
naria transforma a los cuerpos individuales (cucuruchos, penitentes, Ve-  
28  
rónicas, centuriones…) en un cuerpo social”. la procesión en la que se  
afianza el poder de la iglesia como estructura.  
Los cuerpos de la procesión son, como De Certeau lo seña-  
29  
laría: “lienzos en blanco” sobre los cuales pueden escribirse los cas-  
tigos que imponen la norma y el orden. Esto, claro está, no es cosa  
nueva para la iglesia, “sociedad salvaje y depravada” en tiempos de  
2
7 Al respecto, Gerardo Di Fazio en su nota “Flagelación, penitencia, crucifixión y el uso del ci-  
licio hasta sangrar: cuando la religión se vuelve extrema” (Infobae, 13-03-2021) expone sobre  
la vigencia de estas prácticas en distintas latitudes. Ver en: https://www.infobae.com/so-  
ciedad/ 2021/03/13/flagelacion-penitencia-crucifixion-y-el-uso-del-cilicio-hasta-sangrar-  
cuando-la-religion-se-vuelve-extrema/  
2
2
8 Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, Universidad Iberoamericana, A.C. México,  
1996, p. 155.  
9 Ibídem, p. 153.  
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Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos  
la inquisición. Con la finalidad de que ese capítulo negro de la his-  
toria no se repita, el mundo siempre debe recordar la imposición del  
perverso orden inquisitorial, implantado a través del horror y la tor-  
tura, porque así, con fuego y hierro, el Santo Oficio escribió en el per-  
gamino de los cuerpos, para disciplinarlos y normarlos. Las marcas  
de la inquisición, para aquellos quienes lograron sobrevivir, queda-  
ron grabadas como el estigma del “mal arrancado del cuerpo”, con-  
finando para siempre a sus dueños en la muerte en vida de la  
proscripción y el repudio.  
Manual para purgar las culpas  
No obstante, el paso de los siglos, esos “rezagos de barbarie”,  
aunque atenuados, permanecen en la actualidad. Ahora, no son los  
verdugos los que aplican el tormento, sino los mismos cuerpos los  
que se autoflagelan para sacar de sí hasta el más mínimo resquicio  
de lo que la iglesia condena, para deshacerse de aquello que no les  
corresponde o que está en demasía: la tentación, la lujuria, la gula,  
la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia. Por eso, “es ne-  
30  
cesario extirparlos del cuerpo mediante la sangría, la purga”. En este sen-  
tido el castigo y la flagelación por mano propia buscan generar “ríos  
de sangre” para que en su flujo, los pecados y la culpa abandonen el  
cuerpo.  
La penitencia, por su parte, es considerada entre otras defi-  
31  
niciones como: “todo acto de mortificación interior o exterior y también  
como el “Sacramento por el cual, mediante la absolución del sacerdote, son  
32  
perdonados los pecados”. En el escenario de la procesión los penitentes  
concretan sus motivaciones a través “del pago de favores divinos”,  
del “cumplimiento de promesas” o, por el “mandato de voces invisi-  
bles”. Lo hacen, a través del caminar descalzo, del azotarse continuo,  
del cargar su cruz, del arrastre de cadenas y de aplicarse demás mor-  
tificaciones que ayuden a expiar las culpas y extirpar el pecado, de  
imponer la disciplina y ejercer la norma sobre los cuerpos.  
30 Michel de Certeau, op. cit., p. 156.  
31 Penitencia, Enciclopedia Universal. Ver en: https://enciclopedia_universal.es-academic.com/  
1
32455/penitencia (13-12-2022).  
3
2 Ibídem.  
BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
207  
Rina ArtiedaVelástegui  
Cómo disciplinar con eficacia  
Al respecto, De Certeau señala que para que la Ley se escriba  
sobre los cuerpos es necesaria la mediación de herramientas que tra-  
bajen en ellos a través de la fuerza (cuchillos, garrotes, cilicios, cru-  
ces). Estos objetos están hechos para ceñir, enderezar, cortar, abrir,  
33  
encerrar (…) a los cuerpos. Sujeto a los efectos de estos elementos,  
el cuerpo se convierte en “un ejemplo de la regla” en la innegable  
evidencia visual que vuelve legible a la norma a través de la acción  
de hierros, aceros, maderas compactas, curvos, rectos, contundentes,  
punzantes.  
Como es natural, el efecto causado por estas herramientas,  
al que se suma el profundo sentimiento de “gran culpa” que acom-  
paña a los cuerpos, se evidencia a través de gestualidades comunes,  
compartidas que –de acuerdo con lo planteado por Le Bretón– pro-  
pician entre ellos una identidad cultural. Esta pertenencia social, efí-  
mera y oculta, se muestra a través de códigos de comprensión  
común: expresiones, vestimenta, sonidos, percepciones, obediencias,  
todas, categorías que responden a una sola norma, la impuesta por  
la iglesia a través de la procesión.  
Sobre los usos corporales manifiestos en los actores de la pro-  
cesión, se trata de entenderlos según Le Bretón señala “Las represen-  
taciones de la persona y las del cuerpo, corolario de aquellas, están siempre  
insertas en las visiones del mundo de las diferentes comunidades humanas.”  
Ergo, vistas las escenas humanas de la procesión quiteña, tanto en  
lo fisiológico, lo anatómico y lo cultural, bien podría señalarse que  
determinados grupos humanos partícipes de esta manifestación re-  
ligiosa persisten, quizá de forma inconsciente, en comportamientos  
sociales de culpabilidad y miedo.  
Los rostros del dolor: Sirva este planteamiento teórico para  
3
4
justificar la llamada “gramática de los gestos” donde el “sentido  
del gesto se construye en el desarrollo de la interacción” entre los  
cuerpos participantes de la procesión: los rostros dolientes de todos  
los cuerpos, las miradas suplicantes, la vista al cielo, los labios mu-  
33 Michel de Certeau, op. cit., p. 154.  
34 Cfr. Birdwhistell en: David Le Breton, La sociología …op. cit., p. 49.  
BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
208  
Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos  
sitando, las lágrimas, el dolor evidenciado, las manos cruzadas y más  
enunciaciones del lenguaje no verbal que dan forma al leitmotiv de  
esta manifestación ritual: afianzar el dolor por la “muerte de Dios”  
y acrecentar el sentimiento de culpa que a nombre de este motivo,  
ha sido impuesto por la iglesia.  
No obstante, la ausencia de voces de mando, el conglome-  
rado procesional responde a reglamentos y normativas interioriza-  
dos que se reactivan durante la efímera presencia de este rito  
citadino. El escenario está marcado por normas temporales que se  
activan al ritmo de golpes de tambor y de diferentes cánticos rituales  
que marcan la pauta de los comportamientos y actuar de los cuerpos.  
El golpe seco del tambor es la advertencia; el breve segundo poste-  
rior, ordena la preparación y, el seguido primer acorde de la banda  
de pueblo, dispone el avance de los cuerpos a “paso corto” al mismo  
tiempo que sus cánticos son la evidencia oral de su disciplina. El  
golpe inicial provoca la reacción inmediata de los cuerpos que al ma-  
35  
nifestar su expectativa dicen: “Señor, heme aquí”.  
De regreso a uno de los cuestionamientos iniciales, la res-  
puesta gira en torno a un solo motivo, el miedo: a lo desconocido, al  
mal, a las consecuencias del “pecado”, al sentimiento de culpa, a la  
libertad de ser y pensar, a la purga eterna, al más allá, a la divinidad  
y al castigo, miedo a sentir y a vivir. Todas estas son manifestaciones  
del dramático sentimiento que, desde su aparición, la iglesia se ha  
encargado de alimentar de mil y un maneras; de ese miedo, que es, a  
la vez, instrumento de dominio espiritual, físico y psicológico, así  
como el puntal del que se sostiene.  
Ese temor conduce a la búsqueda de la salvación del alma en  
pos de la cual se mueve el concurso colectivo y permanente de los in-  
3
6
dividuos. De la mano van el castigo y la recompensa que, final-  
mente, no beneficia al cuerpo, sino al espíritu con el premio de la vida  
eterna, el perdón de los pecados y la liberación de las culpas.  
3
3
5 Michel Foucault, op. cit., p. 158.  
6 Ibíd., p. 168.  
BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
209  
Rina ArtiedaVelástegui  
Ser parte del escenario y sentir el miedo  
Al contrario de lo que la ligereza de los tiempos actuales po-  
dría imponer, la procesión quiteña crece y, cada año, son más los cuer-  
pos que participan en ella: sean los caminantes que avanzan por la  
calzada, o los observantes apostados en las veredas. ¿Será acaso que  
nuevos miedos como la “violencia, la criminalidad y la inseguridad  
37  
en las calles a los que hace referencia Barbero en Pre-Textos, justi-  
fican este aumento?  
Alo largo del trayecto, ruta tradicionalmente normada por la  
que avanzan las imágenes, la “gente del pueblo” se disputa por ocu-  
par un lugar que le permita tener una visión preferencial. Todos es-  
peran, mirando con impaciencia en dirección de donde deberán  
aparecer las puntas moradas de los cucuruchos que preceden a las  
imágenes.  
Alo largo del espacio, se aprecia a quienes musitan oraciones  
con un rosario en la mano; otros, sentados en la vereda, comen con  
gusto alguna comida callejera; los de más allá, hablan por celular…  
Entre ellos, una joven pareja de vendedores ambulantes discute mien-  
tras él la amenaza con “bajarla a patadas de los buses” si la vuelve a  
encontrar vendiendo en ellos. Por ahí, alguien pide permiso para  
bajar de la vereda mientras la aludida le clava una feroz mirada de  
no asentimiento.  
El espacio vacío de la calle, la media vía, que los espectadores  
han dejado libre para el paso de la procesión, es aprovechado por los  
coches de ventas ambulantes que ofrecen colas, choclos con queso,  
globos, plásticos para protegerse de la inminente lluvia, etc. Toda  
oportunidad para vender es buena y el medio de la calle, rodeado de  
la muchedumbre, es el escenario propicio para ganarse la vida, mien-  
tras los minutos lo permitan y hasta que la escolta policial motorizada  
abra paso a la procesión obligando a los espectadores a subirse a las  
veredas y a los comerciantes a buscar la primera intersección para  
parquear sus coches y sus canastos.  
37 Martín Barbero, Pre-Textos (Conversaciones sobre las comunicaciones y sus contextos), Editorial  
Universidad del Valle, Santiago de Cali-Colombia, mayo de 1996.  
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Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos  
Por fin los acordes inconfundibles y acompasados de las ban-  
das de pueblo anuncian la proximidad de la procesión. Al inicio, las  
motocicletas policiales; luego, una camioneta con altavoz desde la  
que las radios Francisco Estéreo y Jesús del Gran Poder, transmiten  
el evento en vivo. Atrás, un hombre presa de la poliomielitis avanza  
sobre sus extremidades: manos y rodillas protegidas con trozos de  
llantas; y junto a él, dos niños –seguramente sus parientes–, quienes  
le llevan a la boca: el uno, trozos de pan y, el otro, tragos de agua.  
Sin esperar, hace su avance la figura de un impresionante y  
corpulento cucurucho ataviado de negro; le siguen, los penitentes:  
unos con coronas hechas de plantas espinosas o alambre de púas,  
otros, arrastrando gruesas cadenas atadas a los tobillos, los de más  
allá con los hombros dolientes sobre los que fustigan pesadas cruces  
de madera, las espaldas de varios sintiendo a cada movimiento el  
clavarse incesante de las espinas de los cactus que, para esta ocasión  
han sido acondicionados en forma de cruces.  
Todo huele a misticismo, a penitencia. El aire se envuelve de  
una extraña sensación con sabor a temor y arrepentimiento. Es un  
miedo colectivo que hoy, más que nunca, se evidencia a través de  
esta gente, en este sector, de esta ciudad. Un temor compartido que  
se manifiesta desde aquel temor individual expresado entre aquella  
pareja de comerciantes que estaban discutiendo, hasta aquel miedo  
colectivo al castigo divino por las faltas y los “pecados” cometidos”.  
Es la búsqueda desesperada del perdón a través de la promesa de  
reivindicación que, en gran parte de estos casos, dura solo lo que el  
Viernes Santo”.  
En la procesión del Viernes Santo participa el “pueblo”, de-  
cenas de miles de personas, en su gran mayoría de estratos humildes  
que, a lo largo del recorrido, se agolpan indisciplinados e irreveren-  
tes en las veredas, calzadas, postes; en todo lugar que ofrezca la po-  
sibilidad de tener una visión privilegiada de aquel espectáculo  
religioso. Sus integrantes (de la procesión en sí) pertenecen a las lla-  
38  
madas “cofradías”, humildes agrupaciones, generalmente de arte-  
3
8 Calificadas por el investigador etnohistórico guatemalteco Flavio Rojas Lima, como un Re-  
ducto cultural indígena, esa institución se asimiló de las costumbres españolas que se impor-  
taron a partir de la conquista para que sean asumidas por los indígenas.  
BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
211  
Rina ArtiedaVelástegui  
sanos y oficios. También están los cucuruchos, bandas de pueblo, ve-  
rónicas, centuriones, penitentes, todos marcados por los signos y ca-  
racterísticas de la “infamia”: ilegitimidad, pobreza, sufrimiento, dolor,  
auto castigo aplicado por las “culpas” y “pecados”. Tanto ellos, como  
los espectadores, son los posesionarios de “bienes bárbaros” asumi-  
dos por las masas a través del discurso eclesial y, en consecuencia,  
heredados de la Colonia como propiedad exclusiva de los estratos so-  
cialmente bajos. En ella, participan únicamente los religiosos mendi-  
cantes encargados de la logística. Adiferencia de la procesión jesuita,  
en la franciscana no se ha visto a ningún alto prelado de la iglesia.  
En cuanto a lo estético, aplicado a los objetos de veneración,  
y de arte, a la vez, son la imagen mariana impresa, la señalada lito-  
grafía, enmarcada en un elaborado soporte barroco de oro que,  
según se conoce, fue trabajado por expertos joyeros con las ofrendas  
entregadas por los fieles. Custodiado por la fuerza pública, el cuadro  
39  
impone una distancia que solo le posibilita ser admirado de lejos.  
Por el otro lado, está una talla de madera accesible a las masas, ade-  
más de por su humildad y sufrimiento, por su cercanía espacial y  
por permitirles ser destinataria, además de sus ruegos, de flores y li-  
mosnas que le son arrojados, a veces con desesperación en las ansias  
de que, efectivamente, la topen y caigan a sus pies.  
Nótese que estas dos formas de percibir el objeto revelan la  
desigual distribución de la aptitud” para contactarse con el objeto  
40  
de veneración, la primera, correspondiente al “gusto puro y, la se-  
41  
gunda al “gusto bárbaro”. La función de ambos, es la misma, exa-  
cerbar la sensibilidad religiosa que apuntala a la iglesia, sin embargo  
la oposición y la demarcación de límites entre uno y otro podría  
darse en la percepción simbólica de oposición que provocan, respec-  
tivamente, la serenidad y el sufrimiento de los rostros y, el oro y la  
madera en los que se contextualizan.  
3
9 En el capítulo “Distanciamiento estético”, Bourdieu plantea la categoría de “distancia”  
cuando de la medida de cercanía en relación con la percepción se trata. Al respecto, a las  
masas les resulta más fácil acercarse a la Virgen del Quinche que a la virgen Dolorosa por  
los criterios expuestos.  
40 Pierre Bourdieu, op. cit., p. 26.  
41 Ibídem., p. 28.  
BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
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Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos  
La distinción se marca, también en elementos que podrían  
aparecer como triviales pero que, a la luz del análisis teórico, también  
generan brechas sociales. La ambientación sonora, por ejemplo, es  
uno de esos ellos: la procesión de la virgen Dolorosa cuenta con mú-  
sica sagrada instrumental que se transmite a través de altavoces y es  
coreada por los concurrentes. La del Viernes Santo, no puede pres-  
cindir de los himnos religiosos entonados por diversas bandas de  
pueblo que, distribuidas a lo largo de la procesión, marcan las pautas  
que permiten que los fieles avancen o se detengan en el camino, que  
canten o se silencien.  
Otro ejemplo de importancia con respecto a la distinción  
aplicada a los cuerpos son su exposición y ocultamiento. Mientras  
los devotos de la Dolorosa buscan una exposición simbólica que evi-  
dencie su pertenencia a las clases sociales “elevadas”, los fieles al  
Cristo mendicante buscan ocultarse tras un cucurucho que encubre  
sus vergüenzas, sus faltas y pecados, aquellas condicionantes mora-  
les bárbaras, ilegítimas, las marcas de la infamia por las que deben  
auto castigarse, auto flagelarse para evitar el peligro volverse conta-  
minantes. Por su parte, el sector social partícipe de la procesión de  
la Dolorosa responde a otro modo de vida, pensar, ser y actuar, a una  
realidad distante a la manera “tan bárbara y oscurantista” que se pa-  
42  
tenta en la procesión franciscana.  
Conclusión  
43  
Si bien es cierto que desde los años 80 la institución eclesial  
ha ido modificado sus posturas en concordancia con las dinámicas  
del tiempo actual, con el ejemplo de la Procesión de Semana Santa  
en Quito, se evidencia que cuatro décadas son, a todas luces, insufi-  
cientes para erradicar milenios de dogmas cuyas enunciaciones per-  
sisten y se fortalecen, al margen de la postulación contraria que la  
misma iglesia formula al respecto.  
4
2 De acuerdo con la calificación otorgada a la auto flagelación por el tratadista italiano Cayetano  
Osculati, a mediados del siglo XVII, durante el recorrido que hiciera por la Audiencia de  
Quito.  
43 A partir del papado de Juan Pablo II (Karol Wojtila, polaco).  
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Rina ArtiedaVelástegui  
Parte de esos discursos institucionales patentados para ga-  
rantizar, en inicio la evangelización y, luego, la propagación de la fe  
marcaron notorias distinciones sociales, propagadas, especialmente,  
desde la doctrina, liturgias, prácticas, creencias y usos sociales afian-  
zando así, de mil maneras, la brecha simbólica y real existente entre  
los de arriba” y “los de abajo”.  
Amén del arraigo espiritual del que se alimentan ambas ma-  
nifestaciones, tras ellas existen intereses políticos y económicos que  
las sostienen y que se sostienen de ellas a través del afianzamiento  
del dogma religioso.  
Conforme lo analizado a la luz de la teoría social, la historia  
marcada en Quito por las procesiones religiosas objeto de estudio se  
contextualiza en dos escenarios socialmente distanciados, situación  
que se evidencia en el análisis realizado a una y otra, (Cuadro com-  
parativo).  
Si bien es cierto que el conocimiento científico de la historia,  
entendido como Epistemología, rige el estudio de esos hechos an-  
clándolos a asideros verificables, los ejemplos analizados a través de  
esta investigación develan la existencia de otros factores que, sin  
haber sido registrados en los anales históricos: permanecen latentes  
y son determinantes del carácter de estas manifestaciones sociales,  
es decir, son reales. Es imprescindible, por tanto, que estas otras mi-  
radas sean integradas a un macro proceso de análisis desde la His-  
toria, como disciplina de investigación, esto con la finalidad de evitar  
sesgos o incomprensiones que, al oscurecer la realidad, responden a  
los intereses de los vencedores cuya hegemonía se afianza a través  
de los discursos. Tusídides lo supo y, no obstante las enseñanzas de  
Heródoto, supo conducir a la historia por esos no tan humanitarios  
caminos.  
BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
214  
Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos  
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BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
215  
Rina ArtiedaVelástegui  
Anexo  
Códigos ocultos en las procesiones quiteñas  
Cuadro comparativo  
DIFERENCIADOR  
PROCESIÓN JESÚS  
DEL GRAN PODER (INFAMIA)  
PROCESIÓN DE LA DOLOROSA  
DEL COLEGIO (DISTINCIÓN)  
Jesuitas  
ORDEN RELIGIOSA  
PROTAGONISTAS  
Franciscanos  
Jesús, el Nazareno  
Virgen Dolorosa  
Cristo descalzo con la cruz  
a cuestas, abatido, derrotado,  
triste, cansado, lacerado,  
doliente…No fija la mirada  
Virgen de los Dolores  
(no de los Dolores)  
Características arias: tez  
blanca, rasgos finos,  
ojos azules…Mirada dulce,  
rostro sereno, impecable…  
Sufrida, llorosa, abatida, impotente, Mira de frente  
distante…  
DEVOTOS/actitud  
Pueblo, mayoritariamente clase  
media baja y baja. Fervoroso y  
angustiado, apremiado, culpable,  
Mayoritariamente clase  
media alta y alta. Fervorosos  
y agradecidos. Juventud,  
endeudado, temeroso…Toda edad: promesa y esperanza.  
niños, jóvenes, adultos, ancianos…  
Cucuruchos, verónicas, cofrades,  
Escoltas, estudiantes de  
colegios jesuitas,  
bandas de pueblo, Policía Nacional, consagrados a la imagen.  
mendigos…  
Profesores, familiares…  
CUERPOS  
Cubiertos penitentes encerrados  
en la prisión de lo inadmisible,  
la vergüenza, lo censurado  
Cubiertos,identificados,  
animados, distinguidos…  
(cucuruchos)Cuerpos lacerados,  
sangrantes, descalzos, castigados…  
CÁNONES  
RUTA  
Normados  
Normados  
Extremado esfuerzo físico  
Esfuerzo físico mínimo  
BOLETÍN ANH Nº 208-B •196–216  
216  
La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Artieda Velástegui, Rina,  
"
Las procesiones quiteñas y sus códigos ocultos", Boletín de la  
Academia Nacional de Historia, vol. C, Nº. 208-B, julio - diciembre  
022, Academia Nacional de Historia, Quito, 2023, pp.196-216  
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