Franklin Barriga López
que tuvo y tiene, precisamente, en la Ilustración el mejor y gigantesco
surtidor de claridades, como aquella Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano, en donde se reconoció los derechos naturales
e imprescriptibles y que son definidos en el Art. 4 de ese documento
incomparable: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia
a la opresión. Esta Declaración, emitida el 26 de agosto de 1789, cons-
tituyó el cimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
efectuada por la Organización de las Naciones Unidas, también en
París, el 10 de diciembre de 1948.
Jorge Ortiz evoca y relaciona con la Ilustración, desde luego
ya conformada nuestra República, a estos notables ambateños: Juan
Montalvo, que vivió en Francia y se nutrió de sus fuentes espiritua-
les para consolidar esa pluma de resonancia universal, estructurada
en la fragua de la valentía y el talento; Juan León Mera Martínez
que, por su dedicación al estudio, legó a la cultura obras trascenden-
tales que, en el campo de las letras, especialmente, recomiendan su
recuerdo con visos de perpetuidad.
La Ilustración, producto del Siglo de las Luces, el XVIII, se
proyectó en toda Europa y sus colonias, entre ellas en las de nuestro
continente: su mayor legado fue el aparecimiento de pensadores que
condujeron a los habitantes de Occidente, inspirados en el espíritu
del Renacimiento, hacia las rutas de la libertad y la democracia, como
fueron la Revolución Francesa y, antes, la Guerra de Independencia
de los Estados Unidos.
La modernización de la cultura, el paulatino ascenso de la
mujer en el seno de la sociedad, la búsqueda del conocimiento como
motor de progreso y la disipación de las tinieblas que prevalecieron
en la Edad Media. Jamás se puede olvidar los aportes que a la civili-
zación hicieron los iluministas y los autores de la Enciclopedia, entre
ellos Francois-Marie Arouet (1694-1778), más conocido como Voltaire,
cuyas cenizas reposan actualmente en París, en el Panteón de los
Hombres Ilustres, filósofo, historiador, Miembro de la Academia
Francesa, a quien se le atribuye estas palabras de vigencia eterna: “No
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comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
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Cfr. Voltaire en: Beolergui Guillermo, No digamos mañana que ayer... , Editorial Dunken, Bue-
nos Aires, 2014, p. 84.
BOLETÍN ANH Nº 208-B • 274–281
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