BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen C  
Nº 208–B  
Julio–diciembre 2022  
Quito–Ecuador  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. C – Nº. 208-B  
Julio–diciembre 2022  
VIDA Y FILOSOFÍA DE ROUSSEAU, SCHOPENHAUER,  
FREDERICK NIETZSCHE Y JUAN MONTALVO  
–DISCURSO DE INCORPORACIÓN–  
José Alvarado Gualpa1  
Realizar un ensayo sobre dos grandes pensadores alemanes,  
un francés y un ecuatoriano, casi similares y diferentes a la vez en  
su filosofía, más aún en sus vidas, es un reto al que hay que enfren-  
tarlo, Pues el mismo Nietzsche decía: “La fuerza agresiva puede calcu-  
larse tanto en el adversario más poderoso como en el problema más difícil,  
2
puesto que un filósofo lucha hasta con los problemas”; y enrostrarlo en  
su análisis, aunque sea no de una manera profunda, sino muy so-  
meramente, aprovechando este grandioso momento que para mí,  
crea fruición múltiple y, esta felicidad adentrada en mi corazón, es  
proveniente de los dos seres que, desde su eternidad, habrían estado a  
lado de su hijo que, desde la niñez y juventud siempre fue travieso  
con la investigación histórica, más todavía, cuando la senectud, pero  
menos la decrepitud, (la más débil y vulnerable), atraviésame los  
minutos y los días que aspiro no me sean muy aciagos y sufridos,  
aparte de los ya vividos sin su presencia. Cierto es, la dicha va a ser  
muy corta en el tiempo del resto de mi vida y, por ello presurosamente  
presento este análisis que, aspiro sirva de soporte para futuras ma-  
yores acentuaciones investigativas, hoy que me complazco en incor-  
porarme a la Academia Nacional de Historia como su miembro  
Correspondiente.  
Schopenhauer un numen con las letras, es un escritor mucho  
más claro que su seguidor Frederick Nietzsche, quien con sus afo-  
rismos y sentencias, lleva muchas veces a interpretaciones bastante  
vagas y confusas, no diciéndose lo que él quería manifestar, en tanto  
1
2
Abogado. Miembro Correspondiente Academia Nacional de Historia.  
Federico Nietzsche, Ecce Homo, Editores Mexicanos Unidos, 4ª. Edición Febrero de 1986, p. 31.  
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Vida y filosofía de Rousseau, Schopenhauer,  
Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
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que el autor de El Mundo como Voluntad y Representación, conceptúa  
a la voluntad como sustancia de nuestra vida subjetiva, esto es , como  
la cosa en sí” de Emanuel Kant o la esencia del ser o el sustrato o  
esencia del fenómeno; y a la representación, como la imagen o la con-  
ciencia.  
Para Friedrich Nietzsche la voluntad está no sólo en la vo-  
luntad, como tal, como dice su, hasta ese entonces, queridísimo Scho-  
penhauer, sino en la “Voluntad de Poder”, que constituye, digámoslo  
así, a manera de evolución social y filosófica, donde el aristócrata, el  
grande de pensamiento , el diferente a los demás, el que realmente  
surge: ése es el que no ficticiamente llega al éxito, pero tampoco para  
constituirse en dominante o esclavizador de los débiles; sino que  
éstos, los débiles, teniendo sus energías latentes y fuertes no las si-  
guen manteniendo ocultas e invisibles, no aspirando entonces a ser  
considerados como “El Superhombre”, como los motejaba F. Nietzsche  
a todos estos seres poderosos, no significando con ello su existencia  
fuera del terráqueo planeta. ¡No!, sino todo lo contrario, Nietzsche  
aspiraba a que estos alicaídos, estos anímicos minusválidos se des-  
pabilen y comiencen en su superación. Lamentablemente este criterio  
fue utilizado por el fascismo en forma tergiversada y creyendo que  
sólo los “superiores” debían existir, dio esta supra dictadura a en-  
frentarse a tiros para hacer prevalecer su dominio. Ahí es cuando se  
da luces a sí mismo, con su diabólica actuación, Adolfo Hitler y, en las  
botas de sus militares quedó marcada la huella de la Segunda Guerra  
Mundial.  
Ya hemos dicho que, en el filósofo de barbas abultadas:  
Nietzsche, hay una evolución de la vida social, con sus conceptuali-  
zaciones, en tanto que en su predecesor Schopenhauer reina un pe-  
simismo: el pesimismo schopenhauriano.  
El escritor político nuestro, el proveniente de las faldas del  
Tungurahua, encendido con el magma y los dinamitazos de la praxis,  
toma para sí las dos filosofías antes mencionadas. Este Juan Mon-  
talvo desde sus obras exhala un halo de superioridad: un dejo entre las  
3
Arthur Schopenhauer, El Mundo como Voluntad y Representación libros I y II, La España Moderna,  
Madrid, 1818.  
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únicas, siendo que a una de ellas la bautiza como “El Cosmopolita”,  
dándose en su interior un mimo ensimismado de universalidad y  
grandeza, y, a otra, imitando al poderoso inimitable Quijote en sus  
Capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Pienso que esto era más que  
suficiente para no decir lo que sí dijo F. Nietzsche: “Conozco mi suerte.  
Alguna vez irá unido mi nombre al recuerdo de algo gigantesco…yo no soy  
4
hombre, soy dinamita”. Montalvo sabía también que iba a perenni-  
zarse en la historia ecuatoriana y latinoamericana, a tal punto que el  
Premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias dijo: “la Patria se  
habría quedado huérfana de padre y protector en manos de los que trabajan  
en la sombra los puñales para herir el pecho de la Democracia, como dijo  
5
aquel gran tribuno que se llamó Juan Montalvo”.  
Montalvo ensoberbecido por su pensamiento, no mira si en  
medio del camino estorba algún “amigo” suyo para desollarlo ense-  
guida con su mortífera pluma, si era menester. Así fueron quitados  
el pellejo los Gómez de la Torre, Julio Zaldumbide, Julio Castro y el  
propio paisano suyo, el ambateño y poeta Juan León Mera, para citar  
pocos; y, si algún energúmeno osaba contra su papiro escrito, los de-  
nostaba fulminantemente como recordaremos lo hizo con el arzo-  
bispo José Ignacio Ordóñez, dando nacimiento a su Mercurial  
Eclesiástica, como lo veremos posteriormente.  
Por el occidente del mundo, recibían su zurriada: “pobre”  
Richard Wagner, “pobre” Schopenhauer que cayeron en el plumero  
indócil de F. Nietzsche, a quienes los ataca inmisericordemente por  
haberse equivocado, según él, en sus filosofías. En efecto, para Scho-  
penhauer no hay razón de vivir, pues, todo es sufrimiento y tristeza,  
aprisionado en dolor intenso y siniestro. Nietzsche lo contrarresta y  
dice “¡No!”. Hay que vivir, puesto que el fin de la vida no puede ser  
no vivir. Vivir, aunque no eudemonistamente (con placer, con felici-  
dad), pero vivir, porque la historia de la vida lo dicta así. Montalvo,  
aguzando el oído, como que escuchando esto y embebiéndose en la  
historia antigua romana y griega y todo lo que es sumo de las lectu-  
4
5
“Estudios. F. Nietzsche”, Revista de la Sociedad Española de Estudios sobre Friedrich Nietzsche, Edi-  
torial Trotta, Número 10, 2010, p. 15.  
Miguel Ángel Asturias, El Señor Presidente, Vigésima Tercera Edición, s/f, p. 96.  
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Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
ras clásicas, las devora como breviario habitual, deleitándose con Sé-  
neca o Platón o con el mismo Sócrates y tantos más. De Sócrates  
(
apunta Montalvo) que a su discípulo Critón, poco antes de tomar  
la cicuta, le recuerda que le debe un gallo a Asclepio, por lo que  
ruega lo dé entregando el bípedo de dos patas, como dijera Diógenes  
(el cínico), refiriéndose a esta ave. Lo propio hace Montalvo, con su  
amigo Rafael Portilla a fin de que éste cancele unas monedas a Igna-  
cio de Veintimilla, para que éste no lo conceptúe ni como un tram-  
poso ni como exagerado pobretón. A Nietzsche le interesaba la vida,  
la historia y la moral, al igual que Montalvo, de ahí su Geometría  
Moral o sus Siete Tratados.  
Si el autor de El Anticristo, estaba en veces no muy de  
acuerdo con el principio divino de “paz en la tierra”, sino posible-  
mente la “paz se la otorgue al que gana la guerra”, Montalvo daba  
guerra no a todo cristiano o sacerdote, sino al perverso, al impío, al  
que empobrecía más todavía al pobre, al que echaba tierra al cam-  
pesino, al que latrocinaba al erario nacional, al ente infeliz, en térmi-  
nos generales. Él se envanecía haber leído varias veces la Biblia y  
haberla aplicado y, si necesario era ponerse su piel al hombro lo haría  
como lo hacía San Bartolomé, metafóricamente. Para Montalvo no  
era necesario arrodillarse en ninguna circunstancia, que no sea por  
descanso y relax, porque si bien para Schopenhauer, el hombre es el  
superado, en Nietzsche el hombre es el que supera, en Montalvo el  
hombre es el que supera superándose.  
Si bíblico es que Dios “creó al hombre a su semejanza”, esto  
significa en Nietzsche odio al cristianismo porque Dios es Superior,  
pero desconocido y porque no debe reinar igualdad en los hombres.  
De ahí que éste, autor de su famoso Así habló Zaratustra, grita a los  
cuatro vientos y a los cielos y al firmamento que “¡Dios ha Muerto…  
Dios ha muerto!”, en tanto que Montalvo en su proximidad de ultra-  
tumba, habla de él, de Dios y dice al mundo todo: religioso o ateo,  
cristiano o protestante, ortodoxo o heterodoxo que “ni los hombres ni  
Dios me han faltado en estos momentos”.6  
6
Agustin L. Yerovi, Juan Montalvo, Ensayo Biográfico, Imprenta Sudamericana, Paris, 36, rue du  
Colisée,1901, p. 59.  
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Teleológicamente, es decir, las doctrinas de las causas finales,  
para Schopenhauer están sometidas al aburrimiento, a la desidia, al  
quemimportismo y a la monotonía de los días, de los meses y de los  
años. En una palabra, para Schopenhauer la vida es sinónimo de de-  
sesperación, al igual que lo mantuviera el precursor del existencia-  
lismo: el danés Kierkegaard, quien es el que precisamente introduce  
el concepto de la angustia, con un elevado grado de odio a las masas  
populares (misántropo), albergando en el interior del humano, desa-  
liento y miedo, es decir que, la filosofía de Sorën Kierkegaard (1813-  
1
855), aparte de no ser odiosa para con la religión, sino todo lo  
contrario, recordaba a Calderón de la Barca que manifestó que “el  
peor error del hombre es haber nacido”, por la angustia y desespe-  
ración que esto significa.  
Para Kierkegaard el hombre siempre vive angustiado y debe re-  
flexionar en sus decisiones a tomar y, por ello es que se siente ago-  
biado con la filosofía de Hegel, siendo según éste que ya hay un  
destino predeterminado, por lo que el individuo está subordinado a la  
familia, la familia a su vez subordinada a la sociedad, y ésta al Es-  
tado; entonces el existencialismo no es que se refiere a la permanen-  
cia del hombre en el espacio y tiempo, sino en su originalidad, a  
diferencia de los otros seres vivientes, donde él por sí mismo, busca  
su libertad, mediante el “libre albedrío” (concepto de Hegel), no siendo  
entonces conformista, no siente ser un ser que vive por vivir: busca  
ser no objetivo, real, porque para él lo subjetivo es lo real, mas, se da  
cuenta que esta búsqueda es angustiosa y que constantemente hay  
dificultades, porque el individuo estará siempre ante alternativas  
opuestas, creándose consigo ese dualismo entre “esto sí o esto no”, bus-  
cando siempre esa verdad subjetiva, tendiendo a esa verdad eterna que  
la hallará en Dios, por lo que para él, para Kierkegaard, la existencia  
está en la subjetividad absoluta que es Dios, buscando por un mé-  
todo irracional, es decir, sin que haya principios donde actúe la  
razón, sino la fe y, por ello, cree que menester es, como una última  
subjetiva verdad, llegar a Dios, sólo así logrará el hombre dominar  
su angustia, tomando el camino más idóneo que es el de la divinidad,  
siendo entonces que esa angustia se extingue, quedando toda reso-  
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Vida y filosofía de Rousseau, Schopenhauer,  
Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
lución futura, en manos de Dios. Por ello es que el padre del existen-  
cialismo: Kierkegaard, cree que no hay que vivir filosóficamente del  
pasado, entendiéndose que en el presente es donde se encuentran  
los individuos. Kierkegaard tuvo criterios anti humanistas o anti ra-  
cionalistas al creer que el conocimiento científico no sirve, frente a la fe.  
Kierkegaard psíquicamente era maníaco-depresivo.  
Este filósofo danés crea tres estadios en el hombre, siendo el  
primero el estadio estético, que es referente al hombre soltero, donde  
aparte de los placeres que puede encontrar en el camino, cree que le  
llega el aburrimiento, sintiéndose mal, pasando entonces al siguiente  
estadio que es el ético, entendiéndose en que el soltero se transmuta  
en hombre casado, prevenido en las virtudes de la honradez y el tra-  
bajo, manteniendo una buena conciencia, no obstante que esta moral  
mantenida, pueda resquebrajarse, pasando entonces al último esta-  
dio que es el religioso y que constituye la salvación del hombre, me-  
diante la fe, comprendiéndose que esta fe es ciega y absurda para la  
razón y raciocinio, por lo tanto, hay que abandonar la ciencia, lle-  
gando a su clímax en la fe absoluta en Dios, sólo aquí se hace realidad  
esa proyección innata hacia lo absoluto, luego de haber permeado  
ante la angustia y desesperación, como hombre aislado y solitario,  
conjeturándose entonces esta subjetividad como antihumana y anti-  
social. Entonces, para Kierkegaard, la mayor subjetividad del hom-  
bre radica en su dimensión espiritual. Para el pensador danés, en la  
subjetividad de la persona está el mayor conocimiento, porque ésta,  
(
la persona), siendo un sujeto real no está supeditado a concepciones  
abstractas.  
Kierkegaard no plantea como sí lo hace Frederick Nietzsche:  
la desaparición del cristianismo y la creación de nuevos valores. Frederick  
Nietzsche, produce un ataque en contra de la iglesia oficial y opta  
por la enseñanza y práctica del cristianismo que debe ser sincera, ho-  
nesta, desnudándolos a los falsos creyentes y quitándolos las más-  
caras de religiosos. F. Nietzsche a su Zaratustra lo hace bajar de la  
montaña para que hable con los animales y el ser humano, en sus  
enseñanzas, deliberada y subrepticiamente recuerda que Cristo hizo  
todo lo contrario, subiendo a la montaña para orar y rezar por el  
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hombre, creado a semejanza de la divinidad: ¡el Creador creando a  
su creado! Nietzsche es bastante duro. Dice:  
¿
Por qué torturarme a mí, tú cruel, desconocido Dios...? ¡Tú, torturador!  
¡
Tú, -Dios- verdugo! ¿Habré de arrastrarme, como un perro, delante  
de ti, y, ebrio de entusiasmo, fuera de mí, menear la cola sumiso…Yo  
no soy un perro; sólo soy tu presa… ¿Qué quieres tú, desconocido  
Dios?.7  
Juan Montalvo no es que haya sido hereje, él mismo lo dice,  
las varias veces que leyó al libro mayor del misticismo: la Biblia.  
Montalvo siente desasosiego al mirar que, con el pretexto de la fe,  
las comunidades religiosas hacían de las suyas con los bienes y per-  
sonas de sus acólitos y seguidores, más aún, cuando se tropieza en  
su vida de escritor el arzobispo José Ignacio Ordóñez, quien desdeña  
a sus Siete Tratados, ubicando sus escritos en el índex, prohibiendo  
en absoluto su lectura, arguyendo que es “una nidada de víboras en un  
8
cestillo de flores”. Helo ahí, de pie y bien erguido Montalvo, a pesar  
de que tenía sus problemas reumáticos, he ahí al panfletario de carne  
y hueso y embadurnado de buena dosis de espiritualidad, refután-  
dolo al padre de la iglesia ecuatoriana, de aquellas épocas, Ordóñez,  
en su Mercurial Eclesiástica, abriendo trocha para que el caminante  
religioso vaya centrando su actuar en la ética, en la moral, en las vir-  
tudes que también buscaba la filosofía Nietzscheana. Por ello, inde-  
pendiente, sin apoyo de la divinidad, para parangonar al escritor  
Llácer, dice del filósofo alemán que por tener sus raras cualidades  
era “cual animal que no se deja apresar”. Y, Montalvo, tampoco era de  
aquellos a los que se los podía atrapar fácilmente. Él no podía a su  
pluma confinarla y encarcelarla, a sabiendas que ella fuera agraviada  
y sumamente menoscabada.  
Los dos (Nietzsche y Montalvo) fueron filólogos, el primero  
como maestro universitario y académico; y, don Juan a su manera  
7
8
Editorial la Oveja Negra, Maestros de la Literatura Universal, Tomo XI, Editorial Oveja Negra,  
Bogotá, 1984, p. 342-343.  
Juan Montalvo, Mercurial eclesiástica, Editorial Cotopaxi, Latacunga-Ecuador,año 1967, p.109  
Juan Montalvo, Mercurial eclesiástica: libro de las verdades, Biblioteca de Europa y América, París,  
1884, p. 174.  
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Vida y filosofía de Rousseau, Schopenhauer,  
Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
arcaica, escribiendo y rayando las letras propicias que más convenía  
para sus libros. Los dos eruditos y compositores de sus propias filo-  
sofías; mientras el alemán decía que es un filósofo “para todos y para  
nadie”, nuestro Juan quería quedar plasmado para la posteridad, en  
forma universal, o, por lo menos a nivel americano, como en efecto  
lo logró, intitulando a una de sus mayores obras como El Cosmopolita  
que, en la erudición de las letras significa con ello que el universo  
todo era su patria, en tanto que Friedrich Nietzsche , bautiza a una  
de sus obras como Ecce Homo, reflejando en ello, lo que Cristo mas-  
cullaba ante su madre María: “he aquí el hombre”, cuando estaba  
sustentado en la cruz, o, según los escritos bíblicos, Ecce Homo es el  
significado de “Aquí tenéis al hombre”, cuando Pilatos presentó a  
Cristo ante la masa hostil y vociferante. F. Nietzsche en su Ecce Homo  
y en todas sus obras nos da un sentido de biografía, como él mismo  
lo dice: “dar testimonio” de sí, pero con la grande diferencia desde  
San Agustín hasta Rousseau, en cuyas autobiografías dan un con-  
texto de confesiones cristianas, enumerando sus errores, sus faltas que  
llevan internamente como “cargo de conciencia”. F. Nietzsche no  
concibe su autobiografía como tal y no tiene por qué dar cuentas ante  
la sociedad o ante Dios, porque, según él, es la humanidad la que  
tiene que dar cuenta de su error y, en lo referente a Dios, parafra-  
9
seando al gran escritor Stendhal: “su única disculpa es que no existe”.  
Montalvo en su Mercurial Eclesiástica dice: “(…) jamás he pro-  
vocado a los clérigos, no he hecho sino defenderme y ponerlos en su lugar:  
10  
agresivos, llenos de odio, feroces y ya, refiriéndose al Arzobispo con-  
tradictor lo reflexiona:  
(
…) cincuenta años después un escritor de mi raza ha de decir: “El  
Padre Ordóñez hizo asesinar al Cosmopolita, al autor de los Siete Tra-  
tados, por hereje”.11  
Déjenme, rece o no rece, me santigüe o no me santigüe, yo sé en dónde  
y cómo le pido a Dios mis cosas. Cuantas veces he entrado a la iglesia,  
la vieja vecina me ha dicho con ira: “persígnese”, no me da la gana;  
9 Federico Nietzsche, Ecce Homo, Editores Mexicanos Unidos, 4ª. Edición Febrero de 1986, p. 47.  
10 Juan Montalvo, Mercurial eclesiástica, Editorial Cotopaxi, Latacunga-Ecuador, 1967, p. 15.  
11 Ibíd., p. 11.  
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persígnese ella, persígnese el cura, persígnese el obispo, persígnese el  
diablo de modo que todo el mundo vea eso: yo me persigno en mis so-  
ledades, y me tiro de rodillas ante el Todopoderoso en presencia de una  
montaña cubierta de nieve eterna, o en alta mar, alzando los ojos a un  
12  
cielo cargado de estrellas en mundo oscuro y silencioso, y, “la inqui-  
sición, ¡oh Dios!, aterrando al cielo mismo con sus calderas hirvientes”,  
¿habrá tenido Jesús en su vida que el mundo había de ser ahogado en  
13  
sangre por cuenta suya?”  
Ahora bien, veamos lo que nos dice al respecto aquel hombre  
de la ilustración, el que colaborara con los Enciclopedistas, el que fun-  
damentara los principios educacionales en pro de la niñez con acti-  
tudes propiamente naturales, el que creyera que “el hombre es bueno  
y la sociedad lo corrompe” y aclarando un poco más, el que nos pun-  
tualiza que “el hombre en su estado primitivo, el hombre al nacer, es bueno  
14  
por naturaleza y que se corrompe en contacto con la sociedad o lo que  
da lo mismo decir que “el principio fundamental del pensamiento de este  
filósofo es la bondad original del hombre y la corrupción de la naturaleza hu-  
mana por la civilización y concretamente por la propiedad, origen de la desi-  
gualdad entre los hombres; en consecuencia, preconiza, recomienda, el retorno  
15  
a la vida natural Este es Juan Jacobo Rousseau, el ginebrino nacido en  
712, al que para relacionar lo anteriormente dicho por Montalvo,  
1
en su Mercurial Eclesiástica, subraya que “Todo es bueno tal como sale  
de las manos de Dios, todo degenera bajo las manos de los hombres”. Este  
Rousseau, de origen suizo y luego hecho a la Francia, quien, a los  
veinticinco años de edad, contado en su libro Confesiones nos dice:  
(…) mientras me paseaba, hacía mi oración, que no consistía en balbu-  
cear algunas vanas palabras sino en una sincera elevación de espíritu  
hacia el autor de esa admirable naturaleza, cuyas bellezas se desplega-  
ban ante mis ojos. Nunca me ha gustado hacer mis oraciones en una  
1
1
1
1
2 Ibíd., p. 16.  
Ibíd., pp. 22-23.  
3 Ibíd., p. 17.  
Ibíd., pp.23-24  
4 Jean-Jacques Rousseau, Emilio o La Educación, Editorial Bruguera, S.A, Impreso en España,  
1975, p. 15  
5 VV. AA, Diccionario Enciclopédico Vox, Tomo 4, Biblograf, Departamento Editorial, p. 3109  
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Vida y filosofía de Rousseau, Schopenhauer,  
Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
habitación; me parece que las paredes y todas esas pequeñas obras del  
hombre se interponen entre Dios y yo. Me gusta contemplarle en sus  
obras, mientras mi corazón se eleva hasta él. Mis oraciones eran puras  
1
6
y por lo tanto dignas de ser escuchadas.  
En las siguientes letras, parecen tan similares Juan Jacobo y  
Juan Montalvo, con la única diferencia que el nuestro sí tuvo buena  
memoria que el otro dice no poseerla. Veamos:  
En el paseo, en la montaña, en medio de los bosques, por la noche en  
la cama y durante mis insomnios, es cuando escribo mentalmente; júz-  
guese con qué lentitud, sobre todo careciendo absolutamente de me-  
moria verbal, pues en toda mi vida no he podido retener seis versos.  
Cláusulas hay que he formado y reformado durante cinco o seis noches  
17  
en mi mente antes de estamparlas en el papel.  
Tan similares se los ve a los Juanes, aún juntos en la soledad.  
Dice Rousseau “Este cariño por los objetos imaginarios y la facilidad de  
embeberme en ellos acabaron de disgustarme de cuanto me rodeaba y deter-  
minaron este amor a la soledad, que desde entonces jamás me ha abando-  
1
8
nado”. Si Montalvo dijo “mi pluma no es cuchara”, dando a  
comprender que la pluma no es negociable, lo propio nos manifiesta  
Rousseau en los siguientes términos: “Pero conocí que el escribir para  
ganar dinero pronto hubiera ahogado mi ingenio y muerto mi talento...una  
19  
pluma venal (sobornada) no puede dar nada grande y vigoroso”.  
Juan Jacobo no sólo que es un defensor de la naturaleza en  
la que todo debe circunscribirse a lo natural, como cuando el niño  
debe aprender sin que haya un ayo, doctrinero o maestro que esté  
punzándolo a su lado, sino su actuar sea por sí mismo, danzando,  
apretándose y desdibujándose, como lo hicieran sus primeros pa-  
dres, ¡pero, pero!, ahora sí, quitado lo antinatural, haciendo que  
triunfe lo primigenio, es decir lo que debe ser por sí mismo. Entonces  
16 Jean Jacques Rousseau, Las Confesiones, Estudio Preliminar por Jorge Zalamea, Clásicos Jack-  
son, Libro XIV, Segunda Edición, 1966, p. 217.  
7 Ibíd., p. 101.  
8 Ibíd., p. 33.  
1
1
1
9 Jean Jacques Rousseau, Las Confesiones…op. cit., p. 368.  
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José Alvarado Gualpa  
Juan Jacobo fue un encendido reclamante cuya causa primera de la  
existencia del mundo es Dios y luego sí el hombre debe someterse a  
las propias leyes de este mundo, con esto configurándose el Deísmo  
que mantenía Rousseau, al igual que Voltaire, su amigo en un prin-  
cipio y luego enemigo acérrimo. Rousseau entonces mantenía una  
religión naturalista, un Deísmo, comprobable en la siguiente expresión,  
dicha por él con abundante exclamación: “(…) descubro a Dios en todas  
20  
sus obras, lo siento en mí y lo veo a mi alrededor (…)”. Juan Jacobo hace  
sus rezos, sus preces, sus oraciones, teniendo siempre en mente a la  
que nunca pudo tenerla: su madre, pues ésta fallecía, cuando él nacía  
durante el parto: “Costé la vida a mi madre, y mi nacimiento fue el pri-  
2
1
mero de mis infortunios. Nací débil y enfermo”. Escuchémoslo: “no  
pedía, para mí y para aquella de quien en mis aspiraciones jamás me sepa-  
raba (…)”.2  
2
Como el autor del Contrato Social provenía de una familia  
bastante religiosa de carácter protestante, mantúvose en la línea de  
la religiosidad: “en vez de abandonarme a la desesperación me eché tran-  
23  
quilamente en brazos de mi pereza y de la Providencia”.  
Demostrando como estoy el grado de religiosidad de este  
connotado escritor –Rousseau–, hijo de un modesto relojero, cerre-  
mos este apéndice con sus palabras: “y poco a poco también adquirí, a  
24  
Dios gracias, no las costumbres, pero sí las máximas que estaban en boga”.  
Si esto nos lo dice el inspirador de la Revolución Francesa, el  
amante de la naturaleza, el profundo visor del sentimentalismo, fu-  
turo precursor del romanticismo, Rousseau, nuestro Rousseau ecua-  
toriano, Juan Montalvo, sienta la siguiente hipótesis y, como él  
mismo lo manifiesta, “si nadie ha sentado esta proposición hasta ahora,  
yo la siento”:  
(…) la revolución francesa fue obra de los clérigos. Los clérigos mucho  
persiguen, mucho provocan en los países desgraciados donde su poder  
2
0 Jean-Jacques Rousseau, Emilio o la Educación, Editorial Bruguera, S.A, Impreso en España,  
1
975, p. 17.  
2
2
2
2
1 Jean Jacques Rousseau, Confesiones … op. cit., p. 3.  
2 Ibíd., p. 217.  
3 Ibíd., p. 262.  
4 Jean Jacques Rousseau, Confesiones … op. cit., p. 314.  
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Vida y filosofía de Rousseau, Schopenhauer,  
Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
no tiene límites…es pueblo a quien ellos levantan cuando quieren y  
mandan a sembrar ruinas; ese pueblo engañado y ciego, abre los ojos  
de repente, se hecha sobre los que le obligan a malas obras, y clérigo  
que cogen, allí le matan. Después de haberle sufrido y obedecido largo  
tiempo, el pueblo español se levantó un día y degolló a ochocientos  
frailes: las mujeres, las más devotas, se los comían a pedazos. El pueblo  
25  
español se cansó de ser vil esclavo de Satanás.  
¡
Hola!, Montalvo está diciendo en el escrito contra el arzo-  
bispo Ordóñez que este a la cabeza y su cofradía son la equivalencia  
de Satanás por su monstruosidad y, helo aquí que se mofa de lo que  
la iglesia católica manifestaba la significación del infierno:  
INFIERNO…infierno. Que más infierno que vivir rodeado de alacranes  
que le pican a uno a cualquier lado que se vuelva, y le dan hinchazones  
y calentura…el infierno está aquí en el mundo: aquí, aquí lo padecemos  
y lo devoramos; y cuando se acabe esta miserable vida, entonces deja-  
remos de llorar y gemir, y nos sepultaremos en el profundo olvido de  
la nada eterna, o principiaremos a ver y saber lo que es felicidad, ba-  
ñados en luz de gloria, saboreando las sensaciones desconocidas para  
nosotros, que nos están esperando en el abierto, fulgurante espacio  
26  
donde caerá gloriosamente el espíritu de los hombres buenos.  
Como Montalvo era un incansable lector, para luego dar  
molde a sus letras, ya lo vemos leyendo a todos los autores que tam-  
bién hemos tenido la dicha de hacerlo. He aquí lo que puntualiza,  
que lo transcribimos al pie de la letra, en su tan mencionada Mercu-  
rial:  
Bien es que Voltaire había sido Jesuita, o por lo menos alumno, y muy  
aprovechado, de la Compañía, y Víctor Hugo fue familiar de un clé-  
rigo. En cuanto a Juan Jacobo Rousseau, se contentó con salir de re-  
pente vestido de sacerdote armenio: en un tris estuvo que no anduviese  
echando bendiciones. A lo menos su mujer, Teresa Lavasseur vivía per-  
suadida de que su marido era el Papa. Así lo cuenta él en sus Confesio-  
27  
nes.  
2
2
2
5 Juan Montalvo, Mercurial eclesiástica, Editorial Cotopaxi, Latacunga-Ecuador, 1967, p. 12.  
6 Ibíd., p. 99.  
7 Ibíd., p. 87.  
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José Alvarado Gualpa  
Si no estoy equivocado en mi interpretación, don Juan para  
concluir esta parte de su escrito, refiriéndose a Rousseau, lo trata tan  
descalificativamente: “Tan bestia era como todo esto esa bribona”, expre-  
sividad bastante descomedida, para con los esposos Rousseau.  
¿Por qué es tan cruel Montalvo con Rousseau? Posiblemente  
porque ¿este abandonó a sus hijos? Los entregó a la familia de su es-  
posa Teresa, que acorde a su criterio, esta acogida era más cruel que  
la que podían tener ellos en la inclusa o casa de acogidos niños aban-  
donados. Este es el dolor más grande que tuvo Juan Jacobo y, sea su  
conciencia quien nos lo diga: “Los hijos que podían llenarlo vinieron, y  
fue peor todavía. Me horripilé tener que entregarlos a esa familia mal edu-  
cada para que fuesen aún peor educados que ella. Los peligros de la educa-  
ción de la Inclusa eran mucho menores”.28  
En la presentación de la obra Emile (Emilio) de Jean–Jacques  
Rousseau, de la Editorial Bruguera, sus autores manifiestan:  
(
…) digámoslo de una vez que Rousseau predicaba lo que él jamás  
puso en práctica, un modelo viviente de las enseñanzas que se des-  
prenden de Emili, obró en todo momento en sentido opuesto. Así, por  
ejemplo, racionalmente creyó que la madre de sus hijos –Teresa- debía  
ser una mujer de pueblo; pero él sólo se sentía física y espiritualmente  
atraído por damas de noble condición y sólo esas fueron sus verdade-  
ros amores. Los hijos que hubo de la mujer de pueblo con la cual creyó  
que debía unirse tuvo que llevarlos todos al hospicio, porque ninguno  
de los dos eran responsables para mantenerlos y educarlos y sólo se  
unió en matrimonio con la tal mujer del pueblo, ya más que maduro.  
Pero Rousseau, lo hemos dicho al principio, era un enfermo mental; era  
un ser de vida anormal desde la cuna (su madre murió de parto y su  
padre era un bohemio…, etc.).29  
En verdad que Rousseau mismo lo dice sobre Teresa que  
desde el primer momento que la vi hasta hoy día jamás he sentido por ella  
la menor llama de amor; que no la deseé poseer más que a la Sra. de Warens,  
y que la necesidad de los sentidos, satisfecha con ella, ha sido para mí úni-  
30  
camente la de sexo (…) y él mismo nos amplía: “(…) al cabo de vein-  
2
2
3
8 Jean Jacques Rousseau, Las Confesiones … op. cit., p. 380.  
9 Jean-Jacques Rousseau, Emilio…op. cit., p.14  
0 Jean Jacques Rousseau, Las Confesiones…op. cit., p. 379.  
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Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
ticinco años pasados en su compañía, a despecho de la suerte y de los hom-  
31  
bres, he acabado por casarme con ella”. Rousseau nos hace saber su mi-  
santropía: “cuando dejé de ver a los hombres, dejé de despreciarlos; y cuando  
dejé de ver a los malvados, dejé de aborrecerlos…y sin que lo notasen, casi  
sin hacerme cargo de ello, me volví miedoso, complaciente, tímido; en una  
32  
palabra: el mismo Juan Jacobo que había sido antes”.  
El Diccionario Enciclopédico Vox, número 4 nos dice de él: “Or-  
gulloso, independiente y misántropo…aunque llevó todos sus hijos a la in-  
33  
clusa” u hospicio o albergue de niños abandonados. ¿Será por esto  
que hemos transcrito sobre Juan Jacobo que Montalvo desprecia a la  
pareja de los Rousseau? Pero él –Montalvo– no estuvo exento de ese  
sentimiento de dolor para con sus hijos y, sobre todo con su Cipariso,  
cuya madre Aifosa le comenta que, por ser un angelito, el cielo lo  
está reclamando, según el médico que lo trataba de las convulsiones  
o ataques. Esto significa que Juan Montalvo debido a sus destierros  
por sus escritos, por lo general pasaba lejos de su esposa María Guz-  
mán, no obstante, no estaba libre de amoríos múltiples, como cuando  
en su Geometría Moral, usa como remitente de una carta a una tal Ca-  
talina Zaldúa de Paredes, como madre de Delfina, que le suplica a  
“Juan de Flor”, de rodillas que este case con ella, con su Delfina, pero  
él al final de su obra, en forma autobiográfica dice: “Amó sucesiva-  
mente, amó a un tiempo a muchas mujeres: la muerte de la bella Aifosa y  
su hijo Cipariso le tienen envuelto en noche lóbrega. Si Dios amanece y bri-  
lla el sol, ¿quién sabe si no tendrá amores nuevos? Todo es posible”.3  
Cabe mencionar que ni Rousseau ni Montalvo fueron misó-  
ginos, amaron con fervor y pasión. En cuanto a los hijos, Rousseau  
no cumple con lo dicho en su “Contrato Social”:  
4
Aunque cada cual pudiera enajenarse a sí mismo, no puede enajenar a  
sus hijos; nacen hombres y libres, su libertad les pertenece a ellos, sólo  
ellos pueden disponer de la misma. Antes que lleguen a la edad de la  
razón, el padre puede, en nombre de ellos, estipular condiciones para  
3
3
3
3
1 Ibíd., p. 378.  
2 Ibíd., p. 382.  
3 VV. AA, Diccionario…op. cit., p. 3109.  
4 Juan Montalvo, Geometría Moral, con Prólogo de Juan Valera, Rivadeneyra, Madrid, 25 de  
agosto de 1902, p. 173.  
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su conservación, para su bienestar; pero no darlos irrevocablemente y  
sin condiciones; pues semejante donación es contraria a los fines de la  
35  
naturaleza y rebasa los derechos de la paternidad.  
Esta teoría hermosa de paternidad planteada por Rousseau,  
él no la cumplió y abarcó grande dolor, como él mismo lo manifiesta  
en sus “Confesiones”:  
Quien no cumple sus deberes de padre, no tiene derecho a serlo. Ni la  
pobreza, ni el trabajo, ni el respeto humano lo dispensan (eximir de  
una obligación) de alimentar y educar a sus hijos. Lectores podéis  
creerme: predico que quien tiene entrañas y descuida tan santos debe-  
res, derramará sobre su culpa, durante mucho tiempo, amargas lágrimas  
y no encontrará nunca consuelo.36  
Esto, expresado por él mismo, constituye el arrepentimiento  
37  
de Rousseau, el haber abandonado a sus hijos.  
Si dos antecesores a Rousseau fueron importantes, menester  
es ubicarlos, con sus tratados políticos: para Hobbes el hombre es  
malo por naturaleza, le gusta estar en grescas y trifulcas, significando  
con esto que el estado natural del hombre se refiere a la guerra de  
“todos contra todos” (homo homini lupus), por lo que el hombre aca-  
baría por destruirse a sí mismo y a su especie, si no fuera por la ac-  
titud inteligente de otros hombres que buscan mantenerse social-  
mente, como estaba de acuerdo Aristóteles. Por lo tanto, para Hobbes  
el hombre es insociable por naturaleza y, allí forzosamente debe  
crearse el Estado de Leviatán, donde debe prevalecer el principio au-  
toritario para que reine la paz entre los hombres. Entretanto John Locke  
es partícipe del “estado natural”, por cuanto el hombre es un ente  
racional o razonable, donde no debe imperar guerra de todos contra  
todos ni tampoco el mal uso de su libertad, mediante un pacto civil  
dirigido por la ley, dentro de esa sociedad civil, es decir los entes es-  
tatales, deben brindar protección en defensa de los vulnerables y des-  
poseídos.  
35 Jean-Jacques Rousseau, El Contrato Social, Ediciones Orbis, Barcelona, 1984, p. 161.  
36 Jean Jacques Rousseau, Las Confesiones … op. cit., p. 544.  
37 Jean-Jacques Rousseau, Emilio…op. cit.  
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Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
Montalvo acogió obviamente la filosofía de Locke y de Rous-  
seau en lo referente a la paz, alejando los autoritarismos y desbordes  
de la ley. De allí, su Cosmopolita para frenar el autoritarismo de García  
Moreno, sus Catilinarias, en línea directa de anatemas en contra de  
Ignacio de Veintimilla, o la Mercurial Eclesiástica, ya analizada ante-  
riormente.  
Pero, retomemos a Nietzsche para hablar concomitante-  
mente de Schopenhauer. Recordando que este fue apreciado en un  
principio por aquél, para luego lanzarse desbocadamente en su con-  
tra. Los dos hablaron sobre la voluntad, pero ¿qué es la voluntad?  
Para Schopenhauer es “la cosa en sí”, es la razón, pero la razón no  
es el fundamento de la realidad, es la sustancia de nuestra vida sub-  
jetiva. La voluntad constituye el fundamento cardinal y primario del  
mundo y se contrapone a las leyes objetivas de la naturaleza. Scho-  
penhauer, hijo de un hombre suicida, no acepta que la voluntad hu-  
mana esté condicionada al medio circundante. Según él en la vida  
hay carencia de valores y, en ese pesimismo, que, ya hemos dicho,  
se circunscribe el aburrimiento que representa la insensatez de la  
vida, esto es: todo “vivir más” en absoluto, no es nada bueno, porque  
según él “en la naturaleza hallamos por todas partes conflictos, combates  
y alternativas de victoria”. Si para Friedrich Nietzsche, lo importante  
no es la esencia del ser, sino la esencia del alma humana con su moral  
y ética, para Schopenhauer la filosofía está en buscar “la cosa en sí”  
y que, si se refiere a objetos cognoscibles, serán finitos y limitados,  
en tanto si la causalidad es interior en el hombre, busca la cosa en sí  
por medio de la motivación y para que haya esta motivación tiene  
que haber una voluntad que refleje ese interés por llegar a una reso-  
lución. Según Giovanni Papini “la voluntad no satisfecha de sí misma,  
38  
y negándose, concluye con el mal y con sí misma”. Kant llamó “Fenó-  
meno” a lo cognoscible, en tanto que para los filósofos Schelling y  
Hegel lo real es absolutamente objetivo, mientras que para el misó-  
gino Schopenhauer, la realidad es una ilusión y por esto es que dijo  
de las mujeres que son de “ideas cortas”. Para Kant “el mundo es fe-  
nómeno y por eso es plenamente objetivo y real y penetrable hasta su fondo,  
38 Giovanni Papini, El Crepúsculo de los Filósofos, Traducción y prólogo de José Sánchez Rojas,  
Biblioteca de Autores Célebres, 1918, p. 120.  
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precisamente porque todo más allá del fenómeno no sería más que una fan-  
39  
tasía sin contenido”. Todo lo contrario, piensa Schopenhauer Arthur  
porque el mundo es irreal y “la verdadera realidad hay que buscarla más  
40  
allá de él”.  
Schopenhauer al decir que “No hay victoria sin combate; al mismo  
tiempo que la Idea más elevada, o la objetivación superior de la voluntad,  
41  
no puede manifestarse sino echando a tierra las Ideas inferiores”. En este  
acápite bien caben dos reflexiones, empezando manifestando que la  
idea constituye la objetivación de la voluntad (el “Yo quiero”) o lo que  
equivale a decir es la esencia del ser o la sustancia o la cosa en sí.  
Para Kant la voluntad es la cosa en sí y el hombre que “no conoce de  
la voluntad más que sus efectos y sus manifestaciones ... la voluntad es un  
42  
conjunto de manifestaciones” nos dice Giovanni Papini.  
La segunda reflexión, cuando nos dice Schopenhauer que hay  
que echar a tierra las ideas inferiores, ¿no fue el nacimiento para que  
Nietzsche, todo lo tome con criterio de superioridad y Hitler basado  
en esto, y tergiversando su contenido haya armado la segunda guerra  
mundial? Séanos contestada por el propio creador del voluntarismo  
43  
y del pesimismo: el “viejo de espíritu antes de ser joven de cuerpo”.  
Este muchacho que primero vive en el campo, en medio de la mayor  
soledad, y que después viaja y ve el mundo, según Papini en Francia,  
Alemania, Suiza, Hamburgo, “un muchacho así formado, con este li-  
naje (calidad) de vida, tiene que tener, a los veinte años, las ideas y las  
inclinaciones de un viejo. Montalvo también hace alarde de sus viajes.  
Pero recorrí casi todas las naciones cultas de Europa estudiando su  
política, observando sus costumbres, abominando sus vicios, admi-  
rando sus buenas cualidades; y como los hombres ilustres suelen ser  
en todas partes el resumen de los progresos de su patria, procuré verlos  
y conversar con ellos entrándome por sus puertas a título de extranjero  
44  
y de acatador del ingenio y las virtudes.  
3
4
4
9 George Simmel, Schopenhauer y Nietzsche, Biblioteca Moderna y Ciencias Sociales, p. 38.  
0 Ibídem, p. 38.  
1 Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, (Libros I y II), ediciones Orbis, S.A.,  
año 1985, p. 140.  
2 Giovanni Papini, El… op. cit., p. 123.  
3 Ibíd., p. 111.  
4
4
4
4 Juan Valdano, Juan Montalvo, Colección Biblioteca Estudiantil, Volúmen I, Editorial Indoa-  
mérica, Quito, 1981, p. 33.  
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Vida y filosofía de Rousseau, Schopenhauer,  
Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
La infancia solitaria -de Schopenhauer- en el campo, lejos de la  
ciudad...esta madre preocupada de sus novelas y de sus charlas con Goethe y  
que vive separada del hijo...esta soledad amarga de la muchachez contrariada  
y melancólica...todas estas cosas tienen que engendrar la filosofía de ‘El  
45  
Mundo como voluntad y representación’”, en tanto que Montalvo, en  
el Nuevo Mundo renegaba con el Manco de Lepanto, o más bien  
dicho con sus editores, al preguntarse sobre el Quijote “¿Cómo sucede  
que no ande todavía en quichua? Dios remediará: los hijos de Atahualpa no  
han perdido la esperanza de ver a ese grande hombre vestir la cushma de lana  
de paco (alpaca), en vez del jubón de camusa con que salió de la Argamasi-  
46  
lla”; y, en ellos enarbola su propia filosofía, sin seguimiento de al-  
guno de los principales que estaba en boga en sus tiempos. He aquí:  
Dichosos los pobres si tienen qué comer, porque comen con hambre...la ri-  
47  
queza padece incomodidades contra las cuales nada pueden onzas de oro”.  
Ya hemos analizado la “voluntad de poder” de Nietzsche,  
consistente en que ese poder no es sólo sobre los demás sino sobre  
uno mismo, produciendo entonces como efecto de esta causalidad  
la creatividad y superación personal, creándose entonces “El Super-  
hombre”: un hombre nuevo. Nietzsche mismo lo dice: “redimir crea-  
doramente todo cuanto fue. A redimir lo pasado en el hombre, y a trans-  
formar creadoramente todo fue, hasta que la voluntad diga: ¡así quise yo,  
así lo querré”.4  
8
El “Dios ha Muerto” significa que el hombre sin la presencia  
Divina, debe afrontar solitariamente las indefensiones frente a la  
vida, él, por sí mismo debe imponer su ruta vivencial, sin el soporte  
Providencial, para llegar a ser grande. Nietzsche dice: “El diablo me  
dijo una vez: También Dios tiene su infierno: es su amor a los hombres...y  
hace poco lo oí decir: “Dios ha muerto”. Su compasión por los hombres ha  
49  
matado a Dios”. En tanto que Montalvo habla de los pequeños:  
45 Giovanni Papini, El… op. cit., p. 113.  
4
6 Juan Montalvo, Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, Ensayo de Imitación de un libro inimitable,  
Obra Póstuma de, Editorial Cajica, 19 sur 2501, Puebla, Pue., Mex., p. 55.  
7 Ibíd., p. 159.  
4
4
4
8 Editorial la Oveja Negra, Maestros de la …op. cit., p. 304.  
9 Ibíd., p. 331.  
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(
…) el pobre tiene a la mano el sustento, con las suyas lo ha sembrado  
enfrente de su choza, y una mata le sobra para un día: El faisán, la per-  
diz son necesidades para el opulento, hijo de la gula; al pobre como al  
filósofo, no le atormentan deseos de cosas exquisitas...el uno come le-  
gumbres, el otro mariscos suculentos...el uno se contenta con el agua,  
licor de la naturaleza; el otro apura añejos vinos; y en resumidas cuen-  
tas, el que no tiene sino lo necesario viene a ser de mejor condición que  
el que nada en lo superfluo.50  
En cuanto a la temática del “eterno retorno”, a más de decir  
Nietzsche que hay un vacío de existencia mientras no haya una su-  
peración, es decir que reina un nihilismo por la desvalorización de  
los valores, piensa en el eterno retorno.  
Huelga subrayar que la “voluntad de poder” va concomi-  
tantemente con el eterno retorno, o sea que la voluntad de p oder es  
la síntesis del Eterno retorno. A una persona no le agradaría en la  
eternidad seguir siendo una sufrida y desgraciada sino todo lo con-  
trario: feliz y dichosa. El eterno retorno, como dice una autora, An-  
51  
drea Díaz Genis, en Estudios Nietzsche, se refiere a una nueva forma  
de sentir, de pensar, y, sobre todo, una nueva forma de ser (el super-  
hombre). Para Nietzsche la “inversión de valores” significa activo en  
vez de reactivo y, la “transmutación de valores” significa afirmación  
en lugar de negación. Si hay voluntad es porque hay un “querer” y  
el querer libera, querer es crear nuevos valores. Entonces el Eterno  
retorno transmuta, cambia, lo negativo en afirmación, en positivo.  
Que la vida siga sin apasionamiento alguno, no desea Nietzsche, por  
ello es que, a pesar de sus enfermedades, él siempre prosiguió en  
una ruta por la inmortalidad, cuando como filósofo decía a sus con-  
géneres: “mis libros no son para ser leídos sino de aquí en doscientos años”.  
Esa voluntad de poder siempre la mantuvo a pesar de su miopía, de  
sus jaquecas desde los nueve años de edad, de su sífilis y de su locura  
fatal. Un autor, Toni Llácer, nos dice que “con trece años, Nietzsche, es-  
cribe una autobiografía en la que, con sorprendente lucidez, da cuenta de  
52  
su tendencia natural a la soledad”. Juan Montalvo hizo lo propio, su  
5
5
5
0 Juan Montalvo, Capítulos que…op. cit., p. 160.  
1 Andrea Díaz Genis, Estudios Nietzsche, editorial trotta, número 10, 2010, p. 81.  
2 Friedrich Nietzsche, El superhombre y la voluntad de poder, Toni Llácer, edición Batiscafo, S.L.  
2015, p. 17.  
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Frederick Nietzsche y Juan Montalvo  
mejor amiga era la soledad, sea en su gabinete de estudio o cami-  
nando en los campos, reflexionando y analizando sus obras. Mon-  
talvo tenía cierto grado de misantropía para con sus enemigos  
políticos o religiosos.  
Dice Toni Llácer de Friedrich Nietzsche que “De hecho, sin la  
autoexigencia y la capacidad para imponerse y obedecer una serie de pautas,  
es imposible entender la supervivencia psíquica de Nietzsche en los largos  
5
3
años de aislamiento, nomadismo y enfermedad que le esperan”. Aisla-  
miento lo tuvo Montalvo por sus autodestierros a Ipiales y Francia,  
sobre todo; nomadismo también, porque en Europa quería conocer  
y saber sus vivencias, aunque con el auxilio económico de sus bene-  
factores: Rafael Portilla, Eloy Alfaro, entre otros. Las enfermedades  
también lo acongojaron a nuestro Cosmopolita, sobre todo las reu-  
máticas, en igual forma que lo tuviera el autor de Así habló Zaratustra,  
por ello, no lejos de nuestras mentes debe estar la lapidaria estigma-  
tización de García Moreno (buena pluma, atroz y mordaz), cuando  
estuvo en Francia Montalvo y le dice: “te fuiste en dos y regresaste en  
cuatro”, refiriéndose al bastón que hubo de utilizar el autor de Geo-  
metría Moral y El Regenerador. Nietzsche y Montalvo son similares en  
lo siguiente que nos dice Llácer: “Parece que poco probable que su familia  
descendiera de un linaje de nobles polacos (los Niezky, por mucho que al fi-  
lósofo le gustara afirmar tal cosa en un doble afán aristocrático y antiale-  
mán”.5 Recordemos que Montalvo se ufanaba de llevar sangre  
española, aunque mezclada con la mestiza.  
4
Nietzsche dice:  
Yo, Zaratustra, el abogado de la vida, el abogado del sufrimiento, el  
abogado del eterno retorno (...) Volveré eternamente a esta misma vida,  
idéntica en lo más grande y en lo más pequeño, para enseñar de nuevo  
el eterno retorno de las cosas, para decir de nuevo la palabra del gran  
mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar a los  
55  
hombres la venida del superhombre.  
53 Ibid, p. 18.  
54 Ibíd., p. 15.  
55 Editorial Oveja Negra, Maestros de la…op. cit., p. 322.  
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Finalmente, carísimos asistentes, Montalvo comió hambre y  
bebió sed, vosotros ecuatorianos, jóvenes o viejos si oís las palabras  
del Cosmopolita, no permitáis que siga enrevesándose nuestra pa-  
tria, enderezadla como él siempre planteaba. Demos de comer al  
hambriento, demos de beber al sediento, aun así, fuere en migas o  
en gotas respectivas. La única que apaciguará nuestras calamidades  
será el saciamiento de la sed de las letras y el hambre de los libros.  
Atragantémonos, engullámonos con los sabios pensamientos y sólo  
así cuando estemos obesos en la cultura, habremos de acabar con la  
desnutrición de la ignorancia y las distractoras bagatelas que nada  
habrán de conduciros si no es a la inanición y enfermedad del pen-  
samiento.  
Levantémoslo a Montalvo de su sarcófago, escuchemos en  
reiteradas ocasiones su voz que hoy por hoy está apagada y ponga-  
mos en práctica todos sus mensajes, sus doctrinas, sus pensamientos,  
su filosofía; y, si para nada servimos, preferible muramos nosotros y  
resucitémoslo a él.  
Señores. Si de los números se edifican grandes obras, de la  
Historia se edifica la Patria.  
Muchas gracias  
San Francisco de Quito,  
noviembre 18 de 2022  
Bibliografía  
ASTURIAS, Miguel Ángel, El Señor Presidente, Vigésima Tercera Edición.  
Editorial la Oveja Negra, Maestros de la Literatura Universal, Tomo XI, Editorial  
Oveja Negra, Bogotá, 1984.  
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YEROVI, Agustin L., Juan Montalvo, Ensayo Biográfico, Imprenta Sudamericana,  
Paris, 36, rue du Colisée, 1901.  
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destinada a la investigación de Historia  
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mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Alvarado Gualpa, José,  
"
Vida y filosofía de Rousseau, Schopenhauer, Frederick Nietzsche  
y Juan Montalvo", Boletín de la Academia Nacional de Historia,  
vol. C, Nº. 208-B, julio - diciembre 2022, Academia Nacional de  
Historia, Quito, 2023, pp.308-329