BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen C  
Nº 208–B  
Julio–diciembre 2022  
Quito–Ecuador  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. C – Nº. 208-B  
Julio–diciembre 2022  
BREVE TESTIMONIO Y REFLEXIONES  
SOBRE LA GUERRA DEL CENEPA  
–DISCURSO DE INCORPORACIÓN–  
José Gallardo Román1  
Agradezco al doctor Franklin Barriga López, Ilustre Director  
de la Academia Nacional de Historia, las cordiales palabras con las  
me ha recibido en la institución que dirige con tanto acierto.  
Al integrarme a la Academia Nacional de Historia, me siento  
altamente honrado porque esta noble institución está integrada por  
ecuatorianos de alta valía moral e intelectual, que hacen honor al  
legado de sabiduría y patriotismo de su fundador, monseñor  
Federico González Suárez, quien, era un hombre de paz y concordia,  
sin embargo dijo en 1910, cuando el país estaba amenazado por una  
invasión: “Si ha llegado el momento que el Ecuador desparezca, que  
desaparezca, pero no enredado en los hilos de la diplomacia sino en el campo  
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del honor y con el arma al brazo”. Esta expresión de dignidad y coraje  
aún vibra en el alma de quienes aman a la Patria.  
En razón de las funciones militares que he cumplido, he  
propuesto como ponencia de mi incorporación a la Academia  
Nacional de Historia, el tema: “Breve testimonio y reflexiones sobre  
la Guerra del Cenepa”. Debo comenzar recordando que en 1829 se  
firmó el Tratado de Guayaquil entre Colombia y Perú, que estableció  
como límite entre esos países, los ríos Tumbes–Macará y Mara-  
ñón–Amazonas. Perú recibió con beneplácito el Tratado porque  
Colombia le entregó todo el territorio localizado al sur de los  
mencionados ríos, que había pertenecido a la Real Audiencia de  
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Excomandante general del Ejército y ministro de Defensa Nacional en la Guerra del Cenepa  
y en la firma del Acta de Paz de Brasilia.  
Cfr. Federico González Suárez en: Raquel Rodas Morales, Zoila Ugarte de Landívar Patriota y  
Republicana “Heroína ejemplar del feminismo”, Comisión de Transición, Quito, 2011, p.67.  
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Quito en los tres siglos de la Colonia. Sin embargo, de esa inmensa  
sesión territorial, tan pronto el Ecuador se separó de Colombia, el  
Perú comenzó a ocupar el territorio ecuatoriano localizado al norte  
de dichos ríos, utilizando las poderosas fuerzas y buques que se  
radicaron en el antiguo Virreinato de Lima al finalizar la guerra de  
la Independencia.  
Para obligar al Ecuador a reconocerle en un tratado de  
límites el despojo de la mitad del territorio con el que nuestro país  
nació a la vida republicana, el Perú preparó y perpetró la invasión  
de 1941, empleando 15.000 soldados frente a las provincias de El Oro  
y Loja, armados con tanques blindados y artillería, y apoyados con  
aviación de combate, destructores y submarinos. Contra ese pode-  
roso ejército se enfrentó el Escalón de Seguridad de la frontera que  
no pasó de 1.700 hombres. En la Región Amazónica, el desbalance  
de los poderes militares fue similar.  
Encontrándose el litoral de la provincia de El Oro ocupado,  
el Perú le impuso al Ecuador el Protocolo de Río de Janeiro. Mientras  
se colocaban los hitos limítrofes se verificó la inexistencia de la  
divisoria de aguas de los ríos Zamora y Santiago, que consta en el  
Protocolo de Río de Janeiro como límite, dado que el río Cenepa está  
interpuesto entre dichos ríos, formando dos divisorias de aguas, que  
determinban la inejecutabilidad del Protocolo. Para encontrar  
solución a ese problema, en 1950 Ecuador invitó a Perú a conversar;  
pero ese país rechazó la invitación y le exigió que cumpliera el  
Protocolo como estaba escrito, sin objeción alguna; y acto seguido,  
ocupó el río Cenepa en su curso bajo y medio, apoderándose del  
85 % del valle del río. Seguramente, no llegó al curso superior por  
las dificultades del terreno. Tiempo después, las tropas ecuatorianas  
entraron a patrullar el territorio del curso superior, al que se deno-  
minó Alto Cenepa.  
Esa era la situación el 14 de diciembre de 1994, cuando se me  
informó, en mi condición de Ministro de Defensa Nacional, que el  
Perú exigía la inmediata desocupación del Alto Cenepa. El  
Presidente Fujimori había dicho al Jefe del Comando Conjunto:  
Tienen tres días para sacar a los ecuatorianos”. Evidentemente,  
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esperaba una victoria militar fácil que apuntalara su reelección en  
abril de 1995. Ante esa información, sentí que si los peruanos  
intentaban ocupar dicho territorio, debíamos rechazarlos con las  
armas. Al mismo tiempo pensé que el Ecuador disponía de con-  
diciones favorables para repeler una invasión en la zona sur oriental  
del país, dado que hasta allí llegaban tres carreteras y se disponía  
del campo de aviación de Macas, para facilitar el apoyo operativo y  
logístico. También pensé que se debía prohibir que se ataque a los  
destacamentos del Perú, para no dar pretexto a que se acuse al  
Ecuador de agresor ni para que se desencadene una invasión  
general, que, si bien creía que podríamos rechazarla, causaría un  
holocausto y graves destrucciones.  
Ante la referida amenaza, ordené la inmediata reunión del  
Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, al que manifesté mi  
criterio de rechazar a los peruanos con las armas si intentaban ocupar  
el Alto Cenepa. Luego dispuse que el Jefe del Comando Conjunto y  
los comandantes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea  
manifestaran su criterio. Igual disposición impartí a los jefes de  
Estado Mayor de las tres Fuerzas, segundos en el mando de las  
mismas. Como todos estuvimos de acuerdo en la recomendación que  
deberíamos darle al presidente de la República, fui al Palacio de  
Gobierno acompañado del Comando Conjunto. El primer manda-  
tario aprobó la recomendación.  
Para entonces las Fuerzas Armadas estaban debidamente  
entrenadas y disponían del armamento indispensable para cumplir  
su misión, aunque el adversario contaba con total superioridad  
material. Los oficiales y la tropa del Ejército, la Marina y la Fuerza  
Aérea, desde el fracaso de 1941, habían tomado plena conciencia de  
que la preparación de la defensa nacional no podía postergarse un  
minuto y venían preparándose sin desmayos, muchas veces  
sobreponiéndose a graves carencias, con el propósito de impedir que  
el pasado de ultrajes se repitiera. El pueblo, en general, los secundó  
en sus afanes y los gobiernos, unos más y otros menos, dieron su  
aporte valioso para preparar la defensa del país. La enseñanza de la  
historia nacional con sentido de Patria, no había sido en vano.  
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El 23 de enero de 1995 se descubrió que tropas peruanas  
infiltradas, estaban construyendo un helipuerto a la retaguardia de  
las tropas ecuatorianas. Los comandantes de las unidades tácticas y  
operativas dieron, sucesivamente, la orden de que se preparara el  
desalojo de los invasores, orden que fue ratificada por el Frente  
Militar y aprobada por el presidente de la República.  
Al anochecer del 26 de febrero se inició el desalojo de los  
infiltrados y el 27 el Perú atacó con gran apoyo aéreo contra el Alto  
Cenepa y los destacamentos del sector del río Santiago, donde cesó  
su ataque el 2 de febrero para concentrar sus fuerzas en la conquista  
del Alto Cenepa.  
La misma noche del 26 de enero de 1995 el presidente Sixto  
Durán-Ballén convocó a los embajadores de los Países Garantes para  
pedir la intervención de los mismos y evitar la guerra. Dos días  
después respondieron los garantes, proponiendo que las tropas en  
contacto se retiraran ocho kilómetros, lo que para los ecuatorianos  
significaba que debían abandonar el territorio que defendían. Ante  
esa absurda e injusta propuesta, el presidente dijo al pueblo reunido  
en la Plaza de la Independencia: “Esta vez no vamos a retroceder ni  
un paso”. La multitud respondió: “Ni un paso atrás”.  
El 13 de febrero, Fujimori, al verificar que sus tropas no  
podían penetrar en el Alto Cenepa, declaró unilateralmente el cese  
de fuego, aduciendo falsamente que el Perú había conquistado su  
objetivo. Con ese engaño, seguramente pensaba que las tropas  
ecuatorianas se quedarían impávidas en sus posiciones, mientras los  
peruanos, aprovechándose del ocultamiento que les daba la selva,  
avanzarían sin tener que combatir. Pero, los comandantes ecuato-  
rianos del área de batalla y el Comando Conjunto no cayeron en el  
engaño y dieron la orden de localizar a los invasores y rechazarlos.  
El 17 de febrero se firmó la Declaración de Paz de Itimaraty y el  
Perú, después de cuarenta años de negativas, aceptó sentarse a la  
mesa de negociaciones para resolver los desacuerdos existentes. Sin  
embargo, sus tropas continuaron atacando con mayores fuerzas. Era  
evidente que querían encontrarse en posesión del Alto Cenepa para  
cuando llegaran los observadores de los garantes decirles que ellos  
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venían ocupando ese territorio y que los ecuatorianos éramos los  
invasores. Pero nuevamente fracasaron sus ataques con graves  
pérdidas humanas y materiales. Ante ese fracaso, el Perú cesó su  
ofensiva el 23 de febrero, pero continuó infiltrando patrullas, que  
fueron rodeadas e inmovilizadas por las tropas ecuatorianas, tanto  
que, para culminar el proceso de separación de las Fuerzas, hubo  
que abrir rutas de salida por donde los peruanos replegaron a su  
país. Al concluir dicho proceso, las tropas ecuatorianas dejaron el  
Alto Cenepa en poder de los observadores de los garantes, realizan-  
do sencillas y emotivas ceremonias en Tiwintza y Base Sur, prin-  
cipales reductos de su resistencia heroica, donde arriaron la Bandera,  
cantando el Himno Nacional.  
No obstante que siempre será triste el recuento de las  
pérdidas humanas y materiales que dejan las guerras, el rigor del  
relato histórico lo exige. En la guerra del Cenepa el Ecuador no  
perdió aviones ni helicópteros. Sus muertos fueron 1 oficial y 32  
hombres de tropa y los heridos más de cien, entre los cuales 69  
sufrieron diferentes grados de invalidez. En cuanto al Perú, perdió  
un bombardero Camberra, derribado por las tropas de tierra, dos  
aviones supersónicos Sukoi y un avión subsónico A-37B, que fueron  
abatidos por la Fuerza Aérea sobre el Alto Cenepa; otro escapó entre  
la neblina y se estrelló porque no llegó a su base, y un avión de  
exploración marítima se le perdió en el océano. Además, le fueron  
derribados cinco helicópteros y uno se le siniestró en actividades  
logísticas. Sus muertos y heridos fluctuaron en alrededor de mil  
según los medios de comunicación social de ese país.  
La victoria del Cenepa se logró gracias a la preparación pro-  
fesional y al correcto equipamiento de las Fuerzas Armadas, y, sobre  
todo, a su alta moral, y al hecho de que el Ecuador estuvo unido y  
dirigido con firmeza, a diferencia de lo que ocurrió en 1941, en que  
las tropas tuvieron que luchar en desproporción de uno contra diez  
y desprovistas hasta de alimentos y municiones, lo que las llevó al  
colapso físico y emocional después 20 días de resistencia heroica.  
Para 1995, el Ecuador, había aprendido que los errores, omisiones y  
debilidades, se deben enmendar inmediatamente.  
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En síntesis, la victoria del Cenepa recuperó y elevó la autoes-  
tima nacional, tan venida a menos como consecuencia de la invasión  
peruana de 1941 y de la imposición del Protocolo de Río de Janeiro;  
ganó el respeto internacional para Ecuador, y determinó que los  
ecuatorianos aceptáramos la negociación de paz como un acto  
soberano y no como una imposición.  
Desmovilizadas las tropas, se iniciaron las negociaciones de  
la paz, bajo la rigurosa exigencia de los garantes, por obvias razones,  
de que se realizaran estrictamente en el marco del Protocolo de Río  
de Janeiro. Esta era la situación el 10 de agosto de 1998 al asumir el  
poder el nuevo Gobierno.  
Para entonces, Perú había adquirido 29 poderosos aviones y  
rearmado sus fuerzas militares; mientras Ecuador, por la penuria  
fiscal, no había podido comprar ningún material bélico importante.  
En esos meses, la crisis fiscal y el empobrecimiento del país  
se agravaban inconteniblemente a causa de la caída del precio del  
petróleo a un valor menor que el costo de su producción, y por la  
destrucción del sistema vial y de las plantaciones de los productos  
de exportación, causada por el fenómeno de “El niño”. Por otro lado,  
la exportación de camarones se había reducido a un tercio como con-  
secuencia de la peste de la “Mancha blanca”, y la banca enfrentaba  
quiebras generalizadas por la irresponsabilidad y codicia de varios  
banqueros.  
Para aprovechase de la calamitosa situación del Ecuador, los  
grupos de diplomáticos y militares peruanos que querían una guerra  
de desquite, presionaban para que se iniciara la invasión lo más  
pronto posible, comenzando con un ataque aéreo contra los puertos,  
aeropuertos, vías de comunicación, áreas industriales, represas,  
plantas de energía eléctrica e instalaciones de explotación y expor-  
tación del petróleo. Esa presión aumentó cuando el presidente del  
Ecuador, Jamil Mahuad, al asumir el mando, invitó al Presidente del  
Perú para procurar una pronta solución al conflicto territorial. Es así  
que, el 12 de agosto de 1998 las fuerzas militares peruanas se  
encontraban en “alerta roja” y la Policía concentrada en los cuarteles  
para apoyarlas. Sólo esperaban la orden presidencial para atacar.  
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Pero las oportunas intervenciones del canciller de Argentina, que se  
encontraba en Lima, y la de los países garantes, evitaron tal locura.  
Sobre la base del criterio de solución del conflicto, formulado  
por los presidentes de los países garantes, que les fue solicitado por  
los presidentes de Ecuador y Perú cuando no pudieron ponerse de  
acuerdo, se firmó el Acta de la Paz en Brasilia el 26 de octubre de 1998.  
En dicha acta, se mantuvo la divisoria de aguas de los ríos Zamora  
y Santiago como límite entre los dos países, lo que determinó la  
entrega del Alto Cenepa al Perú, y se respetó la soberanía del Ecua-  
dor sobre el territorio donde están asentados los destacamentos  
Teniente Ortiz” y “Etza”, que fue defendido heroicamente en 1995,  
territorio que se encontraba sin delimitarse.  
Por otra parte, se restableció el derecho del Ecuador a nave-  
gar por el río Marañón–Amazonas en forma libre, gratuita, continua  
y perpetua y por los ríos que lo confluyen desde su territorio,  
derecho que no había sido ejercido durante medio siglo; se le otorgó  
dos espacios de ciento cincuenta hectáreas de extensión cada uno,  
para establecer dos Centros de Comercio y Navegación: uno a orillas  
del Marañón, en Saramirisa, y otro, a orillas del Amazonas, en  
Pijuayal, aguas abajo de la confluencia del Napo, y se establecieron  
dos ejes viales por los cuales el Ecuador puede acceder al Marañón,  
uno de ellos, la carretera que el Perú debía construir en el plazo de  
cinco años para unir la orilla norte del río Santiago con el Marañón,  
frente a Saramirisa.  
Concluido el litigio territorial con Perú, debemos mirar con  
fe el futuro porque el Ecuador goza de una excepcional posición  
geográfica, muy favorable para su desarrollo, ya que está situado en  
el centro de la costa americana del océano Pacífico y de los países de  
la Comunidad Andina y frente al inmenso mercado asiático. Ade-  
más, se encuentra muy próximo a los pueblos de la Hoya Amazónica  
que alberga ya más de treinta millones de habitantes. Por su posición  
geográfica, los productos del Ecuador pueden llegar en menor  
tiempo y a menor costo a los mercados del sur y del norte del  
continente y recibirse, con iguales ventajas, los insumos requeridos  
para producirlos. Sus cuatro regiones naturales y su amplio espacio  
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marítimo son fuentes de ricos recursos del suelo y subsuelo. Además,  
está beneficiado por abundante agua dulce y hermosos parajes de  
extraordinario valor turístico que, unidos a su magnífico patrimonio  
cultural, le aseguran un futuro promisorio.  
Para beneficiase a plenitud de dichos recursos, el Ecuador  
necesita intensificar las relaciones económicas y humanas con los  
países de la Comunidad Andina y con todo el mundo, sin que lo  
perturbe ningún prejuicio ni alineamiento ideológico, y requiere  
restaurar el imperio de la ley y el orden, con la contribución  
patriótica de los tres poderes del Estado y de todo el pueblo. Esto  
hará posible que se ponga coto al saqueo del erario del Estado, al  
narcotráfico y sus sicarios, a los extorsionadores del trabajo honrado,  
a las protestas sistemáticas, violentas e incendiarias y a las guerrillas  
que se entrenan en Colombia bajo feroces guías. Para el efecto, es  
prioritario fortalecer moral y materialmente a la Policía Nacional y  
a las Fuerzas Armadas: a la Policía para que controle la paz y el orden  
público en las ciudades, campos y vías, desde los pasos fronterizos;  
y a las Fuerzas Armadas para que continúen impidiendo que los  
sembríos de coca y mariguana se desborden desde los países vecinos  
sobre la extensa frontera selvática y montañosa del Ecuador, peligro  
que, de no evitarse, terminará esclavizando los campesinos al  
narcotráfico. Además, las Fuerzas Armadas deberán estar en condi-  
ciones de apoyar oportuna y eficientemente a la Policía Nacional en  
el control de las conmociones internas.  
Los bienes que se alcancen con el crecimiento económico,  
deberán destinarse a la dignificación del pueblo, especialmente de  
aquellos que no pueden valerse por sí mismos. Todos estos propó-  
sitos serán simples ilusiones y quimeras, si antes no se realiza una  
profunda restauración de los valores morales y cívicos de la Nación,  
que conduzca a una urgente depuración institucional, especialmente  
de la administración de la justicia. Esta gesta de salvación nacional  
debe iniciarse con la elección de los ciudadanos más sabios y probos  
para el desempeño de las funciones públicas, los que deben ser  
promovidos y apoyados por organizaciones políticas idealistas y  
fuertes.  
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Bibliografía  
RODAS MORALES, Raquel, Zoila Ugarte de Landívar Patriota y Republicana “He-  
roína ejemplar del feminismo”, Comisión de Transición, Quito, 2011  
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La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Gallardo Román, José,  
"
Breve testimonio y reflexiones sobre la guerra del Cenepa",  
Boletín de la Academia Nacional de Historia, vol. C, Nº. 208-B,  
julio - diciembre 2022, Academia Nacional de Historia, Quito,  
2023, pp.431-439