BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen C  
Nº 208–B  
Julio–diciembre 2022  
Quito–Ecuador  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. C – Nº. 208-B  
Julio–diciembre 2022  
APUNTES SOBRE LA HISTORIA  
DE LA LITERATURA ECUATORIANA  
1
–DISCURSO DE INCORPORACIÓN–  
Galo Galarza2  
Este es uno de los días más importantes de mi vida. Ser ad-  
mitido como Miembro Honorario en una Academia de la que for-  
maron parte hombres y mujeres ilustres de nuestro país, quienes  
consagraron su vida entera al estudio de una de las más apasionantes  
disciplinas del intelecto humano, como es la Historia. En las paredes  
de este salón, que lleva, por cierto, el nombre de un destacado histo-  
riador y diplomático, de quien tuve el privilegio de ser su alumno  
en la Universidad Católica de Quito; en los hermosos retratos pinta-  
dos por el artista Angeloni Tapia y otros artistas, nos miran esos  
hombres y mujeres desde aquella dimensión donde van los sabios y  
los justos y allí se quedan en la memoria de sus pueblos.  
Yo no soy un historiador de profesión, dediqué mi vida pro-  
fesional a la diplomacia y mi vida pasional a la literatura, como al-  
gunos de ustedes conocen, sin embargo, me he aventurado a realizar  
algunas investigaciones de carácter histórico, particularmente rela-  
cionadas con la historia de la literatura ecuatoriana. Siguiendo esta  
1
2
A propósito de la Historia y Antología de la Literatura Ecuatoriana publicada por la Academia  
Nacional de Historia, en colaboración con la Casa de la Cultura Benjamín Carrión.  
Licenciado en Ciencias Jurídicas, Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Doctor en Cien-  
cias Internacionales, Universidad Central del Ecuador. Realizó cursos complementarios en la  
Academia de Derecho Internacional de La Haya, Holanda, el Centro de Comercio Internacio-  
nal de la Comunidad Europea de Bruselas, Bélgica, y en el Instituto Internacional de Admi-  
nistración Pública de París, Francia. Diplomático de carrera, se retiró de la vida diplomática  
en el año 2021, para dedicarse enteramente a la literatura y a la investigación histórica. En el  
Ministerio de Relaciones Exteriores desempeñó varias funciones, entre ellas: Director de Re-  
laciones Culturales, Director de Investigaciones y Publicaciones en la Academia Diplomática,  
Director de Planificación, Subsecretario del Servicio Exterior, Subsecretario para América La-  
tina y el Caribe, Viceministro y Ministro de Relaciones Exteriores, subrogante.  
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de la Literatura ecuatoriana  
línea, me atrevo a presentar ante ustedes algunas notas sobre esta  
materia, inspirado en esa magna obra que ha emprendido, desde  
hace algunos años, la Academia Nacional de Historia y en la que han  
participado decenas de investigadores, escritores y escritoras de di-  
ferentes regiones y ciudades del Ecuador. Todos quienes han parti-  
cipado en esta tarea, concretada en veinte volúmenes, merecen el  
aplauso y el reconocimiento del país. Antes ya se hicieron estudios  
en esta materia, como los de Isaac Barrera o Aurelio Espinosa Polit o  
Benjamín Carrión o Galo René Pérez o Hernán Rodríguez Castelo,  
por mencionar algunos ejemplos, o aquel loable esfuerzo contenido  
en diez tomos publicados por la Universidad Andina Simón Bolívar  
y la Corporación Editora Nacional, titulado “Historia de las literaturas  
3
ecuatorianas” y aquella selección que dirigió Jorge Enrique Adoum,  
con la editorial Eskeletra, contenida en cinco espléndidos volúmenes,  
titulada Antología Esencial. Ecuador siglo XX, o, claro, la célebre Biblio-  
teca Ecuatoriana Mínima, publicada a principios de la década de los  
sesenta del mismo siglo XX, y de la cual se deberían hacer otras reim-  
presiones para conocimiento de las nuevas generaciones. Todo ese  
cúmulo de investigación y esfuerzo intelectual quedará como un le-  
gado para quienes se interesen en esta apasionante materia.  
4
En mi libro Breviarios/diarios/memorias/libros publicado re-  
cientemente por editorial Eskeletra de Quito, incluyo un trabajo que  
presenté en el Círculo de Bellas Artes de la ciudad de Montevideo,  
cuando desempeñaba las funciones de embajador del Ecuador en la  
República Oriental del Uruguay. Tomando como base ese trabajo, in-  
cluyo algunas reflexiones sobre la historia de la literatura ecuatoriana  
que por muchos años he venido realizando sobre esta materia, como  
ya lo mencioné, y que se publicaron, fundamentalmente, en la revista  
AFESE del Servicio Exterior del Ecuador.  
Con justicia se preguntarán –decía entonces- por qué un em-  
bajador les viene a hablar de literatura cuando normalmente mis co-  
legas tratan temas más relacionados con la política, la economía, el  
3
4
Universidad Andina Simón Bolívar, Historia de las literaturas del Ecuador. Ver en: https://  
www.uasb.edu.ec/vinculacion/historia-de-las-literaturas-del-ecuador/ (20-12-2022).  
Galo Galarza, Breviarios/diarios/memorias/libros, Eskeletra, Quito, 2022.  
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comercio, los conflictos armados. Yo les digo que hablar este mo-  
mento de literatura es un privilegio inmenso porque, de alguna ma-  
nera, es hablar de la paz y de la inteligencia, en una hora sombría  
del mundo, cuando la paz y la inteligencia son atropelladas (literal-  
mente) cada día. Es probable que, a esta misma hora, en otros lugares  
del mundo y en nuestro propio país, seres humanos como nosotros,  
con nuestras mismas ilusiones y sueños, estén enterrando a sus  
muertos o curando a sus heridos o buscando a sus expatriados por  
acciones brutales de delincuentes y extremistas, de gobiernos faná-  
ticos y asesinos de diferente laya o guerras fratricidas que siendo de  
apariencia medieval amenazan con convertirse en una amenaza nu-  
clear. La literatura y la paz, entonces, nos salvan de ese horror.  
Y fíjense ustedes, queridas amigas y queridos amigos, cuánta  
actualidad y vigencia tienen esas reflexiones pronunciadas hace al-  
gunos años.  
La utilidad de la literatura, decía entonces, es que permite  
conocer a profundidad el alma de un pueblo. Quien no haya leído a  
Rulfo, Fuentes o Paz no puede conocer al pueblo mexicano, como no  
puede conocer al pueblo ruso quien no haya leído a Dostoievski, Tol-  
soi o Chéjov. Quien no haya leído a Faulkner, Hemingway o Roth,  
5
sobre todo a ese Philip Roth de la Pastoral Americana, no entenderá  
la idiosincrasia de esa gran nación norteamericana (con todas sus  
virtudes y horrores).  
Lo mismo ocurre con el Ecuador: quien no haya leído a Es-  
pejo, Montalvo o Adoum, por mencionar tres nombres, tampoco co-  
nocerá el alma del pueblo ecuatoriano. De ahí la utilidad y la  
necesidad de hablar sobre literatura, en este caso sobre literatura  
ecuatoriana.  
Pero, ¿qué método utilizar para tocar un tema tan vasto en  
apenas unos minutos, un tema que bien puede ser tratado en varios  
cursos, como de hecho ocurre en la actualidad en universidades de  
dentro y fuera del país? Se ha creado una red de “ecuatorianistas”,  
como se sabe, en universidades norteamericanas y europeas que se  
dedican a este fin. Creo, entonces, que la historia puede venir en  
5
Philip Roth, Pastoral Americana, Penguin Random House Grupo Editorial España, 20 oct 2011.  
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nuestro auxilio y al menos caracterizar algunos períodos y encontrar  
allí a los más destacados autores.  
Apenas podré dar algunas pinceladas sobre un tema tan am-  
plio. Pero veamos esos períodos de la historia:  
Precolombino. Los primeros vestigios humanos que se en-  
cuentran en el actual territorio de la República del Ecuador se re-  
montan hace aproximadamente 10.000 años. Agrupaciones que se  
asentaron en la costa litoral junto al Océano Pacífico (se piensa que  
llegaron por mar desde regiones asiáticas o por tierra en su peregri-  
nar desde otras regiones del norte, después de cruzar las tierras con-  
geladas del Estrecho de Bering) y desarrollaron formas de cultura  
diversa (sobre todo trabajos en arcilla, orfebrería y organización co-  
munal), así encontramos las culturas Chorrera, Valdivia (la de las  
preciosas Venus que se encuentran en muchos museos del mundo),  
Huancavilca (que fueron extraordinarios navegantes, he visto emo-  
cionado algunas de esas balsas en los más importantes museos del  
mundo), Joama-Coaque, entre otras. Igualmente se han encontrado  
vestigios de culturas en la Sierra, en los montes aledaños a la actual  
ciudad de Quito, particularmente en la zona del Ilaló. Pero de esta  
etapa nada queda para la literatura escrita, quedan relatos orales  
sobre mitos y leyendas que se fueron transmitiendo de generación en  
generación y que obedecen más a los miedos a lo desconocido, a la  
muerte, a la intrascendencia que aquellos hombres y mujeres creaban  
alrededor de un fuego o después de una terrible pesadilla (método  
que uso Cortázar, por cierto, para elaborar sus cuentos muchos años  
más tarde). Así crearon sus propios dioses y sus propias formas de  
adorarlos: al Sol, a la Luna, a los astros, a algunos animales y plantas.  
A partir de la segunda mitad del siglo XV llegan los incas al ac-  
tual territorio de la República del Ecuador y después de feroces en-  
frentamientos con las tribus y pueblos locales logran imponerse en  
base a alianzas matrimoniales y victorias militares. El último de los  
incas: Atahualpa, nace precisamente en el actual territorio del Ecua-  
dor. Sin embargo, la presencia del imperio de los incas (con todas  
sus formas culturales: idioma kichwua, escritura en hilos y nudos,  
los kipus, los sabios lectores de estos instrumentos, los kipukamayos,  
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etc), apenas perdura en el actual Ecuador donde los incas permane-  
cen por apenas seis décadas. Curiosamente la lengua kichwa se ex-  
tendió más en la población indígena en el período colonial, cuando  
el colonizador la utilizó para catequizar. Tampoco se registra litera-  
tura escrita en este período, siguen los cuentos y leyendas, aunque  
se encuentra un drama: Elegía a la muerte de Atahualpa de autor anó-  
nimo que hasta ahora no se puede probar su autenticidad o talvez  
se escribió mucho más tarde, ya con los elementos de la lengua es-  
pañola.  
Es recién a partir de mediados del siglo XVI cuando los espa-  
ñoles llegan al actual territorio ecuatoriano, en sus exploraciones pro-  
cedentes de Panamá, y emprenden una conquista compleja y no  
exenta de los traumas y horrores que deja toda conquista, cuando  
aparecen registros escritos. En 1530 Sebastián de Benalcazar y un  
grupo de 200 hombres funda o refunda o refunde la actual capital  
de los ecuatorianos, Quito, en el mismo lugar donde ya existía este  
asentamiento milenario que tuvo también importancia en el incario.  
Fue, como se sabe, la segunda ciudad sagrada, después del Cusco. E  
igual importancia tuvo antes de la llegada de los incas.  
Y recién dos siglos más tarde comienzan a aparecer textos  
con valor literario. Fundamentalmente porque en Quito se crean uni-  
versidades, colegios, se trae la imprenta, los sacerdotes jesuitas (hasta  
su expulsión en 1767) imparten una educación de calidad. Entre ellos  
mismos surgen importantes escritores: Juan Bautista Aguirre, por  
ejemplo, (que es un poeta costumbrista, con una agudeza queve-  
diana: “Son estos piojos taimados/animales infelices/grandes como mis na-  
rices/gordos como mis pecados/cuando veo que estirados/van muy grandes  
en cuadrilla/me asusto de maravilla/desde que un piojo arisco/solo con  
darme un pellizco/me sumió la rabadilla”.6  
O Juan de Velasco (quien escribe la primera historia del Ecua-  
dor que es en verdad su primera novela, como lo han observado al-  
gunos críticos, porque habla de un fabuloso Reino de Quito, más  
6
Antonio de Bastidas, Juan Bautista Aguirre y Aurelio Espinosa P �o lit (Editor), Los dos primeros  
poetas coloniales ecuatorianos, siglos XVII y XVIII: Antonio de Bastidas [y] Juan Bautista Aguirre, J.  
M. Cajica, México, 1960, p. 522.  
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Apuntes sobre la historia  
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marcado por la fábula que por la realidad). Una historia en la cual  
desfilan gigantes, animales, pueblos y plantas mitológicas.  
En definitiva, como dijo el poeta chileno Pablo Neruda: los  
conquistadores españoles se llevaron el oro pero nos dejaron el oro,  
el oro de las palabras:  
Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquis-  
tadores torvos -dice Neruda- Estos andaban a zancadas por las tremen-  
das cordilleras, por las Américas encrespadas…todo se lo tragaban con  
religiones, pirámides, tribus, idolatrías…por donde pasaban quedaba  
arrasada la tierra…Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las  
barbas, de los yelmos, de las herraduras, de las piedrecitas, las palabras  
luminosas que se quedaron aquí resplandecientes…el idioma. Salimos  
perdiendo…Salimos ganando…Se llevaron el oro pero nos dejaron el  
7
oro…Se lo llevaron todo y nos dejaron todo…Nos dejaron las palabras.  
Y con esas palabras se armaron los más bellos textos para  
cantar al nuevo Dios, al amor o a la libertad, una esquiva libertad  
que comenzaba a brillar en el horizonte del siglo XIX.  
Con esas palabras dejadas por el conquistador, un mestizo  
quiteño llamado Eugenio Espejo, hijo de indígena y mulata (quien  
para poder matricularse en las escuelas de la elite criolla adoptó el  
pomposo nombre de Eugenio de Santa Cruz y Espejo) se convirtió  
en el más poderoso escritor de esa etapa colonial. Espejo es la piedra  
angular de la literatura ecuatoriana. Nace y muere en Quito (1747-  
1795), escribe tratados, reflexiones filosóficas, agudas críticas al ré-  
gimen colonial (que le valen la prisión hasta su muerte), funda el  
primer periódico o revista de literatura: Primicias de la Cultura de  
Quito. Sus ideas sirven para que el 10 de agosto de 1809 un grupo de  
patriotas quiteños depongan al gobierno español y formen el primer  
gobierno autónomo, que por cierto dura apenas un año, porque los  
ejércitos coloniales acantonados en Lima y Bogotá marcharon sobre  
Quito y destruyeron el movimiento a sangre y fuego. Sin embargo,  
esa semilla de libertad (esa luz de América, como dijo el sacerdote y  
7
Cfr. Pablo Neruda en: Isabel López Martínez, Neruda y los escritores de la Edad de Oro, Edito-  
rial CSIC - CSIC Press, Sevilla, 2009, p. 91.  
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escritor chileno Camilo Henríquez) prendió una lucha que se pro-  
longó por más de una década hasta conseguir la independencia.  
Precisamente en esta etapa independentista es que aparece  
otro notable poeta, el guayaquileño José Joaquín de Olmedo, quien par-  
ticipa activamente en ese proceso y se convierte en el cantor de la  
gesta bolivariana. Su largo poema épico, de 900 versos, titulado:  
Canto a Bolívar/la victoria de Junín, fue considerado en su época como  
otra piedra angular de la literatura independentista:  
El trueno horrendo que en fragor revienta/y sordo retumbando se di-  
lata/por la inflamada esfera/al Dios anuncia que en el cielo impera./  
Y el rayo que en Junín rompe y ahuyenta/ a la hispana muchedumbre/  
que, más feroz que nunca amenazaba/a sangre y fuego, eterna servi-  
dumbre/y el canto de victoria/que en ecos mil discurre, ensorde-  
ciendo/ el hondo valle y enriscada cumbre/proclaman a Bolívar en la  
8
tierra/árbitro de la paz y de la guerra.  
Las palabras que se le cayeron al conquistador de los yelmos  
y las babas, sirvieron para cantar al héroe que los expulsó de Amé-  
rica.  
Ya en ese Ecuador del siglo XIX surgen otras voces que dan  
aportes a la literatura, pero entre todas ellas es la de Juan Montalvo la  
que más trasciende y perdura. Juan Montalvo nace en Ambato en  
1
832 y muere en París en 1889. Prosista notable. José Enrique Rodó,  
el gran autor uruguayo, fue un exégeta (un gran admirador) de la  
obra montalvina. En su libro Motivos de Proteo pone a Montalvo a la  
9
altura de Bolívar. Lo ve como el más importante escritor de esa época.  
La literatura de Montalvo –dice Rodó- tiene asentada su perennidad,  
no solamente en la divina virtud del estilo, sino en el valor de la no-  
bleza y hermosura de la expresión personal que lleva en sí. Pocos es-  
critores tan apropiados como él para hacer sentir la condición  
reparadora y tonificante de las buenas letras. Su amenidad, su deleitoso  
halago, están impregnadas de una virtud más honda, que viene del in-  
10  
nato poder de simpatía y del ritmo enérgico y airoso de la vida moral.  
8
9
1
José Joaquín de Olmedo, Victoria de Junín, 2a., edición, Libresa, 1988, p. 69.  
José Enrique Rodó, Motivos de Proteo, J. M. Serrano y C., 1909.  
0 José Enrique Rodo, Ariel; liberalismo y jacobinismo, Editorial Porrúa, España,1968, p. 245.  
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Aparte de escribir notables ensayos (sobre todo aquellos que  
están contenidos en Los siete Tratados, el Cosmopolita y Las Catilinarias,  
se propone escribir una singular novela a la que titula: Los capítulos  
que se le olvidaron a Cervantes, en la cual pretende emular la prosa del  
gran Manco de Lepanto, pero no como una imitación sino como una  
recreación, como un instrumento para contar historias de su época.  
Recién ahora se está valorando como se debe esta obra montalvina.  
De todas formas, hay otros hechos dignos de mencionarse  
en la literatura ecuatoriana en el siglo XIX: la publicación de la pri-  
mera novela feminista, escrita por Miguel Riofrío, titulada La Eman-  
cipada (publicada en fascículos en el año 1863) donde este autor  
lojano habla sobre una mujer rebelde y valiente que lucha por sus  
derechos en una sociedad machista y represiva, y se convierte así en  
una obra pionera; y de la novela Cumandá, escrita por Juan León Mera  
en 1879. Mera es un escritor y pintor ecuatoriano de los más desta-  
cados de ese siglo, autor del Himno Nacional del Ecuador. Su novela  
Cumandá/un drama entre salvajes, muy influenciada por la novela  
Atala del francés Chateaubriand, tiene todo el ingenuo candor del  
romanticismo y de la supremacía del blanco y la religión católica  
sobre las costumbres de los “salvajes”, pero tiene el gran valor de  
describir con belleza los paisajes de la selva ecuatorial, igual de lo  
que él mismo hizo con su pincel. Fue, además, un estudioso de la  
cultura popular de su época.  
Ya en el siglo XX, los escritores ecuatorianos aparecen en di-  
versos momentos con fuerza, particularmente en los años 30 y 60.  
Una pléyade de novelistas, cuentistas y poetas pueblan el panorama  
de la literatura nacional. Antes, en 1904, Luis Alfredo Martínez publica  
una singular novela titulada: A la costa, en la cual narra la migración  
de los trabajadores serranos a Guayaquil (el puerto principal del país  
y el polo más activo de desarrollo económico) huyendo de la miseria  
y la explotación de los terratenientes serranos. Es una obra que des-  
pojada del ideal romántico presenta un agudo tema social y humano.  
En estos mismos días se presenta en el Museo Nacional (MUNA)  
una extraordinaria muestra sobre la vida y obra de este destacado  
escritor y pintor ambateño.  
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Y, es a partir de 1930, cuando aparece un pequeño libro de  
cuentos titulado Los que se van de tres jóvenes guayaquileños: Joaquín  
Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert, la litera-  
tura ecuatoriana entra en una nueva etapa. Se incorporan a la narra-  
tiva las voces desconocidas y olvidadas de los montubios (campe-  
sinos de la costa), con todos sus mitos, leyendas y dramas humanos.  
A lo largo de la década del 30 al 40 aparecerán varias novelas y libros  
de cuentos de estos mismos autores y de otros escritores también  
guayaquileños: José de la Cuadra y Alfredo Pareja Diezcanseco, que se  
difunden a nivel internacional y se la conoce como la producción del  
Grupo de Guayaquil (“Éramos cinco como un puño”, dirá uno de  
ellos). Son novelas en las cuales se describe matanzas obreras (“Las  
cruces sobre el agua”), luchas políticas (“Las pequeñas estaturas”),  
mitos campesinos (“La Tigra”), anhelos campesinos (“Nuestro pan”).  
Es, en definitiva, una literatura que influenciada por el “realismo so-  
cialista” de la época, incorpora a la literatura a los hombres y mujeres  
de carne y hueso, a los que se pretendía ocultar del mapa de la nueva  
Patria. A este grupo paralelamente o más tarde se sumarán dos au-  
tores dignos de mencionar: Ángel F. Rojas que escribe una excelente  
novela, muy propia de esa época: El éxodo de Yangana (sobre la mi-  
gración de un pueblo lojano hacia el oriente, huyendo de la perse-  
cución gubernamental) y Pedro Jorge Vera con una serie de novelas y  
cuentos, de desigual factura.  
Y si eso hacen los jóvenes guayaquileños, un autor quiteño:  
Jorge Icaza (que luego tendrá muchos seguidores o imitadores en  
otras partes del país) plasma una obra narrativa igualmente pode-  
rosa incorporando al indio de la sierra en sus relatos y novelas. Su  
obra más conocida es Huasipungo, que se publica en 1934 y, en poco  
tiempo, se convierte en la novela ecuatoriana más conocida y tradu-  
cida de todos los tiempos. Hace poco se hizo un mapa literario del  
mundo y se escogió un libro para que represente a cada país. Los au-  
tores de este ejercicio escogieron a Huasipungo por el Ecuador. Hua-  
sipungo es una palabra kichwua que quiere decir nuestra casa y narra  
la brutal explotación a la que estaban sometidos los indios de la Sie-  
rra. El patrón criollo heredó la crueldad de sus ancestros españoles  
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Apuntes sobre la historia  
de la Literatura ecuatoriana  
para imprimir una forma de maltrato y explotación brutales. Icaza  
llega, en su novela, a momentos, a la exageración y a la caricatura,  
pero despertó enseguida, debemos reconocerlo, muchas simpatías y  
adeptos porque incorporó otro tema a la literatura nacional que se  
lo tenía proscrito o escondido bajo la alfombra. Icaza es igualmente  
autor de una novela excelente titulada: El chulla Romero y Flores (pu-  
blicada ya en la década del 50), para mí su mejor obra narrativa, en  
la cual pinta la vida y desventuras de un mestizo quiteño (hijo de es-  
pañol e india) que a toda costa trata de resaltar y destacar las virtu-  
des de su padre español y esconder las de su madre india. Es una  
crítica aguda a un comportamiento que primó por muchos años en  
nuestra región latinoamericana, eso de querer a toda cosa magnificar  
lo español y esconder, cuando no destruir, lo indígena. Adalberto  
Ortiz (escritor esmeraldeño), por su parte, unos años más tarde, res-  
cata el mundo de la negritud en su conocida novela “Juyungo”. Por  
cierto, hay que destacar que la primera novela de corte indigenista  
fue la escrita por el autor otavaleño Fernando Chávez, titulada Plata y  
Bronce, publicada en 1927.  
En esos mismos años aparece también un narrador singular,  
talvez el más singular autor de la literatura ecuatoriana, el lojano  
Pablo Palacio, que saliéndose de ese estilo de denuncia social y de res-  
cate de personajes campesinos e indígenas, hace una narrativa ori-  
ginal y diversa, muy cercana a la que en Uruguay hizo Felisberto  
Hernández o años más tarde, en Argentina, Macedonio Fernández,  
cuentos y novelas que parecen armados de manera geométrica. Su  
novela Débora (1927) y sus libros de cuentos Un hombre muerto a pun-  
tapiés (también de 1927) y Vida del ahorcado (1932), serán estudiados  
muchos años más tarde en universidades norteamericanas y euro-  
peas como lo más original de la literatura ecuatoriana. Palacio murió  
demente, preso en las paredes de un manicomio guayaquileño a los  
4
0 años, sin imaginar jamás que su obra cobraría con el paso de los  
años esa dimensión.  
Y si hubo este florecimiento (este boom de la literatura ecua-  
toriana) en los años 30, también hubo un florecimiento magnífico de  
la poesía. Desde los “decapitados” como se conoció a un grupo de jó-  
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venes poetas de diferentes regiones del Ecuador, marcados e influen-  
ciados por los poetas malditos franceses: Baudelaire, Rimbaud, Ver-  
laine y por el modernismo de Rubén Darío, que hicieron de su obra y  
de su vida un canto a la decrepitud, a lo obscuro, a la muerte (de allí  
su nombre de decapitados, como los llamó el crítico Raúl Andrade),  
muchos de ellos muertos prematuramente por su propia mano (Me-  
dardo Ángel Silva, Arturo Borja) o por el exceso de droga (Humberto Fie-  
rro). Sus bellos y terribles poemas fueron curiosamente tomados por  
el pueblo llano muchos años más tarde y convertidos en canciones.  
El alma en los labios, el poema más duro de Silva, el cual entrega a su  
amada el momento de pegarse un tiro en su presencia y despedirse,  
es interpretado más tarde con un sentimiento admirable por el can-  
tante popular Julio Jaramillo. Casi es un himno alterno de enamorados  
y nostálgicos. Un poema suicida que se convirtió en canto popular.  
Desde los decapitados, digo, hasta la obra formidable de poe-  
tas como Jorge Carrera Andrade (que fue candidato a recibir el Premio  
Nobel de Literatura el mismo año en que otro poeta y diplomático  
de nacionalidad francesa pero nacido en una isla del Caribe, Saint  
John Perse, lo obtenía, según nos cuenta Darío Lara en su extensa bio-  
grafía), Gonzalo Escudero, Alfredo Gangotena, Hugo Mayo, Augusto  
Arias, entre otros. Y más tarde (ya en la segunda mitad del siglo),  
César Dávila Andrade (para mí el más grande poeta ecuatoriano de  
todos los tiempos, con una obra singular y emparentada con la del  
peruano César Vallejo). En años posteriores, ya en los albores del  
siglo y adentrado el siglo XXI, aparecerán otros poetas y narradores,  
en diferentes regiones del Ecuador, dignos de mencionarse: Jorge En-  
rique Adoum (que también escribe una novela crucial para la litera-  
tura ecuatoriana titulada: Entre Marx y una mujer desnuda, llevada  
también al cine), Humberto Salvador, Alfonso Cuesta, Efraín Jara Hi-  
drovo, Miguel Donoso Pareja (también poderoso narrador guayaqui-  
leño), Francisco Tobar García, Francisco Granizo, Alejandro Carrión,  
Alfonso Barrera Valverde, Filoteo Samaniego, Jaime Galarza Zavala, Julio  
Pazos (premio Casa de las Américas), Bruno Sáenz, Antonio Preciado  
(
con sus notables cantos sobre la negritud), Marco Antonio Rodríguez,  
Fernando Nieto Cadena, Rubén Astudillo, Ileana Espinel, Sonia Manzano,  
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Apuntes sobre la historia  
de la Literatura ecuatoriana  
Alexis Naranjo, Iván Oñate, Simón Zavala, Violeta Luna, Wankar Ari-  
ruma Kowii (el más importante poeta que escribe en kichwa), Roy Si-  
güenza, Mario Campana (también destacado ensayista), entre otros y  
otras. El siglo XX, como vemos, dio, definitivamente, importantes fi-  
guras para la literatura ecuatoriana.  
Y así como en los años 30 floreció este grupo magnífico de  
poetas y narradores antes descritos (los del Grupo de Guayaquil y  
compañía), en la década del 60 volverán a surgir otros narradores y  
poetas de importancia que se agrupan en una revista quiteña lla-  
mada Pucuna y ellos mismos se denominan Movimiento Tzánzico (es  
decir que reduce cabezas, a la manera de los mal llamados jíbaros,  
que quiere reducir las cabezas de las vacas sagradas de la literatura  
nacional). Movimiento de jóvenes rebeldes, muy influenciados por  
la Revolución Cubana y los movimientos contestatarios que surgie-  
ron en todo el mundo, desde los hippies en América del Norte hasta  
los efluvios del mayo del 68 en París y los nadaistas en Colombia. A  
este grupo de jóvenes rebeldes se irán sumando después (en años  
posteriores) autores de otras generaciones que formaron una agru-  
pación que se denominó Frente Cultural. Pasadas las horas de euforia  
y puestos a trabajar en obras de mayor aliento dejarán para la litera-  
tura ecuatoriana un importante número de novelas, cuentos y poe-  
marios. Cabe mencionar entre ellos a Abdón Ubidia (poderoso  
narrador, dueño de una considerable obra narrativa, autor de un  
libro muy bello titulado: Ciudad de Invierno, Iván Egüez (autor de La  
Linares y otra saga de novelas, cuentos y poemarios), Raúl Pérez To-  
rres (premio Casa de las Américas, autor de varios libros de cuentos  
de temática urbana), Francisco Proaño Arandi (también destacado di-  
plomático y actual secretario de la Academia Ecuatoriana de la Len-  
gua, con una magnífica producción de novelas y cuentos), Humberto  
Vinueza, Ulises Estrella , Raúl Arias, Guido Díaz, Luis Corral, Pablo Ba-  
rriga, entre otros. En los mismos ámbitos universitarios hay otro  
grupo de poetas, quienes también pretenden con su obra presentar  
una fuerte protesta social: Rafael Larrea, Alfonso Muirragui, son sus  
exponentes más importantes. En torno a la revista Ágora, por su  
parte, destacarán los hermanos Araujo Sánchez (Diego y Francisco),  
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Galo Galarza  
Vladimiro Rivas, Bruno Sáenz, los hermanos Ponce Cevallos (Federico y  
Javier), quienes, con el pasar del tiempo, aportarán libros de preciosa  
factura, tanto en narrativa, como en poesía, como en ensayo.  
En otras ciudades del Ecuador también surgen escritores dig-  
nos de mencionarse: en Guayaquil Jorge Velasco MacKenzie; en  
Cuenca, Eliecer Cárdenas y Jorge Dávila Vázquez; en Loja Carlos Carrión,  
en Guaranda Teresa León, Augusto César Saltos, Luis Falconí, José Félix  
Silva, Gonzalo Karolys (ya fallecidos) o Julio César Vizuete, Ermel Agui-  
rre, Ramón Torres (menciono estos nombres de entre varias mujeres  
y hombres nacidos en la provincia Bolívar o relacionados con esta  
provincia central del Ecuador, como un ejemplo, de muchos otros  
autores que merecen ser mejor conocidos en el resto del país por sus  
aportes a la literatura).  
En la última década del siglo XX (y esta es la etapa que mejor  
conozco por haberla vivido de cerca) surgen también, con fuerza, los  
talleres literarios que, inspirados en la experiencia que desarrolló con  
éxito Miguel Donoso Pareja en México y lo replicó en Ecuador, pu-  
blican sus propias revistas. Tienen nombres extraños, casi zoológicos:  
Matapiojo, Pedradazurda, El escarabajo utópico, Tientos y Diferencias, La  
mosca zumba, Sicoseo, Eskeletra. De allí también saldrán autores inte-  
resantes: Huilo Ruales (uno de los escritores con obra más original y  
fuerte, parecida a la que gestó el chileno Roberto Bolaño e igual en  
su propósito de enseñar el realismo sucio, violento, ya muy diferente  
del realismo mágico que trabajaron en otro momento muchos auto-  
res latinoamericanos. En su obra, las mujeres ya no levitan entre flo-  
res amarillas sino que se revuelcan en los charcos putrefactos de  
sociedades infames, atormentadas por la degradación ecológica o el  
egoísmo de un hipercapitalismo feroz, en lo que él denomina Los  
Kitos Infiernos), Raúl Serrano Sánchez (magnífico cuentista y ensa-  
yista), Raúl Vallejo (quien publicó, entre otras obras, una novela in-  
teresantísima, con la cual obtuvo un importante premio en España,  
sobre Velasco Ibarra, ese presidente ecuatoriano que fue electo cinco  
veces y fue depuesto cuatro, ese presidente que fue amigo de Juana  
de Ibarbourou y que se casó con otra poeta, la argentina Corina del  
Parral, ); Alfredo Noriega (prolífico autor, radicado en Francia, al igual  
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Apuntes sobre la historia  
de la Literatura ecuatoriana  
que Huilo Ruales, Telmo Herrera y Ramiro Oviedo), Ramiro Oviedo  
(
excelente poeta, profesor en la universidad de Bolonge sur Mer),  
Ramiro Arias (narrador y director de la editorial Eskeletra), los her-  
manos Zambrano (Otto y Miguel Ángel), María Eugenia Paz y Miño,  
Jenny Carrasco, Rubén Darío Buitrón, Byron Rodríguez, Gustavo Garzón  
(
desaparecido en uno de los gobiernos mal llamados democráticos),  
Edwin Madrid, Allan Coronel, Pablo Salgado, Fernando Artieda, Fernando  
Balseca, Fernando Iturburu, Diego Velasco, Alfredo Pérez, Pablo Yépez,  
entre otros narradores y poetas.  
Así, entramos al siglo XXI, a estas dos décadas del siglo en  
que vivimos, donde vemos con optimismo cómo siguen surgiendo  
autores en todas las regiones del país. Si pudiésemos hacer con sus  
nombres una guía talvez resultara algo similar a la que saldría de los  
abogados o los médicos o los carpinteros o los futbolistas, porque así  
es el número de gente que está comprometida, de una u otra forma,  
con la escritura. ¿Cuántos quedarán de ellos y ellas? ¿Cuánto de su  
obra perdurará? Solo el tiempo lo dirá, la literatura como el arte tie-  
nen sus misterios. De pronto un autor como Pablo Palacio que murió  
loco a los cuarenta años y que jamás pudo ni quiso autopromocionar  
su obra, se convierte, con el paso del tiempo, en un autor de culto; o  
un poeta como César Dávila Andrade que se suicida en Caracas (des-  
pechado de soledad y destierro) con el pasar de los años se convierte  
en otro autor de culto, cuando muchísimos otros poetas y narradores  
contemporáneos suyos que en determinado momento parecían los  
vates oficiales (más celebrados y aplaudidos e invitados y glorifica-  
dos, premiados y condecorados, elevados a los cenáculos del Par-  
naso) quedaron en el completo olvido. Nadie se acuerda ahora de  
sus libros, de sus famas, de sus premios, de sus cabezas coronadas.  
Los misterios de la literatura: Kafka rogando a Max Brod que queme  
sus libros a su muerte y luego, gracias a la desobediencia de su  
amigo, convertido en uno de los autores más grandes de la literatura  
de todos los tiempos. Un Pessoa escondiendo su monumental obra  
en baúles y él mismo escondiéndose en heterónimos, con el paso de  
los años se convierte en el autor más célebre de Portugal y uno de  
los más célebres del mundo.  
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Galo Galarza  
Lo que sí podemos afirmar es que la literatura que hoy se  
hace en Ecuador por parte de autores de muy diversas generaciones,  
desde los que vienen publicando ya desde mediados del siglo XX  
hasta los más jóvenes, es de lo más variada y de muy compleja trama,  
ya no se cae en localismos ni se tiene la intención de levantar a las  
masas con novelas y cuentos (como las que hicieron los autores de  
los años 30 del siglo pasado y algunos de los años 60). Hay novelas  
como las del quiteño Javier Vásconez, otro importante autor (premio  
Eugenio Espejo de este año) que comenzó a publicar su obra en la dé-  
cada de los ochenta del siglo XX, en las cuales sus personajes surgen  
de una clase decadente que se revuelve entre las paredes de una ciu-  
dad lejana y que pueden nacer en Quito (ciudad que ama y odia) o  
Praga y morir en Nueva York; o novelas como las del guayaquileño  
Leonardo Valencia en las cuales sus personajes pueden nacer en Roma  
y morir en Guayaquil, crea este excelente autor ambientes que salen  
de un mundo futurista donde hay libros flotantes en ciudades sumer-  
gidas por el calentamiento global, o mundos que giran en torno a es-  
caleras de Bramante, el título de su más lograda novela; o las que  
escribe Carlos Arcos, para contar amores lésbicos o incestuosos o que  
se mueven en el Perú de Fujimori o en la borrosa etapa de la conquista  
española; o las que construye con morosidad Modesto Ponce para con-  
tar largas agonías ; o las que publica Jaime Marchán para describir una  
sociedad alucinada por los falsos poderes o los volcanes de niebla; o  
la obra de autores mucho más jóvenes como Luis Alberto Bravo, en la  
que rescata la vida de un pintor de trenes voladores en medio de una  
trama policial; o la de Salvador (Jorge) Izquierdo, en su Te Faruru, novela  
armada como una espiral en la que se mete en la vida cultural y lite-  
raria de Uruguay en los años más brillantes del pintor Torres García,  
por citar algunos ejemplos. Porque junto a ellos, hay una serie de na-  
rradores de primera línea, dignos de mencionar y que merecerían ca-  
pítulos separados: Santiago Páez, Ernesto Carrión, Telmo Herrera,  
Marcelo Báez, Oscar Vela, Adolfo Macías, Hans Behr Martínez, Edgar  
Allan García, Diego Cornejo Menacho, Santiago Vizcaíno, Efraín Villacís,  
Miguel Antonio Chávez, Juan Carlos Moya, Carlos Vásconez, Esteban Ma-  
yorga, Augusto Rodríguez, Andrés Cadena, Adriano Valarezo, Alexis Zal-  
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Apuntes sobre la historia  
de la Literatura ecuatoriana  
dumbide, Paul Hermann, Juan Pablo Castro, Edwin Alcaraz, César Chávez  
(
muerto prematuramente). Y poetas, como Cristóbal Zapata, Juan José  
Rodinás, los hermanos Gil (Pedro y Ubaldo, también fallecidos prematu-  
ramente y, en cuya memoria, se lleva ahora mismo un encuentro de  
literatura ecuatoriana, dirigido por el buen amigo vasco Aitor Arjol,  
apasionado por la literatura ecuatoriana), Gabriel Cisneros, Freddy Pe-  
ñafiel, Xavier Oquendo, Carlos Oramas, Juan Carlos Astudillo, Andrés Vi-  
llalva, Pablo Meriguet, entre otros.  
La novela histórica también encuentra importantes cultores  
en este siglo (la zaga de los Ortiz: Benjamín, Gonzalo, Juan), Diego  
Araujo Sánchez, Alfonso Reece, Agueda Pallares, Iñigo Salvador, Luis Zu-  
ñiga, Felipe Vega de la Cuadra (con una excelente novela titula: “La li-  
bertad que no llega”). Este interesante género (si así podemos  
llamarlo) tuvo un gran cultor en el siglo XIX: Carlos R. Tobar, con su  
novela “Relación de un veterano de la Independencia”. Y en el siglo  
XX, otros excelentes narradores como Enrique Terán (y su Cojo Na-  
varrete), Leopoldo Benítes Vinueza y Miguel Ángel Albornoz (ambos  
también destacados diplomáticos).  
La literatura testimonial y/o autobiográfica (que no ha te-  
nido un desarrollo constante en nuestro país), tiene también intere-  
santes cultores: Francisco Febres Cordero, Mónica Varea, los excanci-  
lleres José Ayala Lasso y Diego Cordovez, los expresidentes Rodrigo  
Borja, Rosalía Arteaga (quien también es autora de libros de poesía y  
narrativa), Alfredo Palacio y Jamil Mahuad, por mencionar a quienes  
han publicado sus obras en el siglo XXI. Pablo Cuvi, además de ser  
un excelente narrador y cronista, ha sido el editor de algunos de  
estos libros.  
El ensayo literario que desde los trabajos de Agustín Cueva  
Dávila, Bolívar Echeverría, Alejandro Moreano, Fernando Tinajero, hasta  
los de Wilfrido Corral, Alicia Ortega, Daniela Alcívar, Mario Campana,  
Gustavo Salazar, Iván Rodrigo Mendizábal, Cecilia Ansaldo (impulsora  
de la excelente Feria de Libro de Guayaquil), Paul Puma, Diego Falconí  
(obtuvo el premio Casa de las Américas), María Barrera-Agarwal, Fer-  
nando Albán (quien dirige la revista Elipsis, de las pocas revistas lite-  
rarias que se mantienen en el país), han tenido una trascendencia  
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Galo Galarza  
que merece igualmente mencionarse. Lo mismo que el arduo trabajo  
emprendido por los hermanos Barriga López (Franklin y Leonardo), Ro-  
dolfo Pérez Pimentel, Rodrigo Riofrío Jiménez, César Alarcón Costa, cuan-  
do armaron sus monumentales diccionarios biobliográficos.  
La literatura escrita para niños y jóvenes tiene, así mismo, un  
gran desarrollo desde finales del siglo XX hasta nuestros días. Hay  
un tomo entero de la Historia y Antología de la Literatura Ecuato-  
riana que dedica a las escritoras y escritores que han publicado sus  
obras. Sería muy largo enumerar aquí al numeroso grupo de autores  
y autoras que han escrito para niños y jóvenes.  
No menciono a los autores de piezas teatrales ni guiones ci-  
nematográficos porque merecerían un estudio aparte.  
Finalmente decirles que las mujeres que no habían tenido un  
rol protagónico en la literatura ecuatoriana de los siglos XIX y XX  
(
salvo contadas excepciones como las de Dolores Veintimilla -en el  
siglo XIX y a quien los “intelectuales orgánicos” de aquella época la  
llevaron al suicidio-), Alicia Yanez Cossio, Nela Martínez, Lupe Rumazo,  
Iliana Espinel, Gilda Holst, Natasha Salguero, en el XX), y mucho menos  
en los siglos anteriores, donde las mujeres que querían escribir de-  
bían meterse a un convento para plasmar sus textos disfrazadas de  
monjas (Hernán Rodríguez Castelo realizó un estudio clave sobre este  
aspecto), hoy, en el siglo XXI, por el contrario, tienen una presencia  
notable, tanto como narradoras que como poetas. Entre las narrado-  
ras podemos señalar a Mónica Ojeda y Gabriela Alemán que están entre  
las más destacadas de América Latina. La novela Nefando de Mónica  
Ojeda está considerada entre las mejores del nuevo boom latinoame-  
ricano, armado recientemente por los críticos del diario El País de  
España, y su traducción al inglés quedó entre las finalistas para el  
National Book Award 2022. Y entre las poetas, podría mencionar a  
Sonia Manzano, Sara Vanegas, Maritza Cino, María Aveiga, Siomara Es-  
paña, Aleyda Quevedo, Margarita Laso (quien es, además, una excelente  
cantante), María Fernanda Espinosa, también destacada diplomática,  
llegó a ocupar la presidencia de la Asamblea General de Naciones  
Unidas y fue dos veces canciller de la República). Más otras talento-  
sas poetas y narradoras de varias generaciones y regiones como  
María Luz Albuja, Solange Rodríguez (prolífica cuentista, de las mejores  
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Apuntes sobre la historia  
de la Literatura ecuatoriana  
del país), Sandra Araya, Lucrecia Maldonado, Aminta Buenaño, Sophía  
Yánez, Carla Badillo, Gabriela Ponce, Daniela Alcívar (a quien ya men-  
cioné también como notable ensayista, autora de una extraordinaria  
novela titulada: Lo que fue el futuro, Andrea Crespo, Valeria Guzmán,  
Mariuxi Valladares, Rocío Soria, María Clara Sharupi (quien escribe  
poesía en idioma shuar), Yuliana Ortiz Ruano, Julia Rendón Abrahan-  
son, por mencionar a algunas de ellas.  
Toda antología deviene, a la larga, en antojonía, decía hace  
unos años un crítico español, inventándose esa palabra, casi como  
un silogismo, y tenía razón. La persona que se encargue de armar  
una antología, sea del talante que fuera, deberá un momento escoger  
a su antojo a tal o cual autor o tal o cual trabajo de ese autor que vaya  
a integrar una antología de cuento o poesía o ensayo. Esto produjo,  
hace unos días, una amigable discusión con mi buen amigo, el poeta  
Simón Zavala, quien consideraba que antojonía tenía una connota-  
ción despectiva. No fue así. Espero que, finalmente, lo haya acep-  
tado. Querer incluir en una antología a todos aquellos hombres y  
mujeres que, a lo largo del tiempo, han escrito o publicado poemas,  
cuentos, ensayos, piezas de teatro, historias para niños y jóvenes, no-  
velas, en nuestro país, es una tarea casi imposible, podría resultar  
una especie de guía telefónica, similar a aquellas que se publicaban  
en el pasado. Alguien deberá, algún momento, para ello están los  
más serios estudiosos, escoger un parámetro para la selección, in-  
cluso si fuese de su propia obra.  
Muchas gracias queridas amigas y queridos amigos por  
acompañarme en esta hermosa e inolvidable tarde quiteña. Tengo la  
certeza, por las limitaciones de este trabajo, que omití en mi inter-  
vención a otras autoras y autores ecuatorianos, de diferentes épocas  
y lugares. Espero que sus nombres y sus obras, con toda justicia, apa-  
rezcan en alguno de los veinte tomos que conformarán la Antología  
e Historia de la Literatura Ecuatoriana, impulsada por la Academia  
Nacional de Historia, que inspiró esta ponencia y que, repito, merece  
nuestro sonoro aplauso.  
Buenas tardes  
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Galo Galarza  
Bibliografía  
BASTIDAS, Antonio de; BAUTISTA AGUIRRE, Juan y ESPINOSA P O� LIT, Au-  
relio (Editor), Los dos primeros poetas coloniales ecuatorianos, siglos XVII y  
XVIII: Antonio de Bastidas [y] Juan Bautista Aguirre, J. M. Cajica, México,  
1960.  
GALARZA, Galo, Breviarios/diarios/memorias/libros, Eskeletra, Quito, 2022.  
LÓPEZ MARTÍNEZ, Isabel, Neruda y los escritores de la Edad de Oro, Editorial  
CSIC - CSIC Press, Sevilla, 2009.  
OLMEDO, José Joaquín de, Victoria de Junín, 2a., edición, Libresa, 1988.  
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ROTH, Philip, Pastoral Americana, Penguin Random House Grupo Editorial Es-  
paña, 20 oct. 2011.  
Universidad Andina Simón Bolívar, Historia de las literaturas del Ecuador. Ver  
en: https://www.uasb.edu.ec/vinculacion/historia-de-las-literaturas-del-  
ecuador/ (20-12-2022).  
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La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Galarza, Galo, "Apuntes  
sobre la historia de la literatura ecuatoriana", Boletín de la  
Academia Nacional de Historia, vol. C, Nº. 208-B, julio - diciembre  
2022, Academia Nacional de Historia, Quito, 2023, pp.534-552