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Vol CI  
Nº 209  
Enero–junio 2023  
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2
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Vida académica  
MONTALVO EN IPIALES – LA OTRA DESCENDENCIA  
Julio César Chamorro Rosero1  
Mucho se ha escrito sobre don Juan Montalvo Fiallos y de su  
periplo a través de muchas partes de América y Europa, pero pocos  
escritores e investigadores se han detenido a considerar su descen-  
dencia ipialeña fuera de la ya conocida y publicada.  
Ese Montalvo que regresa de Europa luego de funciones con-  
sulares se conduele de la realidad ecuatoriana bajo el régimen del  
doctor Gabriel García Moreno y es entonces cuando lo fustiga ince-  
santemente, lo invita a cambiar de modelo gubernamental para pre-  
servar los principios democráticos, le advierte de los peligros de la  
tiranía y lucha por la restauración social y moral del país. Eso, lógi-  
camente, lo convierte en depositario del odio gubernamental que li-  
derado por el doctor Gabriel García Moreno hizo caso omiso de la  
misiva enviada por Montalvo desde Bodeguita de Yaguachi, en la  
que ya advertía que en él encontraría a un contradictor nada vulgar.  
García Moreno da muestras de querer acabar con esos con-  
tradictores díscolos y por ello dicta medidas de aseguramiento para  
alejarlos de su cercanía y de la de los demás ecuatorianos. Sin em-  
bargo, Montalvo desde su tierra natal sigue disparando su pensa-  
miento nutrido de virulenta realidad que llega al clímax cuando dice  
en referencia al dictador: “…Lo que sí hay es, que sus defectos y malas  
propensiones han preponderado sobre sus buenas cualidades y cuando pudo  
ser presidente bueno y bien quisto, ha sido tirano desenfrenado y terrible.  
Todo ha querido hacerlo con palo y látigo, como si fuera un capataz de Cha-  
rentón o de Botany-Bay”.2  
No solamente en El Cosmopolita radican las acusaciones de  
Montalvo sino también en otros escritos que se convierten en lla-  
1
2
Director de la Casa de Montalvo-Núcleo de Ipiales. Miembro Correspondiente de la Academia  
Nacional de Historia del Ecuador.  
Juan Montalvo, El Cosmopolita, El siglo, Imbabura, 1894, p. 99.  
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321  
Vida académica  
mado de atención a la inteligencia del pueblo y en menosprecio a las  
actitudes dictatoriales. Después de su primer mandato de 1861 a  
1
865, García Moreno sigue ejerciendo su influencia en la política  
ecuatoriana y es por ello que asume su segunda presidencia en 1869,  
la cual iría hasta 1875. Pero en su segundo ejercicio presidencial no  
está dispuesto a seguir tolerando los denuestos montalvinos y, a co-  
mienzos de 1869, determina una orden de prisión en contra del po-  
lemista que una vez fue avisado de la misma busca refugio en la  
legación colombiana en Quito hasta hallar la oportunidad de salir  
subrepticiamente del país. Cuando la encuentra, acompañado por  
Manuel Semblantes y Mariano Mestanza emprende la huida a caba-  
llo, haciendo pascanas en casas de amigos que les prodigan comida  
y abrigo fuera de la normal confidencialidad para que no fueran in-  
terceptados por los conmilitones del régimen imperante, hasta que  
arriban al pueblo de Tulcán, al norte del Ecuador, donde son espera-  
dos por la familia Arellano del Hierro que conociendo la prestancia  
del escritor ecuatoriano lo recomiendan ante el doctor Ramón Ro-  
sero, su familiar afincado en Ipiales, el cual gozaba de importancia  
ciudadana y de merecido respeto por parte de sus paisanos.  
Sobre Juan Ramón Rosero Montenegro, personaje singular  
en la vida de Montalvo, se ha escrito poco o casi nada. Los investi-  
gadores se han limitado a mencionarlo diciendo que lo acogió en el  
seno de su familia pero sin ahondar sobre que nació en Tulcán en el  
año de 1823 y que allí sirvió como Presidente del Municipio y pos-  
teriormente como Gobernador de la provincia del Carchi, luego de  
lo cual se trasladó a vivir a Ipiales en su casa solariega de la plaza  
del 20 de julio donde precisamente alojó a Montalvo en su primer  
destierro. Estuvo casado con doña María Martina Petrona Arellano,  
familiar de los Arellano del Hierro de Tulcán, y fue hijo de don Se-  
rafín Rosero Benítez y de la dama Susana Montenegro. Yerno del Te-  
niente Coronel Juan Ramón Arellano y Muñoz de Ayala y de María  
del Hierro Benítez, lo mismo que cuñado de los afamados generales  
Rafael y Nicanor Arellano del Hierro cuyos nombres brillan en la  
historia ecuatoriana. Fue, pues, el doctor Juan Ramón el padre de  
Mercedes, Belarmina, Dolores, Antonio y Manuel Rosero Arellano.  
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Vida académica  
En este espacio deseo detenerme para contar algo de la vida  
sentimental de Montalvo que podría cambiar el rumbo de las inves-  
tigaciones respecto a que Mercedes -hija de Ramón Rosero- fue su  
amor quimérico. Pues en charla sostenida con la señora Gloria Mon-  
tenegro Rosero de Pinzón, bisnieta de don Juan Ramón y que tiene  
por qué saberlo, me contó que en las tertulias familiares y en las char-  
las frecuentes que pasaron de generación a generación se decía que  
Juan Montalvo fue enamorado de su tía abuela Belarmina más no de  
Mercedes, quien era la encargada de llevar cartas y recados del inte-  
lectual enamorado y de acompañarlos en sus charlas por el jardín de  
la casa solar. Eso habrá que dilucidarse: ¿Mercedes o Belarmina?  
Basta agregar que por ella -Gloria Montenegro Rosero- encontré la  
mesa en que escribió Montalvo, la original, que reposa con todos los  
cuidados en la finca “El Embrujo” de propiedad de mi amigo Alfredo  
Rosero Angulo, bisnieto de don Juan Ramón y primo hermano de  
doña Gloria, que fue quien hizo la aclaración referida.  
Así pues, entre el 16 y el 17 de enero de 1869 llega Montalvo  
a Ipiales huyendo de la persecución Garciana y allí permaneció hasta  
el mes de abril según se desprende de una carta enviada al Cónsul  
General de Colombia en Ecuador, Dr. Cayetano Uribe. Pues tanto  
Manuel Semblantes como Mariano Mestanza permanecieron un  
tiempo en la población fronteriza, pero como contaban con los re-  
cursos necesarios de los que no disponía Montalvo, vía Barbacoas y  
Panamá se dirigieron a Europa. El dilema de don Juan radicaba en  
no saber qué rumbo tomar porque en principio Ipiales no era su des-  
tino final de desterrado. Le llamaba la atención el Perú, pero por ob-  
vias razones la ubicación de este país implicaba un gran riesgo para  
su libertad a menos que lo hiciera vía marítima entre Buenaventura  
y El Callao.  
Cuando recuerda su llegada a Ipiales, Colombia, tierra ex-  
tranjera en la que halló cobijo y alimento en la casa del doctor Ramón  
Rosero, el maestro dice:  
Llegado a Ipiales fui hospedado en la casa de la familia del doctor Ro-  
sero…casa que se encontraba en pleno centro de la plaza principal, 20  
de julio…era una amplia construcción de dos pisos, con un espacioso  
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Vida académica  
jardín interior…Así comenzó mi vida en esa casa amable y en ese pue-  
blecito de gentes hechas al cariño…”.3  
Desafortunadamente aún persiste equivocación en algunos  
estudiosos de su obra que dicen que vivió en Ipiales solamente por  
algunos meses; otros aseguran que esta ciudad lo acogió en uno solo  
de sus destierros y hay quienes aseveran que fueron dos las ocasio-  
nes involuntarias que lo trajeron a vivir entre nosotros. Digamos, en-  
tonces, para aclarar de una vez por todas estas circunstancias, que  
dos fueron los destierros de Montalvo y que tres las ocasiones en que  
se radicó en Ipiales. Luego de la partida de sus compañeros de aven-  
tura Semblantes y Mestanza a Europa, en 1869 recibe la ayuda mo-  
netaria indispensable y toma la misma ruta que ellos para ir a  
Barbacoas y luego a Panamá en paso a su segundo viaje a Europa,  
más exactamente a Francia.  
Una vez que se encontró en París se sintió desengañado, aco-  
sado por las penurias económicas, viviendo de la ayuda escasa que  
le enviaba irregularmente su hermano Francisco Javier y de la que  
generosamente le remitía el general Eloy Alfaro con quien se encon-  
tró en su tránsito por Panamá, pero estaba abandonado por sus ami-  
gos y connacionales que lo veían como un hombre de supremo  
orgullo y dueño de una arrogancia que ignoraban provenía de la leal-  
tad con su pluma. Los escasos amigos que lo ayudaron lo hacían con  
el tino pertinente para no zaherir su orgullo de escritor y polemista.  
Es entonces que por estas penurias y por un amor desabrido  
Montalvo decide regresar a América, pensando que primero llegaría  
a Panamá y luego lo haría al Perú. Pero, en últimas, se decide nue-  
vamente por Ipiales.  
Qué bueno a esta altura considerar cuál fue la vida sentimen-  
tal de don Juan Montalvo en este viaje. Aparece en su vida una mujer  
que bien pudo llamarse Laida Von Krélin, que en sus obras “Capí-  
tulos que se le Olvidaron a Cervantes”, “Geometría Moral”, “El Des-  
comulgado” y “Diario” aparece señalada como Lida. Y vale la pena  
3
Galo René Pérez, Un Escritor entre la Gloria y las Borrascas, Banco Central del Ecuador, Quito,  
990.  
1
Alejandro Querejeta Barceló, Yo, Juan Montalvo, Paradiso Editores, Madrid, 2014.  
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Vida académica  
señalar estos pasajes, por cuanto éste su amor, fue motivo fundamen-  
tal para que don Juan regresara a Ipiales.  
El doctor Galo René Pérez considera que en los tiempos en  
que Montalvo llegó a Ipiales esta era apenas una aldea de pocas gen-  
tes, ubicada en un lugar geográfico triste y sombrío como para agra-  
var la tristeza del desterrado. “Este es un rincón andino situado en la  
frontera norteña del Ecuador. En aquel tiempo era una aldea de muy pocas  
gentes. Con el ceño oscuro de los cerros. Con un aire cortante. Con un am-  
biente muchas veces compungido de niebla y de llovizna. Triste lugar, como  
para agravar la tristeza del desterrado…”4  
Pueblo de pocas gentes, sí. Sin embargo, es bueno plantear  
que a esas alturas de 1869 Ipiales ya era capital de la Municipalidad  
de Obando creada en 1863, donde existía gente interesante en el ám-  
bito de la inteligencia y baste solamente decir que por la circunscrip-  
ción electoral de la zona había tres representantes ante la Asamblea  
del Estado Soberano del Cauca como lo fueron el doctor Avelino Vela  
Coral, el señor Ángel Rueda y el coronel José Rosero Bravo, lo que  
hace presumir que la acogida que le brindaron, en algo, pudo mitigar  
la dureza del destierro. Aún existen algunos asertos de tipo oral que  
valdría la pena confirmar de alguna forma, respecto a que, a pesar  
de su carácter introvertido fue objeto de inmenso respeto y cariño,  
aunque de casi restringido trato social por su seriedad y altivez.  
Pero la verdadera importancia que para esta zona del país  
colombiano tiene la estadía de Montalvo no radica únicamente en  
que fue él quien bautizó nuestro terruño como la “Ciudad de las  
Nubes Verdes”, en una inequívoca visión de sus celajes vespertinos  
retratados por su pluma en el ensayo “El Sur de Colombia”, sino en  
que aquí creó algunas de sus obras que han sido consideradas a tra-  
vés de los tiempos como las mejores de su pluma, tales como “Siete  
Tratados” y “Capítulos que se le Olvidaron a Cervantes”, entre otras.  
De “El Buscapié”, que aparece como prólogo de los Capítulos  
que se le Olvidaron a Cervantes, se pueden concluir las circunstancias  
en que nace esta obra. Una de ellas, es que:  
4
Galo René Pérez, Pensamiento y Literatura del Ecuador, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana,  
Quito, 1972, p. 245.  
BOLETÍN ANH Nº 209  
325  
Vida académica  
(
…) si bien la locación de Ipiales es exacta, la aparición de la Virgen a  
que se alude se podría referir a la de Nuestra Señora de Las Lajas. Sin  
embargo, si retomamos la historia de la Virgen y su Santuario, encon-  
tramos que su descubrimiento por parte de Juana Mueses de Quiñones  
ocurre a mediados del siglo XVIII y que incluso la capilla primigenia  
se terminó de construir mucho tiempo antes del nacimiento de don  
Juan. Pero lo que sí es cierto es que una réplica en miniatura de la  
misma imagen, fue descubierta por los días en que Montalvo estuvo  
desterrado en Ipiales en la población o caserío de La Taya, que era te-  
rritorio colombiano y que ahora se conoce como la Parroquia de Urbina  
en Ecuador, cerca de la línea fronteriza. Al descubrimiento de esa ima-  
gen de la Virgen en un cepejón, imagen que aún se venera y se festeja  
en la iglesia de ese sector, se refiere la escena descrita en “El Buscapié”  
5
que dio nacimiento a los sesenta capítulos de que consta la obra.  
Esta tesis que sustenté en el marco del Tercer Coloquio Inter-  
nacional Montalvino de Colombia realizado en Ipiales en el año de  
1
993 la aceptaron y dieron por probada los asistentes a él, entre los  
cuales se encontraban los bien recordados maestros Alberto Quijano  
Guerrero, Galo René Pérez, Jorge Jácome Clavijo, Fernando Jurado  
Noboa, Carlos Maya Aguirre, Germán Arciniegas, Vicente Pérez  
Silva, entre otros, con quienes visitamos la parroquia de Urbina  
donde aún se venera dicha réplica desde los tiempos en que Mon-  
talvo se encontró en Ipiales en su segunda estadía.  
Pero volvamos al Montalvo desterrado en Ipiales, para decir  
de una vez que en tres ocasiones de sus dos destierros vivió en Ipia-  
les. Una, de escaso lapso, entre enero y abril de 1869; otra a su regreso  
de Francia de julio de 1870 a 1876; y la tercera y última de 1879 a  
1881, cuando fue nuevamente a París para no regresar vivo. Y agre-  
guemos también, que fuera de las obras de singular importancia que  
hemos referido, escribió obras de teatro de las cuales se salva “El  
Descomulgado”; que se encontró en verdaderos aprietos económicos  
que solucionaba con préstamos que nunca consiguió pagar; que es-  
cribió artículos de condenación a la dictadura de García Moreno  
como objeto principal de su estilo panfletario, entre los cuales se des-  
taca La Dictadura Perpetuaque una vez publicado en Panamá llega  
5
Julio César Chamorro Rosero, Juan Montalvo. II Coloquio Internacional Montalvino de Co-  
lombia. Ponencia.  
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326  
Vida académica  
al Ecuador y propicia el 6 de agosto de 1875 el asesinato del tirano  
cuando llegaba al Palacio de Gobierno en Quito.  
Montalvo fue un hombre profundamente creyente, de fe en  
Dios y en la Divina Providencia, nunca negó la existencia de un Ha-  
cedor Supremo y a través de todas sus obras es incansable recu-  
rriendo a la invocación del cielo. Con lo que no estaba de acuerdo  
era con la intromisión del clero en los asuntos del Estado, con la cen-  
sura clerical respecto de las artes, con la desmesurada recurrencia al  
culto de las imágenes sagradas que como efecto colateral lleva al fa-  
natismo y con la sumisión que a nombre de Dios mostraba un pueblo  
ignaro y carente de conceptos clarificadores. Pero pese a esa creencia,  
era un hombre tendiente al amor.  
Pero entre este ir y venir hay que destacar que se convirtió  
en hijo adoptivo y admirado de la gente sencilla de Ipiales que aún  
recuerda su nombre con cariño y respeto. Esa misma gente que es-  
tuvo dispuesta a defenderlo por la solicitud de extradición hecha por  
gobierno ecuatoriano para que su pluma no perturbara sus oscuros  
y dictatoriales manejos. Esa misma gente que decía a voz abierta que  
recibiría a palazos a quienes pretendieren llegar al aposento de Mon-  
talvo con el fin de envenenarlo como la gitana y perjudicarlo.  
Pues en efecto, el gobierno ecuatoriano quería poner a buen  
recaudo al díscolo. Pero en cuanto el Prefecto de Obando recibió la  
mentada solicitud del ministerio pertinente, se apresuró a responder:  
Cúmpleme decir a usted señor Ministro, que es tal la simpatía de que  
el señor Montalvo goza en estos pueblos, simpatía fundada en su ca-  
rácter y comportamiento, no menos que su amistad declarada por Co-  
lombia, que una demostración contra él de parte de las autoridades,  
6
en todo caso habría ofendido altamente al público (…).  
La gente de Ipiales lo acogió como propio, respetó su priva-  
cidad, admiró su porte de hombre inteligente, apoyó su causa y en  
muchas ocasiones, como en 1873, lo defendió de las pretensiones de  
asesinarlo por emisarios del gobierno despótico del Ecuador. Cier-  
6
Jorge Jácome Clavijo, Tras las huellas de Montalvo. Edición póstuma, Tomo I, IPANC, Quito,  
007, p. 395.  
2
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327  
Rocío Rosero Jácome  
tamente que el Ipiales de ese entonces era un pueblo menor, de pocas  
gentes y escasas viviendas, pero el cariño de sus gentes compensó  
las durezas del destierro y él sintió, fuera de sus amores clandestinos  
que germinaron en semillas de su estirpe, un profundo amor hacia  
los niños ipialeños que lo saludaban como “don Juanito” y se emo-  
cionaban cuando por los lados de Los Lirios y otros parajes cercanos  
a la frontera lo escuchaban perorar en filípicas disquisiciones como  
si hablara a multitudes y no solamente a la naturaleza…  
Pese a que desde 1863 Ipiales ya era municipio, la rudeza del  
destierro debió ocasionar en Montalvo una serie de crisis emociona-  
les derivadas de la impotencia de regresar a su patria. Sus quejas  
como aquella de que se encontraba “sin trato de compañeros y sin li-  
bros”, no tenderían a mancillar el nombre de su segunda patria chica  
como tampoco debe mancillarla la apreciación de Gonzalo Zaldum-  
bide en un folleto de 1932 cuando dice sobre el regreso de Montalvo  
de Europa a Ipiales: “…fue una felicidad desde el punto de vista del arte,  
que el misérrimo pueblo fronterizo hubiese tomado en su destino el turno  
7
que Montalvo quería reservar en París…”. Imagínense, Ipiales compi-  
tiendo con París por la gloria de un escritor y sin que fuese su tierra  
nutricia sino la estancia de sus creaciones.  
Igualmente es oportuno considerar que Ipiales, al tiempo de  
la segunda estadía de Montalvo de 1870 a 1876, tenía voceros en el  
Congreso del Estado Soberano del Cauca y que en las tertulias pro-  
piciadas por el Padre Silva él se encontraba también con ilustres ipia-  
leños que lo consideraban en toda la estatura de su mentalidad  
prodigiosa y de su indeclinable amor por la libertad, hasta tal grado  
que se vio impelido a escribir: “…Son amigos que me hacen querer a su  
país, aunque todos sus habitantes no me hubieran sido tan favorables como  
8
me han sido… y en otras líneas: “…En varias materias son cultos los  
hijos de Ipiales, en todas decentes, y en muchas más son buenos, sumamente  
buenos”.9  
Estos y otros argumentos, los unos conocidos por la lectura  
de la historia y otros con el testimonio de su presencia, debieron  
7
Juan Montalvo, Gonzalo Zaldumbide editor, Juan Montalvo, Estudios y selecciones de Gonzalo  
Zaldumbide, J. M. Cajica, México, 1960, p. 48.  
8
9
Juan Montalvo, Gonzalo Zaldumbide editor, Juan Montalvo…op. Cit., pp. 506.  
Ibídem.  
BOLETÍN ANH Nº 209  
328  
Vida académica  
haber sido los suficientes para que Montalvo tuviera confianza en  
residir en Ipiales cobijado por manos generosas, por adeptos a su  
causa social, por condolidos de la dureza del destierro y, sobre todo,  
por el respeto que nace de las almas buenas y sencillas de los pro-  
vincianos. Además de esto, la cercanía con su patria hizo de Ipiales  
una razonable aspiración del perseguido para recibir expeditamente  
las cartas y las visitas de sus familiares y amigos con los informes  
sobre el desarrollo de los acontecimientos, y por ello era común,  
según fuentes de tradición oral, encontrarlo al borde de las lágrimas  
contemplando la patria cercana en geografía pero lejana en sus sue-  
ños de emancipación de la dictadura que parecía imperecedera.  
Además de eso, fuera de la concepción libertaria que debió  
tener de Ipiales, existía no una sino varias razones sentimentales que  
lo ataron completamente a este pedazo de terruño sur colombiano.  
Los amores que de clandestinos pasaron a ser públicos con el consa-  
bido sobresalto de los pacatos, unos meramente idílicos y platónicos  
y otros azuzados por el fuego interior de la pasión, dejaron una pro-  
genie que, con el paso del tiempo, se ha rescatado para dimensionar  
a Montalvo en el aspecto vivencial y humano. Su descendencia ha  
brillado y brilla con luz propia en el ámbito de la inteligencia y se ha  
convertido en el más fuerte lazo de unión de Ipiales con la vida y  
obra de este hombre que fue y sigue siendo adalid de la libertad y la  
democracia.  
Y de estas razones sentimentales quiero referirme solamente  
a una hasta ahora desconocida pero novedosa en el descubrimiento  
de la descendencia de Montalvo, para arraigar, aún más, su nombre  
a la ciudad fronteriza de Ipiales. No se trata de sublimizar la huma-  
nidad de Montalvo con falsos tintes de moralidad sino de apreciar  
su estado de ánimo, su diario vivir alejado de su patria, de su familia  
y de sus amigos, para decir que lógico era que buscase compañía fe-  
menina como lo hizo en Europa con la noble Laida Von Krelin.  
Al respecto de Pastora Hernández, Galo René Pérez dice:  
Por eso nuestro prosista se sintió rápidamente estimulado cuando dio  
con una mestiza de la pequeña ciudad supuestamente apellidada Her-  
nández que se comprometió en las labores de lavado y pIanchado y  
que mostraba un genio dulcemente tierno. Era joven acaso estaba en  
BOLETÍN ANH Nº 209  
329  
Vida académica  
los treinta años de edad… con esfuerzo y tacto, le fue haciendo notar  
el aprecio a que le movían sus labores, su delicadeza, su callada soli-  
daridad con una víctima del destierro…Así fue como le entregó una  
tarde el don de su guardada doncellez... Pues que mantuvo por años  
ese concubinato, del que el biógrafo Oscar Efrén Reyes ha afirmado  
que le nacieron dos hijos: Adán y Visitación. Hasta ha llegado a indicar  
que comprobó que Visitación vivía aún en 1935 en aquel lugar de la  
frontera colombiana. Pero, tras una prolija investigación realizada en  
el archivo parroquial de Ipiales y en la cual he consultado las partidas  
bautismales registradas desde 1870 hasta 1882, debo por mi parte ase-  
gurar que no hay constancia del nacimiento de los vástagos Montalvo  
Hernández a que se refiere el indicado autor. O. E. Reyes. He de ad-  
vertir, con todo, que el doctor Jurado Noboa alcanzó a hallar los regis-  
tros bautismales de José Adán (7 de febrero de 1873) y de Clara  
Visitación (22 de octubre de 1875). El primero, como hijo natural de  
Pastora Hernández. La segunda, como hija legítima de Víctor Coral y  
Pastora Hernández. Desde luego es necesario aclarar que, siguiendo  
las despreocupaciones que practicó por lo común en su condición de  
padre, mi biografiado jamás aludió, ni en sus libros, ni en sus cartas,  
10  
ni en documento alguno, a este par de descendientes ilegítimos...”  
No existe duda en cuanto a que la mujer que asistió a Mon-  
talvo en las labores de lavado y planchado de la ropa fue Pastora  
Hernández, mujer que casó con don Víctor Coral y que tuvo con él  
a su hija primogénita María Coral. Y estando unida en matrimonio  
con el señor Coral, al entrar en amores clandestinos con don Juan  
Montalvo, doña Pastora también procreó descendencia de él como  
me lo hicieron saber en grata visita hace algunos años sus descen-  
dientes.  
Con el perdón de genealogistas de alta estatura me remito a  
la información de primera mano que fue elaborada por los bisnietos  
de Montalvo y de doña Pastora Hernández, quienes me la entrega-  
ron manuscrita con las siguientes anotaciones:  
1.- María Coral Hernández, hija legítima de Víctor Coral y Pastora Her-  
nández, quien a su vez casó con Adán Ibarra y de cuya unión procrea-  
ron a Víctor, Juanita, Alfonso, Arístides y Telmo Coral Ibarra.  
10 Galo René Pérez, Un Escritor entre la gloria y las borrascas. Ed. Comité Permanente de Conme-  
moraciones Cívicas. Quito, 2002, p. 328, p. 329.  
BOLETÍN ANH Nº 209  
330  
Vida académica  
2
.- José Adán Coral Hernández, hijo de la primera relación sentimental  
entre Juan Montalvo y Pastora Hernández, bautizado el 7 de febrero  
de 1873, quien repudió el apellido Montalvo de su padre biológico y  
asumió el apellido de don Víctor. José Adán casó con la señora Clemen-  
tina Coral con quien procreó a: Secundina, Zoila, Guillermo y Enri-  
queta Coral Coral, que vienen a ser nietos directos de Montalvo a pesar  
de no llevar su apellido por disposición de don José Adán.  
3
.- Visitación Montalvo Hernández, hija segunda de Juan Montalvo y  
Pastora Hernández, bautizada así el 22 de octubre de 1875 en Ipiales,  
quien al contrario de su hermano José Adán asumió el apellido de su  
progenitor verdadero. Visitación casó con Marcelino Checa en cuyo  
matrimonio procrearon a: Alfredo, Erasmo, Rosa, Florinda, Víctor y  
Emérita Checa Montalvo, que vienen a ser nietos directos de don Juan  
y doña Pastora.  
4
.- Florinda Checa Montalvo, hija de Visitación Montalvo Hernández  
y a su vez nieta de Juan Montalvo y Pastora Hernández, casó con Ma-  
nuel Montenegro y de ellos descienden: Efraín, Isabel, Over, Ovidio,  
Parménides y Beatriz Montenegro Checa, quienes se constituyen en  
bisnietos de Montalvo. Algunos de ellos, la mayoría, residen aún en  
Ipiales y otros en Cali y Bogotá.  
Efraín Montenegro Checa que reside en Bogotá fue quien en  
compañía de sus hermanos me entregó en la Casa de Montalvo, Nú-  
cleo de Ipiales, el manuscrito de su genealogía, y por nuestra amena  
conversación pude darme cuenta que ellos defienden con orgullo  
que su abuela Visitación haya sido hija de Juan Montalvo y asegura-  
ron que incluso una de las hermanas de su abuela, quien frisaba los  
noventa años en 2012, residía en Cali.  
La novedad de este escrito quedaría allí completa, pero gra-  
cias a la acuciosidad de Parménides Montenegro e Isabel Montene-  
gro, bisnietos del Cosmopolita y residentes en Bogotá e Ipiales, a  
través del profesor Luis Gerardo Chamorro Checa quien a su vez es  
tataranieto, llegó a mis manos la tradición genealógica de la hija de  
Visitación Montalvo y Marcelino Checa, de doña Florinda Checa  
Montalvo, quien a su vez casó con Medardo Montenegro de cuyo  
tronco provienen algunos de los tataranietos hasta ahora desconoci-  
dos de don Juan y que por primera vez en publicación señalo así  
como la otra descendencia: Los tataranietos:  
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Vida académica  
Hijos de Over y Livia Campaña: Carlos – Yovana – Jorge –  
María –Claudia – Iván – Gabriela – Gustavo – Edgar – Javier – Oscar  
Andrés y Fabio.  
Hija de Ovidio y Tania: Carolina  
Hijos de Beatriz: Adriana – Juan – Ricardo  
Además del profesor Luis Gerardo Chamorro Checa que por  
curiosidad no se registró en este intento de árbol genealógico de los  
bisnietos de Montalvo.  
No se puede olvidar que fuera de esta relación con doña Pas-  
tora Hernández, don Juan Montalvo sostuvo otras en algunos mu-  
nicipios cercanos a Ipiales como Potosí donde conoció a doña Elvira  
Terán y dejó progenie destacada como el doctor Jorge Coral Samper,  
abogado de mérito y hombre de inteligencia comprobada, quien  
también como Adán Coral Hernández repudió el apellido Montalvo  
y se colocó Samper que en traducción del francés significa “sin  
padre”. De él vino el siempre bien recordado doctor Juan Coral, nieto  
de Juan Montalvo, buen conversador, simpático en su forma de ser,  
inteligente y sabio en sus apreciaciones, excelente amigo y contertu-  
lio, quien falleció no hace mucho tiempo en Tumaco. A su vez, de él  
registramos a su hijo Juan Coral Eraso, (con s), abogado de recono-  
cida trayectoria, investigador, inquieto por la historia y las labores  
culturales quien reside en Buesaco, Nariño. Juan se empeña y seguirá  
empeñado en la implementación de la Cátedra de Montalvo pactada  
por los Ministros de Educación de Latinoamérica y el Caribe en Ca-  
racas, Venezuela, y en esa gestión lo acompañamos con decisión y  
coraje.  
Imprescindible decir que la figura de Juan Montalvo Fiallos  
es emblemática en el sur de Colombia, donde residió, escribió y fue  
querido y respetado. Tan es así, que en el recuadro inferior derecho  
del escudo de Ipiales aparece una antorcha del saber y junto a ella  
siete libros que son un homenaje a los Siete Tratados escritos por él  
Ipiales. En el año de 1932, al conmemorarse el centenario de su na-  
cimiento el 13 de abril, el Concejo Municipal de Ipiales aprobó el  
Acuerdo por el cual se le rindió homenaje y designó como Avenida  
Juan Montalvo a la que se halla en la calle 18 entre carreras 2ª y 5ª,  
por ser el sitio de su habitual camino hacia el punto Los Lirios, en  
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Vida académica  
donde para menguar la soledad del destierro practicaba la oratoria  
ante el asombro de los niños y se desenvolvía en filípicas disertacio-  
nes sobre la literatura y la libertad de su patria. Las anteriores son  
suficientes razones para concluir afirmando que el Juan Montalvo  
ipialeño seguirá residiendo espiritualmente, a través de sus obras y  
de su progenie, en la memoria colectiva del sur de Colombia. Pues  
él, desde ese entonces, fue y seguirá siendo considerado como hijo  
de la ciudad que bautizó como la de las nubes verdes.  
Bibliografía  
JÁCOME CLAVIJO, Jorge, Tras las huellas de Montalvo. Edición póstuma, Tomo I,  
IPANC, Quito, 2007.  
MONTALVO, Juan, El Cosmopolita, El siglo, Imbabura, 1894.  
MONTALVO, Juan, Gonzalo Zaldumbide editor, Juan Montalvo, Estudios y selec-  
ciones de Gonzalo Zaldumbide, J. M. Cajica, México, 1960.  
PÉREZ, Galo René, Un Escritor entre la Gloria y las Borrascas, Banco Central del  
Ecuador, Quito, 1990.  
–––––, Pensamiento y Literatura del Ecuador, Editorial Casa de la Cultura Ecua-  
toriana, Quito, 1972.  
–––––, Un Escritor entre la gloria y las borrascas. Ed. Comité Permanente de Con-  
memoraciones Cívicas. Quito, 2002.  
QUEREJETA BARCELÓ, Alejandro, Yo, Juan Montalvo, Paradiso Editores, Ma-  
drid, 2014.  
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La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: Chamorro Rosero, Julio,  
Montalvo en Ipiales-La otra descendencia”, Boletín de la  
Academia Nacional de Historia, vol. CI, Nº.209, enero – junio  
023, Academia Nacional de Historia, Quito, 2023, pp.321-333  
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