Vida académica
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BOLETÍN ANH Nº 211
BOLETÍN
DE LA ACADEMIA
NACIONAL DE HISTORIA
Volumen CII
Nº 211
Enero–junio 2024
Quito–Ecuador
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA
Director Dr. Cesar Alarcón Costta
Subdirector Ac. Diego Moscoso Peñaherrera
Secretario Dr. Eduardo Muñoz Borrero, H.C.
Tesorero j Dr. Claudio Creamer Guillén
Bibliotecario archivero Lcdo. Carlos Miranda Torres
Jefe de Publicaciones (e) Dr. Blas Garzón Vera, PhD
Relacionador Institucional Dra. América Ibarra Parra
Pro-Secretaria Ac. Ingrid Diaz Patiño
COMITÉ EDITORIAL
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Dra. María Luisa Laviana Cuetos Consejo Superior Investigaciones Científicas-España
Dr. Jorge Ortiz Sotelo Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima-Perú
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EDITOR
Dr. Blas Garzón Vera Universidad Politécnica Salesiana – Ecuador
COMITÉ CIENTÍFICO
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Dr. Carlos Riojas Universidad de Guadalajara-México
Dra. Cristina Retta Sivolella Instituto Cervantes, Berlín- Alemania
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Dr. Roberto Pineda Camacho Universidad de los Andes-Colombia
Dra. Maria Letícia Corrêa Universidade do Estado do Rio de Janeiro-Brasil
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Dr. Héctor Grenni Montiel Universidad Don Bosco- San Salvador
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Dr. Tomás Caballero Truyol Universidad del Atlántico – Colombia
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Dr. Saúl Uribe Taborda Universidad Politécnica Salesiana – Ecuador
Dr. Juan Cordero Íñiguez Academia Nacional de Historia – Ecuador
Dra. Olga Zalamea Patiño Universidad de Cuenca
BOLETÍN de la A.N.H.
Vol. CII
Nº 211
Enero–junio 2024
© Academia Nacional de Historia del Ecuador
ISSN Nº
1390-079X
eISSN Nº
2773-7381
Portada: Retrato de Pedro Franco Dávila. Archivo MNCN (Madrid)
Diseño e impresión
PPL Impresores 2529762 Quito
landazurifredi@gmail.com
Agosto 2024
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación
Libro de distribución gratuita
PALABRAS DE EDWIN JOHNSON,
EN SU INCORPORACIÓN
A LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA,
EN CALIDAD DE MIEMBRO HONORIO
Edwin Johnson
1
Señor presidente y autoridades de esta noble, benemérita y
prestigiosa institución; señoras y señores, miembros de la Familia
Johnson:
Es para mí un verdadero privilegio comparecer aquí hoy
ante tan importante auditorio, en la sede de la Academia de Historia,
en ocasión de cumplir con la reglamentaria disposición para ser
aceptado, así formalmente y unirme como su Miembro Honorario
de esta ilustre y patriótica entidad nacional, por lo cual expreso mi
más hondo agradecimiento, al haber acordado esta incorporación
que me honra y espiritualmente me anima de manera significativa
y profunda. Expreso también mi reconocimiento por la presencia
aquí de las personalidades y de todos ustedes que han querido
acompañarme en este día que para mí conlleva una muy especial
ocasión, al ser incorporado por esta magna entidad que entraña una
particular expresión y trascendencia, más aún en estos días en que
confrontamos en el país graves, delicados y difíciles momentos,
sobre todo en el aspecto político, moral e institucional.
Con su venia, señor presidente, para iniciar mi intervención,
creo necesario destacar que como ciudadano ecuatoriano- por parte
de mi madre provengo de familias afincadas en la antigua Riobamba,
aquella de Sicalpa y Cajabamba, destruida por la propia naturaleza,
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1 Abogado y Doctor en Jurisprudencia, Post-grado sobre estudios del Caribe, Curso de Historia
del Arte y Experto en Promoción de Exportaciones. Profesor de la Universidad Central del
Ecuador y de la Academia Diplomática del Ecuador. Embajador y Asesor Diplomático. Em-
bajador y diplomático ecuatoriano en Arabia Saudita, Egipto, Suiza, Perú, Alemania, Vene-
zuela. Vice- Ministro y Secretario-General de Relaciones Exteriores. Ministro de Relaciones
Exteriores encargado. Condecoraciones: Gran Cruz Orden Nacional "Al Mérito"
del Ecuador, Chile y Perú. Galardones en Venezuela, Colombia, Bolivia, México y Brasil. De-
clarado Huésped Ilustre en varios países.
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en el devastador terremoto del 4 de febrero de 1797. En efecto, allí
aparecen las figuras de don José Joaquín Chiriboga Villavicencio, su
hijo el capitán don Jacinto Chiriboga Mancheno y su hija doña Do-
lores Chiriboga Zambrano, casada con el capitán Félix de Velasco y
Velasco, sobrino bisnieto de don Juan de Velasco. Precursores, todos
ellos, del establecimiento y posterior fundación de la nueva Rio-
bamba. Todos antepasados maternos. Y por mi padre, Henry John-
son, llevo conmigo ancestros del norte de Inglaterra y del oeste de
la Unión Americana. Es sin duda una mixtura singular que me da
piso para decir que aquellos ilustres ecuatorianos dieron forma a la
Patria, de una manera firme y decidida y por el lado paterno, desde
los primeros años del XX, con la planificación, construcción y puesta
en funcionamiento de los Ferrocarriles en nuestro suelo patrio como
el complemento indispensable para su definitiva configuración de
la Patria moderna. Antes de ello, también hay Johnson en la libera-
ción de estas mismas tierras, en las faldas del Pichincha.
Mi abuelo paterno, el técnico George William Johnson, llegó
entonces al Ecuador, alrededor de 1903, junto con otros ingleses, nor-
teamericanos y algunos europeos más, a fin de concretar el sueño
que tuvo inicial y fundamentalmente don Gabriel García Moreno,
con el funcionamiento del Ferrocarril interandino, lo que permitió y
dio lugar a la ulterior configuración y unificación humana y geográ-
fica de la República del Ecuador moderno. Existen sobre él, mi
abuelo, testimonios de su llegada a Guayaquil, desde Los Ángeles,
en California, como miembro de la “Iron Works Co.”, hasta el puerto
Colón en Panamá y luego bordeando el Pacifico sur, hacia la Isla
Puna, y finalmente al puerto ecuatoriano que le ofreció su primera
bienvenida, a orillas del entrañable rio Guayas. Sin embargo, hay
inicios de mi abuelo Johnson que se radican en Loja y Machala, en
donde participa como artífice en la instalación de las primeras plan-
tas de luz eléctrica de esas localidades del sur ecuatoriano y conoce
a quien hiciera su esposa Rosa Ochoa Ordoñez en Loja, según consta
de la partida de matrimonio expedida en Guamote, Chimborazo.
En este punto quisiera recordar con ustedes una parte de la
presentación que, quien ahora les dirige la palabra, formulara la ma-
ñana del 24 de junio de 2008, con ocasión de celebrarse los 100 años
Edwin Johnson
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de la llegada de la primera locomotora del Ferrocarril G&Q, en el
sector de Chimbacalle al sur de la Capital. Ceremonia a la cual con-
currieron miembros de la familia Hartman, la embajadora de los Es-
tados Unidos de América, Linda Jewell y los descendientes
ecuatorianos de los ferroviarios, en la misma que por mandato de
los descendientes que construyeron el ferrocarril ecuatoriano, me
confiaran su fraterna representación. Y allí les decía y cito:
Inútil sería abundar en esta vieja odisea, pero si dejar incuestionable
constancia que esta gran obra permitió finalmente la conformación de-
finitiva de la patria ecuatoriana, pues con anterioridad a ésta no había
esa indispensable unificación de la costa, con la sierra y el oriente, que,
sí se concreta, en cambio, con la conclusión de esta magnífica obra. Y
añadí: Hace medio siglo, mi padre, proponía formalmente al entonces
ministro de Obras Públicas y Comunicaciones, Ingeniero Javier Neira
poner en marcha un proyecto sumamente atrevido, que comprendía
no sólo de restauración de la vía férrea, sino también de posibilitar la
construcciónde un proyecto de integración entre los países de la su-
bregión, a través de una línea que partiendo desde Maracaibo en Ve-
nezuela, viniera bordeando las costas de Colombia, Ecuador, Perú y
Chile, a la que podría sumarse un ramal que incorporaría a Bolivia,
como una forma de contribuir, de manera realista al proceso de inte-
gración andina. Nunca tuvo eco esta por demás curiosa iniciativa, ni
siquiera como una posibilidad de análisis, estudio o consideración y
poco a poco la idea fundamental de reivindicar el Ferrocarril fue des-
vaneciéndose, hasta su definitiva desaparición…
Debo insistir en que, con el arribo a Quito, el 25 de junio de
1908, del “Caballo de Hierro”, las distancias entre las ciudades del
país, hasta llegar a la Costa, en Guayaquil, se acortan considerable-
mente, lo que permite que el Ecuador se consolide y se establezca
definitivamente en un solo territorio, dejando de depender, como era
hasta entonces, de Bogotá por el Norte, o de Lima, por el Sur. Este
hecho resulta determinante en la consolidación física y humana del
nuevo Ecuador, porque sobre todo permite una movilidad más rá-
pida entre ecuatorianos, conocerse a sí mismos, entre ellos y disfrutar
mucho más del mutuo conocimiento de los valores, virtudes y hasta
de alimentos de uno y de otro sector de la Patria, al fin unificada.
Palabras de Edwin Johnson, en su incorporación
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Otra cosa habría sido quizás y de mucha mayor importancia, si se
hubiese concretado aquella idea que imaginaba mi Padre de contem-
plar la construcción de un ramal desde Riobamba-Ambato hacia el
Oriente ecuatoriano que incluía a Macas y Puyo, así como perfeccio-
nar, reforzar y modernizar la vía Quito-Ibarra-San Lorenzo por el
norte del país.
Pero, sobre el magnífico acontecimiento, me refiero al de
1908, de la llegada de la primera locomotora a Quito, guardo con-
migo una copia auténtica del original del intercambio de mensajes
cruzados entre los presidentes Theodore Roosevelt y Eloy Alfaro, de
fechas 25 y 28 de junio de 1908, respectivamente, los que hacen alu-
sión a la conclusión satisfactoria y feliz de esta grande, como monu-
mental obra que podría calificársela como la primera en el campo de
una incipiente cooperación internacional de índole bilateral entre
dos naciones americanas de la época.
Hay muchas leyendas alrededor de esta verdadera epopeya,
pues si nos detuviéramos en la posibilidad de pensar cómo estos in-
genieros, extraños a un medio ambiente mal-sano, tan distinto al de
sus orígenes, con diferente alimentación y de falta de cuidados para
la salud en general, de incipiente higiene, pero que con el tiempo se
fueron ambientando a las costumbres, al clima y hasta a las formas
idiomáticas locales. Crearon sus propias interpretaciones lingüísti-
cas. De allí, por ejemplo, hay testimonios que dan cuenta que muchas
palabras utilizadas por estos extranjeros, fueron luego adoptadas del
inglés por locales y adaptadas al léxico común de la época y que re-
sultaron finalmente de indudable utilidad práctica, sin dejar de ser
curiosas.
Apellidos que debemos citar, y con el riesgo de olvidar algu-
nos, por lo que desde ya anticipo las debidas disculpas, y con el
ruego de que me hagan saber de tales omisiones, a fin de poder co-
rregir de seguida. Nombres, entonces como Brennan, Crowe, Steven-
son, Robinson, Dunn, Reese; Silvers, Morley, McBride, Layman,
McGregor, Brown o Johnson, se incorporaron definitivamente en el
directorio onomástico del país, a finales del siglo XIX e inicios del
XX y otros más que estaré posiblemente omitiendo, desde luego in-
voluntariamente.
Edwin Johnson
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Debido a mis periódicas ausencias del país, por mi profesión,
que me ocupó por medio siglo completo de mi vida, deplorable-
mente no pude estar presente en la ceremonia de presentación de la
magnífica y significativa novela de un muy querido, distinguido e
inteligente compatriota que lleva también al ferrocarril en sus venas.
Me refiero al ilustre ecuatoriano Benjamín Ortiz Brennan; gratamente
hoy aquí entre nosotros, por lo que quisiera resaltar el profundo sen-
timiento que Benjamín logra imprimir en ella, digo en su novela in-
titulada El Bicho que se bajó del Tren, que la he sentido incorporarme
en su íntimo contenido, porque también mi abuelo el Ingeniero
George William Johnson debió haber pasado, sin duda, iguales y si-
milares circunstancias a su llegada a tierras ecuatoriales, lejos de los
suyos, tal como lo describe con tanta sensibilidad y destreza la pluma
ágil, sentida y lúcida de Benjamín, a quien le brindo desde aquí un
estrecho abrazo de renovada admiración.
Y no quisiera dejar de referirme, ahora y aquí, a otro perso-
naje que, de igual forma, se lo ha relegado, por falta de conocimiento
de los hechos humanos que rodearon la construcción de esta monu-
mental obra que fue la del Ferrocarril G & Q. Me refiero al doctor
James P. Crow, que fue realmente figura fundamental durante la
construcción de este Ferrocarril. En efecto, este médico estadouni-
dense, especializado en enfermedades tropicales, fue incorporado
en el equipo de profesionales ferroviarios, rescatándole de las selvas
peruanas, para que se responsabilizara de todo lo relativo al cuidado
médico-sanitario de los técnicos dedicados a la construcción de la
obra en Ecuador. El doctor Crow no sólo que cumplía con su diaria
tarea de cuidar la salud de los extranjeros y eventualmente curarlos,
sino que, con el paso de los meses, se le ocurrió establecer una espe-
cie de brigadas, a las que incorporó a todos los empleados, asistentes
contratados y hasta a los colectores, controladores, telegrafistas, fo-
goneros, etc. para que, aparte de cumplir con sus diarias y fatigantes
tareas de carácter técnico profesional, aprendieran las buenas prác-
ticas y actuaran como sus “ayudantes” para enseñar a las poblacio-
nes locales de las pequeñas aldeas y poblados, por donde se había
planificado el curso de la línea férrea, enseñar, decía, directrices bá-
sicas, nuevos y muy útiles hábitos de limpieza y sobre todo de hi-
Palabras de Edwin Johnson, en su incorporación
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giene en el día a día y así evitar la propagación de enfermedades tro-
picales que estos extranjeros, encargados de la construcción de la
línea férrea, encontraron sobre todo en la región tropical y en la
misma costa. Este magnífico médico estadounidense hizo igual-
mente familia en el Ecuador y ha dejado una extensa e importante
prole en Riobamba y Guayaquil. Muchos de ellos decidieron años
atrás trasladarse definitivamente a los Estados Unidos, como fue el
caso de un querido compañero y amigo Eddy Crowe, quien dedicó
años, inclusive con medios económicos propios, a rescatar la verda-
dera historia de lo que significó para nuestro querido Ecuador la
construcción del Ferrocarril ecuatoriano. Lamentablemente, Eddy,
uno de sus nietos, falleció muy temprano, hace ya unos 4 años, de-
jando inconclusa su obra que, como se suele decir, con plata y per-
sona, quiso escribir con sentido de fotografía y radiografía de la
verdadera, fidedigna y auténtica historia del Ferrocarril Ecuato-
riano… Pero sí Eddy logró concretar la construcción de un precioso
mausoleo en el cementerio de Guayaquil, para allí colocar los restos
de su abuelo el doctor James P. Crowe, a cuya inauguración concu-
rrió una muy grande prole de apellido Crow, nacida y establecida,
en buena parte, aquí en el país. Sin embargo, quedó inconclusa su
entrañable tarea de rescatar la reconstrucción de las preciosas esta-
ciones ferroviarias, establecidas a lo largo de toda la línea férrea, que
constituyen un verdadero patrimonio arquitectónico y que, por nin-
guna circunstancia, pueden destruirse y desaparecer. Quedan, sin
embargo, y afortunadamente, algunas estaciones restablecidas, de-
bida y técnicamente logradas y realizadas con el trabajo de albañile-
ría de los italianos Cattani y Giuliani. Otras, lamentablemente
deterioradas y en las localidades de Pifo y Cumbaya y hacia el sur
en Palmira, Guamote, Columbe, Cajabamba, Tixán, Shucos, Pistishi,
Huigra, Bucay o Durán, etc. Solo la de Riobamba subsiste en magni-
fico estado de conservación.
Hay algunos muy importantes testimonios escritos sobre la
construcción del ferrocarril, desde el punto de vista técnico, pero creo
que sobre el aspecto humano y sentimental poco o nada se ha dicho,
de allí que por ejemplo la novela de Benjamín, a la que he hecho una
breve referencia, resulta de significativa importancia, para lo que es
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la bibliografía real de esta epopeya ferrocarrilera ecuatoriana y que
por ninguna circunstancia se la puede omitir.
Y no podría dejar de citar aquí que mi abuelo George William
Johnson tuvo que salir del Ecuador a finales de 1910, de manera in-
tempestiva y sólo protegido por los Consulados de Gran Bretaña y
de los Estados Unidos en Guayaquil y viajar súbitamente con destino
a Chile, debido a una denuncia planteada por él por manejos frau-
dulentos de fondos del Estado en la administración ferroviaria, por
lo que se instaló momentáneamente en Valparaíso. Esto lo asevera
el historiador ecuatoriano don Fernando Jurado Noboa, quien ase-
gura haber encontrado y leído el respetivo proceso instaurado injus-
tamente en contra de mi abuelo, a quien el afamado jurisconsulto
ambateño doctor Abel Pachano se hiciera cargo de su defensa ante
la corte de la ciudad de Ambato, al cabo de lo cual habría retornado
al Ecuador.
Muy aparte de todo ésto, desearía compartir con ustedes
algo de importancia menor y aunque de índole diferente, con un es-
pecial valor vernáculo y curioso, cuando nos referimos a ciertos tér-
minos que, a más del aspecto técnico, tienen que ver con lo
lingüístico, que por su alcance resulta ingenioso y que no puedo
dejar de mencionarlo. Se trata, en efecto, de vocablos que crearon,
con razón fonética solamente, estos extranjeros que hicieron patria
en nuestro país, durante su fecunda y entrañable estancia en nuestras
tierras. Palabras como, por ejemplo: Guachimán, Guaype o playo,
por decir, en su orden del Inglés watch-man por vigilante; whipe por
limpión; pliers o playo por tenaza… La conocida población en la
parte sur de la provincia del Chimborazo, camino a la Costa, por
ejemplo, bautizada como Huigra, proviene sin duda de cómo un
viejo ferroviario mister Eduard Morley, que se radicó finalmente en
el sur de la provincia del Chimborazo, una vez retirado, adquirió
para ella ganado vacuno a los que los pobladores locales los llama-
ban “huagras” y mister Morley lo escuchó y lo pronunciaba “hue-
gra”, de allí que a esa estación del Ferrocarril se la bautizo final y
oficialmente con el nombre de “Huigra”. Y otro término muy singu-
lar es el que se le atribuye igualmente a estos extranjeros, que es “co-
colón” al referirse a aquel arroz que se lo lleva a cocción más de lo
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debido y que por ello lo deja un poco tostado y crujiente que deviene
del inglés “coock to long”. Por último, el término “seco”, para identi-
ficar al plato que se lo sirve en segundo lugar, estos extranjeros lo
pedían como “second”, de allí que quienes los servían, lo identifica-
ron como “el seco”… Ésto como un añadido y nada más.
La historia de la Humanidad está constituida por pocas gran-
des ideas que se multiplican y perfeccionan en otras, en razón de la
experiencia y por muchos hechos promisorios, pasados y presentes,
que se multiplican, se repiten e irradian para el progreso nacional y
el desarrollo social de los pueblos. Así, cité la crónica o el currículo
del ferrocarril, no sólo para honrar a un antepasado mío, sino, en es-
pecial, para refrescar la verdad, pues en la vida real de las personas
y de las naciones y los pueblos, no mencionar las realidades, es olvi-
darlas. Y al hacerlo, voluntariamente o no, tales hechos quedan ab-
surdamente marginados de los registros de la Historia. Y lo que he
relatado, tiene el mérito de traducir hechos reales, no imaginados,
que se constituyen en expresión escrita de lo que sucedióy en fun-
ción de que dicha obra estratégica y viva, no pueda ni deba ser olvi-
dada por historiadores, ni menos por la Historia. Los pueblos están
en la obligación de demandar y conocer el pasado para saber quiénes
fueron y de dónde vienen; quiénes son y hacia dónde van; y quiénes
quieren ser, para que cuando sean, les corresponda, a su vez, hacer
Historia con su voluntad, determinación y acciones y, luego, opor-
tunamente, escribirla con la verdad, el corazón y la mente.
Señor presidente y directivos de la ilustre Academia de His-
toria del Ecuador, señoras y señores, mi intervención ha terminado.
Muchas gracias.
Quito, 2 de mayo de 2024
Edwin Johnson
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