BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVII Nº 202  
Julio–diciembre 2019  
Quito–Ecuador  
BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVII  
Nº 202  
Julio–diciembre 2019  
Quito–Ecuador  
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BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCVII  
Nº 202  
Julio–diciembre 2019  
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. XCVII – Nº. 202  
Julio–Diciembre 2019  
EPÍGRAFES HERÁLDICOS EN LAS OBRAS  
GENEALÓGICAS DE CRISTÓBAL DE GANGOTENA  
DISCURSO DE INCORPORACIÓN–  
Alvaro R. Mejía Salazar1  
La genealogía y la heráldica  
La genealogía es aquella disciplina que estudia la serie de as-  
cendientes o descendientes de una persona. Como toda rama del co-  
nocimiento posee varias maneras de ser comprendida y aplicada. En  
su entendimiento más clásico, la genealogía ha sido utilizada como  
herramienta para legitimar a una persona demostrando su pertenen-  
cia a un linaje social, político o económicamente destacado, así como  
su vinculación familiar a un personaje de prestancia. En resumen,  
con el uso clásico de la genealogía se pretende refrendar a una per-  
sona como parte de una élite.  
Bajo este entendimiento, la genealogía estuvo históricamente  
puesta al servicio de las clases sociales prominentes que, en el caso  
español, ponderaba dos elementos básicos: a) La correspondencia a  
un linaje ibérico y cristiano inmemorial, sin mescla con sangres ju-  
días o musulmanas; y, b) La correspondencia a un linaje guerrero  
que hubiese participado en la reconquista de la península de los ad-  
venedizos moros. Los títulos, proezas, méritos, propiedades y otros  
elementos simbólicos de poder venían luego de demostrar aquellos  
dos elementos básicos. Considerando estas variables medievales, el  
ánimo caballeresco estuvo muy ligado a los temas genealógicos y, de  
allí, que siempre se exaltasen los atributos del caballero al momento  
de enlistarlo en el expediente genealógico familiar.  
Uno de los atributos del caballero era su escudo. Desde  
mucho antes del medioevo cada guerrero buscó adornar su escudo  
1
Riobamba (1982), Doctor en Derecho, docente universitario e historiador.  
B O L E T Í N A N H N º 2 0 2 • 3 9 2 – 4 2 2  
3
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Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
con elementos que identificasen sus cualidades, exaltasen sus méri-  
tos o que recordasen su participación en alguna gesta. De esta ma-  
nera existen emblemas heráldicos inmemoriales para ciertos linajes,  
mientras para otros, los monarcas concedieron estos emblemas en  
calidad de merced, pues la concesión de un escudo determinado pa-  
saba a constituir un patrimonio del titular beneficiario y de su des-  
cendencia sanguínea directa.  
Nótese que he utilizado los términos “linaje” y “descenden-  
cia directa” pues un escudo no pertenece a un apellido como común-  
mente se yerra, sino a una familia específica a cuyo pariente troncal  
se le concedió el uso de un escudo determinado. Tengamos en cuenta  
que varias familias comparten un mismo apellido sin tener ninguna  
clase de parentesco entre sí y por ello, una familia de apellido “de  
Tal” puede derecho a escudo mientras que otra, de idéntico apellido,  
pero sin parentesco con la primera, no lo tendrá o, eventualmente,  
tendrá derecho a usar un diseño totalmente diferente al de aquella.  
Ilustraré lo señalado a través de un ejemplo: no existe un solo escudo  
para la familia Pérez, pues existen muchísimas familias de ese ape-  
llido sin relación entre sí. De hecho existen no menos de 50 diseños  
2
heráldicos conocidos para linajes apellidados Pérez que no guardan  
parentesco entre ellos, más allá de la mera coincidencia del apellido.  
Seré insistente en que no existen escudos de “apellidos” sino  
de familias con vinculo consanguíneo y que, por tanto, si uno desea  
reivindicar el uso de un escudo específico deberá demostrar que uno  
de sus antepasados directos tuvo derecho a tal emblema. Lo otro,  
esto es, entrar a Internet, buscar el “escudo del apellido” y pretender  
usarlo, es igual que encontrar un retrato antiguo de cualquier per-  
sona que comparta el apellido sin tener vínculo familiar y pretender  
que se trata de un antepasado –práctica que, dicho sea de paso, tam-  
bién hemos comprobado es realizada en nuestro medio–.  
Ahora bien, en este punto cabe aclarar que la merced herál-  
dica, esto es, la concesión de un escudo a una persona y a sus des-  
cendientes directos, no comportaba ni comporta un estatus nobiliario  
y mucho menos un título. De hecho, para el siglo XVI los monarcas  
españoles concedían escudos a sus vasallos en premio a sus servicios  
2
Que dicho sea de paso, simplemente significa “hijo de Pedro”  
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a favor de la corona, a manera de condecoración personal, sin im-  
portar si el beneficiario era hidalgo o no. Si bien el escudo era consi-  
derado en el medioevo como un atributo propio del caballero como  
anoté párrafos atrás, a partir de la edad moderna pasó a constituir  
un mero premio desligado por completo de la calidad de caballero o  
del estado hidalgo. Esto queda demostrado con las concesiones de  
escudos a varios de los fundadores de San Francisco de Quito, en  
cuyas reales cédulas de otorgamiento nada refiere el monarca sobre  
la hidalguía del beneficiario, ni de su familia o antepasados, siendo  
lo único que se relata las hazañas y méritos propios del  
3
conquistador. De hecho, el monarca ni siquiera reconoció a estos  
conquistadores premiados el tratamiento de “don”, que constituye  
la más incipiente de las deferencias para los miembros del estado hi-  
dalgo. Concluiré esta imprescindible aclaración señalando que si  
bien el poseer escudo no comportaba nobleza, todos los nobles sí po-  
seían escudo por lo que en el ideario común se implantó el criterio  
que el escudo o emblema heráldico era sinónimo de nobleza o cuanto  
menos, de hidalguía.  
Por las antes señaladas circunstancias, la heráldica ha com-  
portado un elemento diferenciador entre las familias y las personas,  
de allí su uso generalizado en los estudios genealógicos clásicos. De  
hecho, se volvió un requisito prácticamente ineludible el exponer el  
escudo de la familia a manera de estudio introductorio cuando se re-  
alizaba una obra genealógica. En la visión clásica, la prestancia de la  
familia reseñada debía demostrarse desde lo más antiguo posible,  
siendo lo más deseable la prueba desde el medievo a través de su  
participación en gestas de la reconquista y con el escudo ganado en  
los campos de batalla. Para entendimiento de los clásicos, simple-  
mente no se puede comprender un trabajo genealógico sin la respec-  
tiva presentación y representación del escudo familiar.  
La genealogía ecuatoriana clásica y la heráldica  
A lo largo de los siglos, a la Real Audiencia de Quito vinieron  
3
Ver: Alvaro Mejía Salazar, Hombres del XVI (Quito, IPGH, 2015). Paz y Meliá, Antonio, Nobiliario  
de Conquistadores de Indias, (Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1892).  
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genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
españoles del pueblo llano, también hidalgos e incluso miembros de  
familias tituladas. Representantes de una y otra clase social más  
tarde adquirieron protagonismo político o económico y pasaron  
luego a conformar las élites sociales de la Real Audiencia.  
Como he señalado, una de las formas tradicionales de cons-  
truir legitimidad sobre la pertenecía a tales élites sociales eran los es-  
tudios genealógicos. Desde antiguo existieron en nuestras latitudes  
personas preocupadas por tales menesteres, podríamos citar en el  
siglo XVIII al oidor Juan Dionisio de Larrea Zurbano y Bustillo y su  
hijo Francisco Javier, quienes compusieron varios manuscritos sobre  
genealogía. Luego, en el siglo XIX, el coronel Teodoro Gómez de la  
Torre y Gangotena también se destacó como genealogista. El siglo  
XX trajo consigo un inusitado interés por esta materia, con represen-  
tantes de valía –siempre desde la perspectiva clásica– como Cristóbal  
de Gangotena, Carlos Emilio Grijalva, Luis Stacey Guzmán, Pedro  
Robles Chambers, entre otros.  
Los genealogistas clásicos del siglo XX se dieron a la tarea de  
elaborar estudios de las familias de importancia social del momento,  
mismas que en la mayor cantidad de los casos gozaban de posiciones  
privilegiadas desde hace siglos, mismas que conservaban. Pero como  
anoté al inicio de este apartado, no todas las familias preeminentes  
tenían un origen hidalgo o teniéndolo, no existían pruebas documen-  
tales de ello. Así las cosas, la solución a este dilema para los genea-  
logistas ecuatorianos clásicos fue simple: encontrar al antepasado  
ibérico o el más remoto posible y continuar sin mayor detenimiento  
hasta la llegada de la familia a sus momentos más lustrosos y a partir  
de allí, continuar con el relato ceremonioso.  
Según señalé, para inicios del siglo XX resultaba imprescin-  
dible que los trabajos genealógicos contasen con un apartado herál-  
dico. Grave problema éste para los clásicos en nuestro país, pues  
respecto de ciertas familias sí podía demostrarse que poseían herál-  
dica propia, pero respecto de otras simplemente no era posible, o  
porque no lo tenían o porque la documentación respectiva había des-  
aparecido. Como es lógico, la solución para estos últimos casos era  
bastante sencilla desde una perspectiva objetiva: no incluir el apar-  
tado heráldico en el estudio genealógico. Ahora bien, desde una  
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perspectiva subjetiva, vaya lio causaría el que el genealogista sí pre-  
sentara escudo para unas familias y para otras no. Aquello habría  
podido ser considerado como una ofensa para aquella familia pres-  
tigiosa, pero sin escudo; podría haberse considero como hacer de  
menos a tal familia.  
De seguro por esta última razón, varios de los genealogistas  
ecuatorianos de corte clásico al no contar con documentación herál-  
dica de la familia estudiada, recurrieron –y recurren– a los compen-  
dios de estudios genéricos de escudos, tales como los de García  
Carraffa, para obtener un dibujo que se correspondiera con el mismo  
apellido –que no con la misma familia– y así, salvar el “inconve-  
niente”. Mi postura no es amonestar esta actuación desde una pers-  
pectiva subjetiva, pues las circunstancias y los tiempos de cada  
persona mucho influyen en su comportamiento, empero, desde una  
perspectiva objetiva, sí resulta imprescindible realizar un análisis crí-  
tico sobre el tratamiento de la heráldica en las obras genealógicas  
ecuatorianas de corte clásico, a fin de aportar a la comprensión de  
esta disciplina que en su dimensión científica, es prácticamente des-  
conocida en nuestro país.  
En esta ocasión, realizaré una revisión a la obra de Cristóbal  
del Gangotena y Jijón, el más prolífico genealogista ecuatoriano de  
la primera mitad del siglo XX, quien también gustó sobre manera  
del tema heráldico. Pretendo en su obra identificar lo correcto, lo  
equívoco y lo que para él, como paradigma del genealogista clásico  
ecuatoriano, fue necesario incluir en los estudios que realizó sobre  
familias de la élite social.  
Cristóbal de Gangotena y Jijón, el genealogista  
Nació en Quito, el 1 de mayo de 1884. Perteneció a familias  
de la alta sociedad capitalina, caracterizadas por su poderío latifun-  
dista. Su niñez y juventud se desarrolló entre los eventos familiares,  
los compromisos sociales y las haciendas, es decir, su temprana vida  
se correspondió plenamente a su alto estrato socioeconómico. Si bien  
en tales ambientes es común el conocimiento y orgullo por los ante-  
pasados y su alcurnia, por algún motivo estos temas se exacerbaron  
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genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
en Cristóbal, pasando a constituirse en su principal interés intelec-  
tual como se comprobará más adelante.  
Realizó estudios en Francia, obteniendo un diplomado su-  
perior en el Instituto Comercial de Paris, en 1905. Desempeñó varias  
funciones públicas, tales como Secretario del Senado (1909-1911),  
Cónsul del Ecuador en Valencia, España (1913-1916), en El Havre,  
Francia (1916-1918), Director de la Biblioteca Nacional (1920-1927),  
Cónsul de Panamá en Quito (1927), Director de Límites, Subsecreta-  
rio de Relaciones Exteriores y Director de Protocolo de la Cancillería,  
Encargado de Negocios en Bogotá, Diplomático ante Guatemala,  
Embajador Especial en República Dominicana (1927-1939) y Jefe del  
Registro Civil de Quito (1940).  
Fue uno de los entusiastas guiados por Mons. Federico Gon-  
zález Suarez en materia histórica. Junto con él y siete compañeros  
más fundaron la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Ame-  
ricanos el 24 de julio de 1909, misma que, en 1920 pasó a constituirse  
en la Academia Nacional de Historia del Ecuador. Gangotena co-  
menzó la publicación de sus investigaciones en 1919 y su labor edi-  
torial no cesó sino hasta 1953, un año antes de su muerte. Los méritos  
de Cristóbal de Gangotena como historiador le hicieron merecedor  
de varios reconocimientos y su incorporación a las Academias de  
Historia de España, Panamá, Chile, Venezuela y Argentina, al Insti-  
tuto de Historia del Perú, al Centro de Investigaciones Genealógicas  
de Perú, a la Sociedad Geográfica de Lima, a la Sociedad Geográfica  
de Lisboa, al Centro Chileno de Investigaciones Genealógicas, entre  
otras.4  
Si bien Gangotena investigó y publicó sobre temas históricos  
variados, la mayor parte de sus esfuerzos, tanto cuantitativos como  
cualitativos, los destinó a la genealogía. Entre sus principales obras  
están los estudios genealógicos sobre los Salinas, los Montufar (1919),  
los Matheu, los Fernández–Salvador, los Gómez de la Torre (1920),  
los marqueses de Villa Rocha (1921), los orígenes de la Marquesa de  
4
Cfr. Carlos Freile Granizo, “Cristóbal de Gangotena y Jijón, su huella en la historia”, en Boletín  
de la Academia Nacional de Historia, No. 180 (Quito, Academina Nacional de Historia, 2008), 143  
y ss. Jurado, Fernando, “Cristóbal de Gangotena, estudio biocrítico”, en Al margen de la historia  
(Quito, FONSAL, 2003), 11 y ss.  
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Solanda, los Guarderas (1922), los Ascázubi, los Ycaza (1923), los Ar-  
teta, los Carrión (1924), los Malo (1930), la Casa de Borja, los Caa-  
maño (1933), los Jijón (1941), los Bustamante (1943), los Lasso (1951),  
los Ponce (1952), los Donoso (1953); en todos estos trabajos, Gango-  
tena presentó un apartado heráldico.  
La obra genealógica de Gangotena responde a su tiempo y a  
quien él mismo fue, por ello su trabajo está destinado únicamente al  
estudio de familias de élite, sus ramas legítimas, ejecutorias, hidal-  
guías y méritos. Bajo este entendimiento es un absurdo criticar la  
obra de Gangotena acusándola de incompleta o prejuiciosa, por el  
contrario, se debe comprender las circunstancias en las que fueron  
elaboradas y valorar el aporte que constituyen para el conocimiento  
5
y comprensión de un segmento de la sociedad ecuatoriana.  
Parte de la valoración de la obra de Gangotena es continuar  
estudiándola y, de ser el caso, completándola o corrigiéndola, pues  
como sostuvo el profesor Herman P. Salomón: “Toda obra histórica de  
importancia habrá cumplido su misión, el día que inspire a un investigador  
a la relación de una nueva y, acaso, mejor”. De hecho, el mismo Cristóbal  
de Gangotena habría estado de acuerdo con la necesaria revisión de  
su obra, pues como él mismo sostuvo en sus Notas bibliográficas al  
Abdón Calderón de Octavio Cordero Palacios: “no es tarea agradable  
la de criticar… entonces, ¿es mejor callar? Más fácil sí, pero menos  
útil”. Alentado por este acertado criterio, paso, entonces, a realizar  
la revisión de seis apartados heráldicos de los trabajos genealógicos  
de Cristóbal de Gangotena y Jijón, que considero paradigmáticos de  
la manera en que el citado autor trató estos temas.  
Los Salinas  
Con el título de La familia del prócer don Juan de Salinas, se pu-  
blicó en el Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Ame-  
5
Coincidimos plenamente con Carlos Freile Granizo quien ha sostenido: “Se le ha criticado  
acerbamente por haber dedicado sus desvelos tan solo a la clase dominante, se me antoja que  
es como echarle en cara el haber nacido en 1884 y en Quito y no en 1934 y en Moscú. Lo para-  
dójico de estos dardos es que suelen venir de individuos que se desviven por entrar en casas  
grandes y hablar de tú a tú con quienes llevan esos apellidos que aparentemente desprecian”.  
Cfr. “Cristóbal de Gangotena y Jijón, su huella en la historia”, p.147.  
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Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
ricanos número 7 (1919), un corto estudio sobre la familia más pró-  
xima del prócer. En esta obra, Gangotena señala que el padre de Juan  
de Salinas fue Diego, quien habría nacido cerca de Mujica, Vizcaya.  
Sin referencias adicionales sobre Diego de Salinas, de hecho,  
sin siquiera hacer constar en su investigación el apellido materno de  
6
Diego, Gangotena afirmó que pertenecía a una conocida casa solar  
vizcaína de Salinas y señala que el escudo de este linaje sería: “De  
oro, un castillo natural, aclarado de gules, acompañado de dos leones  
de gules, empinantes; cortado de ondas de azur y plata”. Respecto  
de lo sostenido por Gangotena cabe realizar varios reparos:  
a) Familias de apellido Salinas son extremadamente escasas en  
Vizcaya durante el siglo XVII e inicios del XVIII, periodo en  
el que debieron vivir los abuelos y padres de Diego, así como  
en el que debió haber nacido; de hecho, en mis investigacio-  
nes he descubierto que durante dicho período familias de  
apellido Salinas no existen habitando en la localidad de Mu-  
jica y sus alrededores, lugar donde supuestamente habría na-  
cido Diego. En los registros sacramentales de toda Vizcaya  
durante este período, apenas existen 7 registros de bautis-  
mos, 9 de matrimonios y 8 de defunciones de personas con  
7
el apellido Salinas y ninguna de ellas puede relacionarse de  
manera directa, a través del tiempo o de nombres, con Diego.  
Es decir, simplemente no existe manera de determinar los  
orígenes de Diego de Salinas siguiendo la hipótesis vizcaína.  
En pertinente referir que el apellido Salinas es fre-  
cuente y se encuentra repartido por toda España. Existen va-  
rias familias troncales con este apellido sin relación de  
parentesco entre sí, pues el apellido procede del topónimo  
6
7
Más tarde se descubrió que Diego firmaba “Salinas Zubieta”, dato que haría pensar que el  
apellido materno de Diego era Zubieta. Sin embargo, al no conocer la identidad de sus proge-  
nitores, solo es posible considerar a aquella filiación como una hipótesis, pues el Zubieta tam-  
bién podría corresponder a un apellido compuesto “Salinas-Zubieta” y no a la familia de la  
madre de Diego, o, podría corresponder al apellido de otro de los antepasados de Diego, pues  
costumbre de la época era adoptar apellidos para sí, de cualquiera de los cuatro abuelos o de  
los ocho bisabuelos.  
https://dokuklik.euskadi.eus/sacramentos/search, accedido el 10 de agosto de 2019.  
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Álvaro R. Mejía Salazar  
Salinas”, es decir, lugar donde se extrae sal. Varias son las  
poblaciones con salinas como por ejemplo Salinas en Ali-  
cante, Salinas de Pisuerga en Palencia, Salinas de Jaca en  
Huesca, Salinas de Oro en Navarra y Salinas de Añana en  
8
Álava.  
En este punto cabe también recordar las cartas que  
Pedro Pérez Muñoz escribió en 1815, a manera de “Compen-  
dio de la rebelión de la América” como el autor mismo las  
tituló y donde presentó una “nómina de los tribunales que  
erigieron los traidores de la ciudad de San Francisco de  
Quito”. En la carta 29, Pérez Muñoz refiere que Juan de Sa-  
linas sería nieto de Diego de Salinas, quien “entregó a los in-  
9
gleses la plaza de Gibraltar”. En mi criterio, la afirmación de  
Pérez Muñoz sobre el supuesto origen de Juan de Salinas  
únicamente corresponde a un afán por denostar al prócer, al  
identificarlo con un personaje que había protagonizado un  
terrible revés para España. Ahora bien, el general Diego Es-  
teban Gómez de Salinas y Rodríguez de Villarroel, quien  
efectivamente rindió Gibraltar a los ingleses, no fue vasco,  
sino madrileño y su familia era de origen burgalés. Nunca  
sirvió en Vizcaya –de donde según Gangotena provenía la  
familia del padre del prócer–, habiendo participado en cam-  
pañas en los Países Bajos, en Francia, en Cataluña y Andalu-  
cía. Al final de su vida y bastante desprestigiado, testó el 6  
de febrero de 1719 ante el escribano Manuel López de Pala-  
cios, nombrando como heredera de todos sus bienes a su her-  
8
De la que provino el conquistador Juan de Salinas y Loyola, gobernador de Yaguarzongo y  
Bracamoros, a quien Carlos I concedió escudo de armas el 20 de noviembre de 1537, siendo  
este: “tres partes, que en la parte de abajo, que es la parte principal del dicho escudo, esté un  
tigre de su color, puesto en salto, con una F de oro en la mano derecha, y la otra mano izquierda  
asentada sobre un cofre de oro en campo azul; y en la otra parte de la mano derecha, unas  
aguas de mar entre medias de un campo de oro y verde; y en la otra parte, en la mano iz-  
quierda, un árbol verde con unas frutas de oro en él, y en tronco de plata, asentado sobre un  
campo verde y oro; y por orla ocho vasos de oro y plata (cuatro de oro y cuatro de plata) en  
campo colorado y un yelmo cerrado con un rollo torcido, y por divisa el dicho tigre con la F  
en la mano, con sus trascoles y dependencias de azul y oro”. Cfr. Paz y Meliá, Antonio, Nobi-  
liario de Conquistadores de Indias, 23.  
9
Archivo General de Indias, Signatura: DIVERSOS,42,D.3, Código de Referencia: ES. 41091.  
AGI/19.5.2//DIVERSOS,42,D.3.  
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Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
mana Francisca, profesa en el convento madrileño de la Con-  
cepción Jerónima, por no tener hijos ni ningún otro familiar  
10  
cercano. Según se aprecia, más allá de los afanes injuriantes  
de Pérez Muñoz respecto al prócer, no hay fundamento al-  
guno para sostener esta especulación sobre su origen.  
b) Sin poder filiar a qué familia perteneció Diego de Salinas por  
la inexistencia de datos y documentación tanto en época del  
estudio de Gangotena, resulta inadecuado el haber relacio-  
nado a Diego con una “antigua casa solar vizcaína” de Sali-  
nas, misma que, dicho sea de paso, nunca existió en Mujica,  
existiendo sí en otras localidades como Abárzuza y Ibiricú  
11  
(Navarra) y en Mondragón (Guipúzcoa).  
c) Igual de inadecuado resulta el haber asignado arbitraria-  
mente un escudo a una persona cuyo linaje ascendiente se  
desconoce y que, por tanto, se ignora si dicha persona tenía  
o no derecho a usar escudo. Además, existiendo no menos de  
12  
once diseños heráldicos para familias de apellido Salinas, el  
haber asignado uno específico sin contar con la documenta-  
ción o referencia inequívoca sobre la correspondencia, de-  
13  
viene también en una mera especulación.  
El caso de Salinas resulta el primero en el cual Gangotena  
adorna infundadamente el origen, de hecho desconocido, del tronco  
español de una familia. A la luz de los registros sacramentales viz-  
caínos resulta imposible filiar a Diego de Salinas e ignorándose el  
origen de tal personaje, es imposible conocer si tenía derecho a he-  
ráldica y de tenerlo, cuál habría sido ésta. Consecuentemente, lo ade-  
cuado cuando se estudie a esta familia específica, es no referirse de  
1
1
1
0 Cfr. José María Lázaro Bruña, “Biografía de don Diego Gómez de Salinas”, en: Memorias de  
las X Jornadas de Historia del Campo de Gibraltar (Algeciras, IECG, 2009).  
1 Kerexeta, Jaime de y Abisqueta, Francisco de, Vascos en Colombia, (Bogotá, Editorial Oveja  
Negra, 1985) 577.  
2 Vicente de Cadenas y Vicent, Repertorio de blasones de la comunidad hispánica, Volumen 4 (Ma-  
drid, Hidalguía, 1987) 1547. Piferrer, Francisco, Nobiliario de los reinos y señoríos de España,  
Tomo 6 (Madrid, Imprenta M. Minuesa, 1860) 207.  
1
3 Especulación que, dicho sea de paso, tuvo consecuencias más allá del tema genealógico, pues  
en honor a su hijo ilustre Juan de Salinas, Sangolquí (cantón Rumiñahui) adoptó como su  
escudo propio el diseño que fue infundadamente publicado por Gangotena.  
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Álvaro R. Mejía Salazar  
manera alguna a su heráldica.  
Los Fernández-Salvador  
Este trabajo genealógico apareció en el Boletín número 11 de  
la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos (1920).  
Se trata de un detenido estudio de las líneas legítimas de esta familia,  
con abundantes datos de los orígenes ibéricos del linaje en Villoslada  
de Cameros, La Rioja. Para este trabajo, Gangotena señala haber re-  
visado el “Certificado y blasón de armas expedido a favor del Dn.  
Andrés Fernández Salvador y Medrano por el rey de armas del rey  
Carlos III, Dn. Francisco de la Rúa y Astorga, su fecha en Madrid 27  
de noviembre de 1795”. Gangotena erró en la fecha de la referencia,  
pues el documento en realidad data del 15 de noviembre de 1769.  
De hecho, para 1795 Francisco José de la Rúa y Astorga ya no se des-  
empeñaba como cronista rey de armas, habiendo sido su período de  
ejercicio entre los años 1760 y 1771. Para 1795, fecha en que Gango-  
tena señaló que se emitió la ejecutoria de armas de los Fernández-  
Salvador, el cargo de cronista rey de armas lo ostentaba Gabriel Ortiz  
de Cagiguera.1  
4
Además de las informaciones genealógicas de la familia Fer-  
nández-Salvador, en el certificado que obra de más de cien páginas  
ricamente decoradas, se presentan extensos datos genealógicos de  
las familias Medrano, Xaraba y Fernández de Córdoba, a las cuales  
perteneció Ana Florentina, madre de Andrés Fernández Salvador y  
Medrado, quien como se señaló en el párrafo anterior, fue beneficia-  
rio del certificado. El documento también se refiere a los Vega y Es-  
calante, familias a la que pertenecía la abuela materna del citado  
Andrés, lo cual nos resulta muy interesante por circunstancias que  
paso a desarrollar.  
Primero debemos relevar el hecho que tales familias Vega y  
Escalante eran quiteñas. En efecto, el citado Andrés fue hijo del qui-  
teño Gabriel Fernández Salvador y Vega, así como nieto de la quiteña  
Francisca de la Vega Escalante y del español Antonio Fernández Sal-  
vador y Martínez. El certificado refiere que para demostrar la hidal-  
14 Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila, Heraldos y Reyes de Armas en la corte de España (Madrid,  
Prensa y Ediciones Iberoamericanas, 1993) 148 y 149.  
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Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
guía de Francisca y la legitimidad de Gabriel, Antonio Fernández  
Salvador y Martínez “acudió ante el Corregidor de Quito el 29 de  
octubre de 1721 y pidió se le recibiera información de cómo don Ga-  
briel Fernández Salvador en otros, era su hijo legítimo y de doña  
Francisca Vega y Escalante, su mujer ya difunta, de conocidas y no-  
torias obligaciones entre las familias de aquella ciudad”. Las testigos  
de esta información sumaria fueron Pedro de Zumárraga, arcediano  
de la Catedral; Juan de Ormaza y Villacís, comisario del Santo Oficio  
y rector de la Catedral; Luis Bernardo de Saá, canónigo de la Cate-  
dral: Juan de Sosaya, caballero de Santiago, presidente, gobernador  
y capitán general de la Real Audiencia de Quito; Diego Ponce de  
León, conde de Selva Florida; José Bermúdez Becerra, caballero de  
Calatrava; Bernardino de Onagoitia, correo mayor de Quito; y, los  
capitanes Jacinto González, Felipe Onoriarte y Francisco de Mena.  
Este granado grupo de deponentes declaró únicamente que  
“doña Francisca de la Vega y Escalante era señora muy principal a  
quien conocieron, hija legítima de personas muy nobles”. Ningún  
dato genealógico específico se aporta sobre Francisca ni en los testi-  
monios ni en parte alguna del certificado de armas. Esto contrasta  
con lo que ocurre con los Fernández-Salvador, Medrano, Xaraba y  
Fernández de Córdoba, donde varias son las generaciones de ances-  
tros, pleitos y ejecutorias de hidalguía que se documentan y expo-  
nen. Así las cosas, no resulta comprensible cómo el cronista rey de  
armas certificador, Francisco de la Rúa y Astorga, asignó blasones  
específicos a las familias Vega y Escalante, de las cuales ningún dato  
familiar se consigna en el certificado y mucho menos se hace constar  
el origen del derecho de tales familias a usar un diseño heráldico de-  
15  
terminado. Es claro que las lamentables ligerezas y frivolidades en  
materia heráldica ya son centenarias.  
Ahora bien, este tipo de veleidades no se dieron con las  
armas de los Fernández-Salvador pues las constantes en el certifi-  
cado de 1769, coinciden plenamente con las que fueron certificadas  
en 1719 a petición de Antonio Fernández-Salvador y Martínez. En  
1
5 Las armas que Francisco de la Rúa asignó a estas familias Vega y Escalante son: escudo par-  
tido en pal, en el primer campo de sinople una torre o castillo con tres torreones de oro, y en  
el segundo, en campo de oro un león rampante y coronado en azur, linguado de gules.  
BOLETÍN ANH Nº 202 • 392–422  
403  
Álvaro R. Mejía Salazar  
efecto, además del certificado revisado por Gangotena y que he ve-  
nido analizando, existe otro aún más antiguo. Se trata de la “Certifi-  
cación y blasón de armas de los nobles apellidos de Fernández y  
Salvador que tocan a la varonía de don Antonio Fernández Salvador  
[
y Martínez], natural de la Villa de Billoslada en la Rioxa”. Esta cer-  
tificación fue emitida por don Alfonso de Guerra y Villegas, cronista  
rey de armas de Felipe V, en Madrid, el 28 de octubre de 1719.”  
A través de los dos certificados a los que me he referido, así  
como de otros papeles centenarios que contienen ejecutorias y pro-  
banzas del linaje, todos ellos que han sido materia de mi personal  
estudio, conjuntamente con la investigación de Antonio García Cuer-  
das “Villoslada de Cameros. Pueblo de hidalgos, trashumantes y emigran-  
tes, editada en 2006 por el Instituto de Estudios Riojanos, puedo  
confirmar que la traza genealógica ibérica de los Fernández-Salvador  
presentada por Gangotena es correcta. De igual manera, respecto a  
la heráldica que de esta familia Gangotena publicó, puedo confirmar  
que es acertada al corresponderse con las constantes en las certifica-  
ciones de armas de 1719 y 1769, así como con la documentación re-  
lacionada que se posee.  
Para finalizar recordaré que Antonio Fernández Salvador y  
Martínez, titular del certificado de 1719, y Andrés Fernández Salva-  
dor y Medrano, titular del certificado de 1769, son bisabuelo y padre,  
respectivamente, del Dr. José Fernández Salvador y López, nacido  
en Quito en 1775, jurisconsulto y presidente de la primera Asamblea  
Constituyente de nuestra república, reunida en la ciudad de Rio-  
bamba en 1830, así como Senador, Ministro del Interior y Magistrado  
de la Corte Suprema de Justicia de la República .  
Los Gómez de la Torre  
El estudio genealógico de esta familia apareció en el Boletín  
de la Academia Nacional de Historia No. 2 (1920). En él, Gangotena  
presentó un importante trabajo de búsqueda, organización y expo-  
sición de datos genealógicos de los Gómez de la Torre en Ecuador,  
así como de sus ancestros ibéricos. No obstante, en este estudio co-  
metió algunos equívocos propios del genealogista clásico. El primero  
BOLETÍN ANH Nº 202 • 392–422  
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Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
de ellos fue acudir a las genéricas enciclopedias genealógicas para  
exponer el origen mítico de los apellidos que corresponden a los li-  
najes estudiados, tratando de remontarse a las primeras batallas por  
la reconquista de España y hablando de personajes que ninguna re-  
lación tienen con la familia reseñada más allá de la mera coincidencia  
de apellidos que, tratándose de un patronímico como Gómez del  
cual existen cientos de linajes que ninguna relación guardan entre sí,  
resulta en una tarea por demás insubstancial.  
Otro equívoco lo cometió con la heráldica, pues presentó un  
blasón que ninguna relación guarda con el que corresponde a los  
Gómez de la Torre. Al igual que ocurrió con Salinas, es claro que  
Gangotena consideró imprescindible hacer constan en su estudio ge-  
nealógico un apartado heráldico, más aún considerando la prosapia  
ibérica de los Gómez de la Torre. Sin embargo, en el país no existen  
documentos de la familia que señalen cuáles son las armas que co-  
16  
rresponden al linaje, sin perjuicio de las ejecutorias y probanzas de  
hidalguía que el mismo Gangotena refiere existen en la península,  
dado que varios miembros de la familia se incorporaron a la Orden  
de Santiago, así como ocuparon destacadas dignidades públicas.  
¿Qué hizo entonces Gangotena? Pues lejos de abstenerse de publicar  
blasón alguno en su estudio, lo cual habría sido lo adecuado, recurrió  
a las genéricas enciclopedias heráldicas y escogió infundadamente  
uno de entre los más de treinta escudos que existen para familias de  
apellido Gómez –ninguna de ellas relacionada con los Gómez de la  
Torre– y uno de entre los más de veinte escudos que existen para fa-  
milias de apellido De la Torre –ninguna de ellas relacionada con los  
Gómez de la Torre–, los dibujó juntos y así los hizo constar como el  
blasón del linaje.  
1
6 Existe un cuadernillo datado en mayo de 1912, que fue transcrito por Gangotena sobre la  
base de una certificación de armas conferida en Madrid, el 9 de abril de 1711, por Joseph Al-  
fonso de Guerra y Villegas, cronista rey de armas de Felipe V, a favor del sevillano Pedro  
Gómez Diez Balbuena y Verastegui. Este Pedro nada tiene que ver con los Gómez de la Torre  
bilbaínos que son de nuestro interés, de allí que tal documento resulte irrelevante a efectos  
de la historia familiar de nuestro estudio. Este cuadernillo habría sido regalado por Cristóbal  
a doña Magdalena Gómez de la Torre y Zaldumbide, lo cual indujo a error a parte de la fa-  
milia al pensar que podría existir algún nexo familiar entre Pedro Gómez y Francisco Gómez  
de la Torre Añibarro, nexo que según señalé, no existe. Poseo una copia de tal cuadernillo  
por gentileza de José Alejandro de la Paz Calisto.  
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405  
Álvaro R. Mejía Salazar  
Desde un punto de vista humano entendemos el proceder  
de Gangotena al ser un genealogista clásico de inicios del siglo XX,  
no obstante, desde la rigurosidad objetiva de la materia genealógica  
y heráldica, resulta imprescindible corregir el grave error cometido  
con las armas de los Gómez de la Torre. Para ello, he profundizado  
en el estudio documental de los ancestros españoles de Francisco  
17  
Ramón Jo Gómez de la Torre y Añibarro, tronco español de la fa-  
milia en el Ecuador, quien según Gangotena “fue bautizado en la  
18  
Matriz de Bilbao el 8 de Noviembre de 1745”, siendo hijo legítimo  
del matrimonio formado por Ventura Francisco Gómez de la Torre  
Jarabeitia y María Josefa Añibarro Larrea. Resulta imposible confir-  
mar estos datos proporcionados por Gangotena, los cuales constitu-  
yen el punto de partida de mi investigación heráldica. Simplemente  
el registro del bautizo de Francisco Ramón José consignado por Gan-  
gotena no existe, por este motivo consideré imprescindible iniciar  
investigando el origen cierto de este personaje.  
El primer dato relevante que he obtenido de mi revisión de  
los archivos sacramentales y de los archivos de escribanías bilbaínas,  
es que Ventura Francisco Gómez de la Torre Jarabeitia únicamente  
casó una sola vez y lo hizo con María Francisca de Larrinaga y Arra-  
19  
zola, el 22 de abril de 1748. De su matrimonio nacieron varios hijos  
20  
que murieron en su infancia, y tan sólo sobrevivió una hija llamada  
21  
María Francisca Gómez de la Torre y Larrinaga, que casó con Juan  
Rafael de Mazarredo Salazar de Muñatones, el 24 de abril de 1768,2  
con descendencia.  
2
1
1
7 No “Anibarro” como erradamente señala Gangotena y quienes le han copiado.  
8 Gangotena y Jijón, Cristóbal del, “Los Gómez de la Torre”, en Boletín de la Academia Nacional  
de Historia, Número 2 (Quito, Academia Nacional de Historia, 1920) 229.  
19 Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya, Código de referencia: ES/AHEB-BEHA/F006.081  
(
0923/001-00)  
2
0 Ramón Antonio Francisco Xabier, bautizado el 11 de junio de 1750; Antonio María, bautizado  
el 14 de marzo de 1755; Antonio Vizente Ramón Ysac, bautizado el 3 de junio de 1865. Ar-  
chivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya, Códigos de referencia: ES/AHEB-BEHA/F006.081  
(
(
0931/002-00), ES/AHEB-BEHA/F006.080 (0683/001-00) y ES/AHEB-BEHA/F006.080  
0683/001-00), respectivamente.  
21 Bautizada el 3 de junio de 1747. Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya, Código de refe-  
rencia: ES/AHEB-BEHA/F006.081 (0931/002-00).  
22 Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya, Código de referencia: ES/AHEB-BEHA/F006.080  
(0688/002-00).  
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406  
Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
No existe dato alguno en los archivos sacramentales vascos  
sobre un matrimonio entre Ventura Francisco Gómez de la Torre Jara-  
beitia y María Josefa Añibarro Larrea. Sí existe, no obstante, el registro  
del bautismo de María Josefa, el cual se dio en Durango, el 13 de sep-  
23  
tiembre de 1726, habiendo sido hija de Francisco Añibarro Zugari y  
24  
de Josefa Larrea y Echavarría; datos estos sobre la filiación de María  
Josefa que sí coinciden con los aportados por Gangotena. No existen  
datos sobre matrimonio alguno de María Josefa, quien fallece en sole-  
25  
dad en la villa de Durango, el 20 de noviembre de 1783.  
Por otra parte, he establecido que Ventura Francisco Gómez  
de la Torre Jarabeitia tuvo varios hijos reconocidos en su soltería,  
tales son los casos de José Luis Gómez de la Torre Villarreal, bauti-  
zado en Bilbao, el 20 de octubre de 1746, hijo de Josefa Villareal; y el  
de Francisco Ramón José Gómez de la Torre y Añibarro, a quien nos  
hemos referido con anterioridad como tronco de la familia en el país.  
Francisco Ramón José no nació en Bilbao –tierra de su padre– ni en  
Durango –tierra de su madre–, sino en la recóndita villa guipuzcoana  
de Cestona, donde sus padres, Ventura Francisco y María Josefa, de-  
clararon no ser residentes de la villa y lo bautizaron el 8 de noviem-  
26  
bre de 1742. De esta forma queda demostrado el verdadero origen  
del fundador de la familia Gómez de la Torre en el Ecuador, así como  
el piadoso tratamiento que a este asunto concedió Gangotena.  
Ahora bien, establecido que Francisco Ramón José cierta-  
mente es hijo de Ventura Francisco Gómez de la Torre Jarabeitia, vale  
mencionar que éste, al igual que sus hermanos José y Manuel, pro-  
27  
baron su hidalguía para ingresar a la Orden de Santiago, habiendo  
demostrado pertenecer a un viejo linaje procedente de Laredo, en  
Cantabria. Otro de sus hermanos, Antonio, fue religioso, colegial del  
2
2
2
2
2
3 Gangotena también erró en estos datos, pues él señala que María Josefa habría nacido en Bil-  
bao, el 9 de septiembre de 1718.  
4 Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya, Código de referencia: ES/AHEB-BEHA/F006.147  
(
1919/001-00).  
5 Archivo Histórico Eclesiástico de Vizcaya, Código de referencia: ES/AHEB-BEHA/F006.147  
1915/001-00).  
6 Archivo Histórico Diocesano de San Sebastián, Código de referencia: DEAH/F06.159//32  
8/002-01(f.105r,nº—/B,1742-11-08).  
(
7
7 Vicente de Cadenas y Vicent, Caballeros de la Orden de Santiago, siglo XVIII (Madrid, Ediciones  
Hidalguía, 1979) 65-66.  
BOLETÍN ANH Nº 202 • 392–422  
407  
Álvaro R. Mejía Salazar  
Mayor de San Ildefonso de Alcalá, canónigo magistral de Sigüenza  
y Granada; obispo de Ceuta y obispo de Jaén. Ventura Francisco fue  
muy exitoso hombre de negocios y ocupó cargos públicos en la villa  
de Bilbao; fue prior del Consulado Comercial bilbaíno los años 1758,  
28  
1
772 y 1781. En 1789, compró terrenos para levantar una espléndida  
mansión, que se conoce como palacio de Gómez de la Torre, ubicado  
en el No.1 de la calle Viuda de Epalza, junto a la iglesia de San Nico-  
lás, en Bilbao.  
Esta mansión aún conserva el emblema heráldico de la fami-  
lia, puesto allí por el propio Ventura Francisco Gómez de la Torre.  
Se trata del escudo que se remonta a la antigua emblemática familiar  
29  
cántabra, donde también se conservan ejemplos de ella. Así mismo,  
en los retratos y en la tumba del hermano de Ventura Francisco, el  
obispo Antonio Gómez de la Torre Jarabeitia, se representa idéntica  
heráldica familiar. Este escudo presenta el campo medio partido y  
cortado; en el primer cantón de azur, una torre de plata con dos leo-  
nes de oro empinantes y dos lises; en el segundo cantón, una banda  
de dragantes con una espada que la atraviesa y un lucero al flanco  
derecho; el cantón cortado luce en una torre y, separado por un palo,  
un león rampante, todo sobre bandas. Este cantón luce bordura car-  
gada de cinco torres y cinco leones. Según señalé, estas armas las  
usaban los Gómez de la Torre cántabros de Casar de Periedo y Riaño  
de Ibio, parientes de los bilbaínos que son de nuestro interés. De  
hecho, estas armas tienen un origen muy remoto para la familia,  
pues ya adornaron la capilla de don Bartolomé Gómez de la Torre y  
doña Catalina Sánchez de Merodio, su mujer, construida en Casar  
de Periedo, en 1570.30  
2
8 Alcorta Ortiz de Zárate, E. “Comercio y familia. La trayectoria comercial de un hombre de  
negocios bilbaíno de la segunda mitad del siglo XVIII: Ventura Francisco Gómez de la Torre  
y Jarabeitia”, en Torres Sánchez, R. (ed.), Capitalismo mercantil en la España del siglo XVIII  
(
Pamplona, Eunsa, 2000) 31-52. Ningún dato hemos encontrado sobre su aparente cargo de  
Teniente de gobernador del muy noble Señorío de Vizcaya”, al cual se refiere Gangotena.  
2
9 González de Echegaray, María del Carmen, Escudos de Cantabria, tomo II, volumen I (Vitoria,  
Institución de Cultura de Cantabria, 1972), 202, 255, 283. González de Echegaray, María del  
Carmen, Escudos de Cantabria, tomo IV (Vitoria, Institución de Cultura de Cantabria, 1981),  
7
8-80, 87-88.  
3
0 González Echegaray, María del Carmen, Escudos de Cantábria, tomo IV (Santander, Institución  
Cultural de Cantábria 1981) 78-79 y 87-88.  
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Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
Los Guarderas y el escudo de los Vicuña  
La genealogía de los Guarderas fue publicada en el Boletín  
de la Academia Nacional de Historia No. 12 (1922). Gangotena iden-  
tifica a José Guarderas y Nieto como tronco de esta familia en Quito,  
señalando que “pasó a América muy joven”. He descubierto que Jo-  
seph –como lo escribía él mismo, a la usanza de la época– cruzó el  
Atlántico con apenas 17 años, formando parte de la comitiva de “fa-  
miliares” de don Francisco de los Ríos, obispo de Panamá, la cual  
obtuvo licencia de viaje en la Casa de Contratación de Sevilla, el 8  
de mayo de 1772. Interesante es comprobar que en el expedientillo  
del permiso migratorio, se identifica a Joseph con la deferencia de  
don”, lo cual denota una respetable condición del individuo en  
31  
aquella época.  
Además de Contador (1780) y Administrador Principal  
(
1809) de las Alcabalas de Quito, también ejerció el cargo de Regidor  
32  
de la ciudad (1795, 1799). Para 1794, su sueldo como Contador as-  
cendía a los 700 pesos anuales, mientras que el Administrador Prin-  
cipal –cargo que luego ostentaría– percibía 1.500 y el Presidente de  
33  
la Real Audiencia 6.600. En todo caso, para 1794 Joseph Guarderas  
ya era un acomodado hacendado, de hecho, en tal año enjuiciaba a  
don Antonio Aulestia por asuntos de linderación de las haciendas  
Santa Clara y Cashapamba de su propiedad, situadas en el valle de  
Chillo. Cinco años más tarde, en 1979, querelló contra Juan Pío Mon-  
tufar, marqués de Selva Alegre, por despojo sufrido de tierras de su  
hacienda Cashapamba, por parte de los indios sirvientes del mar-  
34  
qués, los que aducían que se trataban de tierras de su comunidad.  
Joseph casó con doña María Manuela Vicuña y Herrera, de  
quien Gangotena afirma que descendería de la conocida casa sola-  
riega de tal apellido en Álava, sin embargo, no aporta prueba alguna  
de esta aseveración. Sobre Maria Manuela Vicuña también afirma  
3
3
3
1 Archivo General de Indias, Signatura: CONTRATACION,5517,N.2,R.26, Código de Referen-  
cia: ES.41091.AGI/10.42.3.312//CONTRATACION,5517,N.2,R.2  
2 Archivo General de Indias, Signatura: QUITO,355,N.25 Código de Referencia: ES.41091.  
AGI/23.12.5.26.79//QUITO,355,N.25  
3 Joaquín Durán y Díaz, Estado general de todo el Virreinato de Santa Fe (Bogotá, Banco de la Re-  
pública, 2012), 333 y ss.  
BOLETÍN ANH Nº 202 • 392–422  
409  
Álvaro R. Mejía Salazar  
que “nacida en Quito y bautizada en su Catedral, el 1 de mayo de  
1
761, fue hija de don Ignacio Vicuña –hijo de don Agustín Vicuña,  
corregidor de Riobamba, español, hermano menor del Marques de  
Estrella y de doña Josefa de Olaís, hija de don Esteban, Oidor de  
Quito– y de doña Antonia Herrera.”  
Sobre la base de esta escueta filiación y sin aportar docu-  
mento o dato alguno que legitime la posesión del específico diseño  
heráldico para la familia reseñada, Gangotena adorna su trabajo  
sobre los Guarderas con un escudo de Vicuña que luce sobre fondo  
azur, una cadena en banda con siete eslabones de oro y dos medias  
lunas de plata sirviendo de dragantes a ella, una en el cantón derecho  
de arriba y la otra en el cantón izquierdo de abajo; dos estrellas de  
oro de ocho puntas, una en el cantón izquierdo de arriba y la otra en  
el cantón derecho de abajo y bordura de gules con trece souteres de  
oro.  
Como quedó señalado, Gangotena no proporciona informa-  
ción alguna que legitime la pertenencia de este escudo a la familia  
Vicuña a la que se refiere, por lo que mal se puede afirmar que tales  
armas le corresponden. De hecho, he identificado al menos cuatro  
diseños heráldicos distintos para linajes apellidados Vicuña, que no  
poseen vínculos entre sí. Bien podría uno de ellos corresponder a la  
familia de María Manuela Vicuña o bien pudo ser que su linaje no  
poseyera escudo. A esta reflexión se debe añadir que el escudo de la  
familia alavesa, a la que se sin prueba alguna se señala correspon-  
dería la reseñada, luce un diseño por completo distinto al presentado  
35  
por Gangotena.  
De hecho, sobre Agustín Vicuña, tronco de esta familia, Gan-  
gotena simplemente señala que fue español, sin determinar en qué  
lugar de la península habría nacido, lo cual imposibilita incluso re-  
alizar alguna hipótesis sobre una eventual correspondencia del es-  
cudo específico. También debo señalar que, revisado el elenco de los  
corregidores de Riobamba durante los siglos XVII y XVIII, he com-  
3
4 Archivo Nacional del Ecuador, Serie Haciendas (Quito, Archivo Nacional del Ecuador, 2007),  
4 y 102  
9
35 Cfr. Alberto y Arturo García Caraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y  
americanos, volumen 80 (Madrid, Imprenta de Antonio Marzo, 1963).  
BOLETÍN ANH Nº 202 • 392–422  
410  
Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
probado que no existió ningún Agustín Vicuña que haya ostentado  
36  
la titularidad del corregimiento. De igual manera, agotadas todas  
las fuentes bibliográficas y virtuales a las que he tenido acceso, no  
he logrado determinar la existencia del “marquesado de Estrella” al  
que Gangotena hace referencia, cuando señala que Agustín Vicuña  
sería hermano menor del marqués de Estrella. Ningún dato ni la más  
remota referencia ha sido posible encontrar sobre tal supuesto título  
y mucho menos la posibilidad de ligarlo a un Vicuña. En conclusión,  
ninguno de estos datos aportados por Gangotena se corresponden  
con la realidad.  
Los Ascázubi  
El trabajo de los Ascázubi fue publicado en el Boletín de la  
Academia Nacional de Historia correspondiente a 1922. Gangotena  
identificó como tronco de esta familia a Antonio de Ascázubi, de  
quien señaló que habría nacido en Oñate, Guipúzcoa, a mediados  
del siglo XVII. En mis investigaciones en fondos sacramentales do-  
nostiarras he podido descubrir informaciones adicionales sobre la  
ascendencia de esta familia, la cual paso a detallar.  
3
7
Antonio de Ascasubi efectivamente nació en Oñate, donde  
fue bautizado en la parroquia de San Miguel Arcángel, el 20  
de julio de 1645, habiendo sido hijo de Miguel de Ascasubi  
38  
Osinaga y de Mari Asencio Uriarte Yzaeta.  
Miguel de Ascasubi Osinaga nació en Oñate, bautizado en la  
parroquia de San Miguel Arcángel, el 29 de septiembre de  
1
615. Hijo de Diego de Ascasubi Balçategui e Ysabela, Osi-  
39  
naga Agorondo.  
36 Cfr. Carlos Ortiz Arellano, La antigua villa de Riobamba (Riobamba, Casa de la Cultura, Núcleo  
del Chimborazo, 2005).  
3
7 En los registros sacramentales donostiarras en los que he investigado, he encontrado que el  
apellido lo escribían, al menos durante el siglo XVII, con letra “s” y no “z”. Respetaré el par-  
ticular.  
3
3
8 Archivo Histórico Diocesano de San Sebastián DEAH/F06.127//2673/001-01(f.133r,nº—  
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B,1645-07-20)  
9 Archivo Histórico Diocesano de San Sebastián DEAH/F06.127//2672/001-01(f.93r,nº—  
B,1615-09-29)  
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BOLETÍN ANH Nº 202 • 392–422  
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Álvaro R. Mejía Salazar  
Diego de Ascasubi Balçategui nació en Oñate, donde fue bau-  
tizado en la parroquia de San Miguel Arcángel, el 13 de abril  
de 1590, habiendo sido hijo de Diego de Ascasubi y Maria  
Balçategui.40  
Hasta este punto la línea genealógica es totalmente fide-  
digna; ascender más generaciones con total certeza no resulta posible  
pues en los registros sacramentales se vuelven ilegibles los segundos  
apellidos del citado Diego de Ascasubi. No obstante, a mi criterio,  
tal Diego se trata del mismo Diego de Ascasubi Corospiscal, bauti-  
zado en la en la parroquia de San Miguel Arcángel de Oñate, el 31  
de septiembre de 1552, hijo de Juan de Ascasubi y Mari Cosopiscal.  
De esta forma, han sido aportadas tres nuevas generaciones a la as-  
cendencia de los Ascázubi de manera certera y una más, de manera  
confiable.  
Ahora bien, respecto al escudo que Gangotena publicó de los  
Ascázubi, este es cuatelado. En el primer cuartel de plata, nueve pa-  
nelas de gules, y en punta, una caldera de sable; en el segundo cuar-  
tel de sínople, luce un castillo de oro incendiado, acompañado, a  
siniestra, de un guerrero caballero en caballo blanco, la espada en  
alto; en el tercer cuartel de oro, una haya natural y un jabalí herido,  
manando sangre, pasante al tronco del árbol; y, en el cuarto cuartel  
de plata, dos lobos de sable andantes, linguados de gules. El escudo  
posee una orla de gules cargada de trece aspas de oro. Llevan por  
divisa: “Más vale morir con honra que vivir sin ella”.  
El haber asignado estas armas a los Ascásuzbi es un equí-  
voco, pues en realidad corresponden al linaje de los Murúa. Esta es  
una antigua familia guipuzcoana, con casa solar en la villa de Ver-  
gara, pero proveniente de Uncella, donde Martin Joseph de Murúa  
y Eulate, primer conde del Valle, construyó el palacio de Rotalde,  
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1
sobre la base de la medieval torre familiar. Los Murúa han osten-  
tado centenariamente el escudo cuartelado que Gangotena atribuyó  
4
4
0 Archivo Histórico Diocesano de San Sebastián DEAH/F06.127//2671/001-01(f.130v,nº—  
B,1590-04-13)  
1 Alfonso Otazu y José Ramón Díaz de Durana, El espíritu emprendedor de los vascos (Madrid,  
/
Sílex, 2008), 608-609.  
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Epígrafes heráldicos en las obras  
genealógicas de Cristóbal de Gangotena  
erradamente a los Ascázubi; así lo demuestra la certificación de  
armas extendida en Madrid, el 9 de abril de 1638, por Jerónimo de  
Villa, rey de armas de Felipe IV. Esta certificación fue solicitada por  
Domingo de Murua Elorregui y Garitano, dentro del pleito de hidal-  
guía que siguió el mencionado Domingo y sus hermanos Miguel y  
42  
Juan ante el cabildo de Vergara. En su parte pertinente, esta certifi-  
cación reza:  
MURUA. Los de este linaje y apellido de Murua son muy buenos y  
muy antiguos hijosdalgo y caballeros naturales del señorio de Vizcaya  
los cuales tienen su casa y solar de grande antigüedad, en el valle de  
Aramayona sita en la anteiglesia de San Pedro de Uncilla que se llama  
la Cassa Solar de Murua. Es casa Ynfanzona solariega y de Armeria de  
las conocidas y nobles que hay en el señorio de Vizcaya y la más anti-  
gua de las que ay de este apellido en el dicho valle... traen por armas  
los hijosdalgo y caballeros de esta cassa y linaje de Murua Un escudo  
partido en quatro quarteles. En el primero quartel en campo de plata  
nuebe panelas de gules que son coloradas y en lo bajo una caldera de  
sable que es negra y en el segundo quartel, en campo de sinopla que  
es verde una casa fuerte de oro quemandose y un hombre armado a  
cavallo con una espada desnuda en la mano mirandola y diciendo mas  
bale morir con onrra que bivir sin ella y en el tercero quartel en campo  
de oro, una aya de sinopla que es verde y al pie del tronco. Un puerco  
xavali montes andante de sable que es negro herido destilando sangre  
por las heridas y en el quarto quartel en campo de plata dos lobos an-  
dantes de sable que son negros con lenguas coloradas y alrededor y  
entorno del escudo una orla colorada y en ella treze santores de oro  
que son aspas y un rotulo blanco que atrabiessa por la gola con una  
letra de letras que dize mas bale morir con onrra y por timbre sobre el  
yelmo un braço armado con una espada en la mano y estas son sus  
Armas assi como están aquí. (Se ha respetado la ortografía original)4  
3
Además de este indiscutible documento que data del siglo  
XVII, concuerdan con la pertenencia del escudo en cuestión a los  
Murúa, Juan Carlos de Guerra y Barrena –una de las autoridades en  
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la materia–, en su clásica obra Estudios de heráldica vasca y Vicente  
42 Archivo Municipal de Vergara, Signatura: 09-0885, Clasificación: 09.00.01.01.13.00.  
43 Archivo Municipal de Vergara, Signatura: 01-C/271-03, Clasificación: 01.01 - E-07-I, Volumen:  
4
6h  
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4 Juan Carlos de Guerra, Estudios de heráldica vasca (San Sebastián, J. Baroja e Hijos, 1910), 150.  
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Álvaro R. Mejía Salazar  
de Cadenas y Vicent –último cronista-rey de armas de España y uno  
de los máximos conocedores de heráldica–, en su célebre obra Reper-  
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torio de blasones de la comunidad hispánica De igual forma, autores  
4
6
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como los García Carraffa, Carreras Candi o Alonso de Cadenas  
48  
López refieren la pertenencia del escudo en referencia a la familia  
Murúa.  
Respecto a los Ascázubi de nuestro interés, no ha sido posible  
documentar la titularidad de un escudo específico para esta familia.  
Sin embargo, comprobada la pertenencia centenaria de este linaje a  
la villa de Oñate y considerando que en tal sitio caballeros de este