BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVI  
Nº 199  
Enero–junio 2018  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
DIRECTOR:  
Dr. Jorge Núñez Sánchez  
Dr. Franklin Barriga López  
Ac. Diego Moscoso Peñaherrera  
Hno. Eduardo Muñoz Borrero  
Mtra. Jenny Londoño López  
Dra. Rocío Rosero Jácome  
SUBDIRECTOR:  
SECRETARIO:  
TESORERO:  
BIBLIOTECARIA-ARCHIVERA:  
JEFA DE PUBLICACIONES:  
RELACIONADOR INSTITUCIONAL: Dr. Vladimir Serrano Pérez  
BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCVI  
Nº 199  
Enero–junio 2018  
©ꢀ Academia Nacional de Historia del Ecuador  
p-ISSN: 1390-079X  
e-ISSN: 2773-7381  
Portada  
Monumento a Vicente Rocafuerte  
en Guayaquil  
Diseño e impresión  
PPL Impresores 2529762  
Quito  
landazurifredi@gmail.com  
abril 2019  
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. XCVI – Nº. 199  
Enero–junio 2018  
BIENVENIDA A FAUSTO PALACIOS  
COMO MIEMBRO DE NÚMERO  
DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Jorge Núñez Sánchez1  
Señoras y señores:  
La Academia Nacional de Historia se reúne aquí y ahora con  
un doble y nobilísimo fin, cual es el de proceder al ascenso del doctor  
Fausto Palacios Gavilanes a la condición de Miembro de Número de  
nuestra institución y de instalar su Capítulo Tungurahua, recién  
constituido, el cual estará presidido precisamente por el nuevo aca-  
démico numerario.  
Para nosotros es sumamente honroso que este acto se celebre  
bajo el alero generoso de la Casa de Montalvo, que ha decidido aco-  
gernos en este día para esta muy grata ceremonia. Gracias, señor Pre-  
sidente y señores miembros de esta Casa, por su hospitalidad.  
El solo nombre de Juan Montalvo nos introduce de lleno en  
la historia republicana de nuestro país, tan agitada y emocionante,  
precisamente porque en ella concluyó el largo dominio colonial y se  
iniciaron los tiempos de la presencia popular, ya que el soberano dejó  
de ser un rey lejano, absolutista y ambicioso, para pasar a serlo el  
pueblo soberano, que recién se inicaba en el conocimiento de la po-  
lítica y el ejercicio de su autoridad colectiva.  
El cambio supuso oposiciones sociales y conflictos políticos,  
entre quienes deseaban preservar sin cambios la vieja estructura de  
dominación y quienes buscaban transformarla, para crear oportuni-  
dades a las nuevas fuerzas y grupos sociales que emergían desde la  
base. Guerras civiles, batallas y escaramuzas poblaron el territorio  
de la naciente república y de esta provincia, que por su especial ubi-  
cación geográfica, fue escenario de algunas de ellas: los dos Huachis,  
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Actual Director de la Academia Nacional de Historia del Ecuador  
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Jorge Núñez Sánchez  
Miñarica y el Socavón son algunos de los nombres marcados en esas  
páginas de sangre de nuestra historia.  
Paralelamente, con la república surgieron nuevos tipos de  
personajes públicos, que vinieron a cumplir las importantes tareas  
de una república y, entre ellos, se destacaron el periodista y el histo-  
riador, el uno como promotor y defensor de la democracia y el otro  
como cronista del pasado y protector de la memoria colectiva. En  
esas dignísimas tareas de la inteligencia, la provincia del Tungurahua  
se distinguió con luces propias. Frente a los desmanes del poder y  
de los poderosos, fuesen estos de levita, de sotana o de uniforme, se  
irguió en el siglo XIX la elevada estatura cívica de don Juan Mon-  
talvo, ese regenerador del poder republicano, que por medio de su  
pluma denunció vilezas, combatió tiranías y sentó principios mora-  
les para la vida pública. Y todo ello lo hizo a salto de mata, entre des-  
tierro y destierro, pero con un estilo literario realmente formidable,  
en el que se entremezclaban la fuerza y furor del polemista con la  
pureza idiomática y la belleza expresiva del estilista. Finalmente, don  
Juan también fue una suerte de historiador de su propio tiempo,  
pues su pluma dibujó y caricaturizó personajes para la historia y lo  
hizo con tal vigor que las imágenes dejadas en sus páginas termina-  
ron por reemplazar a cualquier otra.  
Y a la par que Montalvo se empeñaba en sus quijotescos com-  
bates contra las tiranías, acá, en Ambato, florecían la historia, la lite-  
ratura, la lingüística y una suerte de temprana vocación  
antropológica y sociológica, a través de hombres de alta cultura y  
distinto signo político, tales como Pedro Fermín Cevallos, Juan León  
Mera o Luis Alfredo Martínez, cada uno de los cuales contribuyó con  
sus variados talentos a la construcción de este nuevo país, agitado y  
esperanzado, que fue y es el Ecuador.  
Quiero ahora referirme brevemente a nuestro oficio, el de los  
historiadores, para esbozar, al menos, la trascendencia de este acto.  
Un saber o una ciencia están definidos por su objeto de estu-  
dio, que en nuestro caso es la Historia. Pero, ¿qué entendemos por  
Historia? Porque hay que comenzar señalando que con este nombre  
se conocen tanto al objeto de estudio como a la ciencia que se empeña  
en ello.  
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Bienvenida a Fausto Palacios  
En cuanto al objeto de estudio, un maestro de escuela afir-  
maba, con cierta gracia, que “Historia es la sucesión de sucesos su-  
cedidos sucesivamente en la sucesión sucesiva de los tiempos.”  
Recuperando la seriedad podemos decir que “la Historia es la ciencia  
o disciplina que estudia las acciones pretéritas del hombre, es decir,  
el pasado.” Y como la diferencia entre el pasado y el presente está  
signada por los cambios y transformaciones ocurridos, también po-  
demos afirmar que “la Historia es la ciencia que estudia el cambio  
de la sociedad y de las gentes”.  
Sobre el mismo tema del objeto de estudio, hay quienes sos-  
tienen que la ciencia histórica no puede llegar a conocer el pasado  
porque éste no tiene una presencia física y lo que podemos conocer,  
cuando más, son sus reliquias. Es más, siendo el pasado un mundo  
inmenso e indeterminado, “lo histórico está muy lejos de abarcar el con-  
junto del quehacer humano, pues sólo una mínima parte de éste ha dejado  
huella, y por ende, permite su conocimiento”, según precisa Luis Gon-  
zález y González.2  
De ahí que la historia escrita, la que leemos en los libros, no  
es siempre la misma que vivieron los protagonistas individuales o  
colectivos; no lo es, ante todo, porque nunca acabaremos por poseer  
todos los testimonios del pasado y por tanto es imposible reconstruir  
la historia pasada en toda su riqueza de fenómenos y complejidad  
de circunstancias, y luego, porque quienes la escribieron lo hicieron  
inevitablemente con interés, con pasión, con compromisos ideológi-  
cos.  
Toda construcción histórica es necesariamente selectiva. Puesto que el  
pasado no puede ser reproducido in toto y ser objeto de una nueva ex-  
periencia, este principio puede parecer demasiado evidente para me-  
recer la calificación de importante. Sin embargo lo es, ya que su  
aceptación nos obliga a poner de relieve el hecho de que en la elabora-  
ción de la historia todo depende precisamente del principio en virtud  
del cual controlamos los hechos y seleccionamos los acontecimientos.  
Este principio decide sobre la importancia que debe atribuirse a los  
acontecimientos pasados, lo que debe aceptarse y lo que debe recha-  
2
Luis González y González, “Lo histórico”, en El oficio de historiar, Zamora, Michoacán, México.  
El Colegio de Michoacán, 2003, p. 159.  
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Jorge Núñez Sánchez  
zarse, también decide la disposicipón que debe darse a los hechos se-  
leccionados. Además, si bien la selección está reconocida como un  
hecho primario y fundamental, debemos admitir que toda historia está  
necesariamente escrita desde el punto de vista del presente y constituye  
(
lo que es inevitable) no solo la historia del presente, sino también la  
historia de lo que el presente juzga como importante en el presente”,  
precisó el filósofo y pedagogo estadounidense John Dewey.  
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Dicho de otra manera, no todo el pasado puede tener valor