Jorge Núñez Sánchez
Miñarica y el Socavón son algunos de los nombres marcados en esas
páginas de sangre de nuestra historia.
Paralelamente, con la república surgieron nuevos tipos de
personajes públicos, que vinieron a cumplir las importantes tareas
de una república y, entre ellos, se destacaron el periodista y el histo-
riador, el uno como promotor y defensor de la democracia y el otro
como cronista del pasado y protector de la memoria colectiva. En
esas dignísimas tareas de la inteligencia, la provincia del Tungurahua
se distinguió con luces propias. Frente a los desmanes del poder y
de los poderosos, fuesen estos de levita, de sotana o de uniforme, se
irguió en el siglo XIX la elevada estatura cívica de don Juan Mon-
talvo, ese regenerador del poder republicano, que por medio de su
pluma denunció vilezas, combatió tiranías y sentó principios mora-
les para la vida pública. Y todo ello lo hizo a salto de mata, entre des-
tierro y destierro, pero con un estilo literario realmente formidable,
en el que se entremezclaban la fuerza y furor del polemista con la
pureza idiomática y la belleza expresiva del estilista. Finalmente, don
Juan también fue una suerte de historiador de su propio tiempo,
pues su pluma dibujó y caricaturizó personajes para la historia y lo
hizo con tal vigor que las imágenes dejadas en sus páginas termina-
ron por reemplazar a cualquier otra.
Y a la par que Montalvo se empeñaba en sus quijotescos com-
bates contra las tiranías, acá, en Ambato, florecían la historia, la lite-
ratura, la lingüística y una suerte de temprana vocación
antropológica y sociológica, a través de hombres de alta cultura y
distinto signo político, tales como Pedro Fermín Cevallos, Juan León
Mera o Luis Alfredo Martínez, cada uno de los cuales contribuyó con
sus variados talentos a la construcción de este nuevo país, agitado y
esperanzado, que fue y es el Ecuador.
Quiero ahora referirme brevemente a nuestro oficio, el de los
historiadores, para esbozar, al menos, la trascendencia de este acto.
Un saber o una ciencia están definidos por su objeto de estu-
dio, que en nuestro caso es la Historia. Pero, ¿qué entendemos por
Historia? Porque hay que comenzar señalando que con este nombre
se conocen tanto al objeto de estudio como a la ciencia que se empeña
en ello.
BOLETÍN ANH Nº 199 • 271–278
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