BOLETÍN  
DE LA ACADEMIA  
NACIONAL DE HISTORIA  
Volumen XCVI  
Nº 199  
Enero–junio 2018  
Quito–Ecuador  
ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
DIRECTOR:  
Dr. Jorge Núñez Sánchez  
Dr. Franklin Barriga López  
Ac. Diego Moscoso Peñaherrera  
Hno. Eduardo Muñoz Borrero  
Mtra. Jenny Londoño López  
Dra. Rocío Rosero Jácome  
SUBDIRECTOR:  
SECRETARIO:  
TESORERO:  
BIBLIOTECARIA-ARCHIVERA:  
JEFA DE PUBLICACIONES:  
RELACIONADOR INSTITUCIONAL: Dr. Vladimir Serrano Pérez  
BOLETÍN de la A.N.H.  
Vol XCVI  
Nº 199  
Enero–junio 2018  
©ꢀ Academia Nacional de Historia del Ecuador  
p-ISSN: 1390-079X  
e-ISSN: 2773-7381  
Portada  
Monumento a Vicente Rocafuerte  
en Guayaquil  
Diseño e impresión  
PPL Impresores 2529762  
Quito  
landazurifredi@gmail.com  
abril 2019  
Esta edición es auspiciada por el Ministerio de Educación  
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE HISTORIA  
Vol. XCVI – Nº. 199  
Enero–junio 2018  
LA NOVELA HISTÓRICA  
Carlos de la Torre Flor1  
Historia y literatura  
El uso de la inteligencia ha permitido a nuestra especie im-  
ponerse sobre los predadores que la amenazaban, controlar y mani-  
pular la naturaleza para servirse de ella al punto de extenderse a los  
cinco continentes y copar todos los ecosistemas del planeta. La inte-  
ligencia fue el último de los recursos de que echó mano (por decirlo  
de alguna manera) Pithecus para sobrevivir, al no poseer ni fuerza,  
ni velocidad, ni grandes colmillos o cuernos, y, gracias a su uso, se  
transformó en Homo habilis o erectus, y finalmente en Homo sapiens  
sapiens, hombre actual.  
Inteligencia presupone procesamiento de datos, ideas y con-  
ceptos realizado por un ordenador central de enorme eficiencia –ce-  
rebro– y una cantidad gigantesca de información proporcionada por  
sus órganos de los sentidos, tomada directamente del medio am-  
biente o indirectamente del acervo cultural de su medio social, esto  
es del banco de datos acumulado a través de los tiempos por el  
aporte de sus antecesores. Mientras mayor sea el desarrollo de la in-  
teligencia, y con ella del saber y de la cultura, esta segunda parte  
crece en importancia en relación a la primera, al punto de consti-  
tuirse, con mucho, en la decisiva. Para ello fue indispensable haber  
desarrollado un lenguaje lo suficientemente rico y preciso como para  
1
Doctor en Medicina y Cirugía, Universidad Central del Ecuador, con especialización en México  
y España, en cirugía plástica y reconstructiva, cirugía de la mano y quemaduras. Ha combi-  
nado su formación profesional con las letras que no están exentas de ribetes históricos. Ha es-  
crito y publicado varios libros, cuentos y ensayos en diversas revistas literarias. Fue miembro  
fundador, vocal y presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores, de la cual es presidente  
vitalicio desde 2001;miembro fundador de la Federación Latinoamericana de Sociedades de  
Escritores (FLASOES), Caracas; miembro del Grupo América y de la Sección Académica de  
Literatura de la CCE.  
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comunicar ideas, pensamientos, conceptos, a la vez que sensaciones,  
emociones y sentimientos.  
Pero Homo sapiens ha necesitado comunicar, aparte de todo  
lo concerniente a los fines prácticos de sobrevivir y medrar, lo que  
concierne a ese mundo fantasmagórico de los miedos, las inseguri-  
dades y las inquietudes metafísicas, es decir cuestiones más allá del  
mundo físico, corpóreo, sensible, lo que atañe a sus ideas sobre lo  
que es el mundo, la vida, la muerte, el más allá. E indefectiblemente  
atado a esto, sus ideas sobre las primeras causas y los últimos efectos,  
es decir lo que será materia de la religión y la filosofía.  
Al retrotraernos a orígenes y primeras causas presuponemos  
devenir temporal, que es el sustrato de base para la Historia.  
Pero antes de la Historia estuvieron las diversas mitologías,  
que no son sino construcciones narrativas que pretenden dar un an-  
tecedente y una explicación inteligible al mundo y al devenir hu-  
mano como resultado de fuerzas poderosas emanadas de entes  
superiores, llámense dioses, urgos, demiurgos o inteligencias uni-  
versales. Unas primitivas y otras más elaboradas que llegaron hasta  
llamarse historias sagradas.  
Junto a la inteligencia la receta para el éxito evolutivo venía  
aparejada con una agresividad hipertrofiada, no sólo contra las  
demás especies sino también contra la suya propia. Era, sin embargo,  
una violencia selectiva que se limitaba y atenuaba en las relaciones  
dentro del clan, de la familia y de la tribu, y que se exacerbaba en el  
trato con el extranjero, el diferente, el otro.  
Homo llegó a convertirse en el predador más eficiente y te-  
rrorífico que hayan visto las edades. La violencia para apropiarse de  
lo ajeno, personas incluidas, llegó a ser la fuente más importante de  
allegar bienes, riquezas y poderío. El culto a la violencia y a los vio-  
lentos –guerreros– hizo que la perpetuación de la memoria de los  
hechos bélicos, de las hazañas gloriosas, sea parte de la herencia cul-  
tural de cada pueblo, de cada civilización.  
Al comienzo historias transmitidas oralmente y luego, inven-  
ción de la escritura mediante, impresas, grabadas o dibujadas en las  
tablillas, papiros y pergaminos.  
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Estos primeros intentos de cosmovisiones, junto con las na-  
rraciones de los hechos de armas han sido los antecedentes de la His-  
toria primero y de la Literatura después, porque al ir afilando las  
armas de la comunicación, el lenguaje hablado y escrito, el ser hu-  
mano fue creando otros valores inherentes no al contenido sino al  
continente, no al mensaje comunicado sino a la forma de comunica-  
ción. Esto tiene que ver con la organización interna, las relaciones  
formales, de manera que incidieran en la sensibilidad del receptor  
con arreglo no a lo pragmático sino a lo estético, esto es con cosas  
que tienen que ver con ritmo, equilibrio y proporción. Con ello fue  
poniendo las bases a lo que sería la Literatura.  
Así pues, Historia y Literatura han estado íntima e indisolu-  
blemente unidas desde sus inicios. Sus relaciones son de una gran  
complejidad y riqueza. La novela histórica es una feliz conjunción  
de estas dos manifestaciones del saber y del hacer intelectual hu-  
mano.  
Creo que después de este esquemático recuento es hora de  
que esbocemos algunas consideraciones y conceptos sobre la novela  
histórica.  
La novela histórica  
Algunas consideraciones y conceptos  
Empecemos diciendo que toda obra literaria, la novela en  
particular, es una estructura lingüística en clave que tiene que ser  
decodificada por el lector y que se propone comunicar una visión  
particular de una realidad determinada. Es una transposición subje-  
tiva, poética a veces, de esa realidad. Al ser subjetiva es, lo quiera o  
no, de alguna manera una hipóstasis de su autor. Esta muy particular  
visión del mundo, esta imagen reflejada y refractada es, al mismo  
tiempo, un intento ordenador de algo que primordialmente se hace  
patente a cada ser humano como aleatorio, caótico y hasta anárquico.  
De un mundo que clama por interpretación, que pide una lógica, un  
sentido racional, un hilo conductor, para poder ser entendido y asu-  
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mido conciencialmente, es por ello, también, una indagación perso-  
nal del hecho de estar vivo, de sus significados, de sus proyecciones.  
Es una búsqueda de asideros, referencias y valores. Al ser todo esto  
es, pues, una sublimación de onthos, logos, gnosos, pathos y ethos.  
Hay autores que privilegian alguna o algunas de estas ver-  
tientes, según sea su temperamento, su gusto o su inclinación. Si pri-  
vilegia el onthos y el pathos en su obra primará el argumento, la  
peripecia, la ambientación el retrato de caracteres, la compulsión de  
situaciones límites que obligan al hombre a conmoverse, a reaccio-  
nar, a actuar.  
Si predominan el onthos y el gnosos, en cambio hará obras  
sapienciales, cuestionadoras, filosóficas, en las que la realidad es per-  
cibida sobre todo como significados o como datos en busca de un  
significado.  
Hay otros que, basados en el logos, en su acepción como  
verbo antes que como cogito, se interesan en la magnificación del  
significante sobre el significado, el código y la clave sobre lo codifi-  
cado. Hacen obras de experimentación formal, de exploración de po-  
sibilidades técnicas, de recreación lingüística.  
Por último hay autores que conjugan con mayor o menor ha-  
bilidad y éxito, todas estas vertientes.  
Todo ello es válido y legítimo si es que está bien hecho, si es  
que ha logrado aportar aunque sea una pequeña lucecita con la que  
alumbrar en algo la tupida oscuridad del misterio humano.  
Esto, que es válido para la novela en general, es evidente-  
mente válido para la novela histórica. La época, el escenario los per-  
sonajes, las tramas están en el pasado y esto le confiere su  
peculiaridad definitoria de histórica, pero a la final es la misma mix-  
tura de ficción-realidad, de intento de interpretar y comprender el  
drama humano, puestos en una contextura formal narrativa con sus  
normas y estructuras propias, que tratan de comunicar sus conteni-  
dos de una manera lo más convincente y atractiva para el lector.  
Vale la pena hacer una precisión sobre el hecho de que estar  
situada en el pasado es lo que confiere a la narración el carácter de  
histórica. Si miramos bien, todas las narraciones hablan de hechos  
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sucedidos, esto es, pasados, sin que sean necesariamente históricos.  
Lo que configuraría la historicidad sería el peso de los hechos y los  
personajes sobre el devenir de una sociedad, de modo que adquiera  
la densidad y la importancia como para ser objeto del estudio de la  
Historia.  
En la misma condición de historicidad pueden contarse los  
llamados géneros limítrofes como la biografía, las memorias, las cró-  
nicas y las leyendas, inclusive las llamadas novelas de sociedad o de  
costumbres, pero difieren de la novela histórica, estas últimas, por  
el tiempo desde el cual son narradas, las primeras, y por la forma, la  
intención y los recursos narrativos que se emplean.  
Con estas premisas básicas podemos pasar a un breve re-  
cuento de los orígenes y su evolución a través de los tiempos.  
Orígenes y antecedentes  
Como ya lo hemos mencionado, las mitologías, las historias  
sagradas de las religiones, las epopeyas, los relatos de “caballerías”  
y los cantares de gesta son sus remotos antecedentes. Luego vienen  
las crónicas de sucesos históricos, conquistas y guerras, dejadas por  
sus propios autores como testimonio directo de los hechos. Como  
ejemplos, las crónicas de la conquista española de Cieza de León,  
Sancho de la Hoz, Miguel de Estete, Bernal Díaz del Castillo, López  
de Gómara, etc., etc.  
Hay que considerar que la novela misma, es el más tardío de  
los géneros literarios. Algunos lo explican diciendo que la novela es  
un producto burgués y que mal podría haberse desarrollado antes  
de las revoluciones burguesas. Esto es verdad, si bien hay que con-  
siderar que antes de ellas ya hubo algunas novelas de valía empe-  
zando por la novela cumbre, el Quijote de Cervantes. De todos  
modos tenemos que convenir que la novela responde a una cierta  
forma de individualismo propia de la mentalidad occidental a partir  
de las revoluciones burguesas. Habría que anotar también que di-  
chas revoluciones centraban su ideario en la libertad económica y la  
libertad política, que hacían posible que los bienes materiales e in-  
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materiales fuesen asequibles a una población más numerosa. La al-  
fabetización, la mayor y mejor instrucción pública, el crecimiento de  
la clase social burguesa con un poderío económico creciente, hicieron  
que la demanda de libros y de entre ellos, del nuevo género literario,  
creciese de una forma considerable. Desde fines del siglo XVIII hasta  
el presente, la industria editorial, principalmente sustentada en la  
producción novelesca, tiene un extraordinario crecimiento al punto  
que, a pesar de la competencia de los medios digitales, hoy se editan  
y se leen libros más que nunca antes en toda la historia de la cultura.  
Retornando a la aseveración de que la novela, y la novela  
histórica en particular, han sido manifestaciones literarias tardías, es  
evidente que han compensado su tardanza con la prolificidad y la  
abundancia al socaire de las transformaciones socio-económicas y  
los adelantos técnico-científicos.  
Creo que hay un acuerdo bastante generalizado en reconocer  
2
al escocés Walter Scott (1771-1832) como el padre de la novela his-  
tórica. La aparición de su primera obra “Waverly” es en 1814, un año  
antes de la caída del imperio napoleónico, es decir cuando recién em-  
pezaban a difundirse los gustos, costumbres e inclinaciones burgue-  
sas. Pero es necesario recordar que los ingleses tuvieron su propia  
revolución con Cromwell casi un siglo antes de la revolución fran-  
2
Escritor, poeta y editor escocés, fue una de las principales figuras del movimiento romántico  
en Gran Bretaña, cuyas novelas históricas, en las que se le considera un verdadero pionero del  
género, se hicieron famosas en toda Europa. Tras estudiar derecho en Edimburgo, Scott co-  
menzó a escribir recopilando leyendas y cuentos escoceses, germen del componente naciona-  
lista que luego imprimiría a sus obras históricas, de corte romántico. Scott compaginó la  
escritura con su trabajo de abogado y hasta montó una pequeña editorial en la que publicó  
sus poemarios, versos que le dieron sus primeros momentos de fama, aunque la crítica restó  
importancia a estos trabajos en comparación con su narrativa posterior. Las obras históricas  
de Scott se iniciaron con la publicación de Waverley (1814) y Rob Roy, pero fue con una de sus  
obras más conocidas, Ivanhoe (1819) con la que alcanzó un mayor éxito que le llevó a escribir  
no sólo sobre Escocia o Inglaterra sino sobre otros países como la Francia de los Luises. Sin  
embargo, Scott mantuvo su identidad como novelista en secreto para que no interfiriera en su  
carrera como poeta, algo que no pudo hacer a partir de 1825, momento en el que su populari-  
dad comenzó a decaer. La obra de Scott está considerada como una de las más influyentes en  
el continente europeo y su componente romántico se aprecia en multitud de obras posteriores  
en distintos países. Sus novelas han sido llevadas al teatro al cine y la televisión en multitud  
de ocasiones y su figura se alinea con la de los grandes autores de la literatura universal. Ver  
en: https://books.google.com.ec/books/about/Robin_Hood_Spanish_version.html?id=6es  
WCQAAQBAJ&redir_esc=y (30-11-2018)  
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cesa, y que, si bien no terminó con la abolición de la monarquía, sí  
fue un hito en afirmar los derechos ciudadanos y en abrir un cauce  
para la aceptación de los valores burgueses. Las “antiquary novels”  
son de la segunda mitad del siglo XVIII.  
Walter Scott es testigo de una época de profundos y signifi-  
cativos cambios sociales. Es testigo de la revolución industrial origi-  
nada precisamente en Inglaterra, y de la Ilustración francesa, de la  
toma de la Bastilla, de la ejecución de los monarcas Borbones, de la  
entronización del imperio napoleónico, de las inevitables guerras de  
ese imperio con el resto de poderes europeos. Y es bien sabido que  
los grandes conflictos llevan a la puesta en cuestión de los supuestos  
y valores en boga hasta entonces. De la necesidad de esos replanteos  
surgen nuevas ideas y posibles soluciones, pero, en lo que hoy nos  
atañe, surge una literatura cuestionadora, inquisitiva, preñada de  
posibilidades.  
Las luchas por conquistar o por resistir la conquista obligan  
a retornar la vista hacia lo más recóndito del ser histórico de cada  
pueblo, hacia lo medular de su cultura, es decir hacia el centro  
mismo de su nacionalidad afincada en el pasado. Buscan en ese pa-  
sado seguridades, afirmaciones y respuestas para entenderlo mejor,  
para entender el presente y así poder enfrentar el futuro.  
Este es el escenario para que Scott y sus seguidores pongan  
las bases para el desarrollo de la novela histórica. Y no es coincidencia  
que sea también el escenario del comienzo y desarrollo del Romanti-  
cismo, al punto que es un consenso entre la crítica que la novela his-  
tórica es también una manifestación genuinamente romántica.  
Pergeñemos en dos grandes brochazos lo que caracterizó al  
Romanticismo. Europa es la súper-posición y adición de tres grandes  
troncos culturales: el greco-romano con su racionalismo, el mono-  
teísta cristiano de raíz semítica y el germánico que incorporó a su  
acervo los dos primeros que le antecedieron. Con la caída de Roma,  
los pueblos germánicos, llamados bárbaros, se convierten en los de-  
fensores de los valores cristianos con su mandato de renunciamiento  
a mundo, demonio y carne. El Renacimiento es una vuelta a la heren-  
cia greco-romana. El Romanticismo es una vuelta a la herencia ger-  
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mánica pero sin la ascesis y la obsesión por el pecado heredadas del  
cristianismo. Por ello es una vuelta al onthos y al pathos en detrimen-  
tos del ethos. Este retorno a los orígenes germánicos por agotamiento  
del modelo neo-clásico renacentista, coincide con la etapa de las re-  
voluciones liberal-burguesas y con las guerras napoleónicas.  
Volvamos al padre de la novela histórica, Walter Scott. De  
todas las obras scottianas la que más influyó como modelo para la  
novela histórica fue “Ivanhoe”, en donde el Cervantes de Escocia re-  
crea el ambiente de la alta Edad Media con morosa minuciosidad  
para sumergirnos en las luchas por afirmar lahegemonía en la socie-  
dad británica de los antiguos pobladores anglosajones y de los con-  
quistadores normandos, que, con Guillermo el Conquistador, vinie-  
ron a quedarse para siempre desde las batalla de Hastings. Entiende  
y sabe interpretar las crisis, los problemas de la convivencia forzosa  
de los dos pueblos y sabe manejar la urdimbre novelesca con la se-  
guridad que le da el conocimiento de los instrumentos, idioma y re-  
cursos narrativos, que maneja. Un gran contador de historias, en  
suma.  
El maestro dejó una huella profunda al punto que son consi-  
derados scottianos autores europeos tan importantes como Bulwer.  
Lytton, autor de Últimos días de Pompeya, los españoles Larra, López  
Soler y Pérez Galdos, los franceses Víctor Hugo, Balzac, Flaubert y  
Zévaco, el italiano Manzzoni, el polaco Sienkiewicz, el ruso León  
Tolstoi. A los que habría que sumar los americanos Fenimore Cooper  
y Washington Irving. La siembra de esa semillas sigue fructificando  
hasta hoy con Ildefonso Falcones, Javier Moro, Santiago Posteguillo,  
Ken Follet, Margarita Yourcenar y el creador de la novela histórico  
policial, Umberto Eco, que han sido reconocidos, premiados y tra-  
ducidos a multitud de idiomas.  
Volvamos a analizar y precisar un poco algunas de las carac-  
terísticas y modalidades de la novela histórica.  
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La novela histórica  
El para qué, el qué y el cómo  
Sabemos que los dos elementos básicos son el hecho histórico  
y la trama ficcional. Los dos deberían combinarse equilibradamente  
para los mejores resultados. Si predomina el factor histórico, podría-  
mos ir a dar en la Historia novelada y, si es el ficcional, podríamos  
desembocar en la novela de aventuras cuya época, pasado presente  
o futuro, no es de importancia. Pero sin llegar a los extremos, pode-  
mos advertir que según la razón por la que se escribe, un autor  
puede inclinarse en una u otra dirección.  
Si lo que quiere es hacer novela histórica de tesis para favo-  
recer una corriente ideológica o una posición ética, cargará las tintas  
sobre el enfoque historiográfico. Igualmente, si lo que desea es pre-  
sentar la imagen de una época, de un periodo histórico muy impor-  
tante, pondrá énfasis en el entorno, el tejido social, los hechos  
públicos, las costumbres y valores de ese Tiempo. Los personajes y  
la trama ficcional serán menos importantes. No son muchos los ejem-  
plos de la primera alternativa expuesta porque el ensayo ha sido un  
género más propicio para ello, de todos modos podríamos mencio-  
nar a las novelas de tiranos como El Señor Presidente de Asturias, Yo  
el Supremo de Roa Bastos, El recurso del método de Alejo Carpentier,  
El otoño del Patriarca de García Márquez. Inclusive podría añadirse  
El General en su laberinto del mismo García Márquez, en el que es evi-  
dente que uno de los fines del autor es romper el mito de que Co-  
lombia le volvió la espalda a Bolívar y de que éste murió en la  
miseria y el abandono.  
Un buen ejemplo de la segunda alternativa podría ser Viñas  
de ira de John Steinbeck. Los tremendos efectos de la Guerra de Se-  
cesión en los empobrecidos estados del medio oeste de los Estados  
Unidos, que impulsó a un éxodo masivo hacia el oeste en busca de  
la sobrevivencia, es el eje principal alrededor del cual gira la narra-  
ción.  
Mas, si el motivo del autor es divertir, llenar las expectativas  
de distracción y la curiosidad del gran público, lo historiográfico pa-  
sará a un segundo plano en favor de la caracterización de los perso-  
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najes y lo intrincado de la peripecia aventuresca. Sin lugar a dudas  
Alejandro Dumas, padre, personifica mejor que ninguno a esta forma  
de novelar. Él mismo lo afirma taxativamente cuando, ante algún re-  
clamo por la falta de rigor histórico en sus obras, repuso que “la no-  
vela tiene derecho a violar la Historia si los bastardos son bellos y  
3
sobreviven”. A más insistencias de sus críticos dejó saldado el asunto  
al afirmar: “la Historia es solamente el clavo en donde cuelgo mis  
4
cuadros”. Sus novelas obviamente.  
Sin embargo, y a pesar de tan rotunda afirmación, creo que  
su genio no permaneció estacionado en esa postura, pues en la serie  
de novelas que se inicia con Memorias de un médico y culmina en  
Ángel Pitou, no puede dejar de ejercer una lúcida y crítica mirada  
para darnos una representación de la revolución francesa, de sus an-  
tecedentes y sus consecuencias.  
Mucho se ha elucubrado sobre otras características de la no-  
vela histórica, como el tiempo que debe mediar entre los hechos na-  
rrados y la narración. Arbitrariamente se ha querido imponer un  
intervalo no menor a cincuenta años. ¿Por qué no treinta o sesenta?  
Tal elucidación carece de importancia. Los críticos viven de criticar  
y muchas veces tienen que rizarle el rizo al rizo para justificar su tra-  
bajo.  
Hasta se ha llegado a análisis epistemológicos de hasta qué  
punto el juicio y el conocimiento del autor alteran la realidad cono-  
cida y narrada, lo cual, sin dejar de ser importante, no parece muy  
pertinente en un análisis literario, sino más bien en un estudio gno-  
seológico propio de la Filosofía.  
Para terminar este somero recuento creo que es útil no olvi-  
dar lo que tan atinadamente señalara T.S. Eliot: “estoy seguro de que  
5
mis teorías han sido epifenómenos de mis gustos .  
3
Carlos Mata. Cfr. Alejandro Dumas en: “Retrospectiva sobre la evolución de la novela histó-  
rica”, pp. 13-64, en Ignacio Arellano, Kurt Spang, y Carlos Mata, La Novela Histórica, Teoría y  
comentarios, Ediciones Universidad de Navarra, S.A., Navarra, 1995, p.48.  
Juan Pablo Echagüe. Cfr. Alejandro Dumas, en: San Juan, Emecé Editores, Buenos Aires, 1944,  
p.67.  
4
5
Mario Benedetti. Cfr. T.S. Eliot en: “El escritor y la crítica en el contexto del subdesarrollo”,  
Cuadernos de cultura latinoamericana, 99, Universidad Nacional Autónoma de México. Coordi-  
nación de humanidades centro de estudios latinoamericanos, México, 1979, p. 22.  
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La novela histórica  
La novela histórica en Hispano-América  
Si la novela en el mundo es un género tardío, en la América  
india conquistada por los iberos, es más tardía aún. A pesar de que  
las crónicas de la conquista son un buen antecedente, y de que la  
poesía, el drama y el ensayo sí habían sido cultivados, en la novela  
se advierte un rezago explicado, en parte, por la prohibición expresa  
de Felipe II en la Cédula Real de 1543: “para que los indianos no per-  
dieran el tiempo en mentirosas y vanas historias y que por ellas la sagrada  
escritura y otros libros de doctores santos pudiesen perder la autoridad y  
crédito necesarios”. Si para leer novelas regía tal prohibición, huelga  
anotar que se extendía, sin decirlo, a su producción.  
Sin embargo, y como ya era una norma no escrita pero acep-  
tada por la comunidad hispanoamericana de entonces, ciertas leyes  
inconsultas “se acatan pero no se cumplen”, al punto que buena  
parte de la primera edición del Quijote fue vendida en estas tierras.  
Una razón de más peso estriba en la naturaleza del hispa-  
noamericano. La novela, como dejé sentado es una hipóstasis de su  
autor, lo cual implica el supuesto de que ese autor tenga una posición  
respecto al mundo, que implica también una conciencia de sí mismo  
frente a ese mundo. Y es en este último aspecto donde se manifiesta  
un vacío. El encuentro del Renacimiento europeo con el neolítico y  
el inicio de edad de los metales, americanos, fue un encuentro trau-  
mático de cuyos resultados advino una sociedad de castas, en la que  
el criterio de superioridad y dominio estaba dado por el porcentaje  
de sangre blanca presente en el mestizaje. Lo blanco era lo bueno, lo  
superior, lo deseable. Lo indio lo inferior, lo vergonzante. Siendo así,  
todos los mestizos que aspiraran a ascender socialmente, o por lo  
menos a no descender, ponían buen cuidado en ocultar o disimular  
cuanto de indio había en sus genes. No nos olvidemos de aquel  
6
Apéstegui y Perochena” con que se auto-nominó nuestro prócer  
6
El nuevo Luciano o Despertador de Ingenios Quiteños, en nueve conversaciones eruditas para  
el estímulo de la literatura, tuvo una curiosa difusión inicial. En un principio, como conse-  
cuencia de su naturaleza panfletaria, circuló de manera manuscrita por la ciudad de Quito a  
lo largo del año 1779, bajo el pseudónimo de Javier de Cía. Apéstegui y Perochena, nombre  
con el que indirectamente Espejo reclamaba una hidalguía de origen navarro. Ver en: Juan  
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Carlos de laTorre Flor  
Eugenio Espejo, o el autorretrato escrito por nuestro admirado Juan  
Montalvo atribuyéndose rasgos físicos que poco tenían que ver con  
su innegable aporte americano y hasta africano (le decían “el  
zambo”).7  
Los primeros escritores americanos prefieren soslayar el  
tema pero implícitamente asumen la perspectiva del europeo.  
Cuando, proceso de independencia de por medio, nos propusimos  
asumir una posición y perspectiva propias, asumimos, por rebeldía  
e indignación con el pasado, la del vencido. Entonces decíamos: vi-  
nieron a avasallarnos, se llevaron nuestro oro, arrasaron nuestra cul-  
tura. ¿Quiénes? Ellos, los europeos. Pero ambas actitudes no eran  
reales ni justas. Ambas eran visiones parciales porque somos los dos,  
conquistador y conquistado, verdugo y víctima. Nos demoró un  
buen tiempo el advertirlo. Hubo que repasar la Historia, pero sobre  
todo, hubo que hacerse un autoexamen, ejercer una autocrítica, una  
valoración sincera, para poder asumir a cabalidad nuestro ser mes-  
tizo. Y fuimos dejando constancia escrita del laborioso proceso a tra-  
vés del ensayo y de la novela histórica, que, aunque tardía, ha  
cumplido y sigue cumpliendo con la función de hacernos vivir el pa-  
sado para situarnos en el presente y proyectarnos al futuro.  
La primera novela histórica publicada en castellano fue Jico-  
tencal que apareció en Filadelfia en 1826 como anónima, cuya autoría  
ha sido atribuida a los cubanos Félix Varela y José María Heredia y  
al español Félix Mejía, con participación, en la revisión, de nuestro  
Vicente Rocafuerte. Trata sobre la conquista de México y el papel que  
tuvieron en ella los tlaxcaltecas.  
En 1854 aparece La novia del hereje del argentino Vicente Fidel  
López, que describe a la Lima del siglo XVI asediada por el corsario  
inglés Francis Drake. Aparecerían después La loca de la guardia y La  
gran semana de 1810 en el mismo afán de darnos una pintura de la  
conquista y colonización.  
Carlos Iglesias-Zoido, “El nuevo Luciano de Eugenio Espejo (1747-1795): Nuevas apreciaciones  
sobre su legado clásico”, Dieciocho, 34.2, Fall, 2011, p.229. Ver en: http://faculty.virginia.edu  
/
dieciocho/34.2/3.Iglesias.34.2.pdf (03-12-2018)  
7
Jorge Jácome Clavijo, Tras las huellas de Montalvo. Tomo I: Ensayos, Instituto Iberoamericano  
de Patrimonio Natural y Cultural del Convenio Andrés Bello. IPANC, Quito, 2007, p.14  
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380  
La novela histórica  
Se cuenta también en esa corriente el boliviano Nataniel  
Aguirre que escribió Juan de Rosa, Memorias del último soldado de la in-  
dependencia (1909). Igualmente el mexicano Juan Díaz Covarrubias  
que, a pesar de morir fusilado a los 22 años, alcanza a publicar cuatro  
novelas, la mejor de ellas, Gil Gómez el insurgente en 1858.  
Otro mexicano Vicente Riva Palacio publica Monja y casada,  
virgen y mártir (1868), Los piratas del golfo (1869) y La vuelta de los muer-  
tos (1878). Todas de inspiración colonialista que trasuntan el am-  
biente de opresión inquisitorial.  
Debemos citar al dominicano Manuel de Jesús Galván que  
escribió la novela Enriquillo, su único libro, en 1882, en la que ya se  
perfila el sentimiento dual, la ambivalencia en la posición del autor  
que atiende a sus dos orígenes raciales y culturales.  
El autor uruguayo Eduardo Acevedo Díaz nos dejó Ismael  
1888), Nativa (1890), Grito de gloria (1893), en las que plasma la lucha  
(
de los gauchos por la independencia al tiempo que describe las cos-  
tumbres y modos de vida de la pampa.  
Por exigencias de espacio y de tiempo debemos pasar por  
alto a muchos autores y recalar en lo que nos parece más represen-  
tativo, así que haremos un salto de algunas décadas para aterrizar  
es la segunda mitad del siglo XX en el fenómeno literario bautizado  
de “Boom”.  
Las dos hecatombes mundiales, como era de esperarse, pro-  
dujeron las crisis de valores y los replanteos inevitables. En el campo  
de la Filosofía emerge el existencialismo como reivindicación de los  
valores vitales del aquí y el ahora, de los fenómenos existenciales  
sobre la supuestas esencias ontológicas permanentes. El marxismo  
trata de ponerse al día tornándose más elástico y permeable. Los es-  
critores que elaboran una literatura sapiencial, se deciden por uno u  
otro y a veces pasan de uno a otro como en el caso de Sartre.  
La amplificación de los medios de comunicación y de trans-  
porte es otro factor que caracteriza a esa etapa, por lo que la globali-  
zación empieza a convertir al mundo en una gran aldea.  
Los escritores de nuestros pagos, sin olvidar la herencia au-  
tóctona, vuelven los ojos a Sartre, Camus, Huxley, Mann, Moravia,  
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381  
Carlos de laTorre Flor  
Steinbeck, Hemignway, Joyce y Faulkner. Se apropian de sus ense-  
ñanzas y ejemplos, dominan los recursos técnicos, se profesionalizan,  
se integran al mercado global de bienes culturales al abrigo de las  
transnacionales como Seix Barral y comienzan a producir una lite-  
ratura de gran calidad que tiene sus raíces en lo autóctono y sus fru-  
tos en una proyección internacional.Tradicionalmente nuestros  
escritores tenían que sobrevivir de la diplomacia, el periodismo o la  
política. Los del “Boom” se inician de esa forma pero logran inde-  
pendizar su hacer literario para poder no sólo sobrevivir, sino vivir  
y vivir bien de lo que salía de su pluma.  
Nos ocuparemos de los que tengan que ver con nuestro tema  
que es la narrativa histórica.  
Alejo Carpentier (1904-1980). Cubano. Un ejemplo de que la  
academia sueca se equivoca tanto como acierta, es el no haberlo pre-  
miado con un Nobel. Es inexcusable. Es autor de una obra enorme,  
entre la que destacan: El reino de este mundo, Los pasos perdidos, cuya  
versión francesa alcanzó en 1956 el premio al mejor libro extranjero  
en París. Otras obras son: La consagración de la primavera, Viaje a la se-  
milla, El camino de Santiago y Semejante a la noche. Su obra cumbre, a  
mi juicio, es El siglo de las luces, publicada primero en francés, con  
critica muy favorable, antes de su publicación en castellano. Con un  
estilo pletórico de poesía, de subjetividad exquisita, sentido crítico  
y conocimiento de la Historia, nos traslada a la época de la Revolu-  
ción Francesa y nos hace partícipes de sus proyecciones políticas, hu-  
manas y vivenciales en el mundo multicolor y multicultural del  
Caribe. Fue acreedor al premio Cervantes de Literatura en 1977.  
Carlos Fuentes (1928–2012). Nacido en México. Dueño de  
una vasta, importantísima obra. Usando un estilo barroco de gran  
fuerza expresiva nos sumerge en los mundos pasados, que van  
desde la Roma imperial, hasta los reinos precolombinos de meshicas,  
mayas y aztecas hasta la España de los Austrias, el México colonial  
y el México moderno. Es un recorrido por la Historia, por las culturas  
que nos antecedieron, en busca de una razón de ser, de un oculto sig-  
nificado, y en busca de nuestra identidad mestiza. Casi toda su obra  
participa de esta intención, pero pueden señalase sobre todo: La re-  
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La novela histórica  
gión más transparente (1958), La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio  
de piel (1967), y la principal, Terra nostra que alcanzó el premio Ró-  
mulo Gallegos en 1967.  
Gabriel García Márquez (1928–2014). Nació en Aracataca, un  
pueblito de la costa atlántica de Colombia. Probablemente es el más  
conocido del grupo por ser el mayor cultor, no el creador, del rea-  
lismo mágico. Cien años de soledad (1967) está entre los libros más leí-  
dos del mundo. La saga de la familia Buendía en el imaginario  
Macondo es un alarde de fantasía anclado en el ser profundo de la  
idiosincrasia caribeña, en general, y colombiana en particular. Pero  
es solo la joya de la corona, una corona donde brillan también: La ho-  
jarasca, El coronel no tiene quién le escriba, La mala hora, Los funerales de  
la mama grande, El otoño del patriarca, El amor en los tiempos del cólera.  
Dentro del tema que nos ocupa El general en su laberinto, en la que  
nos presenta a un Bolívar humano, desmitificado, afrontando sus úl-  
timos días lejos de la gloria y ante el juicio de sí mismo y de la His-  
toria. Le fue concedido el premio Nobel en 1982.  
Mario Vargas Llosa (1936). Nació en Arequipa, cuidad pe-  
queña en los Andes, pero desde temprana edad ha sido un trotamun-  
dos que ha acumulado saberes académicos y experiencias vitales  
para regalarnos una obra extensa, desigual, con altos picos y alguno  
que otro valle. Ganó un concurso de cuentos en Lima que le abrió  
las puertas de París en 1958. Luego el premio Leopoldo Alas de Bar-  
celona 1959, en 1962 el Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral con  
La ciudad y los perros, y el Rómulo Gallegos de Venezuela en 1968 con  
La Casa verde. Una vida plena de triunfos y reconocimientos. A estos  
títulos habría que sumar: Conversación en la catedral, Pantaléon y las  
visitadoras, y en el ámbito de la novela histórica La guerra del fin del  
mundo, en el que, al contarnos el levantamiento encabezado por An-  
tonio Conselheiro en Canudos, nos sugiere muy veladamente un pa-  
ralelismo con el destino de todos los cristos y redentores que en el  
mundo han sido. El premio Nobel le hizo justicia en el año de 2010.  
Augusto Roa Bastos (1917–2005). Paraguayo, autor de una  
extensa y reconocida obra en la que sobre sale Yo el Supremo (1974),  
historia novelada de la dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia.  
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Carlos de laTorre Flor  
Cabe citar también Hijo de hombre (1960) y La vigilia del almirante  
(
1962). En ellas hace uso de un gran rigor en el manejo de las técnicas  
narrativas y un gran sentido de crítica social. Fue desterrado por la  
dictadura de Stroessner, pero pudo volver a su país tras la caída de  
éste. Premio Cervantes 1989.  
Arturo Uslar Pietri (1906). Nacido en Caracas. Su principal  
obra es Las lanzas coloradas (1931), novela de los años de la indepen-  
dencia venezolana, en la que, a la acción individualizada de perso-  
najes heroicos, antepone la heroicidad del pueblo, que es el actor  
principal de los cambios históricos. También está El camino de El Do-  
rado sobre los avatares de Lope de Aguirre, el conquistador réprobo  
que se hizo llamar el azote de Dios.  
Por último, no podemos dejar de lado a un autor de la talla  
de Manuel Mujica Láinez (1910–1984), argentino que, en lo que a na-  
rración histórica se refiere, nos dejara los inolvidables El laberinto  
(1974) y El escarabajo (1982) como cumbres de una obra amplia, ple-  
tórica de sapiencia crítica y profunda reflexión histórica.  
Esa generación de narradores del “Boom” constituida por los  
mencionados más Sábato, Borges, Rulfo, y Lezama Lima le pusieron  
el listón muy alto a los que vinieron después, pero es satisfactorio  
constatar que quienes han tomado la posta no están desmereciendo  
su legado. Allí tenemos en el cultivo de la novela histórica los nom-  
bres de Isabel Allende, Fernando del Paso, Abel Posse, Ricardo Pi-  
glia, Gioconda Belli que están en plena producción y cuyo análisis  
merece más de un volumen que habrá de venir forzosamente en el  
futuro.  
La novela Histórica en el Ecuador  
Como parte de Hispanoamérica que somos, todas las refle-  
xiones que hemos hecho como preámbulo a la reseña de obras y au-  
tores, son pertinentes y válidas para nosotros, con la particularidad  
de que el retraso en la aparición de la novela es mayor. La razón  
puede estar en que los procesos sociales también han llegado un  
tanto retrasados. Sin mucho forzamiento, podríamos decir, por ejem-  
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384  
La novela histórica  
plo, que la revolución liberal de 1895 tuvo que enfrentar todavía a  
un orden social semifeudal y recoleto. Aquí también el fragor de la  
lucha social por un futuro más justo ha ido marcando a la literatura  
con su impronta.  
La primera novela con fondo histórico es A la Costa (1904)  
del ambateño Luis A. Martínez (1869–1909), aun cuando el mismo  
autor no la conceptúa como novela histórica, sino como una novela  
costumbrista y de denuncia social. En ella se transparenta el drama  
de la revolución de Alfaro y sus consecuencias en las escleróticas es-  
tructuras de la tradicional sociedad de la Sierra. Los críticos han se-  
ñalado que, sin ser un dechado de perfección formal, es una novela  
ordenada y bien escrita.  
Alfredo Pareja Diezcanseco (1908–1993). Guayaquileño po-  
lifacético y brillante, con una reconocida trayectoria diplomática, po-  
lítica, empresarial, académica y literaria. Entre 1948 y 1961 escribe  
una trilogía que él mismo denominó como Los nuevos años con clara  
intención política, pero que no deja de ser un testimonio histórico de  
una de las épocas más inestables y caóticas del acontecer nacional.  
Estas tres novelas fueron: La advertencia (1956), El aire y los recuerdos  
(1959) y Los poderes omnímodos (1964), que van desde la revolución  
Juliana de 1925 hasta los comienzos del velasquismo, alrededor de  
cincuenta años. Es uno de los más representativos autores de un rea-  
lismo social comprometido con los ideales de justicia y equidad. Se  
le concedió el premio nacional Eugenio Espejo en 1979.  
Nelson Estupiñán Bass (1912–2002). Uno de los escritores es-  
meraldeños de la negritud. Su novela Cuando los guayacanes florecían  
(
1954) nos relata la revolución de Carlos Concha en Esmeraldas a  
raíz de la hoguera bárbara de los Alfaros, poniendo énfasis en lo ideo-  
lógico sin descuidar la descripción del medio natural y humano.  
Podría mencionarse también a Joaquín Gallegos Lara (1911–  
1947), quien en 1946 publica La cruces sobre el agua, que gira alrededor  
de la matanza obrera de 1922 en Guayaquil.  
Luego de la generación del treinta hay un espacio con poca  
producción literaria que ha sido denominado “época de transición”.  
Continuamos con los de la siguiente generación.  
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Carlos de laTorre Flor  
Pedro Jorge Vera (1914). Con estilo escueto y funcional per-  
sonifica al gran caudillo Velasco en El pueblo soy yo (1976). Su preo-  
cupación por la política, por el devenir social de un pueblo, que es  
tema de la Historia, siempre está presente en su obra, de la que cabe  
destacar: Los animales puros, Tiempo de muñecos y Las familias y los años.  
Jorge Dávila Vásquez (1947). María Joaquina en la vida y en la  
muerte (1976) con una trama bien lograda y un estilo convincente gira  
en torno a la dictadura del general Ignacio de Veintimilla y a los su-  
puestos amoríos incestuosos con la “generalita” Marieta, su sobrina.  
Obtuvo el premio Eugenio Espejo 2016, además de otros premios im-  
portantes en años anteriores como el Aurelio Espinosa Polit.  
Jorge Velasco Mackenzie (1949). Ganador de algunos pre-  
mios literarios, para el tema que nos ocupa hay que mencionar En  
nombre de un amor imaginario, sobre el increíble idilio entre Isabel de  
Casamayor, hija de una distinguida familia ecuatoriana y Godin des  
Odonnais, miembro de la misión geodésica francesa que visito el país  
a mediados del siglo VXIII.  
Luis Zuñiga (1955). Tiene dos novelas de tema histórico: Ma-  
nuela (1991), que es la vida de la heroína compañera de Bolívar, Ma-  
nuela Sáenz y Rayo (2000) sobre el asesinato de Gabriel García Moreno.  
Juan Valdano (1940) nos escenifica los entretelones del pri-  
mer grito de la independencia del 10 de agosto de 1809 en Mientras  
llega el día (1990) con un estilo pleno de oficio y bien hacer literario.  
Alfonso Reece (1955) En Morga (2007) nos cuenta las excen-  
tricidades y peripecias de Antonio Morga, presidente de la Real Au-  
diencia de Quito en la primera mitad del siglo XVII, y al hacerlo nos  
pinta un fresco sobre esa etapa de la Colonia.  
Alicia Yánez Cossío (1929) escribe novelas histórico-biográ-  
ficas como Aprendiendo a morir (1997) sobre la vida de Santa Mariana  
de Jesús, Sé que vienen a matarme (2001), sobre la vida y el magnicidio  
de García Moreno, Memorias de la Pivihuarmi Cuxirimay Ocllo (2008),  
en la que teje una trama de un optimista y problemático protofemi-  
nismo en esta hija de Huayna Capac que, luego de ser esposa de Pi-  
zarro, a su muerte se convierte en la esposa de Juan de Batanzos, uno  
de los cronistas de la Conquista, y la última, Y amarle pude, con la  
corta vida de luchas contra la sociedad conservadora y pacata de en-  
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La novela histórica  
tonces de la poeta quiteña Dolores Veintimilla de Galindo y su sui-  
cidio final. Alicia se ha hecho acreedora a varios importantes premios  
literarios nacionales e internacionales.  
Raúl Vallejo (1959). En su última obra El perpetuo exiliado  
2015) trata sobre “El gran ausente”, José María Velasco Ibarra. La no-  
(
vela ha sido merecedora del premio internacional Héctor Rojas Erazo  
por la fuerza de su argumento y su extraordinaria investigación, toda vez  
8
que ella en sí es un tratado de literatura y geopolítica”. Cumple con creses  
las condiciones de una novela histórica.  
Diego Araujo Sánchez (1945), periodista de opinión y acadé-  
mico en Los nombres ocultos (2016) nos introduce en el nunca aclarado  
misterio del asesinato del chofer de Velasco Ibarra, durante su primer  
gobierno, al tiempo que nos hace reflexionar sobre los oscuros mean-  
dros de la política, que muchas veces atropella principios y personas  
con tal de alcanzar sus ambiciones.  
Forzosamente tendré que referirme a Anochec en la mitad  
del día, de mi autoría, que alcanzara el premio nacional José Mejía  
Lequerica en 1983. Como no luce muy elegante que uno haga juicios  
sobre su propia obra habré de trascribir el de un maestro reconocido  
como fue el escritor austriaco Paul Engel: “La obra es crónica, ensayo,  
historia y novela a la vez; empresa muy ambiciosa, un libro exigente. Como  
novela histórica crea una nueva forma de narrativa. Un libro inquietante  
de forma novedosa y atrevida y rico en ideas, que debería inducir al lector a  
pensar, a crítica y a discutir”. Y el veredicto del jurado que concedió el  
premio: “Tiene sobriedad en la prosa y, desde el punto de vista temático, el  
enfoque poético de la conciencia mestiza es acertado y ofrece propuestas in-  
dudablemente nuevas”.  
Al concluir este breve recuento, debo pedir disculpas a los  
autores que haya dejado de lado involuntariamente, pues la memo-  
ria, el tiempo y el espacio no son infinitos.  
Quito, 22 de febrero de 2018  
8
“Embajador de Ecuador ganó Premio Internacional de Novela “Héctor Rojas Herazo”” en: El  
espectador. Ver en: https://www.elespectador.com/entretenimiento/libros/embajador-de-  
ecuador-gano-premio-internacional-de-novel-articulo-564510 (03-12-2018)  
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387  
Carlos de laTorre Flor  
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El espectador. Ver en: https://www.elespectador.com/entretenimiento/libros/  
embajador-de-ecuador-gano-premio-internacional-de-novel-articulo-  
564510 (03-12-2018)  
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La Academia Nacional de Historia es  
una institución intelectual y científica,  
destinada a la investigación de Historia  
en las diversas ramas del conocimiento  
humano, por ello está al servicio de los  
mejores  
intereses  
nacionales  
e
internacionales en el área de las  
Ciencias Sociales. Esta institución es  
ajena a banderías políticas, filiaciones  
religiosas,  
intereses  
locales  
o
aspiraciones individuales. La Academia  
Nacional de Historia busca responder a  
ese  
carácter  
científico,  
laico  
y
democrático, por ello, busca una  
creciente profesionalización de la  
entidad, eligiendo como sus miembros  
a
historiadores  
profesionales,  
quienes  
entendiéndose por tales  
a
acrediten estudios de historia y ciencias  
humanas y sociales o que, poseyendo  
otra formación profesional, laboren en  
investigación  
histórica  
y
hayan  
realizado aportes al mejor conocimiento  
de nuestro pasado.  
Forma sugerida de citar este artículo: De la Torre Flor, Carlos,  
"
La novela histórica", Boletín de la Academia Nacional de Historia,  
vol. XCVI, Nº. 199, enero - junio 2018, Academia Nacional de  
Historia, Quito, 2018, pp.369-389