LA DISCURSO DE INCORPORACIÓN: PINTURA DE PAISAJE EN RAFAEL TROYA: ESTÉTICA E HISTORIA DE UNA REPRESENTACIÓN

Resumen

Rafael Troya fue autodidacta, al trasladarse su familia a Quito, en 1868, afianza sus conocimientos plásticos (dibujo y pintura) con el pintor Luis Cadena. Posteriormente, aprende en el taller del paisajista Rafael Salas, en la única “Escuela de Pintura” existente en el país; por orden del Presidente García Moreno se convertiría en la “Escuela de Bellas Artes” (1872), dirigida, por el pintor Luis Cadena. Conviene precisar que en esos años de aprendizaje, la ortodoxia academicista neoclásica era imperante en el país que se muestra en: pintura religiosa o de historia, retratos, bodegones, escenas costumbristas, era el gusto de los comitentes en la representación plástica para dichos géneros.

El afán modernizador del país emprendido por el Presidente García Moreno, facilitó la llegada de extranjeros científicos, técnicos, profesores, artesanos cualificados, etc. La obra de Troya como paisajista se proyecta al mundo con el arribo al Ecuador en 1870, del geólogo y vulcanólogo Alphons Stübel y del naturalista Wilhelm Reiss, ambos de origen alemán, su objetivo era catalogar la flora y fauna del país y representar el altiplano, las cordilleras y el oriente. Troya fue el ilustrador de estos viajeros científicos.  La pintura de Rafael Troya buscaba equilibrio entre la estética neoclásica (belleza/verdad, moralidad) y la moderna lograr, en base a las  categorías estéticas respectivas (belleza, pintoresquismo y/o sublimidad) y mediante los recursos artístico-formales propios del romanticismo (luz, composición panorámica, etc.). Con la finalidad de enardecer la imaginación/sensibilidad/moralidad del espectador ante la contemplación de las obras paisajísticas; es decir, una experiencia estética acorde a la representación plástica de dichas categorías.